Espero no ponerme muy frívolo, pues se trata de algo tan serio como diagnosticar una dolencia psíquica, en este caso la de los tenderos de ropa. Paso a contarles lo de hoy.
Esta mañana tenía que hacer un montón de gestiones en la ciudad, así que me dije que aprovecharía dos horitas que me quedaban entre unas cosas y otras para darme una vuelta por las rebajas. Tenía ganas de mercarme alguna prenda resultona. De que vivo en la inopia debe de haber muestras más que sobradas, pero no me esperaba esto de hoy.
Fui pasando por los escaparates de cinco o seis tiendas, si me apuran, todas las presentables que hay en León cuando de ropa de caballero se trata, y grandes almacenes aparte. Increíble lo que descubrí y que todo el mundo debía de saber antes que yo. Pensé que en el primer comercio había algún error y me marché a otro; en este empecé a mirar discretamente a los lados y a mi espalda, por si me había metido inadvertidamente en algún programa de bromazos y cámara oculta. Así que, fingiendo indiferencia, me encaminé a una tercera tienda. Más de lo mismo. El Día de los Inocentes no cae en enero, de modo que comencé a pensar que era real lo que veía, sin trampa ni cartón. Qué sofoco.
Les canto unos ejemplos al azar. Cazadora de paño vulgar del todo y a la que no le aprecio nada de particular, no es de piel ni de nuevos materiales ni se anuncia como impermeable a la lluvia o a la retórica de Sopena o Losantos: “antes, 550 euros; ahora, 380”. Bah, me digo, a algún becario del comercio se le escapó un cero de más en los dos lados. ¡Ya serán 38, y va que chuta! Pero al lado habían colocado un abriguito fino, gris y como para lucir muslo cuando vas en plan pareja homo a un hotel inglés en el que exiges cama matrimonial: “antes, 730; ahora: 480”. Bueeeno, sigo imaginando, incauto, será por algún rollo de políticas de género o de igualdad de oportunidades, para que el chiquilicuatre se pueda sentir tan fetén como una miss Orense cualquiera. Demonios, pero a unos centímetros se veía un jerseicillo con textura de papel de fumar, de un azul cielo que hacía juego con el carácter de Rajoy, con un cuellecito triangular y que no se pondría ni para el tajo el portero de mi modesta urbanización: “antes, 135; ahora: 85”. Y así todo y en todas partes. No compré nada y, para colmo, me puse a reflexionar y salí corriendo a buscar el ordenador para escribir esta entrada.
¿Están locos? Con lo que gana mi asistenta en un mes –ojo, tengo entendido que le pago un rato por encima de la media y de lo habitual; el otro día varios progres y liberados sindicales la mar de izquierdistas me fardaron de que ellos por la mitad de ese dinero tenían una ecuatoriana el doble de horas- se compra una chaquetilla de medio pelo y unos calcetines; y para de contar. ¿A quién demonios pretenden venderle algo? ¿Es esto lo que llaman rebajas? Están pirados, lo confirmo. Ah, y conste que no hablamos de esas marcas hiperpijas, sino de prendas de progenitor desconocido en cuya etiqueta lucen denominaciones tales como “La Ovejita Lucera” o “Tara-Zona” o “Cospedal Wear”. Y que no se trata de boutiques en calles como la mítica Serrano de los Madriles, sino que bordeamos la barriada. Enfrente de uno de esos comercios para lelos pervertidos entré precisamente esta mañana en un supermercado de El Árbol a comprarme un par de lechugas y un litro de leche semidesnatada. Del nivel de la vía ya se hacen una idea cabal con eso.
Y no solo están pirados, están acabados, aunque nadie se lo haya dicho todavía a la cara. Kaputt, finito, hasta aquí llegaron y de aquí no pasan. Luego tendrá la culpa el capital financiero internacional y votarán a Zapatero para que hostigue a los especuladores con un par de sonrisas a cuatro patas. Se han quedado colgados de esta década última, cuando nos creímos ricos y famosos for ever y hasta el más pringado se esforzaba por pagar por cualquier cosa el doble de lo razonable, para que se notase bien que paleto sería, pero con una pasta que te mueres y ahora házmelo por esta parte, mi amol. Paradigma amante de promotor inmobiliario con alitosis en negro, que se llama eso. Y todos andábamos marcando paquete de esa guisa, el que construía porque construía y el que no construía porque compraba lo construido y lo revendía a uno tal imbécil como él y con mucho dinero también, dinero de todos los colores. Y corriendo a la tienda a invertir en una bufanda para enseñar a los amigos y explicarles que fueron ochocientos euros de bufanda. Es de oveja coreana tartamuda, añadías, un pastón me costó, ya veis. ¿Tiene buen tacto? Que va, una mierda, pero es que como hay pocas ovejas de esas, costaba la bufanda quinientos euros, pero le dije al de la tienda que o me la ponía en ochocientos o no me la llevaba. ¿Se creen que uno no tiene donde caerse muerto o qué?
Fueron tiempos asquerosos que por fortuna se terminan ya. Pero los ávidos comerciantes no se enteran, pobres. Mientras yo sonreía socarronamente ante su vitrina, uno de ellos me contemplaba desde el interior con cara de preguntarse si este que les escribe sería un bróker (me juego algo a que él dice un brócoli) de esos o concejal de urbanismo costero. Si se entera de que escribo monografías y tengo un blog y una hipoteca de padre y muy señor mío, me saca a patadas del soportal. Pero al pote vendrás, arbeyu, que decimos en mi tierra (traducción, por si algún senador lee esto: a la cazuela vendrás, guisante).
Ya veremos quién ríe el último. En menos de un año los veré a todos cada domingo, concretamente en el rastro y vendiendo tornillos usados y unas gamuzas fantásticas que salieron ahora y que te dejan el salpicadero del coche limpísimo y con olor a concesionario. Al tiempo. Y en los locales que hoy nos ofenden con esos precios para mafiosos rusos, sus mujeres venderán castañas en invierno y en verano el cuerpo, si es que quedan postores entre los pastores; y con rebajas de verdad, no como ahora. A este paso, de las cámaras de comercio tendrán que hacer cámaras frigoríficas para conservar estos especímenes sin que acaben de corromperse. Reliquias, auténticas reliquias, rebajadas y al dos por uno.
Esta mañana tenía que hacer un montón de gestiones en la ciudad, así que me dije que aprovecharía dos horitas que me quedaban entre unas cosas y otras para darme una vuelta por las rebajas. Tenía ganas de mercarme alguna prenda resultona. De que vivo en la inopia debe de haber muestras más que sobradas, pero no me esperaba esto de hoy.
Fui pasando por los escaparates de cinco o seis tiendas, si me apuran, todas las presentables que hay en León cuando de ropa de caballero se trata, y grandes almacenes aparte. Increíble lo que descubrí y que todo el mundo debía de saber antes que yo. Pensé que en el primer comercio había algún error y me marché a otro; en este empecé a mirar discretamente a los lados y a mi espalda, por si me había metido inadvertidamente en algún programa de bromazos y cámara oculta. Así que, fingiendo indiferencia, me encaminé a una tercera tienda. Más de lo mismo. El Día de los Inocentes no cae en enero, de modo que comencé a pensar que era real lo que veía, sin trampa ni cartón. Qué sofoco.
Les canto unos ejemplos al azar. Cazadora de paño vulgar del todo y a la que no le aprecio nada de particular, no es de piel ni de nuevos materiales ni se anuncia como impermeable a la lluvia o a la retórica de Sopena o Losantos: “antes, 550 euros; ahora, 380”. Bah, me digo, a algún becario del comercio se le escapó un cero de más en los dos lados. ¡Ya serán 38, y va que chuta! Pero al lado habían colocado un abriguito fino, gris y como para lucir muslo cuando vas en plan pareja homo a un hotel inglés en el que exiges cama matrimonial: “antes, 730; ahora: 480”. Bueeeno, sigo imaginando, incauto, será por algún rollo de políticas de género o de igualdad de oportunidades, para que el chiquilicuatre se pueda sentir tan fetén como una miss Orense cualquiera. Demonios, pero a unos centímetros se veía un jerseicillo con textura de papel de fumar, de un azul cielo que hacía juego con el carácter de Rajoy, con un cuellecito triangular y que no se pondría ni para el tajo el portero de mi modesta urbanización: “antes, 135; ahora: 85”. Y así todo y en todas partes. No compré nada y, para colmo, me puse a reflexionar y salí corriendo a buscar el ordenador para escribir esta entrada.
¿Están locos? Con lo que gana mi asistenta en un mes –ojo, tengo entendido que le pago un rato por encima de la media y de lo habitual; el otro día varios progres y liberados sindicales la mar de izquierdistas me fardaron de que ellos por la mitad de ese dinero tenían una ecuatoriana el doble de horas- se compra una chaquetilla de medio pelo y unos calcetines; y para de contar. ¿A quién demonios pretenden venderle algo? ¿Es esto lo que llaman rebajas? Están pirados, lo confirmo. Ah, y conste que no hablamos de esas marcas hiperpijas, sino de prendas de progenitor desconocido en cuya etiqueta lucen denominaciones tales como “La Ovejita Lucera” o “Tara-Zona” o “Cospedal Wear”. Y que no se trata de boutiques en calles como la mítica Serrano de los Madriles, sino que bordeamos la barriada. Enfrente de uno de esos comercios para lelos pervertidos entré precisamente esta mañana en un supermercado de El Árbol a comprarme un par de lechugas y un litro de leche semidesnatada. Del nivel de la vía ya se hacen una idea cabal con eso.
Y no solo están pirados, están acabados, aunque nadie se lo haya dicho todavía a la cara. Kaputt, finito, hasta aquí llegaron y de aquí no pasan. Luego tendrá la culpa el capital financiero internacional y votarán a Zapatero para que hostigue a los especuladores con un par de sonrisas a cuatro patas. Se han quedado colgados de esta década última, cuando nos creímos ricos y famosos for ever y hasta el más pringado se esforzaba por pagar por cualquier cosa el doble de lo razonable, para que se notase bien que paleto sería, pero con una pasta que te mueres y ahora házmelo por esta parte, mi amol. Paradigma amante de promotor inmobiliario con alitosis en negro, que se llama eso. Y todos andábamos marcando paquete de esa guisa, el que construía porque construía y el que no construía porque compraba lo construido y lo revendía a uno tal imbécil como él y con mucho dinero también, dinero de todos los colores. Y corriendo a la tienda a invertir en una bufanda para enseñar a los amigos y explicarles que fueron ochocientos euros de bufanda. Es de oveja coreana tartamuda, añadías, un pastón me costó, ya veis. ¿Tiene buen tacto? Que va, una mierda, pero es que como hay pocas ovejas de esas, costaba la bufanda quinientos euros, pero le dije al de la tienda que o me la ponía en ochocientos o no me la llevaba. ¿Se creen que uno no tiene donde caerse muerto o qué?
Fueron tiempos asquerosos que por fortuna se terminan ya. Pero los ávidos comerciantes no se enteran, pobres. Mientras yo sonreía socarronamente ante su vitrina, uno de ellos me contemplaba desde el interior con cara de preguntarse si este que les escribe sería un bróker (me juego algo a que él dice un brócoli) de esos o concejal de urbanismo costero. Si se entera de que escribo monografías y tengo un blog y una hipoteca de padre y muy señor mío, me saca a patadas del soportal. Pero al pote vendrás, arbeyu, que decimos en mi tierra (traducción, por si algún senador lee esto: a la cazuela vendrás, guisante).
Ya veremos quién ríe el último. En menos de un año los veré a todos cada domingo, concretamente en el rastro y vendiendo tornillos usados y unas gamuzas fantásticas que salieron ahora y que te dejan el salpicadero del coche limpísimo y con olor a concesionario. Al tiempo. Y en los locales que hoy nos ofenden con esos precios para mafiosos rusos, sus mujeres venderán castañas en invierno y en verano el cuerpo, si es que quedan postores entre los pastores; y con rebajas de verdad, no como ahora. A este paso, de las cámaras de comercio tendrán que hacer cámaras frigoríficas para conservar estos especímenes sin que acaben de corromperse. Reliquias, auténticas reliquias, rebajadas y al dos por uno.
Me pasma la ropa que sacan en las rebajas, algunas prendas tienen tantas temporadas pasadas que pronto volverán a estar de moda. En cambio, hay tiendas que colocan el cartel de "Nueva temporada" en la misma ropa que se supone tendría que estar rebajada.
ResponderEliminarEs todo un mundo el de las rebajas...¡y duran 3 meses! Más que la temporada en su mismidad. Ayyyyy
Un cordial saludo.