(Publicado hoy en El Mundo de León)
Me encanta mirar a la gente cuando la gente mira a la gente. Saca usted en algún medio de comunicación la noticia de que en Villamelones del Género hay esta tarde festiva un desfile de gordos en calcetines, y en cosa de horas se dejan caer por ese pueblo unas docenas de familias para observar el artístico espectáculo. Al cabo de tres años los visitantes curiosos serán miles y en menos de una década el evento se habrá declarado de interés turístico local, autonómico, nacional y cosmopolita. Por supuesto, los del ayuntamiento de al lado, el de Vayamilongas, ya habrán echado su cuarto a espadas y habrán fundado los festejos populares de la media de seda comarcal, con sus desfiles también, más atrevidos, sus jornadas gastronómicas de pata de venado y media y su misa concelebrada por algún avispado obispo. En un par de generaciones, la provincia será conocida por semejantes tradiciones que se hunden en la noche de los tiempos y en el espíritu del pueblo.
A la postre todo es porque al personal le gusta ir donde haya más personal y a cada uno le chifla, como a mí, mirar a los que miran a los mirones. Ahora los festejos populares consisten en eso, y el sentimiento de pertenencia y el orgullo de ser de tal o cual sitio se forjan a base de quedar para verse sin hacer nada y de oír en los medios que se trata de una fiesta muy sentida. Si la cosa va a menos o los asistentes acaban algo aburridos, siempre se puede soltar también una vaquilla o poner a unos mozos a atizarse tomatazos o a tocar un tambor como si les hubiera dado un aire. Mano de santo. Todo culmina el día que en la Facultad de Filosofía y Letras del campus local algún investigador becado defiende una tesis doctoral titulada “Tomates y tambores: metamorfosis del alma popular en un contexto globalizado”.
Dios me libre de hacer caricatura del fervor de Semana Santa, en quien lo tenga, ni broma con las procesiones, cuando quien en ellas desfile o a ellas asista ande movido por la fe. Para nada. Pero el otro día me encontré, en una ciudad que no es esta, una pequeña riada de gente que iba a ver una procesión y que luego la miró como podría haber observado un desfile de aquellos de majorettes. El espectáculo somos nosotros.
Sí, de veras, dios nos libre a todos de caricaturizar fervores. Pero lo que hay es lo que hay.
ResponderEliminarSalud,