Uno de los más insondables misterios de este tiempo es el de cómo es posible que, en la era digital y de las comunicaciones, la burocracia y los papeleos no disminuyan, sino que crezcan. No sé si ocurrirá igual en toda la administración pública, pero, desde luego, en la universidad es un serio problema. El profesorado se pasa el día haciendo trámites, rellenando todo tipo de formularios y redactando toda clase de documentos administrativos, aunque sea con el teclado y sobre la pantalla de un ordenador.
No digo que se trate de un vicio particular de nuestra Universidad de León, ocurre en todas. Pero pondré un ejemplo reciente de la de aquí, uno de tantos. Los profesores de las asignaturas correspondientes a los títulos universitarios del llamado Plan Bolonia deben presentar una guía docente de cada una, en la que se contienen informaciones sobre el programa de la materia, la planificación de los temas o el sistema de evaluación. Hasta ahí, todo normal. Al fin y al cabo, se trata de redactar un simple documento que podría hacerse con un sencillo procesador de textos. Hay que colgarlo en internet, pero tampoco eso debería suponer gran dificultad, ya que en internet se puede poner así, en Word o PDF. Pero no, llegan instrucciones para que se haga con una aplicación informática lo más complicada posible. Es más, de un curso a otro se cambia esa aplicación. Como para ello se usan programas informáticos o aplicaciones que tienen un coste en licencias, es de suponer que la institución tendrá que pagar por tales licencias. ¿Por qué? Esa es la pregunta. ¿Por qué no se ahorran costes económicos y, especialmente, costes de tiempo? ¿Por qué la autoridad académica no se preocupa antes que nada de que su personal docente e investigador disponga de las más horas posibles para la investigación y la preparación de unas buenas clases? ¿Por qué prefieren marearnos y entretenernos con la invención continua de nuevos formularios y aviesas aplicaciones para todo? ¿Por qué, además, debe ser el profesorado el que realice labores que propiamente son administrativas o de elemental gestión documental? ¿No hay o no debería existir personal específicamente dedicado a esas tareas? ¿No tendría que estar cada uno a lo suyo?
No digo que se trate de un vicio particular de nuestra Universidad de León, ocurre en todas. Pero pondré un ejemplo reciente de la de aquí, uno de tantos. Los profesores de las asignaturas correspondientes a los títulos universitarios del llamado Plan Bolonia deben presentar una guía docente de cada una, en la que se contienen informaciones sobre el programa de la materia, la planificación de los temas o el sistema de evaluación. Hasta ahí, todo normal. Al fin y al cabo, se trata de redactar un simple documento que podría hacerse con un sencillo procesador de textos. Hay que colgarlo en internet, pero tampoco eso debería suponer gran dificultad, ya que en internet se puede poner así, en Word o PDF. Pero no, llegan instrucciones para que se haga con una aplicación informática lo más complicada posible. Es más, de un curso a otro se cambia esa aplicación. Como para ello se usan programas informáticos o aplicaciones que tienen un coste en licencias, es de suponer que la institución tendrá que pagar por tales licencias. ¿Por qué? Esa es la pregunta. ¿Por qué no se ahorran costes económicos y, especialmente, costes de tiempo? ¿Por qué la autoridad académica no se preocupa antes que nada de que su personal docente e investigador disponga de las más horas posibles para la investigación y la preparación de unas buenas clases? ¿Por qué prefieren marearnos y entretenernos con la invención continua de nuevos formularios y aviesas aplicaciones para todo? ¿Por qué, además, debe ser el profesorado el que realice labores que propiamente son administrativas o de elemental gestión documental? ¿No hay o no debería existir personal específicamente dedicado a esas tareas? ¿No tendría que estar cada uno a lo suyo?
A mí, que soy PAS, me entra la risa floja de solo pensar que tengo que vérmelas con más papeles. Solo nos faltaba que ahora los profesores nos endilgaran los suyos, como si no tuvieramos bastante con toda esa gaita de la calidad, con las auditorías, con los simulacros de auditorías, con las heteroevaluaciones y las autoevaluaciones (el otro día nos hicieron evaluar a nuestos propios compañeros y, la verdad, me sentí como un chivato)... En fin, Juan Antonio, créeme: nosotros tenemos nuestra buena ración de absurdo, no necesitamos más absurdo. No se se seré un sentimental o un estúpido pero me duele que la institución en la que trabajo tire por el fregadero tantísimo dinero en gilipolleces, gracias a esa tiranía de "lo aparente" que parece haberse impuesto con Bolonia.
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