(Publicado hoy, jueves, en El Mundo de León)
Llega el verano y es buena época para comprobar el estilo y las maneras de las gentes. Con las vacaciones y el turismo, el personal se desinhibe y se enseña más en su ser, con espontaneidad mayor y menor recato. A veces uno agradecería no llegar a conocer a sus compatriotas en tales tesituras. En la intimidad los defectos y las tachas, y alguna ocasional virtud, se acaban manifestando sin ocultamiento posible, pero en la convivencia fuera de casa es preferible que veamos a cada cual con su máscara de probo ciudadano y de vecino homologado.
Pero, ¡ay!, cuánto desengaño y qué amagos de depresión al cruzarse con esos compatriotas que invaden las catedrales y los museos con sus chanclas de piscina, sus piernas peludas, sus michelines al aire, sus camisetas imposibles, esos pantalones caídos que muestran el comienzo de sebosas nalgas, esas bermudas que dejan apenas asomar unas rodillas gruesas y extraviadas como balas de cañón desafinado, esas camisetas de tirantes que ventilan el sobaco greñudo.
Tengo para mí que el leonés medio es persona bien discreta, poco dado al desbarajuste estético aun cuando visite piscinas, recorra paseos marítimos o se solace en chiringuitos y fiestas patronales. Suele mostrarse como individuo mesurado que mantiene el apego a los polos camiseros o las camisas de tela y que guarda comedimiento antes de enseñar las pantorrillas, si los dioses no se las dieron torneadas o sin disuasoria pelambrera. Y las damas de aquí se tientan el muslo antes de exhibirlo con los estragos de cocidos y chacinas u optan por el vestido amplio y floreado cuando las redondeces invernales se mantienen y no se prestan para apreturas y desbordamientos.
El leonés es más de invierno, se mueve más a sus anchas bajo pellizas o abrigos de pieles y se desenvuelve con más prestancia a la salida de misa de doce, en enero, o a la hora del vermú primaveral. Y cuando viaja en aviones, autobuses o trenes no es tan dado al comentario altivo ni a hacer de su asiento tribuna desde la que perorar a voz en grito sobre sus hazañas de turista feroz y desenfrenado. En verano es un gusto vivir en León o cruzarse con leoneses por esos mundos. Con las excepciones de rigor, por supuesto. Pero salimos ganando.
Paez mentira lo cazurrin que te tas volviendo.
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