No me gusta ser reiterativo ni, menos, gafe, pero se acerca el día en que podremos decir y diremos aquello de se acabó lo que se daba. Hasta aquí hemos llegado. Ahora a ver qué hacemos. En Portugal ya han decidido suprimir las pagas extra de los funcionarios y ampliar las horas de curre de los trabajadores propiamente dichos. Y lo que te rondaré, morena. Aquí, después del 20-N. Sólo que esta vez el entierro no será en el Valle de los Caídos. Caídos seremos la mayoría y el valle lo será de lágrimas. Y de crujir de dientes.
Puede que ahora, o pronto, seamos más receptivos a temas como el que quiero tratar hoy brevemente. Me refiero a los infiltrados. Llamo tales a esos sujetos que tienen particular habilidad para colarse en cualesquiera grupos e instituciones y vivir en ellos como marajás y sin dar golpe. Los hemos visto y los vemos en abundancia en las familias, las empresas, el funcionariado –ahí donde más- y hasta en las pandillas de amigos. Sus características definitorias pueden ser descritas así:
a) Son parásitos. Se aprovechan de aquellos que los rodean, sea para que estos carguen con su trabajo, sea para que pongan el dinero o el sustento o paguen las copas.
b) Son escaqueadores. Averiguan con suprema habilidad dónde está el talón de Aquiles del grupo o la institución y ahí se acomodan a verlas venir. Ese talón de Aquiles puede ser, en las familias, el exceso de cariño; en las empresas o instituciones, la mala organización del trabajo o la falta de dirección efectiva o de buen control; en los grupos de amigos, la generosidad o buena disposición de otros, o hasta la compasión.
c) Son insolidarios que apelan constantemente a la solidaridad. Su pereza o su condición de aprovechados la viven como derecho propio y fundamentalísimo. Llegado el caso, se justifican por su forma de ser o su temperamento y con la boca pequeña proclaman que ellos no tienen culpa de que otros sean de natural más laborioso o más inteligente o más productivo, o más amplios de miras, pero que cada uno es como es y eso hay que respetarlo. Por supuesto, la inversa no la admiten y montan en cólera si un día tienen que hacer ellos el trabajo de un compañero o cargar con el primo que se quedó sin casa o pagar las consumiciones porque todos los demás esa vez olvidaron en casa la cartera, como a nuestro personaje le pasa una vez sí y otra vez también.
d) Son los que más se quejan. De todo. Del sueldo, por supuesto, que siempre consideran escaso para sus méritos o no acorde con los postulados universales de justicia laboral; del exceso de trabajo y la explotación a que se les somete, aun cuando alternen bajas laborales con permisos de todo tipo, con su condición de liberados sindicales de los más liberados de todos y de todo y con una baja productividad muy esmerada. En la familia y con los amigos son los que más acremente se duelen si un día no son invitados a tal comida o celebración o si no se les preguntó a ellos en primer lugar qué día les venía bien para la farra que se prepara.
e) Se fingen todavía más inútiles de lo que son, aunque no consientan ni por asomo que cualquiera insinúe su inutilidad. Su técnica es sencilla para estos efectos. Tienen muy claro que la mejor manera de no tener que hacer una cosa es no aprender a hacerla: es que a mí no se me dan los ordenadores, es que yo no estoy dotado para la cocina o no me apaño para hacer la compra o no puedo traer el coche porque no sé conducir por las noches, es que me estreso mucho si me apuran en exceso, y me vienen trastornos de ansiedad. A la mínima te acusan de acoso y hasta en los tribunales puedes tener que vértelas con ellos si, sea como jefe, como compañero o como amigo, les cantas un día la puñetera verdad de su puerca condición.
f) Son maestros en el arte de arrimarse al mejor árbol y adueñarse de su sombra. Al lado de un infiltrado siempre hay un compañero o varios que le hacen el trabajo porque pobrecito y qué vas a hacer si es así, en el fondo es buen tío; o una familia dedicada a las horas extras para darles de comer, darles de comer de lo mejor, por supuesto, pues su estómago por lo común es muy sensible y las alergias e intolerancias alimenticias las tienen nada más que a lo barato.
g) Conocen de pe a pa todos los reglamentos y convenciones que los benefician, pero ni uno solo de los que los perjudiquen. También saben un montonazo de impuestos, gravámenes variados y declaraciones de la renta. Usted está con uno de esos en la oficina que comparten y allí lo ve dormitando día tras día con cara de no sabes cómo sufro sin hacer nada y cuánto me gustaría ser como tú, y, de repente, una mañana lo notas hiperactivo y tirando de teléfono, fax y variadísima documentación obtenida por vía informática, aunque tantas veces te ha reiterado que no sabe ni utilizar un procesador de textos. Caray, qué le pasa hoy. Pues que acaba de mirar su nómina del mes (es el primero que la comprueba, la repasa y la estudia cada vez) y ha descubierto que acaban de subirle una centésima la retención a cuenta del impuesto sobre la renta. Qué hiperactividad, qué eficacia, qué dinamismo, cuánto empuje. Hasta que termina de resolver lo suyo. Luego retorna al letargo y ya no puede volver a conectar el ordenador, al menos para trabajar, porque en el reglamento de seguridad e higiene dice que no conviene estar más de una hora seguida ante una pantalla.
h) A nadie le gustan más las vacaciones, los festivos y los puentes y ninguno los espera con similar alegría ni los comenta con tamaño entusiasmo. Parece paradójico, porque el que anda deslomado es usted, su compañero, pero curiosamente, el que ante todos se presenta como más agotado y más necesitado de merecido reposo es él mismo. No le alcanza lo que reposa a su lado. En las familias es quien más insiste en la necesidad insoslayable del lavavajillas, aunque sólo se recuerden dos ocasiones en que lavó los platos, dos ocasiones en treinta y siete años.
g) Es diestro en el manejo de las políticas de género. Del género que le convenga, claro. Si se trata de varón, hará valer su hombruna condición para que las mujeres lo atiendan y le saquen todas las castañas del fuego, sean madres, hermanas o parejas suyas. Normalmente lo conseguirá a base de una perversa combinación de mimos baratos y de hacerse el hogareñamente inimputable, pero si por ahí lo atajan, no tendrá mucho reparo en recurrir a la violencia verbal y el insulto, al grito de las tías de hoy no valéis para nada y no sabéis nada más que quejaros por todo, so debiluchas. Si es fémina, será feminista sui generis e invocará el igual reparto de las cargas y labores del hogar, aunque ella no trabaje fuera de casa y su pareja sí y en pluriempleo. Sobre la muy conveniente igualdad en las cargas laborales no suele decir esta boca de piñón es mía.
h) Tienen un muy particular y efectivo sentido de la oportunidad. Siempre están, pero captan antes que nadie cuándo se avecinan situaciones peligrosas o que puedan suponerles un compromiso o un sacrificio. Si en la oficina ya hay dos compañeros de baja, la baja suya será la tercera, impepinablemente, por resfriado, problemas de espalda o una terrible síntesis de ansiedad y depresión. No vaya a ser que esa temporada les caiga más labor porque los otros cabrones se han ido porque están malos, so endebles. Festejo familiar o de amigotes no se lo pierden, pero si un día ven venir que en la cena prevista hay que hablar de cómo se le echa una mano al hermano que se quedó sin empleo o al colega que anda en graves apuros monetarios, no podrá asistir porque casualmente a la misma hora cumple años su suegra o tiene que visitar a uno del sindicato que se ha partido una pierna jugando al pádel, fíjate qué contrariedad para él y cuántísimo siento yo no poder estar con vosotros en estos momentos. Hasta que escampe no retornará, pero previamente habrá quemado el teléfono llamando a todos para que le cuenten con morbo y detalle las desgracias del cuñado o las contrariedades del compañero, pobrecito.
g) Son unos pelotas de mierda. Los únicos que se acuerdan del día en que cumple años el jefe; y si otros también lo recuerdan, ese día llega antes de la hora de fichar, para felicitarlo el primerísimo. También son campeones absolutos en subidas al tanatorio, en cumplidos para el cónyuge de quien pueda favorecerlos y en natalicios al sprint. La delación tampoco les es ajena en tiempos de tribulación o dura competencia, naturalmente. Pero no lo hacen con mala conciencia ni remordimientos, son hijos de puta con naturalidad y sin dolo malo.
Podríamos seguir largo rato con la glosa de sus atributos morales y profesionales, pero ya sabe usted perfectamente a quién me refiero. Sí, todos conocemos un ramillete de majetes de ese calibre. Hasta ahora nos habían impuesto en esta tonta sociedad el principio de tolerancia, unido al axioma de que todo el mundo es bueno y de todo ha de haber en la viña del Señor. Por eso aguantábamos al señorito. Pero con la crisis rampante y las estrecheces que se nos vienen, es de esperar y de desear que se nos acaben la paciencia y las buenas maneras. Será llegada la hora de la castración sin analgésicos o de misteriosas caídas desde las altas ventanas. Es de justicia. Y de autoestima.
Qué recortes ni qué gaitas. En cuanto recortemos a estos por donde les duele, regresará el buen progreso e iremos saliendo del hoyo, del maldito hoyo en el que se alimentan y medran mejor que nadie. Que nos quede al menos esa esperanza aunque hayamos perdido la fe y ya no queramos ser caritativos.
me he percatado que usted tiene mucho de inquisidor, ...
ResponderEliminarA Paul Lafargue. Es curioso como un parásito llama inquisidor a su pobre víctima cuando piensa en quitárselo de encima.
ResponderEliminarHabrá que empezar a poner un brazalete o cualquier otro distintivo que indique " parasitismo social " y encabezar con usted al mando calvinista-nazi,
ResponderEliminarcampañas de saneamiento social anti free riders, parásitos, inútiles y caraduras. Hay que gasearlos, ...
Por la ética de la responsabilidad en una sociedad plenamente capitalista, calvinista y anti parásitos e inútiles, cargas sociales inmundas.
Si se me permite mi humilde opinión, creo que tenemos la sociedad y los parásitos que nos merecemos. Lo cual no quiere decir necesariamente que rascárselos sea la tarea más justificada del mundo. En cualquier caso, enhorabuena por el post. Un saludo y buen fin de semana.
ResponderEliminarPues yo creo que el hecho de que tengamos los parásitos que nos merecemos no quiere decir que nos resignemos a ello. Hagamos lo posible para no merecernos tener dichos parásitos dentro de un año o dentro de cinco. Y yo me pregunto, ¿en qué piensan los parásitos cuando se levantan por la mañana y se miran al espejo, o cuando miran a sus parejas, a sus hijos o a sus padres? ¿no se les cae la cara de verguenza?
ResponderEliminarTe van a contratar en la sección de psicología de la "Cosmopolitán" jajaja. Me has recordado con este escrito las secciones de clasificaciones de estas sesudas publicaciones. Son los "listillos" de turno, para eso hay que valer. Vaya que sí, te imaginas jugando ese papel. No, verdad? En fin, en esta vida hay gente para todo.
ResponderEliminarHablar de " parásitos " es muy fuerte y políticamente incorrecto.
ResponderEliminaro eres un neoconservador puritano acérrimamente partidario del libre mercado, o un stalinista o un nazi.
Me recuerda a la retórica de " enemigos del pueblo o del estado ", " enemigos de los decentes trabajadores o de la clase media o burguesa, me da igual ", " cargas sociales inmundas ", etc.Sería mejor referirnos a lo mismo, diciendo: " explotadores de la buena fe de los demás y aduladores aprovechados. Aprovechados polizones. Aprovechados, éso es. "
Es un buen post. Posiblemente, a día de hoy que el buenismo está instalado en todas partes, llamar parásito a alguien pueda acercarnos a régimenes totalitarios. Pero en el fondo, con el post, todos sabemos a quién se refiere dura lex. Y esos parásitos sólo tiene una actitud inmoral: inmoral para con lo público, inmorales con su familia o con sus amigos, según sea el contexto donde medren. ¿Decir lo que no es correcto resulta que es ahora inquisitorial? Nadie habla de cámaras de gas, creo que diciéndoselo a la cara les hacemos un favor, la oportunidad de rectificar. Claro, si por una vez estas personas dejan de hacerse las víctimas
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