Frío en las aulas

(Publicado hoy en El Mundo de León)

En las aulas y despachos de nuestra universidad leonesa hace un frío que pela. Los radiadores están a medio gas y, ahora que llegan al fin las heladas de rigor, los estudiantes toman sus apuntes sin quitarse le pelliza y frotándose cada poco las manos entumecidas, igual que los profesores se están acostumbrando a ir a sus despachos con calcetín grueso y botas de nieve. Otro indudable síntoma de la crisis, pues supongo que falta calor porque no queda dinero para pagar la calefacción. Los efectos de la pobreza sobrevenida nos rodean por doquier. Hace bien pocos años era tal el calor en los recintos por estas fechas, que había que entreabrir las ventanas o andar en mangas de camisa. En este país nuestro nunca damos con el término medio, o nos pasamos o no llegamos.

No trato de criticar a los gobernantes universitarios por ponernos en estado de semicongelación, pues bastante tienen con ordeñar las vacas flacas que les han tocado en suerte. Pero, aunque anecdótico y un poco trivial, estamos ante un buen tema para reflexionar sobre la justicia entre generaciones y sobre quiénes deberían pagar el pato.

Es una dinámica perversa y con difícil arreglo. Los estudiantes de ahora mismo tienen un porvenir oscurísimo, pocos se librarán del paro o los sueldos de miseria, aunque ellos no sean para nada culpables de la catástrofe. La Administración congela oposiciones, las empresas cierran, se deshacen de personal o toman las de Villadiego, las profesiones liberales se asfixian por falta de clientela o de pago. ¿Mala suerte de estos jóvenes? Se puede ver así, pero eso no es más que media verdad. Los que nos trajeron la ruina por su mala cabeza, su pésima gestión y su egoísmo se han ido de rositas. Después de mí el diluvio, dijeron, y ciertamente ya se ha puesto a llover con ganas. Han dejado a sus cuentas rellenas y a sus hijos a resguardo. Estos estudiantes que hoy pasan frío y que se sobreponen al desánimo merecerían alguna compensación, aunque no fuera más que simbólica. Que les suban unos grados la temperatura de las aulas, sí, pero que también se den el gusto de ver entre rejas a los que les robaron el futuro. Lo raro es que ellos no lo pidan, que estén callados, que se resignen. De momento. Esperemos.