Sonríe de medio lado mientras baja las escaleras. Le dirá que se van a ir a un motel. No se le había ocurrido en todo este tiempo y está seguro de que ella, sorprendida, se quedará mirándolo muy quieta, agarrada a los barrotes, tensa pese a todo y nunca completamente desesperanzada.
Es así como sucede. Dentro no hay más que una escasa bombilla que alumbra día y noche, pero no se distingue el día de la noche. Los periodos los marcan las visitas de él, no hay otras regularidades ni más rutinas que la gran rutina. Ansía que aparezca, que le hable, casi siempre sentado en la silla de madera y sin aproximarse a la jaula. ¿Cada cuánto viene? Hay ocasiones en que le trae comida y agua y no dice nada, calla desesperantemente. No es que se le vea contrariado, contrariado no parece nunca, ni nervioso ni tenso por nada. Mas a veces anda silencioso. Entonces ella tampoco se atreve a importunarlo y la falta de palabras la debilita, le pesa hasta en las piernas y los brazos. Luego, cuando él sale, ella recita la letra de canciones que conoció o algún poema escolar, o simplemente compone palabras absurdas con sílabas improvisadas. Hasta que se cansa o se hunde y de nuevo se arroja sobre la colchoneta. No llora, se cubre los oídos con los puños apretados para figurarse que el silencio no está fuera, sino dentro de ella y que ella es la que renuncia a los sonidos exteriores.
Hoy es uno de esos días en que él llega con ganas de conversación. De monólogo, en realidad. Hace tiempo, ella pretendía sacarle alguna información sobre lo que está sucediendo en el mundo, pero en vano. Daría un brazo por un simple aparato de radio, por mirar un periódico, incluso por escuchar los murmullos de una calle o la cháchara de un patio de vecinos, los gritos de un parque con niños, el alboroto de un estadio . Ya se conforma con estas historias de él, ensoñaciones ocasionales, desmadejadas, gratuitas, imprevisibles. Hoy suelta que se van a ir juntos a un motel y que será emocionante porque jamás han estado en uno, ni unidos ni por separado. ¿O tú sí? Sabe que es mejor no contestarle, que la quiere nada más que de oyente y que, a lo más, espera que ella asienta sin pronunciar palabra. Antes, al principio, alguna vez le siguió la corriente y eso provocó sus iras y su inmediata salida del sótano.
Le relata él que lo mejor será que esa pequeña aventura la tengan esta misma noche, a qué esperar más. Ha leído que se puede hasta cenar en la habitación y que hay un torno, como en los conventos, por el que se pasan los servicios a la habitación sin que nadie vea a los huéspedes ni estos crucen su mirada con la de otros. Así seguiremos llevando en secreto nuestra historia, pero tendremos algo de la diversión de los que pueden exhibirse ante la mirada ajena. Haremos el amor y beberemos vino, pediré mariscos o tortilla, o de todo, y cuando nos agotemos y nos venza el sueño, nos abandonaremos sobre la cama porque mañana es domingo y no tenemos prisa para regresar. Habla él como quien está acostumbrado a leer y a tratar con las palabras familiarmente.
Lo dice todo sin mirarla, como si nadie estuviera ante él. Al cabo calla, se acerca a los barrotes y extiende la mano para que ella le pase los cacharros vacíos. Volverá dentro de poco y le dejará la comida, pero ya no abrirá la boca, quién sabe si hasta la próxima visita o hasta dentro de tres o cuatro. Será otra historia así, de amores clandestinos, un viaje exótico y secreto, o que ella se prueba unos zapatos en la tienda más elegante y él la observa desde el escaparate sabiéndola suya y dichosa, o que él ha tenido un percance de salud y lo visita en el hospital, pero haciéndose pasar por una prima que le lleva flores y bombones y que subrepticiamente lo besa cuando no los ve ninguna enfermera y ha salido al baño el paciente de la otra cama.
Abre al gato, que entra en la casa y corre hacia su plato. Se lo llena de leche. Está jurándose que no volverá a dirigirle la palabra a esa maldita, a esa puta, y que no hay más que ver cómo lo mira mientras él la pone a prueba con esas historias estúpidas de vicio y decadencia. Tarde o temprano deberá sellar esa escalera, tapiar aquella puerta, liberarse de una atadura así, de semejante esclavitud inútil. Le brotan las frases como cuando está allá abajo, ante ella, la encerrada silente, y explica ahora que ha cambiado de planes, que ya no habrá motel ni hospital ni escapadas ni más cuentos y que mejor se quedan los dos solos allá abajo, pues va a cerrar todas las puertas y a destruir las llaves o a tragarlas, o puede que llene el recinto de gas y lo haga saltar por los aires o que, encerrados sin remisión, le pase a ella una pistola cargada para que haga lo que quiera y se sienta señora de las vidas de ambos mientras los dos van a morir, juntos.
Es así como sucede. Dentro no hay más que una escasa bombilla que alumbra día y noche, pero no se distingue el día de la noche. Los periodos los marcan las visitas de él, no hay otras regularidades ni más rutinas que la gran rutina. Ansía que aparezca, que le hable, casi siempre sentado en la silla de madera y sin aproximarse a la jaula. ¿Cada cuánto viene? Hay ocasiones en que le trae comida y agua y no dice nada, calla desesperantemente. No es que se le vea contrariado, contrariado no parece nunca, ni nervioso ni tenso por nada. Mas a veces anda silencioso. Entonces ella tampoco se atreve a importunarlo y la falta de palabras la debilita, le pesa hasta en las piernas y los brazos. Luego, cuando él sale, ella recita la letra de canciones que conoció o algún poema escolar, o simplemente compone palabras absurdas con sílabas improvisadas. Hasta que se cansa o se hunde y de nuevo se arroja sobre la colchoneta. No llora, se cubre los oídos con los puños apretados para figurarse que el silencio no está fuera, sino dentro de ella y que ella es la que renuncia a los sonidos exteriores.
Hoy es uno de esos días en que él llega con ganas de conversación. De monólogo, en realidad. Hace tiempo, ella pretendía sacarle alguna información sobre lo que está sucediendo en el mundo, pero en vano. Daría un brazo por un simple aparato de radio, por mirar un periódico, incluso por escuchar los murmullos de una calle o la cháchara de un patio de vecinos, los gritos de un parque con niños, el alboroto de un estadio . Ya se conforma con estas historias de él, ensoñaciones ocasionales, desmadejadas, gratuitas, imprevisibles. Hoy suelta que se van a ir juntos a un motel y que será emocionante porque jamás han estado en uno, ni unidos ni por separado. ¿O tú sí? Sabe que es mejor no contestarle, que la quiere nada más que de oyente y que, a lo más, espera que ella asienta sin pronunciar palabra. Antes, al principio, alguna vez le siguió la corriente y eso provocó sus iras y su inmediata salida del sótano.
Le relata él que lo mejor será que esa pequeña aventura la tengan esta misma noche, a qué esperar más. Ha leído que se puede hasta cenar en la habitación y que hay un torno, como en los conventos, por el que se pasan los servicios a la habitación sin que nadie vea a los huéspedes ni estos crucen su mirada con la de otros. Así seguiremos llevando en secreto nuestra historia, pero tendremos algo de la diversión de los que pueden exhibirse ante la mirada ajena. Haremos el amor y beberemos vino, pediré mariscos o tortilla, o de todo, y cuando nos agotemos y nos venza el sueño, nos abandonaremos sobre la cama porque mañana es domingo y no tenemos prisa para regresar. Habla él como quien está acostumbrado a leer y a tratar con las palabras familiarmente.
Lo dice todo sin mirarla, como si nadie estuviera ante él. Al cabo calla, se acerca a los barrotes y extiende la mano para que ella le pase los cacharros vacíos. Volverá dentro de poco y le dejará la comida, pero ya no abrirá la boca, quién sabe si hasta la próxima visita o hasta dentro de tres o cuatro. Será otra historia así, de amores clandestinos, un viaje exótico y secreto, o que ella se prueba unos zapatos en la tienda más elegante y él la observa desde el escaparate sabiéndola suya y dichosa, o que él ha tenido un percance de salud y lo visita en el hospital, pero haciéndose pasar por una prima que le lleva flores y bombones y que subrepticiamente lo besa cuando no los ve ninguna enfermera y ha salido al baño el paciente de la otra cama.
Abre al gato, que entra en la casa y corre hacia su plato. Se lo llena de leche. Está jurándose que no volverá a dirigirle la palabra a esa maldita, a esa puta, y que no hay más que ver cómo lo mira mientras él la pone a prueba con esas historias estúpidas de vicio y decadencia. Tarde o temprano deberá sellar esa escalera, tapiar aquella puerta, liberarse de una atadura así, de semejante esclavitud inútil. Le brotan las frases como cuando está allá abajo, ante ella, la encerrada silente, y explica ahora que ha cambiado de planes, que ya no habrá motel ni hospital ni escapadas ni más cuentos y que mejor se quedan los dos solos allá abajo, pues va a cerrar todas las puertas y a destruir las llaves o a tragarlas, o puede que llene el recinto de gas y lo haga saltar por los aires o que, encerrados sin remisión, le pase a ella una pistola cargada para que haga lo que quiera y se sienta señora de las vidas de ambos mientras los dos van a morir, juntos.
Estupendo el cuentecillo sabatino, Juan Antonio; de veras he pasado un buen rato mientras lo leía. Quizá un motel y una jaula terminan siendo la misma cosa: lugarcitos destinados al encierro de animales. Uno, que es una perfecta alimaña, acude allí a encerrarse con una muchacha. Y fíjese Usted, Fernando González, el filósofo de Envigado (un municipio cercano a Medellín), empezaba así uno de sus libros, titulado “El remordimiento”: "¡Qué animales tan hermosos hizo el señor al crear las muchachas! Desde hace días me tienen perturbado". Y sí, nos mantienen perturbados, independientemente de que nos encontremos en estado de aparente reposo o de que acabemos de salir de un motel. El libro que menciono es sobre una mujer, un poderoso animal según Fernando González. Y de la relación que tuvo con ella, dice el autor, sólo nacieron el remordimiento y algunas consideraciones (las del libro), nada más. Cordiales saludos desde Medellín, desde Antioquia, desde Colombia. Salud.
ResponderEliminarMe tiro a un médico especialista que es 17 años mayor que yo. El tiene su vida, yo mi finitud, tb mi semijuventud; quizás...Por qué escribes eso..No sé..¿?????????????por qué..
ResponderEliminares como si escribieras sobre relaciones ilicitas...casados solteras..edades..cosas asi..
ResponderEliminarpues medico casado especialista y con cargo publico mayor 17 años
parece hubieses escrito el texto para nosotros.
o yo debiera salir a conocer chicos, también
http://howtocrackanut.blogspot.com/2012/03/la-mujer-del-cesar-o-por-que-espana-no.html
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