Vuelvo a la carga con una de esas reacciones sociales que tanto me desconciertan. Primero cuento de qué se trata y luego intentamos sacar algo de punta teórica al tema. Como tantas veces, lo narraaré tal como yo lo vivo en los ambientes académicos y universitarios, pero convencido de que el fenómeno no es exclusivo de ese medio y de que se da en otros muchos ámbitos públicos y privados.
Comienzo casuísticamente y doy cuenta de mi última vivencia al efecto. Algunos colegas comentábamos que para cierto cargo, en una universidad distinta de la mía, concurría el señor K, llamémoslo así. Todos lo conocíamos bien. En el fragor de la conversación yo, con mi estilo habitual y que supongo lamentable, dije, literalmente: “Vamos a ver, pero lo primero que hay que decir es que K está como una puta cabra, majara total”. Sepulcral silencio, caras de circunstancias, carraspeos incontenibles, culillos apretados, suspiros. Así que, temeroso de que fuera por mi muy prosaico lenguaje o el tono vulgar de mi aserto, traté de expresar la misma idea con algo más de elegancia: “Supongo que estamos de acuerdo en que a K le falta un tornillo”. Porca miseria, volví a embarrarla. Tercer intento, sin que mediara palabra de los otros: “Todos sabemos que K tiene un trastorno psicológico más que considerable, todos hemos visto cómo se le manifiesta y, por tanto, a ninguno se nos escapa que según para qué cosas no está capacitado, el pobre”.
Sonrisas leves de mis interlocutores, cambio del pie sobre el que se sostienen, algún dedo rascando cabeza, miradas cruzándose y réplicas muy tenues, del tipo “qué cosas tienes”, “hombre no sé, a lo mejor no está tan mal”… Y los que me tienen más confianza: “ya estás tú pasándote tres pueblos y medio, como siempre”.
¿Y saben ustedes, amigos lectores, lo que les digo? Que no me pasaba ni un ápice. La persona de la que hablábamos está como las maracas de Machín y, sobre todo, a los que conmigo se enconbraban les consta con tanta o más claridad que a mí mismo. ¿Entonces? ¿Es que están conchabados con él para alguna cosa? No era el caso. ¿Son sus parientes o amigos del alma y por eso se dan a la caridad con el individuo? En modo alguno. ¿Pues? Pues que a la gente le da yuyu, puro repelús, que se digan ciertas verdades sobre individuos cercanos. Y ahí está lo que hemos de preguntarnos, por qué ocurre así. Pero téngase en cuenta que esa misma gente es capaz de echar por la boca sapos y culebras cuando habla de los lejanos con los que no trata a diario, de políticos, artistas, futbolistas, militares, de quien sea. No es que me refiera de personal incapacitado para la crítica, no, sino a quienes no desean que se critique o que meramente se describan con objetividad los defectos de los próximos.
Mas antes de especular sobre las respuestas a la muy interesante cuestión, permítanme que añada que sucede en gran cantidad de ocasiones. A ustedes les habrá pasado también con algo de frecuencia. Un ejemplo más como ilustración y para que precisemos bien el tema que analizamos. Usted trabaja en tal o cual institución y le consta sin lugar a dudas que en la misma plantilla hay un sujeto que se corrompe o que mete la mano en la caja o que abusa de su puesto de cualquier manera; o que acosa sexualmente a un empleado o empleada, vaya. Sus compañeros lo saben igual que usted. Pero ni usted ni ninguno de ellos ha tenido problema particular con ese mal bicho. Bien, pues a la hora del café pruebe usted lo siguiente, diga así ante sus colegas: Fulano es un ladrón, un acosador y un hijo de puta. Y en cuanto se queden lívidos, añada, sin mentir: y a todos os consta, como a mí, porque todos nosotros tenemos las mismas pruebas. Pongamos, además, que el tal Fulano no es superior jerárquico de los presentes ni tiene poder efectivo sobre ellos. No importa, se acojonan igual y o bien le invitarán a callar o se quemarán al tomar el café aceleradamente para quitarse de en medio y no vaya a ser que Fulano se entere de que ellos también saben que es un criminal y un malnacido.
Así que volvemos a la interrogación: por qué nos hemos hecho así. Es muy dañino que esto ocurra, pues con la resistencia a la crítica a cara descubierta y a que se hable con naturalidad de los defectos, las taras o los ilícitos de los que nos son social o laboralmente cercanos se pierde uno de los más efectivos medios de control social necesario: el rechazo de los del mismo grupo. Ahora pasa al revés y eso es contraproducente y dañino: cuanto más inútil eres o más delincuente, más se esfuerzan los de alrededor en sonreírte y que parezca que no saben nada, o que si lo saben, lo aprueban. Campan por sus respetos el loco, el corrupto, el abusón y el que roba, porque está mal visto que sus acciones y formas de ser se califiquen con los términos que más apropiadamente las describen. No, la consigna es bien otra: todo el mundo es bueno y aquí no levanta la voz ni el gato. Y si a alguien hay que marginar o enviar al ostracismo, es a quien ose decirle violador al que viola o chorizo al que se apropia de lo ajeno u oligofrénico al que es un oligofrénico de libro.
¿Explicación? Paso a exponer mi hipótesis. Se trata de una tara moral autoinducida. ¿De quién? Nuestra. Es un magnífico recurso para que nos mantengamos, nosotros, en la impunidad y en el cultivo descarnado de nuestro más egoísta interés. No queremos que se nos ponga en la tesitura de tener que cambiar en algo el comportamiento que nos interesa, como reacción a los defectos o lacras de otros. Preferimos cerrar los ojos a esas lacras o defectos y, así, continuamos con lo nuestro como si nada pasara, como si fuera perfecto el mundo y ninguna complicidad se nos pudiera reprochar.
Veámoslo con un ejemplo. Pongamos que yo todos los días compro las frutas y verduras en una magnífica frutería que está al lado de mi casa. Son de buena calidad, tienen buen precio y cuento, de propina, con esa comodidad de la cercanía. Un día me entero, sin vuelta de hoja, de que el frutero es un pedófilo de tomo y lomo y un peligro para los niños del barrio. Además y de inmediato, otro cliente de la misma tienda me lo explica sin tapujos. ¿Qué puedo hacer? Pues escogeré entre las alternativas siguientes:
a) Dejo de comprar en dicho comercio, con las desventajas que ello me supondrá: deberé ir más lejos para mercar fruta que quizá no será tan buena y que probablemente me resultará algo más cara.
b) Sigo comprando en tal frutería de siempre, pero diciéndome que soy un egoísta y que hago muy mal por proseguir mis tratos normales con quien me consta que es un mal bicho.
c) Mato al mensajero y procuro olvidar el mensaje. Aplico la presunción de inocencia fuera de lugar y como negación de la indecencia. O sea, a mí mismo me cuento que no son más que rumores las informaciones esas, aunque en el fondo me conste su verdad, y a ese parroquiano que me viene a decir lo que hay y en sus más crudos términos, le replico que jo, cómo es de lenguaraz y que en el fondo todo el mundo es bueno y que por qué no somos más tolerantes y que quién tira la primera piedra y que no sé qué de una paja y un ojo ajeno, ya puesto yo en plan gilipollas bíblico.
Segunda parte de mi hipótesis: al menos en mi experiencia y en los ambientes en que me desenvuelvo –que no son los más sanos, lo sé- la inmensa mayoría de la gente sigue ese tercer patrón, el c). ¿Por qué? Porque si tú te niegas a oír y saber que el candidato a no sé qué puesto está como un cencerro, puedes votarlo tranquilamente, si es que te conviene que él mande, aunque para la institución su gobierno vaya a resultar un desastre debido a las dolencias del sujeto en cuestión. Y si tú te niegas a asumir que tu jefe es un corrupto, podrás seguir haciéndole la pelota con el mismo esmero y sonriéndole con esa cara de ostra en celo, a ver si te asciende o si te ofrece un puestecillo más cómodo. Y si tú tienes un carguete con el abusón de marras, pues por qué no vas a seguir en él, en lugar de plantearte si no deberías dimitir para no hacerte cómplice de sus ilegalidades; no, te plantas nada más que para que nadie te recuerde las ilegalidades en cuestión y al que te las enuncie lo llamas exagerado y violento, resentido incluso.
Que no cuela, amigos, que no. Que ya somos mayorcitos y que ya no nos la damos con queso. Que el plumero se nos ve a todos, a cada cual el suyo. Que tenemos que asumir una verdad dura y muy triste: que si hay tanto cretino con mando en plaza, tanto inútil haciendo su agosto, tanto amigo de lo ajeno forrándose y tanto abusador ensañándose con los débiles, es más que nada gracias a ese silencio cómplice de los mansos, a ese egoísmo pícaro de los que prefieren no saber para no tener que hacer ni que tomar partido, a los que juegan a ser como perrillos inocentes a fin de poder seguir royendo debajo de la mesa, pero calentitos, el hueso que sus dueños les tiran.
Sin una mala hostia general no hay sociedad decente ni institución que no sea una casa de lenocinio. Eso también lo sabemos todos; y casi todos negarán que lo saben.
Un lema para estas fiestas tan sentidas: escupe a una rata; o a dos.
Estimado José Antonio:
ResponderEliminarLa situación que describes es desgraciadamente común en España, pero temo que hunda sus raíces en la sicología de esta especie de medio chimpancés y medio bonobos, lujuriosos, violentos y envidiosos que somos los humanos. Habría que preguntar a los sicólogos y los sociólogos.
Mientras tanto, antes que confiar en el más que improbable heroísmo de alguna persona próxima al Sr. K, tal habría que recurrir a viejos sistemas ya conocidos.
Se me ocurre que los miembros del tribunal del puesto al que concurre el Sr. K. deberían buscarse en la otra punta de España, y de modo que no tuvieran ninguna clase de vínculo emocional ni con los candidatos, ni con la institución del puesto a cubrir.
Por otra parte, nunca entenderé porqué hay que pasar un examen sicométrico para ser portero de discoteca (1) y no para ser juez, p.ej.
Saludos
Juan Manuel Llerena Hualde
Almería
(1)http://www.belt.es/noticiasmdb/HOME2_noticias.asp?id=7409
Profe te has cagado y no eres capaz de nombrar al señor K, tu tan claro y sincero, capaz de juzgar a alguien como loco y si alguien dijera lo mismo de ti o alguien a quien tu apadrinas?
ResponderEliminarpero como se te ocurre que D. Perfecto Moralina pueda apadrinar a alguien que no sea toda ella o el un dechado de virtudes!
Eliminarhablo de puta la tacones¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡
ResponderEliminara ver si nos cuentas donde vas a estar en vacaciones... lo digo por poner en práctica tu estupendo consejo
ResponderEliminarEstimado Juan Manuel,
ResponderEliminar¡y menos mal que somos lujuriosos, caramba, permanentemente dispuestos a la cópula con una gran variedad de miembros de la tribu! De alguna manera la madre ha compensado así (parcialmente sólo) las dos desgracias que menciona, la de violentos y la de envidiosos, que no se sabe cuál es peor.
Salud,
Estimado Señor:
ResponderEliminarPuede que no se lo crea, pero yo soy uno de los que elijo la opción a). En numerosísimas ocasiones, el hablar claro me ha llevado a la situación que habitualmente se denomina (perdón por lo vulgar): "te dejan con el culo al aire". Las consecuencias profesionales para mí han sido siempre muy perjudiciales (académica, por cierto) pero no me arrepiento. Permítame preguntarle que sugiere para convertir a tanto complaciente, pues yo lo veo tarea imposible.
No olvide usted que quien no tiene verguenza, tampoco la tiene para aplicar represalias a los más débiles (hay muchos más psicópatas (definición amplia) de los que mucha gente cree).
Mis saludos
Esto de los blogs es bien gracioso. Hay un anónimo que me reprocha que no dé nombres. Y
ResponderEliminarMe invento un señor K (para no poner ejemplos reales y no liarla más) y resulta que K. existe y aparece aquí una prima suya toda exaltada. O a lo mejor es la asistenta (o el asistente) del frutero, no sé.
Toño, no seas suspicaz. El que te suelta esos sapos y culebras no es un cobarde que se ampara miserablemente en el anonimato: es que se llama así, Abundio Anónimo Sinsegundo.
ResponderEliminarUn abrazo, Sr. Anónimo.
oSe me ocurre tanta gente en la facultad que podría ser ese señor K, el día que acabe la carrera ya diré quien podría ser. Prometo publicar la entrada, " descubierto el señor K "
ResponderEliminarY mi hipótesis, sobre esa opción c que tanta gente toma, es que si se callan ese tipo de cosas, es porque a lo mejor están algo cagadillos de que les reprochen cosillas por el estilo.
No dicen nada porque están tan acojonados de ser los siguientes que no pueden ni moverse, como van a decir algo de ese tio que mango tanta pasta, no vaya a ser que alguien se meta con la raya mal puesta que se hizo en el ojo...