27 julio, 2012

Plagios y mentiras en la universidad


                Los tiempos invitan a la melancolía. No confundamos con la nostalgia, es otra cosa. No se trata de añoranzas del pasado, sino de anímica postración ante las acechanzas del presente y su pertinacia. Deberíamos buscar refugio en los clásicos o antes, evadirnos con el estudio de alguna lengua muerta, puede que entregarnos a los placeres de la carne con saña y buena conciencia. No levanta el vuelo el espíritu y la lechuza de Minerva andaría hoy travestida de canario transgénico.

                Hasta las más amables conversaciones dejan un poso avinagrado, tras las risas compartidas sobreviene, en lo íntimo, una expectoración de rabia. La historia tiene trazas de cangrejo, nos retrasa mientras nos cuentan que avanza. Miren estas bonitas historias comparadas de las que hoy he tenido noticia minuciosa. Versan sobre profesores de disciplina jurídica. El primer caso ocurre en los años sesenta. Son oposiciones universitarias de aquellas de siete u ocho pruebas y corren los tiempos ciertamente oprobiosos de la dictadura. Un puñado de aspirantes se disputan unas plazas de lo que eran entonces profesores adjuntos. Concurre un candidato del régimen que, además, ocupa cargo de campanillas. En la prueba comúnmente conocida como la trinca, en la que cada candidato repasa críticamente las publicaciones de los otros, uno de ellos demuestra que aquel favorito bien colocado ha plagiado vilmente un libro extranjero y lo presenta como fruto de su pluma. No solo no se salió con la suya el felón, sino que en ese instante terminó para siempre su carrera académica. Años sesenta, repito.

                Después de la Transición hay un concurso, con las nuevas reglas y en el nuevo sistema. Nuevos protagonistas, pero se destapa otro plagio. Triunfa el plagiario, no hay cuidado. Pero no solo eso, que ya es poco menos que rutina y a nadie escandaliza en estos tiempos. Su carrera posterior es imparable y culmina en alguno de los más altos cometidos a los que puede aspirar un jurista. La general noticia de su fechoría no dañó su carrera ni mermó su éxito.

                Luego están las pequeñas historias que hacen una historia grande, que hacen la historia en estos tiempos, que le ponen su sello y nos marcan la pauta. Por azares y vueltas, alguien me enseña el currículum de un señor decano, tal como aparece en la web de su Facultad. Me piden que me fije en donde dice que ganó el año tal un premio de la Academia Aragonesa de Jurisprudencia. ¿Y? Mi interlocutor me lleva ahora a la relación de premiados, en la página oficial de la citada Academia, y me señala el nombre de la ganadora de aquella edición de tal premio, a la que casualmente conozco. No tiene de hoja, compruebo los datos, busco posibles errores en las fechas. No hay tales, no hay tutía: el decano se inventó su premio. Tiene bien ganada fama de inventor.

                Esas cosas ya se cuida uno muy mucho de no comentarlas mayormente por ahí, entre colegas. En casa sí puedes, o en el bar de abajo o en la playa, si te haces amigo de unos obreros que están de fin de semana con la familia. Ahí sí ves perplejidad y escándalo, y si te explayas en detalles, surge la indignación y algún que otro juramento. En la universidad conviene ser más precavido, para que no te miren mal o no te tachen de talibán o apátrida resentido. Así que chitón y no vaya a ser que un becario tuyo empiece a notar que no lo saludan en el parking. Pero algunos amigos de confianza aun quedan y hoy le comenté a uno el caso, por hacer unas risas más que nada, pues más pretensión fundada ya no cabe. No se sorprendió, porque me explicó que en una ocasión él presidía el jurado para un premio y que, cuando todavía no había convocado la primera reunión de sus miembros, llegó este que hoy es decano en alguna facultad jurídica del país y le regaló un libro, en cuya solapa figuraba que había ganado él ese mismo premio ese mismo año; ese premio que a nadie se había adjudicado hasta el momento.

                Entonces me acordé de otra historia muy simpática del mismo personaje. Tiene uno esas cosas en algún recóndito rincón de la cabeza y le vienen cuando le vienen. Por azares que no son del caso, tuve tratos antaño con un benemérito maestro de la materia en cuestión y supe que andaba indignado. Nuestro hombre le había solicitado un prólogo y, de paso, le había contado que él tenía dos carreras, Derecho, una, y otra de ciencias de las que en tiempos se llamaban de la naturaleza. Era falso de toda falsedad este último dato, pero el prologuista, en su buena fe, se lo había creído y por escrito lo había puesto en el prólogo, para descrédito suyo, más que del otro.

                No pasa nada. Ancha es Castilla. Y todo el mundo es bueno. Menos este que suscribe, si acaso, y eso que ya ven con cuánta cautela escribo últimamente, por temor al vudú y al mal de ojo y porque no vuelvan a acordarse de mis antepasados difuntos o a insistirme en aquello de que los trapos sucios se lavan en casa y de que es buen chaval el tarambana de turno. Porque, mecagoenlaleche, cada vez que alguien saca un plagio o cualquier fechoría aun peor, lo persigue el coro de las plañideras de esquina con los malditos estribillos: es buen chaval, los trapos sucios se lavan en casa, es buen chaval, los trapos sucios se lavan en casa, es buen chaval, los trapos sucios se lavan en casa… Pero la casa no tiene lavadora, ahí está el quid.

                Y las disculpas no valen. No valen. Porque quizá algún amigo despistado piense, al leer esto, que es que un servidor se entera de muchas cosas o se las chivan más que a nadie, o que ando todo el día fisgando por el ojo de la cerradura y que, claro, los demás se sorprenden ante tamaños descubrimientos. Pues no. Todo el mundo sabe todo. Todo. Y si alguien está en la ignorancia, será ignorancia culpable. Ni con tapones en los oídos, ni con gafas negras, en este gremio y en este oficio nos conocemos todos a base de bien. Lo que pasa es que todos somos muy buenos chavales y los trapos sucios se lavan en casa, querido Vito.

PD2.- Ni estoy diciendo que en las universidades no haya más que truhanes ni pretendo echar porquería sobre el mundo en general. A cada uno lo suyo y que cada palo aguante su vela. Y el que me venga con que cobardica por no dar nombres y señas completas, que me aporte su currículum de luchador por la causa y de quijotesco desfacedor de entuertos y luego, si hay caso, hablamos.

PD1.- Ya metidos en gastos, déjenme decirles que sigue adelante la investigación de aquel plagio al que aludí aquí el otro día y que unos cuantos me animaban a destapar. Desde hoy mismo tengo todos los materiales, libro incluido, y vamos a ver. Les tendré al tanto.

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