27 agosto, 2012

Don Margarito

(Me tomo una semanita de playa, con el permiso de ustedes, pero les dejo esta historieta universitaria, real como la vida misma. Que la disfruten).


                                                                                 
            Se iban turnando para limpiarle la saliva que le corría desde la comisura izquierda de los labios hacia la oreja de ese lado. Ahora había sido el turno de Aurora Laseca, becaria de tercer año y temblorosa como corresponde a su condición. Óscar Augusto Cascallana, el doctor Cascallana, la había mirado con reproche concupiscente cuando se le enganchó la falda plisada en la manivela de la cama. Aurora era doctoranda de Cascallana y el plácet del prócer, de don Margarito, lo habían obtenido en una reunión de hace ya algún tiempo.
            La aquiescencia del maestro para que Aurora Laseca se convirtiera en flamante doctoranda había llegado cuando ya no se la esperaban. A punto estaban de cumplirse los cinco minutos de rigor, concretamente iban cuatro minutos y cincuenta y seis segundos, cuando resonó con feliz contundencia la ventosidad de don Margarito. Mas para comprender la índole y el modo de la resolución deberemos detenernos en algunos pormenores reglamentarios. Entre las normas que regían estas periódicas reuniones de don Margarito con sus discípulos, una vez que el académico personaje había entrado en coma, se hallaba la que establecía que siempre que en la pertinente sesión de la escuela ante el maestro yacente se planteara cuestión que de él requiriese autorización, permiso o visto bueno, se interpretaría como respuesta positiva de su parte la emisión por su cuerpo de ruido o sonido del género que fuera y en un plazo máximo de cinco minutos desde que el asunto se hubiera sometido a su apreciación con claridad y sin ocultamiento de detalle significativo. El silencio corporal integral durante el referido tiempo -continuaba diciendo la norma- debería entenderse como negativa plena y no susceptible de revisión o recurso de ninguna especie.
            Fue con un proceder así como en los últimos cuatro años se habían tomado las más relevantes decisiones que afectaban a la escuela y a esa disciplina que, por si no lo hemos dicho todavía, es el Derecho del Turismo. Por ejemplo, que el doctor Everardo Cigales pudiera solicitar y disfrutar en Oporto un año sabático con fines de investigación, al cabo de un lustro como Secretario del Departamento de Derecho Turístico y Ciencias del Ocio Sostenible, se decidió por obra de un regüeldo tronante y aromático de don Margarito.  El permiso para que contrajera matrimonio Camelia Barrantes D´Auvignon, profesora titular de escuela universitaria, con Filócrates Urbasón Calcerrada, catedrático de Historia del Derecho y a la sazón cofrade mayor de la Cofradía del Santo Remedio y de la Virgen de los Descansos, por él mismo recientemente fundada, dicen que por amor a la mismísima Camelia, resultó de un borborigmo intenso pero no muy prolongado. Quiso la mala suerte que en ese instante pasara bajo la ventana de la lujosa residencia un camión de reparto y estalló la discusión entre los presentes sobre si en verdad las tripas de don Margarito habían rugido o si se trataba de un reverbero del sonido del vehículo en las acolchadas paredes del sacrosanto recinto. Sostuvo la tesis negativa el doctor Aníbal Gómez de las Infantas, profesor adjunto que fuera, compañero de doctorado del propio don Margarito y hoy el más veterano de los profesores titulares. Sucedía que el doctor Gómez de las Infantas, viejo solterón, había pretendido con esmero y muy molesta insistencia a la referida Camelia desde el día mismo en que la vio llegar, recién licenciada por Deusto, de la mano de su padre, primo segundo de don Margarito y bajo cuya custodia y tutela la iba a poner en tal instante, con la recomendación de que la hiciera catedrática lo antes posible y puesto que se trataba de muchacha de grandes valores y muy dotada para la lectura con fruto y la reflexión reposada. La tomó don Margarito bajo su égida y a los tres años escasos ya la había convertido en profesora titular de escuela universitaria y en secretaria de Facultad, ya que por entonces era decano Bienvenido Parabienes, que había coincidido con don Margarito en Burdeos cuando los dos elaboraban su tesis en la Universidad de aquellas tierras, el uno, don Margarito, en Derecho del Turismo y el otro, Bienvenido, en Derecho Tributario, ambos enviados allá por el gran don Miguel Olazábal, verdadero fundador y artífice del Derecho del Turismo español, que fuera íntimo del Caudillo y que aprovechó su buena relación en tiempos del Movimiento para llenar España de Escuelas de Graduados Turísticos, las que luego serían Facultades de Ciencias del Turismo y de donde habrían de salir los grandes tratadistas que en tiempos de la Transición supieron adaptar el Derecho del Turismo a los principios constitucionales y a las maneras del régimen democrático. No en vano el propio don Margarito coordinó en el año 82 un volumen titulado “Derecho del Turismo: hacia un nuevo Siglo de Oro”, en el que colaboraban con artículos señeros los quince discípulos que entonces tenía, todos los cuales se encargaron de subrayar en sus escritos el magisterio inmarcesible de don Miguel Olazábal y la gloriosa continuidad de su obra y sus tesis en la pluma y el buen hacer de don Margarito.
            Pues decíamos que el doctor Aníbal Gómez de las Infantas cayó prendado de la joven Camelia desde su mismísima llegada a las instalaciones del Departamento y que la convirtió en centro de su ansia y destinataria de sus requiebros al clásico modo. Mas habiendo ella al principio aceptado entre risas y cantarinas exclamaciones sus homenajes, fue firmar su toma de posesión como profesora titular de escuela y volverse con el pobre Aníbal esquiva, seria y a ratos hasta mal encarada, llegando en una oportunidad y ante todos los compañeros a afearle que de ese modo la acosara sin darse cuenta de que bastante más de treinta años los separaban. Se fue aplacando el profesor Gómez de las Infantas en su celo donjuanesco, si bien los planes de boda de su deseada Camila con el catedrático Urbasón habían desenterrado su despecho y le provocaron verdadera ira. Pero, como ya se ha mencionado, a la consulta contestó don Margarito con un crujido intestinal que don Aníbal no quiso oír y puso en cuestión, organizándose acto seguido un severo debate entre el susodicho, por un lado, y por el otro Camila y cinco más de las profesoras que ya gozaban de derecho reconocido para expresarse estando don Margarito de cuerpo y espíritu presentes; a saber: Bernarda Casares, Rebeca Pajares, Rosa de las Eras, Isabel Corral y Esperanza Pastizales. Fueron por lo menos quince minutos de dimes y diretes, de dardos y alusiones, de variadas figuras, de retruécanos y paronomasias inclusive, y justo cuando los dialécticos contendientes tomaban resuello y se aprestaban a enfilar nuevos argumentos, sonó, lúcido y transparente, otro rugido intestinal del sempiterno maestro. No hubo más que decir y corrieron los novios a reservar catedral para la ceremonia y restaurante para el banquete. Antes del señalado día, hicieron ante don Margarito exhibición y ofrenda de sus anillos de pedida y al día siguiente de convertirse en dichosos esposos, ante él comparecieron otra vez, ella para dejarle un trocito de tul del velo y él la corbata entera. A punto estuvo de acontecer ahí la primera discusión del flamante matrimonio, pues aseguraba Filócrates Urbasón que, en la despedida, Camila no se había limitado a besar en la mejilla a su venerado maestro, sino que le había dado un tenue mordisquillo en el lóbulo de la oreja izquierda, detalle que ella negó entonces y sigue negando a día de hoy.
            En esta ocasión de ahora se reúnen en torno a don Margarito para darle buenas noticias y arden en deseo de ver si con alguna sutil reacción corporal habrá de responderles. Esta boca abierta que en este mismo instante Aurora Laseca, Auro, vuelve a limpiar, y la respiración entrecortada, casi en estertor, les hacen augurar una feliz reacción y quién sabe si alguna adicional instrucción para aumentar la ganancia y hacer todavía más gustosa la victoria. Pues de una victoria en toda regla se trata y del glorioso desenlace van a dar cuenta a don Margarito. Como ocurría en las ocasiones más formales o siempre que la jerarquía había de marcarse, toma la palabra, previo carraspeo y unos compulsivos meneos del nudo de su corbata, el doctor Salvador Agraz Rutilio, que fuera el primer discípulo de don Margarito en llegar a catedrático y que en la actualidad combina el desempeño de la cátedra primogénita con el cargo de Vicerrector de Calidad y Sostenibilidad. En tanto que delfín de don Margarito y llamado a sucederlo el día, esperemos que lejano, en que la muerte lo libere de este coma profundo al que lo llevó la caída de un caballo durante un paseo en la finca que fuera de sus suegros, solo un dato nimio frustra al profesor Salvador Agraz Rutilio: que todos, absolutamente todos, en el Departamento, la Facultad y el campus entero lo llaman Salva, Salvador o Ruti, sin que ninguno se avenga a ponerle el don de don Salvador.
            Es el doctor Agraz hombre soltero, lleva mediados los cuarenta y luce panza que suele ceñir con chaleco. Con las profesoras más jóvenes gusta fingirse paternal y las aconseja en materia de novios posibles o eventuales relaciones amorosas, mas se mantiene a muy prudente distancia física y emocional de todas, si bien es verdad que a los de su pueblo, cuando los visita, les narra con lujo de detalles los polvos que les echa y los desplantes que tiene que darles para alejarlas y tomarse unos descansos. Se expresa hoy con prestancia y calma y va al grano, ya que desde que don Margarito yace en este triste estado, han entendido todos que es mejor ser sintéticos y precisos, por no acabar de cansarlo y para que pueda hacerse mejor idea de cuanto se le expone y a su superior criterio se somete. Así que con los índices metidos en los bolsillos del chaleco, postura que fuera típica del maestro mismo mientras mantuvo su prestancia física, va Salvador desgranando la buena nueva, interrumpido cada tanto nada más que por las exclamaciones o los monosílabos exaltados de Cari. Pero vayamos por partes y con un natural orden.
            Cari le dicen a Cariñena Sansegundo Peláez, cuarentona rotunda de caderas inclementes, muslos no reciclables, busto escurrido y voz de pacharán, que lleva cerca de veinte años a cargo de la fotocopiadora y, como ella misma suele decir, a sus pechos han crecido, desde que eran estudiantes, buena parte de los aquí reunidos, y con todos, recientes y veteranos, ha compartido las horas rutinarias del café y las celebraciones de toda clase de aniversarios, efemérides y festejos en general. Cuentan las malas lenguas que es la que más manda después de don Margarito, y no tanto, aunque también, porque conoce de la vida y milagros de los presentes, detalles que cada protagonista lleva en secreto pero con constancia de que en el secreto está Cari, como porque el propio don Margarito la señaló desde el primer día con su confianza y le permitió un grado de intimidad para los demás no imaginable. Basta recordar que es Cari la única a la que en todo el orbe académico se ha oído alguna vez retirarle el don y decirle Margarito a secas o, colmo de la perplejidad, dirigírsele con expresiones del tipo “conejillo”, “pitusito” o “Willy”, apelativo este último particularmente enigmático y del que nadie nunca supo dar cuenta. En verdad, fue Cariñena quien sentó la idea de que después del accidente y su terrible secuela los asuntos de la disciplina tenían que seguir sometiéndose a la consideración de don Margarito, y ella puso en marcha la logística de estas reuniones, en las que no faltan jamás el café y las pastas ni el aroma de colonia de lavanda con que la propia mujer, antes de empezar cada sesión y entrando ella la primera, asperja la cara, el cuello, las manos y los pies del prohombre.
            Pues va Cari subrayando con su acompañamiento airado la exposición del profesor Salvador Agraz, que en sus trazos básicos resumiremos como sigue, empezando por el final o desenlace, para que mejor se nos entienda y porque eso, el desenlace, era lo que más que nada se le quería comunicar hoy a don Margarito. Resulta que, a propuesta del Rector y por asentimiento de todos los asistentes, el Consejo de Gobierno de la Universidad ha aprobado el nombramiento de don Margarito como miembro vitalicio del Consejo de Departamento, la Junta de Facultad, el propio Consejo de Gobierno y cinco de las más lucidas y relevantes comisiones de este último, y se subraya en el acta oficial que los excepcionales méritos y las imperecederas aportaciones de don Margarito a la ciencia iusturística y al progreso de esta universidad lo hacen tan extremamente merecedor de las referidas distinciones, que debe tenérselo por siempre exonerado de concurrir a cualquier tipo de elección o de someterse a votación o refrendo del género que sea. De idéntica manera y por las mismas causas, se declara su consideración de miembro activo y de pleno derecho de los citados órganos de gobierno con total independencia de cuál sea en cada época su situación administrativa. Se proclama también el propósito de dar cobertura legal definitiva a esos nombramientos mediante una reforma del Estatuto de la Universidad que recoja la figura del profesor perpetuo ausente-presente, si bien se deja a expensas de lo que dictamine el Servicio Jurídico el espinoso tema de si cabría prolongar post mortem tales títulos y por si llega el desdichado día, seguro que bien lejano, en que don Margarito fenezca.
            Sentados frente al lecho del maestro y en tres filas de sillas, ordenados por riguroso escalafón y con Cari en el sillón de la esquina cercana a la cabecera, escuchan todos los detalles que el profesor Agraz va desgranando, ahora ya puro recordar la batalla que terminó en esta victoria que se celebra. Que fueron los de Derecho Agrario los que declararon la guerra al solicitar para uno de sus titulares uno de los tres despachos que seguían asignados a don Margarito, bien es cierto que el más pequeño y que no había usado en los últimos veinte años; que de la felonía tramada tuvieron noticia todos gracias a que se enteró Cari antes incluso de que la afrentosa propuesta se pusiera por escrito; que no tuvo el propio Salvador que decírselo ni dos veces al Rector para que este montara en cólera, les comprometiera su apoyo y decidiera suprimir de un plumazo las dos plazas de profesor asociado con las que en Derecho Agrario se suplía una baja por maternidad y otra por larga enfermedad de uno de sus catedráticos. Que, en fin, habían sido infinidad las llamadas telefónicas y los mensajes para solidarizarse con don Margarito y con la noble causa del grupo entero que defendía su más que indiscutible derecho a los despachos y a una eterna consideración sin tacha, amén de para denostar con gruesos términos la insolencia de los agraristas y la desconsideración para con quien, aun en el penoso trance de hallarse en coma y aparentemente privado de consciencia, seguía siendo y valiendo como maestro, orientador, protector y símbolo de cuantos entendían rectamente la Universidad y por ella daban su tiempo y su vida.
            Se está en ese placentero capítulo de la solidaridad gremial cuando Cariñena Sansegundo, Cari, empieza a mover las manos con gran agitación, se pone en pie, acerca su oreja derecha a la boca de don Margarito y empieza a gritar que no respira, ay, Dios, que no respira mi Willy, que no respira mi Willy. Tremenda consternación, lívidos los rostros de los mayores, boquiabiertos los más jóvenes, llorando a lágrima tendida Aníbal y Óscar Augusto, pugnando Auro por volver a pasar su pañuelo de seda por los labios ya secos de don Margarito, Salvador, rígido en pie, con las manos ahora separadas del chaleco y sin saber a dónde llevarlas, Cari deshaciéndose en suspiros e hipos y con su cabeza apoyada en el pecho del finado. Así habrán de pasar minutos, bastantes, puede que una hora o más. Pero a la postre volverá la calma y sabrá cada uno lo que toca hacer y nadie habrá que contradiga el indiscutible designio, no osará ninguno contravenir ni la naturaleza de las cosas ni lo que siempre estuvo claro aunque nadie lo hubiera enunciado jamás: que don Margarito es inmortal y que no habrá ahí afuera persona que pueda tener noticia de que dejó este mundo, pues en verdad no nos abandona, que habrá que embalsamarlo con exquisita discreción y sin reparar en gastos y que no tienen por qué modificarse ni un ápice los hábitos ni las jerarquías, aunque tal vez para tomar algunas decisiones habrá en adelante que votar, con voto ponderado y sin que la democracia esté reñida con el debido orden, siempre haciendo de cada resolución ofrenda a don Margarito y sabedores de que su magisterio perdurará idéntico desde el Más Allá que, para él, será siempre el Aquí Mismo.

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