(Publicado hoy en El Mundo)
En octubre de 1934 al presidente de la Generalidad no se le ocurrió
mejor idea que proclamar la independencia de Cataluña como airada
protesta contra la formación de un gobierno que consideraba «fascista»
pese a haber salido de las urnas. Madrid respondió enviando a Barcelona
al general Batet, encarcelando al Gobierno de la Generalidad y
suspendiendo el Estatuto de Autonomía. Aunque la situación actual no es
la misma, no está de más recordar los métodos contundentes que gastaba
una República que ciertas fuerzas progresistas, aunando candidez e
ignorancia, invocan como un paraíso. El régimen monárquico
constitucional actual observa modales más refinados.
Hoy, en una España en bancarrota y en llamas, con cinco millones de
parados y graves problemas de credibilidad ante nuestros socios
europeos, encontrarnos de nuevo con la reivindicación nacionalista
catalana en su más exacerbada versión produce al espectador cierto enojo
y un denso hastío. Porque constatar el empeño de algunos partidos
catalanes de estar dándole indefinidamente al manubrio del bodrio
arruina a cualquiera la templanza, la prudencia y probablemente el resto
de las virtudes cardinales.
La novedad, en estos días, es la celebración de una manifestación
reivindicando la independencia de Cataluña, apoyada por el Gobierno de
la Comunidad Autónoma. No nos parece que tomar al pie de la letra esta
celebración popular, crisol donde se mezclan y funden los materiales más
heterogéneos, sea muy propio de democracias maduras pues en ellas
conviven otros artilugios más sutiles y seguros, si de conocer la
voluntad popular se trata. Dar demasiada importancia a las
manifestaciones y recontar hasta la extenuación sus participantes es lo
propio de la democracia «por aclamación» que patrocinaba Carl Schmitt
quien acusaba al voto secreto de no ser enteramente democrático «porque
transforma a los ciudadanos en sujetos aislados». Y añadía: «un grito
del pueblo es suficiente para expresar un viva o un abajo, para saber si
aprueba o rechaza una propuesta … el pueblo como magnitud no organizada
oficialmente sólo en ciertos momentos y sólo por el camino de la
aclamación es susceptible de actuar». Recordemos a algún desmemoriado
que Carl Schmitt fue el jurista del régimen nazi, el único catedrático
alemán de derecho público a quien no se repuso en su cátedra tras la
guerra.
Pero como las fuerzas políticas están otorgando una gran importancia a
lo sucedido en las calles de Barcelona, procede que, con un poco de
sosiego y manejando los palillos de la argumentación jurídica,
precisemos qué se puede hacer en la actual situación. Porque ya
Montaigne anotó que «el Estado alberga en su seno todo tipo de
accidentes y venturas y, entre ellas, el orden y el desorden, la
desdicha y la dicha» y, como estamos -en efecto- en tiempo de desdichas,
se impone idear ofertas para afrontarlas.
Una de ellas es convocar un referéndum, idea ante la que se disparan
los interrogantes: ¿en España o sólo en el territorio catalán? Y sobre
todo: ¿es deseable reducir a una pregunta simple, propia de este tipo de
consultas, un asunto como éste, que supone resueltamente una quiebra
rotunda de nuestro sistema constitucional? No lo parece si se tiene en
cuenta además que el referéndum es, de entre los instrumentos de que
disponen las democracias, el menos afinado. Probablemente por ello es
también el procedimiento preferido por los dictadores.
Si, por estas razones, descartamos esta solución rudimentaria, el
camino adecuado sería, a nuestro entender, el de las elecciones
convocadas por el Gobierno de Cataluña. A ellas concurrirían los
partidos políticos con un pronunciamiento inequívoco acerca de su
postura ante la independencia de Cataluña y su conversión en un nuevo
Estado. Este aspecto es muy importante y por ello no deben admitirse ni
trampas ni subterfugios ni juegos de palabras, ni figura de dicción
alguna … Oferta clara: sí o no a un nuevo Estado distinto del Reino de
España.
El electorado habrá de participar en las elecciones de forma rotunda
en cuanto a su número y a la claridad de su mensaje. A partir de ahí,
podemos tener dos resultados. El primero sería que el electorado
rechazara la constitución de un nuevo Estado, lo cual significaría un
respaldo al sistema constitucional de 1978. El segundo consistiría en la
opción por la independencia, adoptada -insistimos- por una holgada
mayoría (nada de la broma del referéndum de 2006 sobre el Estatuto).
¿Cuál debería ser entonces la respuesta desde las instituciones
políticas de España? A nuestro juicio, proceder a la reforma
constitucional prevista en el artículo 168 que exige una primera
aprobación de dos tercios de cada Cámara y la disolución inmediata de
las Cortes para la constitución de unas nuevas que procederían al
estudio de un texto constitucional. A su vez, éste deberá ser aprobado
por mayoría de dos tercios de cada Cámara y, a continuación, se
someterían todos estos trabajos meticulosos y ya democráticamente
respaldados, a la ratificación de un referéndum entre todos los
españoles, incluidos los residentes en Cataluña.
Este camino asegura la participación de todos los ciudadanos
españoles en una delicadísima cuestión, supuesta la evidencia de que las
partes no pueden por sí solas decidir acerca de la forma de su
integración en el todo. Si el resultado de este iter es contrario a la
independencia de Cataluña, las fuerzas políticas de esta Comunidad
tendrán que aceptar este veredicto y dedicarse a solucionar, ya sin
excusa alguna, los problemas de los catalanes, nada livianos, por
cierto.
Si, por el contrario, el resultado fuera favorable a la independencia
de ese territorio, entonces procederá, a través de las leyes, abordar,
en primer lugar, los mecanismos de protección de las minorías. Téngase
en cuenta que los estados europeos existentes, con su riqueza cultural y
su diversidad, resultan más respetuosos con el pluralismo interno que
lo sería un Estado pequeño salido de sus panzas porque éstos,
precisamente para empinarse como estados, se verían obligados a
construir unas «señas de identidad», sobre todo de índole lingüística y
cultural, impulsadas por las élites políticas, que el Estado grande
puede permitirse el lujo de orillar. El segundo asunto a resolver sería
el finiquito, que es el «remate de las cuentas, o certificación que se
da para constancia de que están ajustadas y satisfecho el alcance que
resulta de ellas» (DRAE). Ahí aparecerían infraestructuras, aranceles
proteccionistas, traslado de instituciones españolas y otros renglones
del más subido interés.
Y quedaría para el flamante Estado una aventura excitante: la de
solicitar su ingreso en la OTAN y en la Unión Europea así como resolver
el problema de la moneda a adoptar pues para ingresar en la zona euro se
exigen unos requisitos de contención del déficit público y de la deuda
que no cumple la actual Cataluña.
Pero, en fin, estas son las emociones a vivir por quienes insisten en
la actitud de los persas que Montaigne nos describe: «La naturaleza nos
echó a este suelo libres y desatados y nosotros nos aprisionamos en
determinados recintos como los reyes de Persia que se imponían la
obligación de no beber otra agua que la del río Choaspes renunciando por
torpeza a su derecho a servirse de todas las demás aguas». O, dicho de
otro modo, renunciando a disfrutar de la alta claridad de la
solidaridad.
Francisco Sosa Wagner es catedrático de Derecho Administrativo y eurodiputado de UPyD. Mercedes Fuertes es catedrática de Derecho Administrativo
El artículo me gusta, más como estructura y propósito (delinear un procedimiento equilibrado de separación de una parte del todo, algo que cada vez se ve como más factible, no tanto por las payasadas onceseptembrinas de las parte, sino por el lamentable estado, tirando a empeorar, en el que se encuentra el todo) que como contenidos o conclusiones. Los contenidos, a pesar de la fineza de los articulistas, pegan brincos y tropiezan en desniveles que te pasas, seguramente impuestos por la brevedad de la forma y la correspondiente simplificación del discurso. En cuanto a las conclusiones implícitas, pues son wishful thinking - el día que alguien se quiere separar, y lo quiere de veras, se separa. Ha habido muchos, muchísimos divorcios antes de que hubiera ley del divorcio, estimados. No fáciles ni inmediatos, pero los ha habido. Y si nos queremos poner más filosóficos, les recuerdo que un tal príncipe Gautama, hace una porrá de tiempo, dejó dicho aquello de que "Todo lo compuesto se separa".
ResponderEliminarPero lo que de veras me impulsa a comentar, con los belfos todavía temblando con las carcajadas que me han regalado Vds., es el primer párrafo del artículo y su resonancia histórica.
Pues me ha recordado (aparentemente, contándolo en serio - ¿o se han quedado Vds. también conmigo? - chapeau en ese caso por el bromazo) el famoso chiste de "Pepe, he sabido que has tenido un altercado con el vecino del cuarto, ¿qué ha pasado?" - "Pues nada, que me ha llamado violento y manilargo" - "Qué barbaridad, qué falta de clase. ¿Y tú que has hecho?" - "¿Yo? Pues lo natural, le largado una mano de hostias que se ha tragado los putos dientes, y luego le he saltado con los pies juntos en su vientre de sabandija hasta que han llamado a la policía".
Salud,
Mucha gente " española " no se ha dado cuenta de que caído Franco, o en sus estertores, partes muy activas y significativas de las sociedades catalana y vasca sobretodo, gritaron ya con ahínco " visca catalunya lliure " y " Gora Euskal Herria Askatuta". Se veía el fin de Franco como el fin de " la opresión " para sus pueblos y el comienzo de la superación de una España imperial, grande y libre, dictatorial y uniformista, que también se refería a la " riqueza de la diversidad de las tierras de España". La verdad es que el sentimiento nacionalista secesionista ha crecido y crecerá desmesuradamente, entre otras cosas porque el apaño autonomista y juancarcarlista ha permitido ampliamente que todo se haga en catalán o en vasco ( en Galicia, la situación es un poquito diferente): pensando en Cataluña como nación a construir y en el País Vasco, lo mismo. España se asimila con los cascotes del imperio castallano, los paños calientes autonomistas del café para todos, historias franquistas, falta de libertades, progreso y bienestar, etc. Muchas veces, los más furibundos nacionalistas y secesionistas vienen de orígenes extremeños, andaluces o castellanos, pero eso es lo de menos, lo importante es que la marca " España " como prestigio unionismo, cada vez vende menos en Cataluña y el País Vasco( tierra que ha recurrido además al terrorismo armado). No se pueden poner puertas al campo ni ignorar situaciones de hecho que son colectivamente muy desafiantes para el actual marco constitucional que habla de la Nación Española, el pueblo español y la soberanía nacional española como un conjunto, formalmente entendido de modo uniforme.
ResponderEliminarEl porqué de la independencia de Cataluña...
ResponderEliminarhttp://viamagenta.wordpress.com/2012/09/21/el-por-que-de-la-independencia-de-cataluna/