03 diciembre, 2012

¿Cómo se pudo asentar este corrupto y absurdo sistema universitario? Porque han sabido dividirnos



                Después de lo que en Faneca y aquí se recogía el otro día sobre las resoluciones idénticas de distintos recursos ante el Consejo de Universidades en temas de acreditación para profesor titular y catedrático de universidad, empiezan a llegarnos más de esos papelillos iguales, y dentro de poco tendremos una buena colección. Es más, hasta colegas que han pasado algún rato en las tripas del sistema nos escriben para contarnos experiencias de la más pura corrupción. Miren este fragmento de un mensaje de estos días:

                Luego están los rectores y su comisión decisora. De cine. A veces se ponen exquisitos y obligan a evaluar una y otra vez a un candidato, no se sabe por qué razón. Una vez reevaluamos a una persona que  siempre estuvo en política y que presentaba méritos posteriores a la entrada del expediente en ANECA, y había que reevaluarla otra vez y otra vez, supongo que hasta que pasara, o hasta que la acreditasen ellos, cosa que también han hecho cuando han querido, sin razón alguna, con personas que, evidentemente, les eran especialmente caras”.

                Por cierto, no es esta la primera vez que alguien que bien lo sabe me cuenta sobre los misterios de esas comisiónes del Consejo de Universidades que resuelven las reclamaciones contra las resoluciones de la ANECA. Al parecer, sucede a veces que el recurso viene “de arriba” aceptado, sin pasar por la comisión o sin darle a ésta ocasión para decir ni pío. ¿Que quiénes son esos de arriba? Rectores, hijo mío, rectores. Hay rectores buena gente y buenos gestores, y alguno de ese aceptable percal he conocido yo mismo, palabra. Pero la mayoría y en su conjunto constituyen una de las mejores muestras que este país ha dado de corrupción, villanía, ignorancia e indecencia. Y mira que hay mucho de eso y da para comparar, pero, con todo y con esas, a los rectores es muy difícil superarlos. ¿Se imagina usted, querido lector, que un hijo suyo le viene con que quiere ser rector universitario en estas tierras? Si es mío, lo corro a gorrazos, palabra.

                En verdad, todo esto es más que sabido y a buenas horas nos vamos a rasgar las vestiduras. Podemos hacernos los tontos hasta el día del Juicio Final por la tarde, pero todos sabemos de sobra cómo va el negocio y de qué manera se opera. Cuidado, no se trata de que todas las resoluciones negativas o positivas de la ANECA en materia de acreditaciones hayan sido injustas; para nada, no es eso. Pero que en algunos casos el acierto haya sido pleno no quita para que exista una total falta de transparencia y una arbitrariedad que en muchas ocasiones es pasmosa y totalmente evidente. Como asombrosa es la impunidad. Tampoco es que al criticar este sistema en funcionamiento se esté añorando cualquiera de los pasados. En el pasado también predominaban la corrupción o las corruptelas y los resultados solían ser igual de arbitrarios o más. Mire usted, de su disciplina, la lista de catedráticos que llevan en el cargo más de diez años, valore, piense en cómo llegaron muchos de ellos y con qué méritos, y después hablamos. En todas las disciplinas o materias hay como mínimo entre un cinco y un diez por ciento de titulares y catedráticos que son verdaderos inimputables, oligofrénicos de libro, incapaces sin vuelta de hoja, vagos con alevosía. Y he puesto un porcentaje bien bajo para que no me vengan con que exagero. Exagero, sí, pero a la baja. La pregunta es esta: ¿quién los puso ahí, en qué tipo de concursos y con qué sistema de acceso? No, de nostalgia del pasado, ni un ápice.

                Algo hay bastante novedoso en estos últimos años: prácticamente nadie ignora los fallos del sistema de acreditación, todo el mundo conoce manifiestas arbitrariedades y raro es el que no ha visto o tiene quien le cuente indecencias evidentes. Eso por un lado. Y, por el otro, jamás ha sido tan escasa la resistencia y nunca han sido tan pocos los dispuestos a saltar a la palestra o ponerse bajo los focos para denunciar lo obviamente denunciable y criticar lo que en justicia sea criticable. ¿Por qué? Si quieren, y para abreviar, hablamos nada más que de catedráticos, de quienes ya lo son y en teoría poco tienen que perder si levantan la voz o destapan alguna fechoría bien clara.

                Ahí se halla lo especial del caso, en que hasta los que sobre el papel nada pueden perder se mueren de miedo o, más suave dicho, se pasan de prudentes, no vaya a ser qué. Ese debería ser el lema profesional del profesorado universitario funcionario: no vaya a ser. No vaya a ser que mi crítica perjudique a ese discípulo que está pendiente de acreditarse; no vaya a ser que le parezca mal al discípulo que se acreditó ayer; no vaya a ser que hiera al colega que está en tal o cual comité o comisión; no vaya a ser que me rebote a mí un trompazo en no sé qué evaluación a la que yo he de presentarme, como la de los sexenios; no vaya a ser que mi rector se moleste y me retire la financiación para el cambio de manillas de las puertas de mi despacho; no vaya a ser que en el partido interpreten que estoy en contra del ministerio o el ministro o a favor del ministerio o el ministro; no vaya a ser que unos piensen que soy de tal partido o los otros crean que coqueteo con el otro; no vaya a ser que alguien se vengue dejándome sin el próximo proyecto de investigación que solicite; no vaya a ser que alguno se ponga a mirar con lupa tales o cuales papeles míos; no vaya a ser, ay, que no me llamen a mí para formar parte de la próxima comisión evaluadora de esto o de lo otro; no vaya a ser, ay, que no sea yo mismo, en carne mortal, de los que revisan tal cosa o evalúan tal otra por designación de una agencia estatal, autonómica, parroquial, de barrio, de mi portal… No vaya a ser, sobre todo y por encima de todo, que me quiten esas cuatro perras que pesco acá o allá o que me vea privado de ese mezquino poder consistente en que puedo meterle un leñazo a un discípulo de mi enemigo de siempre, pero estando mi nombre oculto y mi responsabilidad disfrazada de anonimato y confidencialidad.

                Como ratas. Peor que ratas. Putas baratas. Aplíquenmelo en lo que corresponda, no seré distinto ni deja de ser verdad la noticia, si lo es, cuando muere el mensajero. Estamos hablando de por qué transigimos, toleramos, participamos y ni nos rebelamos ni denunciamos fuera de las cafeterías del campus.

                En suma, el gran éxito del sistema político-académico viene de la sutil capacidad para dividirnos, para dividir al profesorado. Por un lado, haciendo que perdamos el culo y la honra por cuatro perrillas y un par de noches de hotel. Por otro, con mayor sutileza, alimentando nuestra mezquina soberbia con esa canallesca sensación de poder flácido, con el placer impotente de evaluar embozado, sin dar la cara; o dándola solo cuando confidencialmente telefoneamos al evaluado o a su maestro para que quede claro que fuimos nosotros los benefactores y que nos deben una. Por último, alimentándonos el miedo al otro y el miedo a todos, pues nunca sabes quién va a evaluar algo tuyo o lo estará evaluando ahora mismo. Achanta, que algo sacarás o alguna migaja pillarás de las que a los cerdos tiren sus dueños.

                Decíamos antes que, como tónica general y excepciones salvadas, los rectores son la hez y bien demostrado lo tienen. Ellos han peleado más que nadie contra cualquier intento de adecentar las universidades. Pero a ellos los hemos ido eligiendo nosotros, bien a sabiendas, queriéndolos de nuestra camada, buscándolos ligeros de cascos y bien libres de escrúpulos. La crítica, a rectores, a ministros, a altos cargos de gobiernos centrales o autonómicos, no tiene que empañar la necesaria autocrítica, la asunción del innegable hecho de que (casi) todos hemos intentado aprovecharnos de las miserias del sistema y de sus más oscuros recovecos de inmoralidad y mafia. A unos les ha salido mejor y peor a otros, con unos se habrá hecho justicia y arbitrariedad con otros, pero nadie debería valorar el casino por el color de la bola que le tocó cuando apostó más fuerte.  Porque lo terrible es que el sistema de acreditación ni está pensado para hacer justicia ni para aumentar la calidad de las universidades ni para incentivar el trabajo bien hecho de los profesores, a lo que se suma que la mayoría de los que lo aplican o aplicamos cuando nos toca tampoco vemos más allá de nuestras narices y de nuestros más pedestres y míseros intereses o de nuestros compromisos más rastreros.

                El problema es moral y por eso no lo puede resolver ninguna reforma institucional ni cambio jurídico de ningún tipo. O, por lo menos, debemos ser conscientes de dónde debe ponerse el punto de mira para cualquier intento serio de transformación del profesorado universitario y de sus modos de selección, si lo hubiera. En tres puntos: qué hacer con los ignorantes, vagos e impresentables que ya están dentro y tienen atoradas las plantillas, cómo recuperar y animar a los buenos y honestos que todavía pueden ser salvados y ascendidos y de qué manera conseguir que paguen por sus culpas los que, al evaluar y seleccionar, prefieren a los peores o se venden por un plato de viles lentejas.

                En efecto, no hay esperanza. Ni narices.

5 comentarios:

  1. Después de leer lo que ha soltado Maruja Torres sobre periodismo, periodistas y figurones periodísticos, recapacito y veo que habas cuecen en todas partes y en cualquier oficio. Aquí:
    http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=5321

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  2. Efectivamente: esto que tan magistralmente ha expuesto usted en su entrada es un mal de España, en general. Y de todos los tiempos de España, no sólo de ahora. Por eso no tiene remedio (a no ser que desaparecieran de repente todos los españoles y sus idiosincrasias -y formas de implantarlas en sus tiernos infantes- y fuera el territorio repoblado por otro tipo de gente).

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  3. Pero si a Maruja y compañía les pasa lo mismo que a ustedes !!! Son solo las victimas en este corrupto sistema que les obligo a escoger trinchera después del 78 y desde entonces les tienen separados, guerreando, sin hacer mucho ruido, y sin ganas ni valor para denunciar al sistema "No vaya a ser...".

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  4. Estimado profesor,

    No considero (ni extraigo de su artículo) que la causa sea el "divide y vencerás". Se puede resumir perfectamente en la fórmula que tan atinadamente usa: la universidad es una institución [entre tantasa otras] integrada por proxenetas y "putas baratas". Y con eso queda dicho todo.

    Como dice el primer anónimo, la solución de España: la repoblación. O, como decía el añorado Leonardo Sciascia, el aeropuerto.

    Salud y serenidad.

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  5. Estimado profesor:
    Y ¿porqué no persiguen la excelencia, "prima facie" para ustedes y su desempeño diario, después para el sistema en el que están incluidos, y en último lugar para aquellos a los que otorgan el título?
    La pregunta con la que comienza su post tiene semilla de respuesta. Desde el momento en que abandonaron la búsqueda de la excelencia se autocondenaron al pasalavidafelizmentesihayamor de Luis Aguilé, los de la silla despachera, o todo lo más a contertulio, o politiquillo procaz, los que tuvieran vis pública.

    Eso es todo. A lo lejos alguien canta, a lo lejos.

    Un saludo.

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