Se han dirigido burlas contra un presidente
de algo (una empresa, una Administración ...) que se preocupaba por el olor de
su coche oficial y encomendaba a su conductor que cuidara este aspecto en sus
comprometidos desplazamientos. La verdad es que no entiendo la chanza porque a
mí me parece muy lógico: si seleccionamos el color del coche o de la tapicería,
si seleccionamos la música que queremos oír ¿por qué no el aroma que ha de acompañarnos?
¿Hay alguna razón para hacer de menos al sentido del olfato, tan digno como el
de la vista o el del oido?
De lo que queda en los renglones de nuestra
memoria lo más duradero e importante es lo que olemos y las grandes creaciones
se advierten antes por el olor que por el sabor. Así ocurre con el vino que,
cuando está cuidado con mimo y galanura, nos trae aromas de especias, de
hierbas salvajes, de violeta, de plátano, de chocolate, de almendra o de nuez
... hoy día se hacen ofertas de vinos que han sido seleccionados por sus
aromas. Cualquier espíritu sensible convendrá conmigo que el aroma a flores de
un Gewürztraminer es de las sensaciones que se quedan columpiadas en nuestras
melancolías. No es una casualidad que al catador de vino se le seleccione por
su nariz, no por su lengua. Recordemos, ya que hablamos de memoria, que, cuando
en casa de nuestras abuelas, olíamos las rosquillas de anís y comino sabíamos
que entrábamos en sagrado. Y que las monjas, si van al Cielo, no es por sus
rezos ni por sus misas sino por el olor que desprenden a pastas y a bizcochos.
Lo mismo ocurre con los buenos cigarros
habanos que el catador de prosapia antes huele que degusta. Y a Marcel Proust
se le agolpan los recuerdos de su infancia antes por el olor del té que por el
sabor de la magdalena, con ser su magdalena la más famosa del universo, como si
dijéramos, la diosa venusta de las magdalenas.
Y es que la nariz es algo muy serio.
Shostakóvich le dedicó una ópera y a este compositor hay que admirarlo aunque
solo sea porque Stalin lo persiguió, lo cual dignifica a cualquiera. Los únicos
que no saben valorar la nariz son los otorrinos que se enredan en sus
enfermedades sin advertir su belleza de la misma manera que el juez se enreda
en los preceptos procesales teniendo como tiene ante sus narices nada menos que
a la justicia.
En la vieja bohemia pero también en la
actual, sus sacerdotes que eran y son los poetas chirles, siempre se ha
detectado antes el olor de un bocadillo de chorizo bien grasiento que el ritmo
de unos versos alejandrinos.
Ahora hay tratamientos terapéuticos a base de
aromas y deberíamos entregarnos a ellos con disciplina de neófitos. Para no
engordar y ahuyentar el colesterol lo más recomendable no es atiborrarse de
fármacos como nos dicen los médicos sino oler. Debería haber restaurantes de
olores y en ellos pediríamos aromas: de fabes con almejes, de cocido madrileño,
de callos a la riojana, de botillo berciano y así sucesivamente sin que nuestro
hígado ni nuestras arterias padecieran.
Todo se salvaría si cuando la prosa de la
vida nos aturde, entrara la poesía de los aromas.
En fin, el aroma, los olores, son las pepitas
de oro de la ciencia. Al menos de la sociológica. Porque ¿cómo sabríamos que
España va muy mal si no fuera por el olor que despide?
"Sí querida. Todos sabemos por lo que estás pasando"
ResponderEliminarPero, esto ¿Qué es? ¿Un club de amigos? ¿Una terapia de grupo? Un club de fans. O un Gobierno.
Pero hay aun mayorías absolutas eternas donde está todo tan en calma y huele peor mucho peor, pero lo curioso es que ante tanto hedor los ciudanos somos aun capaces de aprecias el olor a roquillas, apreciar los tamos.. Y el olor a terruño, eso es lo imcomprensible.... Ante tanto hedor aun somos capaces de pronunciar principios grandilocuentes y quedar tan panchos... que bien suenan... Venezolanos de segundo orden es lo que somos- populistas de segundo orden. Constitucionalistas. Leyes imperfectas. Porquería... los primates europeos... Lo que pasa en Madrid pecata minuta. Pasará....