Por
distintas razones y algún azar que no me toca explicar en este momento, hace
años que veo proyectos de investigación de los que investigadores españoles
presentan para ser financiados por instituciones públicas en convocatorias
competitivas. He podido analizar en detalle bastantes y he observado también
las listas generales de temas, solicitantes, disciplinas y, en ciertos casos,
resultados finales. No tengo en esto más experiencia o autoridad que otros
colegas, sino menos, pero sí me considero en situación para dar algún consejo
no desdeñable o manifestar unas cuantas opiniones no infundadas. Aclaro, eso
sí, que entiendo más que nada de proyectos relacionados con el Derecho y las
diversas disciplinas jurídicas, aunque más de cuatro veces he tenido ocasión
para fisgar otros de algunas ciencias sociales o de humanidades. Todo lo que a continuación
expondré puede ser de alguna utilidad para juristas investigadores y, por
aproximación y en proporción a la distancia, puede que también utilizable por
los de otras ciencias no excesivamente “duras”.
Casi
todas las convocatorias y formularios, sean nacionales, autonómicos o
dependientes de cualquier Administración pública que financie, hacen que el
investigador solicitante deba completar y los evaluadores analizar apartados
como los siguientes: investigador principal, equipo investigador, con atención
en ambos casos a la previa experiencia de unos y otros, objeto de la
investigación que se propone, método de trabajo que se plantea, objetivos que
se quieren alcanzar y presupuesto de gastos. Iré expresando impresiones y
formulando consejos sobre cuestiones así en lo que sigue, en dos o tres
entregas.
(1)
El investigador principal es hoy, a
menudo, un asunto problemático. Antaño se ponía en ese puesto al catedrático
más prestigioso o miembro más experimentado del equipo, pero la ANECA y sus
criterios de acreditación han llevado a que los más jóvenes o no tan avezados
necesiten y busquen los puntos que da el haber sido investigador principal en
proyectos competitivos. ¿Consecuencia? Muchas veces, una pérdida de puntos en
la evaluación de ese apartado. No es que los evaluadores piensen que por ser
viejo catedrático ya se ha de dar la puntuación máxima o que por tratarse de un
investigador joven tenga que ser un inútil. Ni muchísimo menos, aunque alguna
que otra vez pueda colársele a alguno un prejuicio. Lo que pasa es que pueden
quedar a la vista dos problemas. Uno, la difícil defensa que tiene el hecho de
que vaya a dirigir los trabajos uno que de la materia sabe menos o en ella
tiene menor experiencia que algunos de los dirigidos. Otro, las posibles
dificultades de coordinación que se puede topar un investigador principal que
es novel y que tendrá que habérselas con otros de mayor veteranía o que llegan
ya con el colmillo retorcido.
Por
otro lado, y para equilibrar, tampoco es completamente creíble el cátedro vieja
gloria del que cualquiera sabe que anda ya medio gagá y que lleva un lustro sin
publicar una línea o que se dedica a su despacho y a sus negocios y al que la
investigación le importa un pito, salvo que dé dinero o le permita colocar a un
sobrino. Lejos de esos dos extremos del novato entre tiburones y el elefante
envejecido, hay que seleccionar al que vaya a dirigir el proyecto. Es buena una
relativa juventud, pero combinada con un currículum ya presentable. No es
imprescindible, para nada, tener la cátedra, pero espantan esos investigadores
principales que se pasaron veinte años de titular de escuela y ahora lo son de
universidad desde hace diez y que en toda su carrera han publicado tres
artículos nada más, y los tres sobre los derechos humanos de tercera generación
en el contexto de la globalización.
Consejos
en este punto:
a)
Búsquese un investigador principal ni muy joven ni muy agotado, con currículum
prometedor y en crecimiento y que parezca que quiere el proyecto por vocacional
amor a la investigación y no solamente para poder rellenar mañana el apartado
de proyectos en las aplicaciones de la ANECA o para pasarse tres años viajando
por la jeta a Brasil porque tiene una novieta (o noviete) allá. Pensarán
ustedes que no, pero esto último se capta enseguida. Podría dar ejemplos
espeluznantes que pasaron alguna vez ante mis propios ojos pecadores. Y no
digamos en convocatorias para estancias en centros extranjeros. Déjenme fingir
un ejemplo parecidísimo a bastantes reales, y a las cuestiones de género y
orientación sexual déseles la vuelta como se quiera, ya que hay paridad
perfecta en la picaresca.
Profesora
española de Derecho que solicita, a partir de convocatoria en vigor,
financiación para una estancia de investigación de seis meses en la Universidad
Pito Parado de la Patagonia. Uno piensa: caramba, qué raro destino, veamos
sobre qué tema va a trabajar, tal vez sobre algún capítulo de la historia del
Derecho indiano. Y no, es sobre “Derechos humanos y derechos de autor en
tiempos de la globalización”. Vaya, será que en la Universidad de Pito Parado
hay un gran equipo especializado en esa materia, o quizá un Instituto de
investigación sobre ella. Pero tampoco, ya que en el equipo receptor solamente
está una persona, el profesor Domitilo Jabalina Konfetti, abogado y enseñante
por horas en la carrera de Derecho de aquella universidad, concretamente en la
materias de Introducción al Derecho y Derecho del Mar. Bueno, mirémosle el
currículum a Domitilo, por si tiene doble vida académica o un pasado brillante
en Harvard. Ya se sabía que no, pero cursó un máster inacabado en…, tachán…, la universidad de la
solicitante. Blanco y en botella, que se dice: la aspirante española anda
buscando a Jabalina porque se quieren o, cuando menos, se desean. Sólo resta
echar un vistacito final a la Memoria, y en efecto: que la Universidad de Pito
Parado es de las más prestigiosas del mundo (aunque uno ya ha mirado en
internet y comprobado que son tres barracones y unos bustos del fundador, a la
sazón encarcelado en la actualidad), que el profesor Jabalina es reputado de
los que más y que está finalizando una monografía, que hará época, sobre “Los
derechos de los indígenas después de su exterminio: desarraigo jurídico en el
marco de la globalización”, que el susodicho profesor y la Universidad receptora
ponen a disposición de la candidata todos sus instrumentos y herramientas de
trabajo, amén de que se firmarán convenios y memorandos entre la universidad de
origen y la receptora. Y todo así. Inconfundible tufo. Por no disimular un poco
al amarse sobre el erario público.
b)
Importa que el investigador principal haya trabajado algo, a ser posible bueno,
sobre la temática del proyecto o sobre cuestiones cercanas. Hay que evitar el
efecto paracaidista, que produce pésima impresión. Profesor titular y cuarentón
de Derecho Eclesiástico del Estado, cuyas publicaciones, todas, tratan sobre
libertad de conciencia en el trabajo (su primer libro fue sobre “Problemas de
libertad de conciencia en los barcos pesqueros con tripulación multicultural:
un enfoque desde la globalización”, su libro segundo iba de “La libertad de
conciencia en los muelles y cofradías en tiempos de globalización: panorámica
multicultural”, coordinó un libro colectivo sobre “La libertad de conciencia en
el mar y la tierra: problemas globales” y ha sacado varios artículos referidos
a “La conciencia libre en los oficios marítimos”, “El mar y la conciencia libre
en la globalización” e “Itinerarios globales de la libertad de conciencia: una
singladura hacia buen puerto”. Bien, y ahora solicita proyecto de investigación
sobre “La violencia de género como problema de conciencia: una perspectiva interdisciplinar
y global”. En el equipo mete a diez de Derecho Eclesiástico, mitad hombres y
mitad mujeres, eso sí, a tres asistentes sociales y un economista que jura que
sabe inglés, un teólogo de la Carlos III, una socióloga de la Pompeu y un
médico de familia que es profesor asociado de Anatomía en una facultad de
Castilla-La Mancha. Oiga, no joda.
c)
El equipo tiene que estar adaptado al investigador principal y su capacidad de
coordinación y dirección, si es que no se ha optado por el otro camino, el de
buscar el mejor director para el equipo que hay. Un proyecto no va a funcionar
ni a dar resultados que merezcan la pena si no existen dos elementos: cierto
nexo de solidaridad, lealtad o afecto entre los integrantes del equipo, o, por
lo menos, un fuerte interés común, y algo de autoridad del que encabece ese
equipo. Los otros no le van a hacer ni puñetero caso para nada si lo ven así de
mindundi, si se tronchan a su costa o si les parece tontito y pedante. Por
ejemplo, no se trata de que un profesor titular o contratado que sean algo
jóvenes no vayan a poder dirigir un equipo con un puñado de catedráticos o que
en ello haya algo malo, si lo consigue; es que, por la psicología de los
catedráticos y la mala uva que se nos pone cuando pasan los años y seguimos
igual de feos y con más divorcios, no le van a hacer ni pizca de caso al
director si no lo tienen previamente en alta estima. Así que nada de buscar
grandes nombres y cátedros a tutiplén para los buenos proyectos que gobierne un
profesor joven y con proyección. Al contrario, ármense esos equipos con gentes
parecidas, en situación similar y que tengan más razones para cooperar que para
hacerse la cusca o montar escenas de celos y despecho en el despacho.
(2)
Vamos, pues, con el equipo investigador.
Dos prejuicios muy corrientes deben ser corregidos antes que nada: el tamaño y
la interdisciplinariedad. Cierto que suelen estar mal vistos y poco valorados
los equipos con pocos miembros, tres o cuatro personas nada más,
infravaloración también absurda y prejuiciosa a veces. Pero no por eso se van a
evaluar de modo favorable los equipos enormes, de veinte, treinta o cuarenta
personas. En equipos tan grandes, pronto salta a la vista que se han formado
por aluvión o con el típico “¿te importa que ponga tu nombre aquí y luego, si
eso, ya te invito a que vengas un día y nos des una conferencia?”. ¿Cómo le
dices que no a un profesor de una universidad que está a seiscientos kilómetros
de la tuya y que te pregunta si no tienes objeción para que te incorpore de
investigador a tiempo parcial en un proyecto que va a pedir a su Comunidad
Autónoma y que versa sobre “El levantamiento del velo societario en la era de
la globalización”? De mano, y por no columpiarte o por si hay truco, tú
preguntas sibilinamente que por qué se ha acordado de ti, si él, el
investigador principal, es de Derecho Mercantil y tú eres de Derecho
Eclesiástico del Estado. Pero pronto acaba con tus tenues prevenciones: jolín,
porque sabe que tú eres muy competente y tu currículum genial y porque te ha
leído aquello que publicaste sobre la constitucionalización de la enseñanza del
Derecho en un mundo con conciencia global (en realidad no era en un mundo con
conciencia global, sino en “la Europa de la conciencia globalizada”, pero no te
ofendes tú por esas minucias) y que le ha dicho Luis Benito Perillanes que
tienes tú mismo en tu universidad un grupo de investigación sobre el velo
islámico. No es propiamente un grupo, se trata de un Observatorio, le aclaras,
mas tu interlocutor te responde que genial y que a ellos les preocupa muchísimo
la opacidad de las estructuras societarias pero con un enfoque más global, así
como el tuyo, y que no te preocupes, pues no tendrás que hacer nada para el
proyecto y que ellos se encargan y además en la Consejería ahora está Pancho,
no sé si lo conoces, el que estuvo casado con Loli la de tu área y ahora sale
con Remedios Consuegra, la prima del rector de una privada que no me acuerdo
cómo se llama. Total, que aceptas con gusto y así consiguen a cincuenta más
como tú y es un equipo como para llenar un estadio y multidisciplinar del todo.
Bueno,
pues un equipo así normalmente va a ser mal calificado por los evaluadores, ya
que presentará problemas de disparidad temática, faltará un enfoque o método
aglutinador y, sobre todo, se detectarán problemas de coordinación del trabajo
y de producción de resultados que no sean un mero amontonar lo que cada uno de
los integrantes vaya publicando esos años sobre cualquier cosa.
Es
como lo de la interdisciplinariedad o multidisciplinariedad. Las convocatorias
suelen poner que se prima, y cuando es razonable sí que se valora para bien.
Pero los desmadres de toda disciplina a cien y viva la promiscuidad teórica
tampoco acostumbran a ser bien vistos por evaluadores y comisiones. Supóngase
que yo mismo planteo un proyecto sobre algo de lo mío, no sé, los derechos
humanos en la globalización, con especial atención a los derechos de los niños.
Algo así, poco trabajado y en lo que todavía quepa innovar muchísimo, además de
difícil que te mueres, porque son asuntos muy técnicos que no se prestan a la
retórica de baratillo. Bueno, pues para ese tema presento un equipo por mí
encabezado, en el que están otros diez colegas de mi área que en su prostituta
vida han trabajado sobre derechos de la infancia ni tienen hijos ni nada; los ocho
de Eclesiástico del Estado de mi Universidad porque me lo han pedido ellos con
el buen argumento de que a ver si vamos a creer que los niños no tienen libertad
de conciencia y que de los derechos humanos ése es de los que más (a la
entrevista vinieron con un libro de uno de la Carlos III que demostraba que en
efecto); dos de Derecho laboral porque se me ocurrió que lo del trabajo infantil
y tal y uno va para cuñado mío; dos de Medicina, concretamente de Cardiología,
porque ahora está muy de moda lo de las neurociencias y al parecer va a haber
cambio de paradigma en cosas; uno de Patología Animal que está acabando la
carrera de Derecho y por si todavía le damos al tema un entronque con lo de los
derechos de los animales en un planeta global; cuatro de Ética que andan locos
por acreditarse y que cómo no van a estar en un tema de derechos humanos,
aunque uno de ellos sea especialista en el concepto de Sein en Schopenhauer, otro se haya dedicado a la ética de los
negocios, y los del par que queda estén, desde que entre sí se casaron, entregados
a la ética de los nuevos modelos de familia y lleven ellos mismos un proyecto
sobre “Familias globales y familias locales: esencias deslocalizadas y
localidades esenciales”. Claro, también va a estar el teólogo de la Carlos III,
que se apunta a todas y al que toda comisión evaluadora echa de menos si no
aparece y porque el tío siempre critica al Papa. Y así hasta cincuenta o
sesenta y de unas veinte disciplinas distintas.
Pues
no, muy mal. Lo interdisciplinar solo vale y se toma en consideración
generosamente cuando se cumplen algunos requisitos de cajón: que el tema lo
sea, sea tema y no tomadura de pelo para fingir que se estudia mientras se va
uno a Venezuela a lo que va (pero de los temas hablaremos en la siguiente
entrega), que las diversas materias que participan tengan pito que tocar en esa
cuestión que se investiga y que se justifique a base de bien cuál es el enfoque
de cada una de esas áreas sobre el objeto que se investigará, cómo se van a
integrar esas diversas aportaciones y con qué método cabe tratar los resultados
conjuntos y para qué. La muy típica cláusula de “al final de la investigación
se publicará un libro conjunto con las diversas aportaciones de las disciplinas
participantes” es la mejor demostración de que no había un proyecto para
investigar entre todos, sino patente de corso para que cada uno hiciera lo que
le daba la gana, si es que alguna gana le daba. Así que leña.
(Continuará)
No solo te rindes y quieres dejar el papel de chivato sino que ahora te pones a alentar prevaricaciones con los aspirantes a investigadores. Record de corrupción.
ResponderEliminarEn sero, la denominacion de proyectos y personajes es maravillosa.
A veces cuesta un poco de trabajo entender a algunos anónimos, francamente. O será que se meten algo.
ResponderEliminarO a lo mejor es teólogo de la Carlos III. Que fue un ejemplo inventado al tuntún, mujer.
ResponderEliminarSimplemente genial
ResponderEliminarYa sé que lo que se dice en el artículo es chanza y frenesí milonguero. Pero es que suena tan familiar...
ResponderEliminarNo sé si habrá tanto que investigar. No ya si dará para tanto investigador, sino si existirá tanta materia ignota, tanto saber recóndito, tanto arcano ubicuo y peripatético (lo digo porque no se estaban quietos éstos).
¿Habrá vida después de la investigación? y sobre todo ¿qué ocurre con los investigandos cuando su infatigable quehacer finalizan, impasible el ademán?
Tanta procesión, al paso alegre de la paz, abre el apetito intelectual a cualquiera. Por cierto, ya es primavera en el Corte Inglés, hablando de intelectualidades.
Un saludo.