Andrés Trapiello, en La Vanguardia, canta algunas verdades sobre cierto arte contemporáneo que pasa por rupturista y que es gilipollez enlatada y timo para pijos sin corbata. Conforta que Trapiello se atreva a proclamar lo que tantos piensan y callan para no parecer poco finos o algo reaccionarios o de mente estrecha. Que viene a ser como notar que te están atizando por parte no santa y sonreir para no parecer apocado.
Yo, puesto a darme al arte conceptual, a la Bienal de Venecia mandaría a algún rector universitario en una jaula y permitiría a la gente echarle cacahuetes y manzanas.
Con el tiempo también podremos presentar allá o en Basilea o Kassel un Tribunal Constitucional casi entero. Como lo de los escombros de ahora, pero con más vidilla y unos saltimbanquis.
Lo de Andrés Trapiello pueden leerlo aquí.
PD.- Hace unas semanas, en Coimbra, escuché una conferencia de un ex rector de aquí que luego siguió en variados carguetes o con pintorescas encomiendas, hasta hoy. La conferencia versaba sobre tema de su especialidad. Vergozoso. Me cuenta eso un estudiante mío y me lo cargo, seguro, por descarado y por no dar ni golpe. Eché cuentas y lleva más de quince años sin estudiar de lo suyo, a lo que se suma que cuando se hizo rector por algo sería y que lo que se dice vocacional no parece. Un vocacional de la academia y la investigación, aquí, no se mete a rector, por lo mismo que un futbolista de élite en edad de fichar y competir no se presenta a masajista o cocinero del equipo ni se empeña en ser el que reserve los hoteles para cuando los de la plantilla viajan. Bien, pues que cada cual siga la llamada de su selva, pero a los que se apartan y se dedican a hacerse la manicura en los reglamentos o a firmar convenios en Tegucigalpa que no se les permita luego hablar de lo que no saben ante auditorios que se dan cuenta de que están como burros y que por eso vamos como vamos, porque nos gobernaron y nos gobiernan. Que se callen, coño. O que los pongan en lo de la Bienal y peroren allá ante un público que piense que es una performance sueca.
La autora se llama Lara Almarcegui, y se puede leer una entrevista con ella en el siguiente enlace: http://www.elperiodicodearagon.com/noticias/escenarios/lara-almarcegui-artista-aragonesa-en-bienal-de-venecia-mi-trabajo-es-una-critica-sector-inmobiliario-_857241.html
ResponderEliminarPor más que miro las fotos y leo la entrevista, no encuentro el valor artístico del asunto.
En todo caso, dos preguntas sencillas:
¿Es necesario, o al menos útil?
¿Nos lo podemos permitir?
Para mi, la respuesta es NO en ambos casos.
Saludos
En mi modesto entender, arte es lo que hacen los artistas.
ResponderEliminarSin querer entrar en el mensaje, la expresión o la visión, entiendo que es el observador la medida del mismo.
Al final, arte es también lo que hacen los observadores de la obra artística. Quizá ese "meta arte" sea el único arte posible.
¿Quién sabe? y sobre todo ¿cómo se puede saber?
El criterio de la utilidad o de la necesidad parecen más propios de otras actividades humanas (de hecho parecen muy poco humanos) y al final, ¿dónde está la utilidad? ¿qué necesidad es ésa?
Solo por incordiar, la estafa requiere engaño bastante...es difícil verlo en una evidencia tan corriente como la que la autora plantea. Y aunque califiquemos el dolo, toda obra de arte debe ser dolosa...esto lo digo solo por incordiar, hablar por hablar.
-Metafísico estáis,
ResponderEliminar-Es que no como.
Los bienes disponibles para cubrir las necesidades humanas siempre son escasos, y queramos o no, hay que decidir cuales son las prioridades.
Es claro que los humanos también necesitan alimento para su mente,pero antes que gastar el dinero en chucherías, es preferible emplearlo en dietas saludables.
Como servidor al final es cateto y de pueblo, prefiero que se inviertan 400.000 € en becas (para estudiar Historia del Arte, porqué no) antes que en pagar la instalación de Dña. Lara Almarcegui.
En todo caso, comprar un camión de escombros por 75.000 euros me parece muy caro y me aún me faltan otros 325.000. Supongo que D. Francisco de Goya compraba sus pinturas a precio de mercado...
Saludos desde Almería
Estimado Juan Carlos,
ResponderEliminarLa "artisticidad" de una obra depende en parte del juicio del receptor; es evidente. Pero también lo es que "Las meninas" o los "Nocturnos" de Chopin tienen bastantes más posibilidades de que los receptores les encuentren la artisticidad que a mis garabatos y a mis escarceos con el piano.
Sintomáticamente, los artistas autorizan al receptor entusiasta y desautorizan al receptor indiferente. Si la artisticidad de la obra depende del espectador, la condición de (buen) espectador la concede el artista, según le convenga.
En efecto, no se puede dudar de que son unos "artistas".
Señor Llerena,
ResponderEliminarNo subestime el pragmatismo de artistas, comisarios y marchantes. Por supuesto que esta obra almarceguiana es utilísima: unos cuantos se han forrado con las ruinas (del erario español).
Trapiello, el profesor y, en esta línea, ahora también Avelina Lésper:
ResponderEliminarhttp://www.vanguardia.com.mx/noticia-1362825.html?se=nota&id=1362825
Perplejo y Llerena
No es que no comparta, que lo hago; es evidente que son unos "artistas" todos y que es un arte muy "útil" el que nos "practican".
Pero tampoco me gusta la institución del censor, ya sea leído, o ni aún así, o tal que cualificado, porque ambos son meros transmisores del pensamiento único y nos hacen crecer el Imperio y esta temporada se lleva ya bastante crecido.
Será que llega el verano, será; y por eso ahora defiendo yo el arte por el arte delante de una paella, allá donde el chiringuito.
Estamos, ya, muchos de acuerdo pero a mi no me gustan los censores, no quisiera ser yo uno (quizá si pudiera ser uno y trino...)
Un saludo a todos, sigo con lo mío.
Estimado Juan Carlos:
ResponderEliminarSea cada uno libre de escribir, pintar, esculpir, construir, o componer lo que quiera o las musas le concedan. Y no haya ninguna clase de censura.
Pero si ello ha costearse con dinero del común, los gobernantes debieran ser muy mirados y cuidadosos, al igual que con toda clase de gastos, pero en especial, con los de lujo, ornato y solaz.
Estimado Juan Carlos,
ResponderEliminarSigamos con el gozoso "hablar por hablar".
1) Lo de Lésper no deja de ser una de tantas miopías: la de tomar el todo por la parte. Claro que la mayor parte del "arte contemporáneo" es malo. Como lo es la mayor parte del arte del s. XVIII. Los genios que ella reivindica son siempre una ultraexcepción.
2) Es cierto, sin embargo, que en otros tiempos arte y artesanía eran apenas distinguibles. Y el artista no se consideraba tal hasta haber "aprendido el oficio", por lo que -aunque las obras geniales eran tan escasas como hoy- había menos basura. Desde que el artista se considera una suerte de "pequeño Dios", el nivel de disparate y delirio artístico "espontaneísta" se ha multiplicado exponencialmente.
3) La mayoría de los artistas son en efecto unos "artistas": denuestan la academia, los museos y el mercantilismo artístico mientras conspiran como venecianos para que las academias, los museos y los mercados se rindan a sus pies.
4) Si -como bien defienden los artistas cuando les conviene- la "artisticidad" de la obra la dirime en última instancia el receptor, tan justificado está el aplauso como el abucheo, la calificación de "obra maestra" como la calificación de "basura". Es incoherente autorizar al espectador que aplaude y tildar de "censor" al espectador que abuchea.
5) Cuando es un cliente privado quien adquiere la obra, tiene plena libertad para gastarse los cuartos en lo que le dé la gana; pero cuando media dinero público hay que justificar cabalmente ese desembolso. De lo contrario, los sufridos contribuyentes podrían padecer los desmanes de un político venal que se emperrara, por ejemplo, en pagar a precio de oro (¡oh inalcanzable sueño!) mis propias deyecciones pinchadas en un palo.
Saludos y trinos.
Ah pero claro, Llerena, cuando de los míos dineros hablamos no ha lugar la enmienda.
ResponderEliminarYo no sé esta manía burguesa, tan de anuncio cervecero o de tarifaplana movible, de considerar como propios, ya sea en parte o por infusión, los dineros públicos. Esta tontería tan nuestra ahora de creer que somos lo público o que lo público se hace con la suma de cada nosotros y nos imaginamos el Estado como una fila interminable de hombrecillos que fueran dejando una parte de su sombra, o de su recuerdo, en llenar esa gran ubre pública y de lo público engordada así.
El Estado, ahora como siempre, son cuatro con gorra. Los demás, todos, no pintamos un caracol salvo, quizá, cada cuatro años y para poco y según la manera, Llerena.
Bien está que nos parezca mal, que queramos ser, salir, gozar...pero hoy no va a ocurrir eso.
Los que mandan se gastan los dineros en aeropuertos o escombreras varias porque pueden en primer lugar y en segundo, porque ellos son lo público y ésos son sus dineros pues son ellos los que impunemente los manejan.
Entiendo su confusión y de ella deduce usted el comportamiento exigible, mas debo recordarle que ninguna norma o institución le apoya. No existe la ley que obligue al que manda a actuar como usted dice, no existe el policía que lo detenga, ni el tribunal que lo juzgue, más allá del teatrillo tertuliano de la sobremesa tan lobotomizador a la par que refrescante. La sociedad del espectáculo, vamos.
Perplejo, es que al final todo es el observador. El artista en cuanto que artesano ya no tiene cabida en esta sociedad sin oficios.
Producimos, como sociedad, estos artistas, y denostarlos es reconocernos en ellos. Todo misantropía porque ellos son solo nosotros, y aún quizá otro nosotros.
Yo no me atrevo a censurar teniendo ahí el tiempo que juzga tan bien y tan aseadamente. Ya decidirán otros.
A mi no me interesa el arte sino el artista. La medida me la da el hombre, no la cosa y si en él veo a una artista, arte será lo que él haga.
Disculpen el rollo y el destiempo, ando liado con los exámenes pero, por otro lado, como el profesor nos ha dado barra libre hasta el lunes...
Estimado Juan Carlos:
ResponderEliminarCon sus dineros cada cual puede hacer lo que le venga en gana. Si alguien quiere pagar de su bolsillo a un sujeto que levante una pirámide de mierda en un solar, con perdón, es muy dueño de hacerlo. Y si, además, hace en papel couché a todo color, un folleto del evento con doscientas páginas de alabanzas de críticos, semblanzas del artista y similares, pues muy bien para los críticos, el artista y el dueño de la imprenta.
Pero con los dineros pretendidamente públicos, no.
Una cuestión previa: ¿por qué son públicos esos dineros? Pues porque con esa excusa o justificación nos meten la mano en el bolsillo y, queramos o no, nos lo vacían. No son públicos por infusión, sino por exacción.
La fila de hombrecillos no deja parte de su sombra, sino parte –y grande- de su trabajo, en alimentar las ubres públicas. Y de ahí que, muchos queramos saber y controlar quien chupa de ellas y porqué lo hace.
Todos los meses pago los gastos de la comunidad del edificio en que vivo. Y me jodería grandemente enterarme que el presidente ha gastado parte del dinero en poner su retrato al oleo en el portal, aunque sea del mejor pintor del momento.
Saludos desde Almería
Justamente Llerena, y sin querer crear debate, cuanto menos intercambio de pareceres, el hecho de conformarse mediante la coacción, como bien apunta, ya convierte en ajeno a lo público.
ResponderEliminarAún, si fuera voluntario, podría sostenerse esa teoría suya, como de tantos, de que formamos parte de lo público y sus gestores nos han de rendir cuentas.
Pero hete aquí que no es así. La ubre engorda a la fuerza de tantos, o a pesar de algunos.
El Estado no son los ciudadanos y el voto no es un contrato, pues si así fuera no estaríamos, usted y yo, hablando en estos términos ni sobre estas cuitas. Los ciudadanos están sujetos al poder pero son ajenos a él, solo están subordinados al mismo.
La indignación contra los gestores elegidos viene, en mi opinión, de este error. Las promesas de otros mundos futuros, de honestos mesías de lo público, de un puestito de telefonista con pantalla para el niño leído y con idiomas en fin, parecen darme la razón, esas promesas serían innecesarias si no fuéramos ajenos.
Lo público es solo una entelequia que desaparece en el monedero del poder. Es la calderilla del poder representado, casi elegido, de nuestras democracias.
Quizá de ahí el empeño publicitariamente consensuado en que no se viva, en que migremos a la pantalla y sus formatos diversos, perennes, multicolores. ¿Dónde queda lo público si todos somos memoria, si solo somos píxeles, avatares cambiantes, diríase que mera luz, inmigrantes digitales mendigando la última actualización del visado?
Habla usted de lo público, Llerena, y yo no sé de qué me habla.
Un saludo.