Viajé
el pasado jueves a Alemania y regresé ayer, domingo. Dormí tres noches en
Münster, ciudad universitaria de Renania del Norte-Westfalia. Mucho frío, pero
gran alegría callejera con los mercadillos de Navidad en todo su apogeo y
enorme cantidad de gentes visitando la ciudad. Desde hace dos o tres meses
estaban reservadas todas las habitaciones de hotel para estos días. En Alemania
no se nota la crisis, porque no hay crisis allí. Gran ambiente en las tiendas
tan bien adornadas para la época, calles iluminadas con buen gusto,
restaurantes y cafés repletos de clientes. Al volver a León me pareció muy
triste la ciudad y tenebrosa su oscuridad prenavideña. En Alemania, por cierto,
echaron de los gobiernos de Merkel a dos ministros por haber plagiado algunas
cosas. A lo mejor tiene que ver lo uno y lo otro, su poca crisis y la poca ventilación
de la cueva de ladrones en la que nosotros moramos, agazapados, esperando a que
escampe y a que vuelva el botín a dar para repartir y comprar conciencias.
Lo
que más me llamó la atención, sin embargo, fue el reencuentro con la Academia
alemana, con el estilo de los profesores universitarios de allá. Pasé bastante
rato pensando en los contrastes con lo nuestro, y voy a explicar por qué.
El
motivo del viaje era asistir en un pequeño simposio de un día, en homenaje a los
ochenta años de un viejo y prestigioso catedrático jubilado, al que se le
entregaba también, al día siguiente, un libro homenaje. Los asistentes a todo
eran profesores, alemanes la mayoría y con sus años a cuestas los más. El día
primero, viernes, ponencias y debates doctrinales con abundantes peticiones de
palabra. El sábado, un acto de homenaje más directo a aquel profesor, con
discursos varios, una conferencia de una hora y una charla del propio
homenajeado. Unas tres horas en total, antes de comer todos juntos allí mismo y
de que el agasajado invitara a un café con tarta en su casa. Nadie protestaba
ni se iba ni enredaba con el móvil ni ponía cara de estar a disgusto y andar con hemorroides.
¿Qué
es lo que me choca? Pues eso, que los presentes estaban encantados oyendo
hablar de Derecho Público y Filosofía del Derecho, pues todos eran y éramos académicos
dedicados a los menesteres jurídicos y iusfilosóficos. ¿Y qué pasaría si un
acto así se intentara en España de ese modo? Resumo:
a)
Iría poca gente, estrictamente los que no podían escapar, por ser muy grande su
compromiso. Pero casi todos los presentes estarían con gesto resignado y sin ganas y pensando que qué
mala suerte no haber dado con una buena disculpa para poner tierra de por medio.
b)
Con las ponencias y conferencias para tal ocasión, los reunidos pasarían por
varias fases. En la primera comentarían entre sí que menudo rollo y que ahora
mira lo que tenemos que oír y que todo esto para qué y encima mañana se acaba el plazo para redactar la guía docente de Derechos Humanos de Cuarta Generación, que es una optativa que va a empezar en el Grado. Luego comenzarían muchos
a jugar con el móvil, otros se dormirían y al despertar fingirían que tienen
que salir por algo muy urgente y volverían exactamente para la foto final.
Ah,
pero aquí ya no engañamos. Ni es que estemos tan ocupados ni que se nos mueran
siempre las abuelas esos días. La explicación de nuestras actitudes, en el
fondo, todos la conocemos: no nos gusta estar en esos actos académicos donde se
conversa y se debate, porque estamos acomplejados por lo poco que sabemos y por
lo mucho que trampeamos en escritos, clasecitas y posturas para la galería y
los currículos. En todas partes hay de todo, pero más de la mitad de los
profesores universitarios españoles que conozco, en el campo del Derecho, odian
profundamente todo lo que tenga que ver con su especialidad y que no se refleje
positivamente en la nómina. Los congresos, seminarios y simposios les parecen
bobadas y pérdidas de tiempo, los homenajes a otros les dan envidia, celos y
urticaria, la sociabilidad y las conversaciones con los colegas las rehúyen
porque se sienten muy inseguros, los temas de fondo que se pueden debatir no
les importan porque suelen ignorarlo casi todo sobre ellos y no hay propósito
de aprender. Súmese a eso que vivimos los docentes universitarios españoles en plena
alienación familiar-burocrática, atrapados en esa pinza entre los hijos que
tienen a todas horas actividades extraescolares a las que no pueden ir solos ni
aunque sean ya de quince años, y los mil y un papeleos y carguetes que muchas
veces hasta nos buscamos para tener disculpa al no aparecer en conferencias
ajenas y seminarios o congresos.
No,
las diferencias que marcan la pauta no son de dinero ni de medios en general ni
de regulaciones, obedecen a mentalidades y actitudes. Aquí no somos
profesionales de la investigación y la enseñanza, no somos profesionales en el
más pleno sentido de la palabra: ni nos identificamos con nuestro oficio ni nos
enorgullecemos de él ni cultivamos una ética del buen desempeño en él ni nos
avergüenza ser unos escaqueadores y unos saboteadores y unos acomplejados del
carajo. Ya lo he dicho aquí muchas veces, si en una universidad española se
quiere hacer algo similar y tan sencillo como lo que hace un momento expliqué,
se produce ese día una desbandada en la correspondiente Facultad y se oye el
tenue ruidillo que al huir apresurados los ratones hacen con sus patitas, un
rumor como de timidez, hastío y mala leche porque no lo dejan a uno limarse las
uñas en paz en su despacho o chatear un poco con Loli sobre lo que hicimos el
fin de semana.
Ah,
pero si del evento en cuestión hay certificados, todos los críticos en fuga y
los que dicen que qué chorrada esto de los seminarios y debates y que, hija,
como si uno no tuviéramos más cosa que hacer que andar escuchando ponencias,
todos estos se matan por tener el papelito para meterlo en el currículum y
presentarlo para acreditaciones y similares. Se les agrieta el cutis con las
reuniones científicas, pero no ven objeción a un sistema de ascensos y
promociones que incita a falsear medio currículum y a dar gato por liebre en todo cada
dos por tres. Es más, les gusta el sistema porque les permite tener documentos que
certifiquen que, sin haber estado allí o hecho allí nada, participaron en todo
eso que desprecian.
Quiero
ser alemán, caray. Siempre lo quise, desde que caí por Múnich con veinticuatro
años, pero me vuelve el empeño cuando, de pascuas a ramos, retorno a aquellas
tierras de teutones. Dígase lo que se diga, y en lo que a mi oficio toca, allí
hay universidades y universitarios, mientras que aquí, en España, apenas
tenemos más que garitos llenos de resentidos, tiralevitas y zánganos que,
encima, se permiten abominar de lo que desconocen y sabotear cuanto los delata.Y más cuando llegan a rectores.
He de confesar que mucho disfruté en Tübingen mientras Paco ultimaba sus libros de los Maestros alemanes, de los homenajes a los profesores que se jubilaban, de los seminarios... Un resumen de las diferencias entre las Universidades alemana y española se recoge en el libro que citaste el otro de Paco Juristas y enseñanzas alemanas. En fin me alegro mucho de esa bocanada de aire universitario y del recuerdo que nos has traido de Münster ciudad en la que se consiguió acabar con las guerras de religión. Y ahora seguimos con las guerras que nacen de la confusión entre Estado y Nación. Salud
ResponderEliminarEse anónimo es Mercedes Fuertes que el teléfono me ha impedido escrbir.
ResponderEliminarHe de decir que he participado en homenajes de ese tipo en física, que es lo mío, y puedo confirmar el ambiente de discusión, académico, y la discusión divertida con excursiones filosóficas, el cotilleo de los antiguos tiempos (qué fue de aquél, ah qué cosas hacía aquel otro). Pero que afortunadamente en físicas en España el comportamiento de los colegas no es como el de los juristas, tal vez sea porque muchos de ellos han pasado años y años de postdoc en Alemania, en los Países Bajos, Suecia, Massachusetts o California. Y porque en el CSIC y en varias facultades españolas, hasta la desbandada de ahora mismo, se escuchaba bastante alemán e inglés en el pasillo y en los despachos hay o había nombres 'raros' como Müller o Martin o Schmidt que son 'técnicos superiores de investigación' (oh, postdocs, qué cosa). Eso sí, cada vez menos. Hay que volver a lo de antes, a los modales hispánicos y a la universidad franquista, que es el futuro que ha vuelto. Saludos desde Renania.
ResponderEliminarHace unos años organizamos un congreso en la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia. Tan grande se nos hizo que tuvimos que echar mano de una agencia para que nos ayudase con credenciales y reparto de material. Las azafatas, acostumbradas a congresos de juristas o médicos, estaban impresionadas. Esos astrónomos no sólo iban vestidos 'raros', sino que estaban todo el día escuchando las charlas y trabajando en lugar de irse a la playa. Lo comentaban con nosotros en plan entre 'qué tontos son' o 'admirable'.
ResponderEliminarPor cierto, yo tanto he querido ser alemán, como el articulista, que incluso he dado media vuelta y he pedido la excedencia para vivir en Alemania y que mis hijos crezcan junto al Rin y vayan en bici como en Münster. A pesar de lo que he dicho sobre los físicos y de muchas sanas excepciones, confirmo mi desagrado en los últimos años por tanto tiralevitas, arribista, pesetero y zángano, en todos los niveles.