Al profesor universitario español le está pasando algo muy raro, se ha
vuelto un ser apresurado y descortés por apresurado, un tipo que aparece con
cara de apuro, suelta aceleradamente su discurso y pone pies en polvorosa, se aleja
a la carrera como alma que lleva el diablo. ¿Por qué será? Lo más caritativo
sería pensar que porque cada día trabajamos más los profesores, que nuestras
tareas se multiplican y el tiempo no nos alcanza para tanta y tan exigente
labor que nos atosiga. Pero, francamente, tengo mis dudas. A muchos de esos
mismos los invitas a un viaje de tres días a las Bahamas y resulta que sí
disponen de tiempo para ir y hasta para quedarse un rato más a disfrutar del
sol y la playa. A lo mejor lo que pasa es simplemente que hemos perdido la
elegancia, las formas y la mínima cortesía académica o que hemos descubierto
una nueva manera de hacernos los importantes a base de aparentar ocupaciones y
gran estrés. O que le hemos perdido la afición al oficio y en verdad corremos,
sí, pero a meternos en casa a ver la tele o a jugar en el ordenador.
Hablaré de las gentes de Derecho, que son las que conozco, si bien
sospecho que no será tan distinta la situación por otros lares. Cuento una
historia real, sin entrar en detalles. Congreso grande e importante, dos días
de ponencias. Es en una universidad española, una de las mayores. Carga con
todos los gastos una universidad latinoamericana y las conferencias están repartidas
entre profesores de allá y de acá. De esa otra nación vienen muchos y convocan
a otros más que están en España investigando. Comienza el congreso y los
extranjeros que organizan y financian se quedan sumidos en la más absoluta
perplejidad. Los profesores de aquí no se quedan a escuchar a los otros, ni a
sus compañeros de universidad ni a los que vienen de fuera. Cada uno de los
españoles llega a la carrera a la hora de su intervención, explica lo suyo y pone
pies en polvorosa. De los que no tienen ponencia no se acerca ni uno, a lo
mejor están ofendidos. En la sala no permanecen más que los extranjeros. Pensaban
los que ponían el dinero organizar el congreso de vuelta en su país e invitar a
los nuestros, pero se quedan llenos de dudas. Aquí les han hecho un desprecio
considerable.
No me sorprende demasiado la historia, pues veo a menudo esos
comportamientos. Lo interesante es preguntarse por qué pasa eso. Creo que
concurren y se combinan varias explicaciones:
a) El profesorado universitario español ciertamente y por regla general
anda escaso de tiempo. ¿Porque cada día produce más y se vuelca más fuertemente
en su trabajo? No. Algunos datos que he comprobado últimamente me indican que
la productividad científica está bajando, al menos en los campos que me
resultan más familiares, los del Derecho y las ciencias humanas y sociales.
¿Entonces? Precisemos un poquillo.
Las clases. El sistema boloñés de enseñanza ha vuelto más complicado lo
de cambiar las horas de docencia de cualquier día. Esto en sí no es malo, quizá
nos permitíamos demasiadas alegrías al jugar con horarios y enseñanzas. Pero en
honor a la verdad he de decir que ni solemos tener cargados de clases todos los
días de la semana ni todos los meses del año, algo más ha de haber. Y,
ciertamente, hay mucha burocracia que ata y mucha reunión inútil a la que no se
puede o no se quiere faltar. El profesorado se está especializando a marchas
forzadas en rellenar papeles de trámite y en cumplimentar aplicaciones
inverosímiles. Todos los días se acaba un plazo para algo que en el fondo no importa,
pero que parece que hay que hacer.
b) El que quiere puede. Usted ofrece cien euros por una mañana entera y
la mayoría lo dejan todo para ir a ganárselos. Lo que decae a gran velocidad es
el interés por escuchar a compañeros y colegas y las ganas de entrar en debates
científicos y doctrinales. ¿Por qué? Varias razones para esto:
- Viste mucho lo de hacerse pasar por ocupadísimo y difícil, el
aparentar un ritmo laboral muy exigente. Algunos lo tienen de verdad, otros
disimulan e intentan dar el pego.
-La cortesía académica y colegial está desapareciendo, si es que no se
ha esfumado ya del todo. Hay quien piensa que se rebaja a sí mismo si se queda
a escuchar a otro, y hasta si se disculpa por escapar como si lo persiguiera el
cobrador del frac. Nos vamos volviendo burdos y ferozmente descorteses.
- Estamos en una galopante fuga a la vida privada, los universitarios se están
haciendo muy de su casa y de sus labores hogareñas y familiares. Cuando uno era
bien joven casi nunca se oía esa disculpa de no puedo asistir o no puedo
quedarme porque debo llevar a la niña a ballet o al niño a judo o porque esta
tarde me cambian las cañerías del baño o porque cumple años mi suegra y tenemos
merienda. Ahora sí, es lo más común. Hablan en una universidad dos premios Nobel
y los ausentes han justificado su inasistencia porque es el último día de las
rebajas o hay reunión en el cole con la tutora del hijo pequeño. Y, más allá de
tales pretextos, sentidos como reales o puestos para disimular, el personal se
ha hecho muy de su madriguera, muy de horario funcionarial y hábitos ratoniles.
Y de tomar solamente agua mineral y lechuga. También se han perdido los hábitos
de conversar y el gusto por debatir. Apetece mucho más estar en zapatillas en
casa o mirando el correo electrónico en el despacho de uno.
Sea por lo que sea, usted le dice a un compañero que mañana estará en su
Facultad y disertará ahí una figura mundial de su propia disciplina, y a ese
interlocutor o interlocutora se le enturbia el gesto y se le va la color, hace
mutis cariacontecido con un qué faena, tengo gimnasio a esa hora o he quedado
con el técnico que me arregla el frigorífico, pero ya veré si saco un rato y
puedo pasar un momento. Y no pasa, no vaya a encontrarse con el visitante y a
ver de qué hablamos o qué me pregunta sobre lo que yo hago cuando no estoy
masajeándome el juanete.
Hay situaciones curiosas y
tristes. Viene desde un país lejano un buen profesor de Derecho tal o cual y me
cuenta que tiene mucho interés en entablar relaciones con los colegas locales,
hacer convenios de intercambio e invitarlos allá. Yo le digo que sí y que a ver
si se dejan ver, y pienso que no van a dar señales de vida y que hasta se
ocultarán un poco. Y en efecto. Ese día salen por otra puerta o cambian de
horario para no toparse con nadie.
Es lo que hay, un signo de los tiempos y un buen indicio de cómo andamos
y en qué nos vamos convirtiendo. En tímidos y chiquitines, en acomplejados e
indiferentes, en pasto de la inanidad.
Me gusta leerle, es muy didáctico, y no es tarea fácil, gracias.
ResponderEliminarUn inciso; si realmente deja de asistir a la ponencia del "nobel" por interesarse por su hija no me parece mala cosa.
Por favor, donen sangre, ya.
ResponderEliminarUn saludo.
David.
No se respecto a España, pero haciendo referencia a otro país de Europa Occidental, diría que la otra razón es que la calidad de las ponencias generalmente es muy baja y que hay suficiente desorden y pobreza metodológica en el derecho como para que no hayan "líneas de investigación" interesantes que conecten a investigadores diversos. O se trata de novedades judiciales -periodismo prescindible-, o cada cual hace lo suyo.
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