(Publicado hoy, 12 de mayo, en El Mundo)
En estos días es frecuente
enarbolar la bandera de Más Europa o de Menos Europa: la primera por los
convencidos europeístas, la segunda por los nacionalistas y euroescépticos.
Como se ha convertido en un tópico y de los tópicos hay que huir porque
emperezan las entendederas, prefiero hablar de una Mejor Europa: más eficaz,
más sólida y más democrática. Y en la que ha de brillar la idea de la
solidaridad, versión moderna de esa fraternidad que se halla en el frontispicio
de la Revolución francesa. Se trata de la seña de identidad que ilumina sus
políticas más comprometidas: las representadas por los fondos estructurales y
regionales, por los fondos de desarrollo rural, los de cohesión, el marítimo y
pesquero, etc. que han supuesto un río de dinero que ha ido desde los estados
ricos a los pobres. Hoy día superar la brecha entre países acreedores y
deudores es una tarea imprescindible si queremos curar las heridas producidas
por la crisis. Porque una Europa unida es una Europa de vecinos, no una Europa
en la que unos pasan la factura a pagar a los otros.
Hay una realidad terca que no
debe olvidarse: en todo territorio donde se arría la bandera de la solidaridad,
se iza la del nacionalismo.
Esta visión de Europa exige una
política económica cada vez más integrada que incluya inversiones comunes, la
asunción de una deuda común gestionada por un Tesoro común, y un control de los
presupuestos nacionales a cargo de las autoridades europeas.
Sectores donde las inversiones
comunes pueden convertirse en graneros fecundos de empleo y de bienestar
ciudadano son las telecomunicaciones, los transportes, la energía, la
protección del patrimonio cultural europeo, el desarrollo rural y ganadero, los
planes forestales y la investigación.
La solidaridad exige asimismo
adoptar medidas para impedir la regresión en la prestación de los servicios
esenciales, entre ellos la energía y el suministro de agua que han de ser
configurados como servicios universales lo que permitiría garantizar una mínima
prestación e impedir los cortes a las familias que sufran riesgo de exclusión
social. El mismo principio de no regresión hay que aplicarlo a los servicios de
dependencia pues las discapacidades, de un lado, y el envejecimiento de la
población, de otro, obligan a aumentar las profesiones que se ocupan de la
asistencia y cuidados a personas con dificultades. Se trata éste además de un
importante ámbito de creación de empleo que puede servir para fomentar, con un
programa ambicioso, las titulaciones de ciclo corto. En tal sentido, los
ejemplos españoles de la formación de fisioterapeutas, enfermeros o
nutricionistas pueden ser buenas inspiraciones.
Quiero enfatizar lo siguiente: el
desempleo y el envejecimiento de la población son las dos grandes bombas que están
colocadas en el corazón de Europa. No sabemos cuándo van a estallar pero sí
sabemos que, si no rectificamos, a no dudar estallarán.
Pues bien, la creación de puestos
de trabajo está obviamente ligada a la política de inversiones citadas a las
que deben añadirse las ligadas a la economía verde y, dentro de ella, a las
grandes apuestas por el ahorro y la eficiencia energética.
Es justamente la crisis
demográfica europea la que nos obliga a admitir con toda naturalidad a
trabajadores de otros continentes. A tal respecto resumo las tres palabras
claves de una política de inmigración: a) ordenar por medio de leyes europeas
la gestión de los controles fronterizos, la vigilancia de los flujos de
personas y la política común de visados; b) organizar la emigración/inmigración
mediante acuerdos de las mismas instituciones europeas con los estados cuyos
ciudadanos se ven obligados a emigrar; c) integrar a los nuevos conciudadanos:
se trata de que respeten nuestras leyes, entre ellas la Carta de derechos
fundamentales, y aprendan el idioma para evitar la marginación que supone la
formación de guetos donde se amontonan personas ajenas al país en el que
habitan.
Una idea debemos tener muy clara:
todo lo que los demócratas no hagamos para alcanzar esa integración de los inmigrantes
lo harán los xenófobos por expulsarlos.
Respecto del acceso al crédito de
las pequeñas y medianas empresas avanzo una medida nueva que no ha sido
considerada. Si se invocó hasta el hartazgo el símil del sistema circulatorio
para subrayar la necesidad de ayudar con fondos públicos al sistema financiero,
no deberíamos abandonar esa analogía una vez que se consiguieron los euros de
los planes de rescate. Las entidades financieras satisfacen unos fines
relevantes en las sociedades modernas, del mismo modo que otras muchas empresas
privadas prestan servicios económicos de interés general. Hay a estos efectos
un sinfín de técnicas que pueden utilizarse conscientes de que imponer estas
obligaciones de servicio a las entidades financieras que han recibido
cuantiosas ayudas públicas, además de un beneficio económico, ayudaría a
mejorar la imagen de la Unión Europea.
Por su parte, la solidez a la que
aludo está emparentada con el refuerzo de las instituciones comunes
(Parlamento, Consejo de Ministros, Comisión y Tribunal de Justicia) y con la
huida del pensamiento fragmentado y retrógrado de los nacionalismos. A este
respecto, si se abriera un proceso constituyente, sería necesario introducir
cambios -medidos- en estos órganos básicos. De forma más radical es preciso
comportarse con el Consejo Europeo, reunión de los jefes de Estado y de
Gobierno: suprimirlo sería volver al origen institucional diseñado por los
padres fundadores. Se trata de la mayor rémora que existe en la Unión y causa
de sus desprestigios como lugar privilegiado que es del intercambio de favores
entre los estados. Preciso es recordar que el protagonismo del Consejo Europeo
en la gestión de la crisis económica se ha debido a que, en el proceso de
integración económica que viene de la instauración del euro, las instituciones
europeas no han dispuesto de unas adecuadas competencias económicas. Pues bien,
lo procedente es corregir esta situación en beneficio -una vez más- de las
citadas instituciones europeas comunes sabiendo que los estados se hallan
adecuadamente representados en el Consejo de Ministros.
La democracia exige corregir las
desviaciones que en el gobierno de Europa ha producido la crisis. Ésta ha
creado enfermedades como: a) el fortalecimiento desmesurado del Consejo
Europeo, del Consejo de Asuntos Económicos y Financieros (Ecofin) y del Banco
Central Europeo, por no contar con instituciones extrañas a Europa como el
Fondo Monetario Internacional; b) un parcial abandono de los instrumentos
comunitarios europeos y su sustitución por acuerdos entre los gobiernos; c) un
oscurecimiento parcial de las funciones del Parlamento europeo como institución
plenamente democrática.
Volver al método comunitario y
fortificar al Parlamento son labores inmediatas.
He hablado de una Europa eficaz.
La eficacia remite a la percepción por la ciudadana en su vida cotidiana de su
pertenencia a la Europa unida, la aventura social más importante que puede
vivir el ser humano en este siglo XXI. Sólo a fondos de cohesión social se
destina el 35,7% del Presupuesto total de la Unión Europea. Un dato que no se
debe olvidar en esta hora electoral.
Termino. La niebla de la economía
y de las deudas no debe hacernos olvidar la dimensión cultural de Europa en
cuya rica tradición deben anclarse las mejores de nuestras iniciativas porque,
desde que Europa emerge en la Edad Media como civilización consciente, es la
cultura su fundamento básico. Sería bueno que esta perspectiva, la de una
historia de su cultura sin mixtificaciones, asumiendo sus glorias y sus
miserias, se enseñara desde la escuela a los niños pues, al mismo tiempo,
proporcionaría el hilo de Ariadna que significa el respeto a un patrimonio
histórico lujurioso, a sus grandes nombres, a sus símbolos, a sus deslumbrantes
inventos y a esa luminaria de nuestra civilización que es su Carta de derechos
fundamentales.
Europa es el resultado de
cultivar esta identidad cultural común y al mismo tiempo de tejer y aderezar
los intereses también comunes, aquellos que nos obligan a permanecer unidos (la
calidad de vida y de protección al consumidor, el mercado interior, la política
económica y tributaria europeizadas, la disciplina segura de los bancos, de los
seguros, de nuestras inversiones, etc.).
Sabiendo por supuesto que, pese a
tales identidades e intereses, Europa no es una nación ni falta que hace pues
para nada necesitamos esa pasión colectiva subrayada por los exclusivismos que
es propia de los nacionalismos. Felizmente Europa no necesita héroes ni sangre
ni batallas: la épica grandiosa ha sido sustituida por una lírica suave, aunque
no por ella exenta de la emoción que cada uno, según su particular temple,
quiera aportar.
A los miembros de la candidatura
que presido en las elecciones europeas nos gustaría que las estrellas de la
bandera europea fueran como los puntos suspensivos del relato siempre vívido de
una Europa sólida, eficaz y democrática.
Preguntate si tu discurso lo entiende un obrero en paro o un agricultor al que le pagan la décima parte del precio que percibe el tendero. Deja el traje con corbata y vete a Maidan a defender la civilización europea. Cuando vuelvas si te comprendemos entonces quedate con el sueldo de lo que cobran los de mil euros!
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