Este mañana he pasado un rato entretenido
intercambiando con colegas amigos correos electrónicos (estoy de nuevo al otro
lado del Atlántico) jocosos sobre algunos nombramientos recientes en materia de
política universitaria autonómica. Uno de esos amigos me decía que sería
gracioso que en las orquestas se eligiera así a los músicos. Eso me recordó mi
vieja comparación entre las universidades y los equipos de fútbol, pero hoy
vamos a usar ese buen ejemplo de las orquestas para subrayar algunas de las
lacras de las universidades españolas y de la política universitaria.
Imaginemos qué pasaría si en cualquier
orquesta sinfónica bien importante se nombrara un director completamente
incompetente o se escogieran unos violinistas de extrema torpeza. Y veamos si
hay similitud o notables diferencias con lo que pasa en las universidades.
Comprobaremos que las diferencias son apabullantes.
1.
Una orquesta da conciertos y los conciertos tienen un público capaz y crítico.
Si el director nombrado no sabe lo que se trae entre manos y los conciertos
resultan bochornosos, el público va a reaccionar con indignación y abucheos y,
además, en los periódicos del lugar serán nefastas las críticas al día
siguiente.
En las universidades no sucede eso, pues en
verdad no hay público y falta ese control fundamental. Un profesor ignorante y
zángano, un director de departamento o decano que no sepa lo que se trae entre
manos, un rector corrupto y torpe o una autoridad académico-política que no
tenga ni la más remota idea de lo que gestiona o que esté loca de remate no da
pie a que nadie en la sociedad se escandalice o diga ni mu. Ciertamente hay en
las universidades estudiantes y profesores que podrían levantar la voz y
protestar un poco. Pero los estudiantes apenas tienen elementos para juzgar de
la gestión y la calidad de la institución, y los que puedan tenerlos no los
usan, para no complicarse la vida y porque están a otra cosa. Y en cuanto al
profesorado, ay el profesorado, predominan las ambiciones mezquinas y de medio
pelo, la búsqueda de la comodidad o la lucha por la ganancia puntual y el vive
y deja vivir. En cuanto a la sociedad en su conjunto, lo que pase dentro de los
muros universitarios trae a la gente completamente al fresco.
Así pues, no hay público ni masa crítica, lo
que significa impunidad para los torpes y quienes los eligen por variados
motivos espurios. No existe un control real y efectivo sobre el cumplimiento cierto
de los fines que justifican las universidades y el gasto que suponen, ni sobre
la calidad del servicio que prestan. Por eso puede usted poner al conejo de la
Loles o a Incitatus, el caballo de Calígula, a dirgir un departamento, una
facultad, una universidad entera o una dependencia de la consejería del ramo, y
no pasa nada, aun cuando abunden los desastres y la calidad del servicio
público esté por los suelos. Nadie se entera y los pocos que observen con
realismo la situación silban tangos, a sabiendas de que si se quejan los
defenestrados serán ellos y no los incompetentes y lameculos.
2. Una
orquesta dirigida por un mandanga que ni entiende de música ni está en sus
cabales acabará yéndose al garete. Las malas críticas y el abandono del público
forzarán a la disolución o la reforma seria. En las universidades no es así.
¿Por qué? Porque los resultados no importan en verdad ni a los de dentro ni a
los de fuera. Cierto, si un día un profesor o departamento consiguen una
patente importante o un descubrimiento destacable, se informa a diestro y
siniestro para legitimar la institución y que parezca que ahi hay mucho bueno.
Lo que jamás aparece en los medios y no se difunde nada son los fracasos, la
inoperancia y la falta de resultados. Es como si de los conciertos de la
orquesta de zombies enchufados no se diera noticia en los periódicos o como si
se tocara a puerta cerrada.
Con un agravante aquí. Las universidades van a
ser financiadas y sus profesores y empleados van a percibir sus nóminas tanto
si producen ciencia como si destilan mierda. También por ese lado es plena y
total la impunidad. Una institución que sea inmune a toda consecuencia negativa
por falta de rendimiento está irremisiblemente abocada a la incuria y la
corrupción.
3.
Si en una orquesta hay un puñado de buenos músicos prestigiosos y el director
es un zoquete y el primer violín un cantamañanas que no ensaya y que ha logrado
su puesto por ser sobrino de alguien, aquellos músicos capaces harán las
maletas y se irán con la música a otra parte, dejando a los torpes a su suerte
y puesto que a ellos, los aptos, no les faltarán ofertas y alternativas. En las
universidades no sucede así, pues estamos todos atados a la nuestra y no hay
vías para marcharse. Ni al más competente físico o químico del país y que
trabaje en una universidad le llegará hoy ninguna oferta de trabajo en una
universidad (española) distinta de la suya. Si el del violoncello es un músico
de primera categoría que se desespera porque sus compañeros o el director hacen
de cada concierto una vergüenza, la consigna general e institucional es muy
simple: que se joda, que no proteste y que no se dé tanto pisto, ¿o qué se ha
creído?
La falta de competencia y el absoluto rechazo
de la meritocracia y el total desprecio del esfuerzo acrecientan la impunidad
de los desalmados y enchufados: el bueno y el malo están amarrados a la misma
institución y cobran lo mismo, con la ventaja para el segundo de que él tiene
posibilidades de llegar a rector o de que lo nombren para algún carguete,
mientras que el otro se va convirtiendo en un apestado al que se instala en el
ostracismo.
4.
En una orquesta, al que por cualquier razón inconfesable eligió y nombró al pésimo
director, se le acabará pidiendo cuentas y tendrá que responder de alguna
forma. Puede que hasta se tambalee su propio cargo. Cuando se alcen un montón
de voces escandalizadas por la torpeza del director y la birria de conciertos,
alguien de más arriba demandará explicaciones por la pésima selección del
director aquel. En las universidades, no. El consejero de la correspondiente
comunidad autónoma nombra director de universidades, por ejemplo, a una acémila
turulata que en poco tiempo consigue que no se de pie con bola en ninguna
universidad de ese territorio, y no pasa nada. Si fuera director de deportes de
la comunidad y todos los equipos bajaran de división y ningún atleta
consiguiera medallas en los torneos de esa época, probablemente sería cesado.
Por destruir las universidades a base de poner al timón a soplagaitas dementes
ni se cesa ni se llama al orden a ninguna autoridad.
Concluyamos.
Si todo lo anterior es verdad, y a fe mía que lo es y que no habrá quien
razonablemente me lo pueda discutir, nos queda por tratar lo esencial: por qué
están así las cosas y cómo se arreglarían.
Brevemente. Ocurre lo que ocurre porque a la
sociedad las universidades no le importan nada y porque de puertas adentro en
las universidades son o somos mayoria los perezosos sinvergüenzas. Sí, con las
excepciones que se quiera, pero internamente la universidad es un antro en el
que el respeto a los objetivos de la institución se han evaporado y donde nada
más que busca cada cual su personal beneficio y su interés individual. Yo estoy
bien si gano unos cientos de euros más
al mes, aunque a mí alrededor no haya más que corruptelas y timos y aunque al
estudiante y al contribuyente le estemos dando gato por liebre.
El arreglo es sencillo sobre el papel e imposible
en la práctica. Exigencia férrea de resultados serios y seriamente controlados
en la docencia y en la investigación. He dicho resultados serios y seriamente
controlados, no pendejadas para la galería o cretineces posmodernas. O sea,
producción científica real y formación verdadera de los estudiantes, no aprobados
estafadores para embellecer estadísticas. Al profesor que no rinda, a la calle
bajo la fórmula legal que proceda. El departamento o centro que no tenga
resultados debe ser suprimido, pasado el plazo razonable para que pueda ponerse
a tono. A quien nombró o eligió a los que llevaron al desastre hay que pedirle
cuentas políticas y averiguar si en su gestión del caso influyeron factores que
nos acerquen a algún delito o a algún ilícito administrativo.
Tan evidente, sencilo y fácil como eso. La
universidad se pondría a funcionar en un periquete y bajo la sola condición de
que fuera gestionada como una orquesta o un equipo de fútbol. Pero no va a
suceder, descuide usted. Nadie clausura un antro, ni lo reforma, si de él saca
ganancia o si en él le dan placer gratis con buenas técnicas de experta
meretriz.
Lo más parecido a una Universidad pública española es barco pirata. Mientras leía el (muy delicioso y recomendable) libro de Peter Leeson "The invisible hook" no podía dejar de pensar en ello.
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