Vuelvo
al blog y a la vida civil, a leer de mi especialidad y de otras cosas, a
escribir de lo mío y de lo que se me ocurra, a tratar de investigar en lo de mi
oficio y de enredar un poco en otros ámbitos intelectuales, a preparar mis
clases con calma, a pensar con un poquito de pausa. Retorno a lo que se supone
que es mi profesión y a mis aficiones más auténticas, y considérese que
tengo la fortuna de que el gusto y el trabajo se me mezclan un tanto y no los
diferencio muy bien. Regreso a esta cita con el blog, que me da debates y
contactos bien interesantes y que me ayuda a reflexionar y a sacarle punta a
las ocurrencias. Estoy de vuelta, o eso quiero, pero ¿dónde he andado
últimamente? No es fácil explicarlo, mas por intentarlo poco se pierde.
La
vida académica es un campo minado de misterios poco menos que insondables. Uno
de los mayores es éste: a medida que se asciende y se madura, se multiplican
los estímulos para dejar de ejercer las partes centrales del oficio; cuanto más
te has formado y te han formado, más se te incita a no dedicarte a tu trabajo. Es
un sistema extraordinariamente truculento y estoy convencido de que late en el
fondo una función muy perversa, la de desactivar el potencial
crítico e incómodo del profesorado universitario. Trataré de explicarlo a
continuación. Pero no hablaré de mí mismo ni se me aplicará en todos sus
puntos, seguro, el cuadro que paso a trazar. Me referiré a un modelo teórico de
profesor estándar y que se encuentre en la cima de su formación y sus
capacidades, en la situación más apropiada para rendir bien en lo suyo. A ese profesor,
que no soy yo, lo voy a llamar P, para que sea más fácil la expresión.
P
es catedrático competente de universidad pública española, o profesor titular bien
sólido, los detalles de su estatuto funcionarial son aquí bastante
indiferentes. P ha estudiado bastante, ha publicado trabajos que han tenido
buena acogida, ha ido ganando prestigio, se ha labrado una reputación
académica. Un marciano o un terrícola ingenuo podrían creer que, en tal tesitura, P va a ser mimado por su universidad, requerido para gobernar
órganos universitarios relevantes o para poner en marcha y dirigir nuevos
estudios, titulaciones innovadoras, equipos investigadores con futuro.
Generalmente, y a salvo de muy puntuales excepciones, ése no va a ser el caso.
Los gobernantes universitarios de toda laya no se fiarán de P, no lo tendrán
por manejable y lo pintarán como soberbio y de trato complicado.
En
los últimos meses me he encontrado en unos lugares u otros con unos cuantos
profesores de Derecho de altísimo nivel, de mi disciplina y de otras,
auténticas figuras, verdaderos modelos con obra de primera calidad. Todos ellos
rebasaban los sesenta años y sus cabezas están en plena forma, se mantienen
activos y atentos, escriben y explican magistralmente. Sin excepción, andan desorientados
y un tanto deprimidos. ¿Por qué? Sus universidades, facultades y departamentos
les hacen poco caso, más bien los ignoran siempre que es posible, los marginan;
incluso han sido recientemente invitados a prejubilarse con el ciento por
ciento de sus emolumentos, les ponen puente de plata para que se marchen de una
manera o de otra y no incordien ni den mal ejemplo con su capacidad de trabajo.
Para poder seguir en lo suyo al mejor nivel y mantenerse activos, tienen que
reinventarse, han de buscar salidas, acomodos y ocasiones al margen de las
instituciones que les pagan su sueldo, muchas veces enseñando o dirigiendo
investigaciones en otros países. Contaré por encima un caso, entre tantos.
Hace
unas semanas coincidí en un aeropuerto extranjero con un viejo profesor español
de Derecho, una de las máximas figuras que su especialidad ha dado entre
nosotros en las últimas décadas. Hablamos cinco o seis horas seguidas. Su
cabeza es un torbellino de ideas, sigue dedicándose a su materia con el mismo
entusiasmo que a los treinta años, cultiva contactos con los mejores colegas de
medio mundo, habla un puñado de idiomas, publica en las mejores revistas
internacionales. En su universidad se aburre, me atrevo a decir que en ella es
un cero a la izquierda, aunque a él le dolería mucho esta expresión. Cuando nos
separamos, me quedé pensando esto: si yo fuera el rector de esa universidad lo
perseguiría día y noche para exprimir su sapiencia, su experiencia, sus
contactos y su energía, le pediría que organizara un gran máster en lo suyo, le
encargaría que formara un equipo de primera para que en esa materia nuestra universidad se convirtiera en referencia nacional e internacional, lo
utilizaría para que atrajera a nuestras aulas doctorandos y jóvenes
investigadores españoles, europeos y americanos. Sin duda, en tres o cuatro
años tendríamos frutos más que notables. Pero su rector no le hace ni puñetero
caso; siempre es así. Muy probablemente su rector no tiene luces bastantes para
diferenciar un buen profesional de uno muy mediocre, será el rector ese un catedrático
pastueño y de medio pelo y cuyo sueño mayor ha sido siempre el de tener un
despacho grande, un coche oficial y un par de secretarias y que lleva como
aspiración la de que lo hagan el día de mañana director general de cualquier
cosa. Un pobre diablo con ínfulas veniales.
Otro
día charlé con un colega al que profeso grandísima admiración. Le pregunté si
tenía muchas clases esta temporada y me contestó que muy poquitas. Pues quién
se está ocupando de la docencia del área ahí, inquirí. Me dio unos cuantos
nombres y juré en arameo para mis adentros. Cómo es posible, me dije, que a
este hombre no lo estén aprovechando para que enseñe mucho y bien de lo que
tanto sabe. La respuesta es sencilla: lo que sabe no le importa a nadie, los
parámetros son otros, los intereses de la autoridad y la institución no van por
ese lado. Es bien triste y bastante absurdo. Pero es lo que hay.
Sigamos
con P. Sabe que si quiere buenos medios para su trabajo, ha de procurárselos él
mismo, pues las universidades están arruinadas (ay, estos lodos y aquellos
polvos) y, además, son cicateras y reparten por igual entre capaces y lerdos,
no sea que se ofenda el electorado o haya sospecha de elitismo intelectual y
académico, vade retro. Así que P solicita y consigue proyectos de investigación
y financiaciones diversas para la labor investigadora. Pero eso le condena a
convertirse en burócrata y le obliga a pelearse con una variadísima tropa de
gestores y personal administrativo. Cada dos por tres debe redactar una
memoria, rehacer unas cuentas, redactar unos certificados, revisar unas
contabilidades, justificar unos resultados a través de unas aplicaciones
informáticas infernales. Para todo eso no tiene apoyo administrativo, el
personal administrativo de las universidades no se pone al servicio de tales
menesteres que, curiosísimamente, se consideran poco menos que privados. El
veinte por ciento de los dineros que de esa forma P consigue se van
directamente a las arcas de la universidad y con el resto se compran libros
para la biblioteca universitaria y medios inventariables para el departamento,
pero jamás de los jamases un rector se digna a llamar a P y darle las gracias
por sus esfuerzos y sus aportaciones. No, P más bien es sospechoso de vanidad y repugna a cuantos, del rectorado para abajo, lo contemplan pasivos y solemnes.
Bueno,
diremos, pero no son tan malas las condiciones de P, tiene prestigio, se
agencia recursos, dispone de tiempo para su trabajo. Bien mirado, en esas circunstancias P es un peligro, quién sabe qué puede hacer o decir, pues tiene
algo de incontrolado. Así que tendrá el diablo que mandarle unas tentaciones
para tenerlo bien sujeto por salva sea la parte. ¿Eso cómo se hace?
P
empieza a ser requerido para nuevas tareas en lugares a los que sólo se accede
cuando se tiene cierto estatus académico y algo de currículum serio. Variadas
agencias evaluadoras, comités, órganos de asesoramiento diverso. Un nuevo
mundo. Trenes, aviones, reuniones, expedientes, calificaciones, un poquito de
dinero extra, un cierto espejismo de poder. Un círculo nuevo de personas y
labores. En las estaciones, P se encuentra hoy con J, mañana con K, al otro día
con M. El uno viene de evaluar títulos académicos para tal agencia, el otro va
a calificar currículos para tales o cuales proyectos. De repente, un día, P
toma conciencia de que hace semanas o meses o años que apenas hace otra cosa y,
sobre todo, se pregunta si estos nuevos trabajos serán útiles o si no estarán
todos únicamente mareando la perdiz, dando vueltas en la noria,
retroalimentando un sistema seudocientífico que, en verdad, apenas esconde ya
nada más que eso, las burocracias sin cuento, los papeles sobre papeles y, ante
todo, una manera de tener a todo quisque ocupado y sin producción verdadera,
felices los que aparentemente deciden, sometidos a nuevas servidumbres
burocráticas los que deberían estar produciendo, disciplinados y silenciosos
todos.
Se
ha creado una dinámica feroz de vueltas y revueltas, todos evaluando y
evaluados, con poderes y obediencias que ya no provienen del prestigio de lo
producido, sino de la producción de prestigios, donde ya apenas presume nadie
de la obra que hizo, sino del lugar en que lo han puesto para valorar
trivialmente a los otros, que son los mismos que, ahora ya o mañana, también evalúan
al que los evalúa, juzgan a tanto alzado al que a tanto alzado los juzga. El
sistema académico está actualmente poseído por una especie de entropía o de
energía negativa y muy acelerada que va camino de convertirlo en un agujero
negro que atrae todas las capacidades y todos los trabajos a un peculiar pozo
sin fondo en el que nada es lo que parece y donde no cuenta lo que se hizo,
sino lo que se aparenta.
El
rendimiento es innegable: todos, así abducidos, guardamos silencio y jugamos
con esas cartas, unos con el susto en el cuerpo, otros con una muy engañosa
sensación de poder y capacidad de decisión. En verdad, nadie decide casi nada,
el sistema político-burocrático-académico gestiona sus propias prestaciones en
la forma que le conviene, no hay patrones de racionalidad cierta ni de
objetividad presentable, entre todos echamos de comer al monstruo que nos
devora y nos incapacita, trabajamos para no trabajar y que no se trabaje,
maquillamos apariencias, dibujamos resultados en el agua.
Pongamos
un pequeño ejemplo para no quedarnos en ese lírico desencanto. Pensemos en los
comités de la ANECA que deciden sobre acreditaciones para profesor titular y
catedrático. Docenas de miembros de las comisiones, todos profesores, cientos
de evaluadores más o menos anónimos, personal administrativo gestionando
papeles y aplicaciones, viajes, hoteles, reuniones, horas y horas y horas de
cientos y miles de personas que quitan ese tiempo a la investigación y la
docencia. De acuerdo, sobre el papel puede tener sentido, o pudo tenerlo. Pero
desde hace unos cinco años ya no se convocan plazas de profesor titular o catedrático
en las universidades ni se sabe cuándo volverá a haberlas. Mas la rueda sigue
girando, nuevas solicitudes de acreditación llegan y son evaluadas, los
acreditados en espera son ya varios miles en todo el país. Dentro de cinco o
diez años el ochenta o el noventa por ciento de los titulares tendrán su
acreditación para catedrático. ¿Y qué va a pasar? Nadie lo sabe y al sistema
político-burocrático no le importa mayormente. La función se cumple así a la
perfección, cada uno hace lo que conviene que haga, unos pergeñando sus
currículos del modo improductivo o seudoproductivo que se les exige, los otros
evaluando como si de verdad evaluaran o cual si se evaluara para algo cuyo
valor no fuera puramente simbólico, aviesamente sistémico, girando en el vacío e inflando apariencias. Mientras los números no fallen, la realidad es real
aunque todo lo real se haya evaporado.
He
podido observar en muchos lugares y he visto muchos números e indicios muy
abundantes y de diverso tipo. Y se puede concluir sin miedo a equivocarse que
lo que producimos, en conjunto, es cada vez menos y de peor calidad, salvando
las excepciones que haya que salvar. Resulta perfectamente explicable que así
ocurra, pues el tiempo es limitado y unos tienen que gastarlo en hacer lo que
se les demanda para recibir su reconocimiento simbólico y otros lo emplean en
evaluar para repartir los símbolos. Ciertamente, hay un riesgo que remite: no
vamos a hacer la revolución académica ni a protestar ni a resultar incómodos
para autoridad ninguna. Nunca la universidad española estuvo tan bien
domesticada, nunca fue tan liviano el riesgo de que alguien diga esta boca es
mía.
Dejo
de referirme a P y de hacer consideraciones generales y retorno a hablar de mí
mismo. Me he pasado yo también un tiempo por esos mundos y ahora, perplejo y
desconcertado, me rasco la cabeza y me hago preguntas que apenas acierto a
contestarme. No sólo fui dejando este blog, que era diversión y terapia. No sé
cuánto hace que no leo con calma unos cuantos libros y artículos de mi
disciplina, ni recuerdo cuándo escribí un artículo que no fuera a salto de mata
y tirando de las reservas de antaño, hace meses y años que no pasa una semana
sin que tenga que interrumpirme para ponerme a revisar papeles ajenos o a
redactar motivaciones y memorandos o a echar cuentas de obras de otros tomadas al
peso. Sí, sí, lo sé, se supone que alguien tiene que hacerlo, que hacer eso y
tantísimas cosas, alguien tiene que echarle de comer la monstruo y, además, el
monstruo te guiña el ojo y te alaba tu cuerpo serrano. Pero hasta aquí hemos
llegado y toca volver a las fuentes y rehabilitar los cuarteles de
invierno. Porque lo difícil, tan difícil como apasionante, es pensar, leer,
escribir, enseñar. El resto está bien para rectores. Todavía hay clases. O
debería haberlas.
Entiéndaseme
rectamente. Por esos mundos político-burocrático-académicos me he encontrado
muchos compañeros muy honestos y esforzados. No es a ellos a quien critico,
sino al sistema que no los aprovecha para lo que mejor podrían hacer, que es lo
suyo, al sistema que intenta desactivarlos como buenos investigadores y
docentes capaces y que prefiere tenerlos de la Ceca a la Meca, distraídos y
desorientados.
Dirá
más de uno que hay quien se queja de vicio y que ya quisieran otros. Pues será.
Y que algo tendrá la cosa cuando resulta que vamos a ella como moscas. Sí, es
verdad, nos dicen ven y allá vamos, lo dejamos todo y acudimos a la llamada.
¿Por qué? Hagamos un poquillo de introspección o de examen de conciencia.
¿Será
el dinero? Depende de donde ponga cada uno el umbral. Ciertamente, por esas
labores se cobra. ¿Mucho? Unas veces más y otras menos, pero en general poco.
Aunque, insisto, lo que a unos les parece poco a otros les puede poner los
dientes largos. Permítaseme un ejemplo. He pasado un año como evaluador dentro
de un comité de la CNEAI, lo de los sexenios. No acepté por dinero,
francamente, sino para ver y por optimismo. Todavía no he cobrado nada, pero al
cabo de un tiempo y ante la carga de trabajo, empecé a preguntarme cuánto sería
el emolumento. Así que interrogaba a los que ya habían estado y siempre encontraba
respuestas así: no me acuerdo, no reparo en esas cosas, no doy importancia vil metal, etc., etc. Empecé a sospechar y me dije: si nadie “canta” es porque
esto va a resultar medio vergonzosillo, sea por mucho o sea por poco. Creo que
ya lo averigüé, es por poco. Echo cuentas, calculo las horas de trabajo que esa
labor me ha llevado y resulta que la hora sale a menos de lo que cobra la
asistenta de mi casa. En algo probablemente coincido con mi asistenta: a ella
no le gusta su trabajo, supongo, y a mí ese trabajo tampoco me gustaba, porque
el que en verdad me encanta es el mío propiamente dicho.
¿Será
el prestigio? Hombre, no sé. Me parece que si, a estas alturas, uno cifra su
prestigio en ser evaluador de tal o cual sitio, mal vamos. Yo preferiría que se
me considerase por haber escrito algún articulillo bueno o por haber discutido
alguna idea interesante en teoría del Derecho. Si fuéramos cantantes
preferiríamos ser conocidos por nuestros discos y no por ser del jurado de
Operación Triunfo, supongo.
¿Y
el poder? Esto es más delicado y sutil. Desde esos lugares se puede traficar
con favores, uno puede gestionarse amigos y conseguir cosillas a base de ser
bondadoso y comunicativo. La típica llamadita al colega: oye, Fulano, que sepas
que te he valorado positivamente lo de tu sexenio, nada hombre, encantado y ya
sabes dónde me tienes y tal. En fin. Habrá de todo, pero si ese es el juego, no
me interesa nada. E insisto en que también por ese lado me parece que son
honestos los más de los colegas que en menesteres tales me he tropezado.
Así
que no sé contestar, no encuentro los porqués. Me quedaría más satisfecho si
fuera capaz de concluir que hay un truco claro o una perversión evidente, o
razones serias y de mucho peso. No es por volver a los latiguillos aquellos de
antaño y echarle la culpa al incógnito sistema. Pero no se me ocurre idea
mejor. El actual sistema universitario y académico es inane y perverso a partes
iguales. Nos trae y nos lleva a su antojo, con una sutil combinación de vanidad,
temor, mínimos privilegios, recompensas simbólicas, partículas de mezquino
poder y un poquito de dinero que es mucho para el que ande entrampado. Si nos
movieran proyectos de gran nivel o maquinaciones tremendas, sería más fácil
encontrar el sentido. Pero no es el caso, ni estamos trabajando en pro de la
excelencia ni nos hacemos de oro al precio de corrompernos, no es ni idealismo
ni corrupción, es trivialidad elevada a máxima categoría, desesperada
colaboración con un engranaje que en el fondo nos desprecia mientras finge que
nos considera, fútil vanidad del que ha sido deliberadamente empequeñecido por
la propia trama que luego lo halaga.
Allá
cada cual con su conciencia, averigüe cada uno su vocación y gestione cada sujeto
su vida y su oficio como mejor pueda. Un servidor va a volver al sitio que ve
como suyo, a lo que le gusta y le llena, a la dicha de las bibliotecas y el
placer de los teclados, al diálogo reposado con los buenos colegas, a los
desvelos con algunas teorías, al cuidado de esos pocos estudiantes que quieren
saber un poco más. Y también, por qué no, al cine, a las novelas, a las
vacaciones con los seres queridos y sin pensar que mañana debo abrir tal o cual
aplicación y calcular cuántos puntos le corresponden por docencia a uno de
Sebastopol que quiere acreditarse o que le reconozcan un quinquenio.
A
esta edad y con estas canas, perder el tiempo y no disfrutar del trabajo y de
la vida es gravísima falta. Tengo propósito de enmienda y dolor de los pecados.
La penitencia ya la pagué. El futuro es halagüeño y libre. Será mi culpa si no
lo disfruto. Espero que ahí nos veamos. Amén.
Bienvenido! Se le echaba de menos.
ResponderEliminarEnhorabuena, profesor. Uno de los mejores y más acertados artículos de este blog.
ResponderEliminarSus escritos son mi alimento; ud. es un océano de conocimientos.
ResponderEliminarMe alegro de verlo de vuelta a su vocación. Que le dure y lo disfrute.
ResponderEliminarEso sí, ¿qué es el sistema? Unos más y otros menos; pero el sistema lo somos todos.
Algunos, en Secundaria, actuamos para cambiarlo.
https://www.facebook.com/Piensa.es
Yo también quiero manifestar mi alegría por su vuelta. Soy asiduo seguidor de este blogg, al menos desde 2009, y ya llevaba tiempo echándole en falta. Ánimo con la determinación de su vuelta y que le cunda en todos los aspectos...
ResponderEliminar1º. No deje de escribir.
ResponderEliminar2º. No deje de soñar.
3º. La idea del pesimismo la dejo aparte...
4º. Destaco algunos puntos de su artículo. :
- "el tiempo es limitado y unos tienen que gastarlo en hacer lo que se les demanda para recibir su reconocimiento simbólico y otros lo emplean en evaluar para repartir los símbolos."
-(...) "Todos ellos rebasaban los sesenta años y sus cabezas están en plena forma, se mantienen activos y atentos, escriben y explican magistralmente. Sin excepción, andan desorientados y un tanto deprimidos. ¿Por qué?"
- "El sistema académico está actualmente poseído por una especie de entropía o de energía negativa y muy acelerada que va camino de convertirlo en un agujero negro que atrae todas las capacidades y todos los trabajos a un peculiar pozo sin fondo en el que nada es lo que parece y donde no cuenta lo que se hizo, sino lo que se aparenta."
-"el sistema político-burocrático-académico gestiona sus propias prestaciones en la forma que le conviene, no hay patrones de racionalidad cierta ni de objetividad presentable, entre todos echamos de comer al monstruo que nos devora y nos incapacita, trabajamos para no trabajar y que no se trabaje, maquillamos apariencias, dibujamos resultados en el agua."
- "Es un sistema extraordinariamente truculento y estoy convencido de que late en el fondo una función muy perversa, la de desactivar el potencial crítico e incómodo del profesorado universitario"
- "Cada dos por tres debe redactar una memoria, rehacer unas cuentas, redactar unos certificados, revisar unas contabilidades, justificar unos resultados a través de unas aplicaciones informáticas infernales."
- "En las estaciones, P se encuentra hoy con J, mañana con K, al otro día con M."
-"Nunca la universidad española estuvo tan bien domesticada, nunca fue tan liviano el riesgo de que alguien diga esta boca es mía."
-"alguien tiene que echarle de comer la monstruo y, además, el monstruo te guiña el ojo y te alaba tu cuerpo serrano"
- "tan difícil como apasionante, es pensar, leer, escribir, enseñar."
Después de limitarme a citar, añado:
Coincido en que no es ni el dinero, ni el poder, ni el prestigio. Existe desde mi punto de vista, un cambio inminenente quiera verse o no. A peor a mi parecer. Una bien notable degradación generalizada.
S.XXI. XIII.XI.MMXIV. 16:59