Se recordará que Mao Tse Tung (o Mao Zedong), aquel
icono de los “progres”, lectores atolondrados de su infame “Libro rojo”,
aclamadores de aquella “revolución cultural” que resultó ser un genocidio,
aquel fúnebre pajarraco se despachó un buen día despectivamente contra los
Estados Unidos diciendo que parecían enemigos potentes pero en rigor eran
“tigres de papel”, una potencia aparente pues tenía las defensas desbastadas.
El papel pues como referencia blanda, fofa: objeto
de mofa. Hoy, cuando el papel retrocede en los espacios de nuestra vida
empujado por las nuevas técnicas, preciso es colocarlo de nuevo en la peana de
nuestras devociones. Porque adviértase que ya no hay tarjetas de visita en
papel, aquellas que podían hablar pues expresaban sentimientos de luto, de agradecimiento,
de felicitación... Tampoco se escriben cartas en papel, mucho menos a mano,
reducidos como están nuestros mensajes a unos cuantos caracteres e iniciales
cada vez más escuetos y arbitrarios. Las tarjetas postales ¿qué ha sido de
ellas? ¿Quién se molesta en comprarlas, escribir unas líneas, buscar un sello y
un buzón? Hace tiempo que no me caso -a pesar de la amplia oferta de ritos de
que hoy disfrutamos- pero sospecho que ya no hay invitaciones de bodas con
aquellos anillos dorados trenzados y tampoco esquelas con esa bendición
apostólica de su santidad que siempre llegaba en el momento oportuno desde el
lejano -pero solícito- Vaticano.
Una catástrofe para el gremio de la industria
gráfica. Pero una catástrofe además para todos nosotros. Ya es triste pensar
que el papel va a quedar reducido al higiénico y eso hasta que aparezca una
aplicación que nos sirva para asearnos el tafanario.
Olvidamos que en papel se nos presenta el rey de la
creación y de la imaginación, el astro de la fantasía, el estuche de la fábula,
el cruce del apetito con el placer, la columna por la que trepan las sorpresas,
la manta con la que se abrigan las exquisiteces... es decir, nada menos que el libro. Sí, el
libro que buscamos en la biblioteca del pueblo o en la Nacional de Madrid, el
libro que palpamos en las librerías, que leemos en el tren, que regalamos, que
guardamos en casa, que nos informa y nos transforma, el compañero con el que
discurrimos, discutimos o intuimos mundos insólitos, con el que preguntamos al
pasado y comprendemos el presente, con el que nos espantamos y con el que
lloramos.
El libro, en fin, que tiene el supremo privilegio de
reírse del tiempo, de sus caprichos y de sus destrozos.
Todo esto se está sustituyendo por las “redes
sociales” donde se enredan, es decir, se confunden y enmarañan los mensajes, se
deteriora el lenguaje, se acogen las naderías más logradas y los más
envenenados insultos ¡desde el vil y cobarde anonimato! ¿Se puede concebir algo
más degradante? Pues estas prácticas son jaleadas a diario por algunos zoquetes
que ven en ellas signos de la llegada al paraíso donde la modernidad se dispone
a empollar todos sus huevos.
Los tuits, alimento espiritual preferente de tantos,
son la trivialidad trabajada con el cincel minucioso de la vulgaridad. El lugar
común al que peregrinan los opositores a gaznápiro.
Hola, hoy la Facultad de Filosofía y Letras de la Complutense está cerrada. ¿Por qué?
ResponderEliminarUn abrazo.
David.
Donad sangre, por favor.
ResponderEliminarDavid.