Se ha puesto de moda aparecer en público sin corbata
y son los políticos los más aficionados al “sincorbatismo” de suerte que,
cuando uno decide dar un mitin con corbata, sale en la televisión abriendo los
telediarios. Y los comentaristas de las tertulias se preguntan cuál será el
mensaje e indagan sobre el posible meollo del gesto: si se habrá hecho de
centro/derecha, si busca el voto entre los vendedores de complementos, si
querrá un puesto en la OTAN o en el FMI y por ahí seguido hasta lograr trenzar
una serie sostenida de insensateces.
Antiguamente, en determinados locales, no se dejaba
entrar si no era con corbata. Así sucedía en los casinos más elegantes, esos
que tenían un ambiente intenso, con historial de crímenes, espionaje y mujeres
con cuchillos por mirada, y ello tenía su sentido porque era una forma de
asegurarse que, si el jugador se arruinaba, le quedaba la corbata como
testimonio último de su decoro perdido. Ahora, al parecer, en esos mismos
locales, exigen entrar con piercing y
se advertirá el deterioro estético que ello ha supuesto.
Despreciando la corbata se desprecia el hecho,
científicamente comprobado por unos suecos (que son invariablemente los
“científicos de guardia”), de la existencia de 177.147 maneras de anudar una
corbata, lo que demuestra la imaginación que se le puede echar al acto de
vestir corbata. Y cada una de ellas identifica personajes diferenciados: el
elegante, el opositor, el apresurado, el calmoso, el infantil, el náufrago de
la vida, el banquero, la víctima del banquero, el hiperestésico, el
ilusionista, el rutinario etc. Es decir, que la corbata es un tratado de
psicología resumido y la prueba de su necesidad es que los modernos que
prescinden de ella recurren a los fulares que fueron emblema de algunos
simbolistas en el pasado y después han sido patrimonio de señoras finas y
algunas descuidadas que morían atrapadas por su propio fular simbolizando con
ello una muerte cinematográfica y principesca.
Y avanzo más: de la misma forma que el tiempo
cincela a los personajes y el espacio a las catedrales, así el traje o la
chaqueta que vestimos los hombres no se interpreta más que con la corbata. La
corbata es la firma, el rasgo que completa y da sentido a la indumentaria
tradicional que llevamos. Por eso el sincorbatismo actual está muy bien y es un
rasgo de modas que se nutren de otras experiencias pero necesita prendas
distintas. Quiero decir que a quien vista a lo Bin Laden, a lo jeque de Kuwait
o a lo Mao, la corbata le sobra. Pero a quien lleva chaqueta y camisa
convencional, si le falta la corbata, es como si al discóbolo le quitamos el
disco.
El fallo del sincorbatismo actual está en que los
modistos no acaban de diseñar la ropa apropiada para el descamisamiento
generalizado y por ello lo que se ve es algo incompleto, mutilado, con aire de
huerta sin frutal o de poeta al que no le sale la rima.
Otro día habrá que dedicar espacio a la variante
alada de la corbata que es la pajarita que yo a veces llevo como homenaje a
Ortega, a Marañón, a Ramón Gómez de la Serna... Una forma de recordar las
esencias de la España ida, de la España que quiso ser lenta.
En honor de algunos desencorbatados que considero memorables para la historia contemporánea europea, y al hilo de los eventos de las últimas horas, me permito re-postear un clásico que amablemente me publicó el anfitrión de estas páginas en tiempos en los que este blog corría otras andaduras. Parafraseando el tango, cinco años son un cuarto de nada...
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Salud,