(También publicado en http://almacendederecho.org/)
1. Delimitemos el tema que quiero tratar.
- Me referiré solamente a la
carga burocrática de los profesores universitarios relacionada con la
investigación. No tomaré en cuenta lo que tenga que ver directamente con la
docencia (actas, elaboración de guías docentes de asignaturas, etc.). Y en
adelante, cuando diga “investigador” estaré aludiendo al investigador que, como
profesor funcionario, forma parte de la plantilla de una universidad pública
española.
- Con la expresión “carga
burocrática” aludo a la elaboración o cumplimentación de documentos más o menos
complejos (a veces sumamente complejos) que el investigador debe presentar para
fines como los siguientes: conseguir financiación para la investigación suya o
de algún grupo del que forme parte (por ejemplo, concursos para la financiación
de proyectos de investigación por entidades públicas o privadas); justificación
de resultados de investigación (por ejemplo, elaboración de memorias periódicas
o finales de resultados de proyectos de investigación); administración y
justificación de gastos referidos la actividad investigadora (por ejemplo,
llevanza de la contabilidad de un proyecto de investigación, acreditando
documentalmente cada gasto e incluyéndolo en el apartado correspondiente de la
aplicación informática que se use); organización y gestión de eventos
relacionados con la presentación, debate o transferencia de resultados de
investigación (congresos y seminarios científicos, etc.); cumplimentación de
documentos diversos derivados de la participación en actividades y eventos
relacionados con la investigación (inscripción para participar en congresos o
seminarios científicos; presentación anticipada de resúmenes o esquemas de
ponencias o comunicaciones, etc.). Esta enumeración no es exhaustiva, sino
meramente ejemplificativa. Porque otra característica de la burocracia universitaria
es que no está compuesta de unas pocas acciones grandes y muy complejas, sino
de un sinfín de pequeños trámites que van surgiendo día a día; es como una
lluvia fina y constante.
- Al hablar de carga burocrática
aludo a las actividades de ese tipo que el investigador realiza personal y
directamente, no a las que, para tales temas, correspondan al personal
administrativo de las universidades. Una de las soluciones consistiría en
asignar para esas labores personal de gestión en ellas especializado. Además, y
muy en especial, todo depende en última instancia de regulaciones que podrían
simplificar muchísimo esos papeleos y procedimientos. Al final de este escrito
defenderé la tesis de que si tal personal no se brinda a los investigadores y
si las normas no simplifican los procesos burocráticos, sino que los enredan
más, es porque detrás hay un ánimo perverso: frenar a los investigadores
mejores e igualar a la baja al profesorado universitario. Las instituciones
dirigidas a la investigación, igual que los equipos de fútbol, son elitistas
por naturaleza. El gobierno democrático de las mismas y la equiparación de su
personal en derechos, régimen de trabajo y remuneraciones nunca hará que puedan
rendir más los mejores. Si las alineaciones del Real Madrid se hiciesen por
votación entre todos los jugadores de la plantilla y si no hubiera estímulos
económicos para todos por ganar la Liga o la Champions, es probable que
Cristiano Ronaldo jugara bastante menos. Si el entrenador se escogiera entre
todos los jugadores y siguiera sin haber esos estímulos, acabaría siéndolo el
que menos exigiera en los entrenamientos y el que tuviera el apoyo de los más
torpes de la plantilla.
- Es de suma importancia que se
entienda y se asuma lo que sigue: todos los profesores universitarios con
estatuto funcionarial (catedráticos y titulares de universidad) tienen
formalmente la doble condición de docentes e investigadores, pero no todos
cumplen en igual medida con las reales o supuestas obligaciones de enseñar e
investigar. Prescindo aquí de cualquier consideración sobre la docencia. En lo
que con la investigación tiene que ver, es de todos sabido que hay profesores
universitarios españoles que tienen un rendimiento constante, extenso y de muy
alta calidad, se mida todo ello como se mida, mientras que la producción
investigadora de otros es absolutamente nula. Sabemos que hay más de un treinta
por ciento de profesores funcionarios que no cuentan con un solo sexenio de
investigación. No es difícil en cualquier departamento o facultad dar con algún
profesor que durante los últimos quince o veinte años de desempeño académico no
ha publicado nada de nada ni ha participado de manera ninguna en labor
investigadora de cualquier tipo. Entre esos dos polos, máximo rendimiento
posible y rendimiento nulo, se dan todas las situaciones intermedias.
- Inevitablemente, tengo en mente
el modelo del investigador en ciencias sociales y humanas, y, más en concreto,
el investigador en derecho. Habrá matices cuando se trate de otras disciplinas
científicas y académicas, y en particular en lo concerniente a las llamadas
ciencias duras, aunque creo que las coincidencias sobre esto serán mayores que
las diferencias.
2. Juguemos con tres personajes imaginarios, tres investigadores a
los que llamaré X, Y y Z. Supongamos que, con plena objetividad (hagamos
abstracción de los problemas que en la práctica surgen a la hora de evaluar la
investigación), el rendimiento científico de cada investigador puede
calificarse en una escala de 0 a 10. Tenemos que
X es un investigador de rendimiento máximo,
10.
Y es un digno investigador de
resultados medianos, 5
Z es un profesor universitario
que no investiga absolutamente nada, ni lo pretende, por lo que su calificación
aquí solo puede ser de 0.
La tesis primera que defenderé se puede enunciar en dos pasos.
(i) La carga burocrática de cada
investigador es más que proporcional a su rendimiento. Por decirlo de alguna
manera, podemos pensar que, como mínimo, dicha
carga es la resultante de multiplicar el rendimiento de cada uno por la misma
magnitud. Creo que o no exagero nada o exagero bien poco.
Asumamos
tal hipótesis. Quedaría de la siguiente manera la carga burocrática de X, Y y
Z.
X,
cuyo rendimiento es 10. Carga burocrática (10 x 10) = 100
Y,
con rendimiento 5. Carga burocrática (5 x 5) = 25.
Z,
con rendimiento investigador 0. Carga burocrática (0 x 0) = 0.
(ii) Como fácilmente se aprecia, no
solo en este modelo que propongo sino, y sobre todo, en la cruda realidad
cotidiana de nuestras universidades, el zángano tiene premio y el esmerado
recibe castigo. El perezoso o incapaz, Z, es premiado, porque su falta de
trabajo investigador no tiene que compensarla con labores alternativas.
Ciertamente, desde hace unos años se ha incrementado la carga docente de
quienes no tienen sexenios de investigación o no los tienen al día. Eso ha
hecho que pongan el grito en el cielo más de cuatro como Z, pero a los que sí
son productivos en investigación eso los ha beneficiado escasamente, ya que:
-
A ellos, X o Y, sus obligaciones docentes se les han reducido muy poco a cambio
de que se incrementen bastante más las de los otros.
-
A X o Y el aumento de las horas de docencia obligatoria de los del estilo de Z
no los libera nada de su carga burocrática ligada a la investigación.
Adicionalmente,
es dudoso que para la calidad de la docencia sea muy conveniente el que de ella
se encarguen de modo principal los que menos investigan o no investigan nada de
nada. Por supuesto que hay grandísimos docentes universitarios que no ejercen de
investigadores. No serán más de un cinco o diez por ciento aquellos que para
investigar son como Z, pero enseñan muy bien las asignaturas de su campo o
disciplina. Creo que está fuera de toda duda que la mayoría de los que andan
como Z en investigación también son unos alcornoques a la hora de transmitir
conocimientos a los estudiantes. Tiene toda la lógica y todo el sentido que así
ocurra, pues nadie puede dar lo que no tiene ni entusiasmarse con lo que no le
gusta. Los Z suelen ser de los que se lo montan en clase a base de encargar
trabajitos en grupo, exposiciones de los estudiantes y debates sobre simplezas
y para ir pasando el rato. En Derecho o en disciplinas como la mía (filosofía
del derecho), dígame qué profesor gasta horas en perpetrar debates en clase
sobre la pena de muerte o el aborto y, sin margen de error apenas, le indicaré
dónde hay un memo, un ignorante y un docente poco laborioso.
3. Llegamos a lo que me parece más
importante. La cantidad de cosas que cada persona puede hacer tiene,
obviamente, un límite. Hasta el más fuerte, laborioso, sacrificado y mejor
entrenado necesita dormir unas horas, comer, cumplir con determinados
compromisos sociales, satisfacer algunas necesidades emocionales y afectivas,
dedicar algún rato al ocio para oxigenar la mente, etc., etc. Todo eso consume
tiempo. Una semana tiene 168 horas, de las que nada más que una parte podrá
dedicar el investigador a la investigación.
Juguemos
nuevamente con un modelo imaginario y concentrémonos en X. De X habíamos dicho
que su rendimiento investigador era de 10 (sobre 10), lo que le suponía una
carga burocrática de 100 (10 x 10). Pero ahora hay que matizar mucho más
realistamente esas cifras. 10 es el potencial de rendimiento investigador de X
bajo condiciones ideales. Quiere decirse que si a X se le permite dedicar todo
su tiempo laborable a investigar (pongamos que cincuenta horas semanales), si
dispone de los medios materiales necesarios para la investigación y si tiene
todo el apoyo de personal y material que necesite para que las tareas no
esenciales no le consuman tiempo, X obtendrá ese resultado, 10. Va de suyo,
pues, que si X debe reservar un parte notable de su tiempo, su concentración y
sus energías para cosas tales como rellenar documentos, calcular ingresos y
gastos, redactar explicaciones y justificaciones, manejar complejas
aplicaciones informáticas relacionadas con la gestión de presupuestos, etc., X
no podrá emplear las 50 horas semanales en sus investigaciones. Póngase que
nada más que puede aplicar a la investigación 30 horas a la semana. En ese
caso, y si entendemos que se mantiene constante la relación entre dedicación
temporal y rendimiento investigador, tendremos que X ya no rendirá 10, sino 6.
Lo
que trato de mantener es que, en la situación actual en las universidades
españolas (y me temo que en las de muchos países), los investigadores más capaces y más vocacionales tienen que ajustar su
rendimiento a la baja, como consecuencia de que la carga burocrática unida a la
investigación se incrementa en proporción superior al incremento del
rendimiento investigador. Si X solo investigara y las demás cosas de
carácter puramente administrativo las hiciera personal especializado en tales
labores y que las universidades asignaran, la producción científica real de X
sería más alta, pues a su rendimiento posible no habría que aplicarle el
descuento por burocracia. Tal como están las cosas y con esa carga burocrática
de los investigadores, hay una pérdida evidente de producción científica en las
universidades, debida a la mala organización del personal de las propias
universidades y a que se trata de instituciones absolutamente incapaces de
discernir seriamente entre buenos, medianos y malos investigadores y de dar un
trato distinto a cada uno de esos tipos de investigadores. Lo cual no sucede ni
por azar ni porque las universidades carezcan de posibilidad o medios para
organizarse de otra forma, sino por una razón infinitamente más terrible y
dolorosa: porque a las universidades no
les interesa seriamente la investigación de su profesorado. Digo más: la
mayoría de su personal académico prefiere que se investigue menos y que no haya
nadie con perfil superior en ese campo.
Supongamos
que usted, amable lector o lectora, tiene tres hijos que, además, son
trillizos. Tienen diez años. Los vamos a llamar A, B y C. A es sumamente
responsable y laborioso y en su colegio saca las mejores notas. B tiene un
rendimiento escolar mediano, es listo, pero se esfuerza poco y, además, cada
tanto organiza una buena travesura. En cuanto a C, es tan inteligente como sus
hermanos, pero se trata de un pillo redomado, perezoso, mentiroso y que no se
esmera ni lo más mínimo en las tareas del colegio y da pie a continuas quejas
de sus profesores. ¿Trataría usted igual a sus tres hijos a la hora de
repartirles regalos por sus cumpleaños, de permitirles ver la televisión más o
menos tiempo, de comprarles ropas o darles algún capricho, de dejarles salir
más o menos rato a jugar con sus amigos o de forzarles en casa a dedicar más
tiempo a estudiar y a cumplir con los deberes del colegio? Si usted me responde
que sí, que tendría con los tres el mismo trato, la conclusión es evidente: a
usted le importa muy poco que sea tan diferentes la actitud y el rendimiento de
sus vástagos y en el fondo le tiene sin cuidado lo que mañana vaya a ser de
ellos y de su familia en conjunto.
Bueno,
pues las universidades, igual. Si en materia de investigación nos tratan a
todos básicamente de la misma manera, es porque, a fin de cuentas, nuestras
investigaciones les importan un bledo. No hay más tutía ni cuentos que valgan. Si
las universidades quisieran maximizar el fruto investigador de sus profesores,
los descargarían de las tareas administrativas relacionadas con la
investigación (y con algunas otras) que, precisamente, merman ese fruto. Y si,
como viene pasando, las universidades y, en general, las instituciones
políticas que gobiernan la investigación, suben las cargas burocráticas de los
investigadores, la conclusión se impone por sí sola, aunque suene chocante: se trata de frenar a los investigadores, y
de frenarlos tanto más cuando mejores sean y mayor pudiera ser su producción.
Si esto es cierto, y a fe mía que creo que lo es, requiere alguna explicación.
Intentémosla ahora mismo.
4. Retornemos a nuestros amigos X, Y y Z. Sabemos
que, pase lo que pase, Z sigue feliz en su dolce
far niente o fingiéndose ocupadísimo en mamarrachadas (director del área
universitaria de eventos folklóricos, miembro de cinco subcomisiones para la
reforma de cinco planes de estudios, evaluador de propuestas de cursos de
extensión universitaria, secretario de la delegación para la alimentación
saludable en el campus…), pues nada es más sencillo en la universidad actual
que fingirse o sentirse ocupadísimo mientras no se hace nada que valga la pena
o tenga sentido, solo camelos y patochadas. Ahora bien, en un contexto en el
que a los gobernantes de cada universidad los elige principalmente el
profesorado, importa mucho establecer cuántos son los radicalmente improductivos,
pues votan como los demás y su voto vale lo mismo que el de los otros. Si son
mayoría, es probable que ganen e impongan a los de su cuerda.
Lo
segundo es que, como ya he tratado de exponer, por puro imperativo material,
porque las horas del día y de la semana son las que son, en la práctica el
rendimiento de X y el de Y se aproximan mucho, tienden a equipararse. X podría
llegar a 10, pero debe bajar a 6, ya que solo así puede con la carga
burocrática consiguiente. En cuanto a Y, tiene la producción en 5, pero en 5
está también su umbral de rendimiento investigador máximo. Es decir, aunque Y
no tuviera faena burocrática, sus resultados no serían mejores. X tiene que
investigar menos de lo que podría si no tuviera que ocuparse de burocracias, y
si contara con más tiempo, mejores serían sus resultados, dadas sus
capacidades. En cambio, Y está al límite de su rendimiento posible, lo que
significa que aunque aplicara a investigar todas las horas que actualmente
dedica a la burocracia, sus resultados efectivos no mejorarían.
Así
puestas las cosas, tenemos que la carga burocrática de la investigación no
perjudica en nada a Z, pero a Y en cierta medida lo beneficia. ¿Por qué?
Porque, en términos de rendimiento, resultados, prestigio científico o como
queramos llamarlo, Y queda equiparado a X, ya que, vuelvo a decir, su “nota”
como científico seguiría a siendo de 5 aunque no tuvieran ni él ni X carga
burocrática, mientras que, sin carga burocrática, la nota de X no sería de 6,
sino de 10. Los rendimientos decrecientes de la investigación sólo duelen a los
buenos investigadores, no importan nada a los no investigadores y en cierto
sentido benefician a los investigadores mediocres o medianos.
5. Si algo hay de cierto en lo
anterior, el fomento real de la investigación a base de facilitar en lo posible
el trabajo de los investigadores y de liberarlos de labores que acortan su
rendimiento posible sólo podría acontecer en una de estas dos situaciones: o
que los investigadores de alto nivel fueran mayoría en las universidades o que
quienes gobiernan las universidades o el personal todo de ellas tuvieran
estímulos muy fuertes para proteger y primar a los investigadores más capaces.
Imaginemos,
muy simplificadamente, que los Z son el 30% del profesorado de cualquier
universidad, que los Y son el 40% y los X, el otro 30%, y pongamos que, como
ahora, el rector se elige democráticamente entre todos los profesores. ¿Posibilidades
de que triunfe un candidato a rector que proponga que los X reciban apoyo
especial para que puedan ampliar sus logros en investigación y estén exentos de
papeleos? Ninguna posibilidad real. Los Z votarían masivamente en contra por
despecho y porque preferirían que tales costes se aplicasen a subvencionar
cafeterías en el campus o a pagar cursitos para dummies y cretinos, y los Y se
opondrían porque no querrían tales subdivisiones por arriba.
Podríamos
pensar que ese candidato a rector sí ganaría si su propuesta de descarga
burocrática a base de poner medios especiales no favoreciera solamente a los X,
sino también a los Y. Pero creo que no vencería tal candidato, pues si todos
estuvieran por igual liberados de burocracias, los X llegarían al 10 y se haría
patente que a los Y su valía no les permite ir más allá del 5. Los gatos pardos
prefieren la semioscuridad que hace a todos de su mismo color.
Esa
tremenda atadura que asfixia toda posibilidad de que en las universidades se
investigue más y mejor cambiaría si cada uno de los que en las universidades
trabajan se jugara algo. Si a todos, desde los Z hasta los X, se les subiera
más el sueldo cuanto mejores fueran los resultados globales de la investigación
en esa universidad, seguramente todos admitirían que se estimulase
especialmente y se dieran particulares facilidades a los que más pueden hacer
que aumenten esos resultados. Otro tanto pasaría si acabasen cobrando menos los
de las universidades en las que proporcionalmente menos investigación se produzca.
Si las universidades estuvieran primadas y recompensadas en función de la
investigación que hagan y si entre ellas pudieran competir para captar a los
mejores investigadores a base de ofrecerles mayores sueldos y mejores
condiciones de trabajo, habría una buena razón para que nadie quisiera
ningunear en la universidad suya a los más.
El
funcionamiento y los resultados de una institución están determinados por la
combinación de unas pocas variables: qué estímulos o incentivos, positivos o
negativos, tienen los que las dirigen, cuáles tienen los que eligen o controlan
a quienes las gobiernan y cuáles son los incentivos y estímulos que afectan a
los que en ellas trabajan. Todo ello depende de las regulaciones, depende de
normas que en su parte más importante son jurídicas. Cuando una institución, a
todos esos efectos (incentivos para los gobernantes, incentivos para los que
los escogen e incentivos para cada uno de los que tienen una tarea remunerada
dentro de la institución), se convierte en rehén de su propio personal y su
propio personal se mueve por propósitos individuales opuestos a los fines
teóricos que justifican la institución (y el gasto que la institución supone),
tal institución está abocada a una muerte lenta que empezará por la huida del
mejor personal, sea el que tiene o sea el que podría tener. Es el caso de la
universidad española (con unas poquitas excepciones quizá, no digo que no).
RIP.
No menciona usted otro grupo de interés: el personal de administración y servicios. Los incentivos de este grupo son similares a los de Z: cuanto más trabajo se descarguen en otros (académicos) mejor podrán atender sus obligaciones y diversiones. No son evaluados y también son electores a quien cuidar.
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