Cada
vez que en alguna zona verde del campus de la Universidad o en sus alrededores
hay un botellón, generalmente en jueves, le llueven críticas a la autoridad; o
se ponen las autoridades a pasarse culpas y hacerse reproches. Y a lo mejor
resulta que eso de atribuir la responsabilidad a las autoridades es un error y
no es así como habría que plantear el problema.
Si
el ganadero suelta su rebaño de vacas en un prado, el prado acaba lleno de
boñigas, eso es impepinable, pues son vacas. Si dejáramos que las gallinas se
refugiaran en las casas por las noches, cada mueble amanecería cubierto de
gallinaza. En cambio, normalmente se permite que las personas se junten y se
acumulen en las calles o plazas, en los parques, en los estadios, en los
edificios públicos o privados, en los lugares más variopintos, y no tememos que
lo dejen todo plagado de excrementos, o roto o infestado de desechos y porquerías.
Y tampoco pasa nada así cuando se organiza una fiesta y la gente acude y se
divierte. En los pueblos o en los barrios, en verano, se celebran verbenas o
romerías y algunos restos quedan en los suelos, seguro, pero nunca da la
impresión de que trotaron los ejércitos de Atila o que miles de jabalíes han
estado hozando a pleno rendimiento.
Por
eso lo de los botellones estudiantiles es tan raro, porque nos descuadra las
comparaciones o nos altera las expectativas. Que cientos y cientos de jóvenes
gusten de divertirse al aire libre si no llueve está dentro de lo más normal. Y
hasta a los veteranos nos puede apetecer, si el ambiente es favorable. Que los
estudiantes se den a las bebidas espirituosas y que más de cuatro acaben
borrachos casa con los usos y las tradiciones y bien que se recrean esas
situaciones ya en nuestra literatura clásica. Que para su etílico asueto busque
la muchachada refugio en los terrenos universitarios, siempre más cercanos a la
libertad, me resulta comprensible del todo.
Solo
una cosa no encaja, pero no es moco de pavo ni asunto baladí: que al amanecer
parezca que no eran humanos, personas propiamente dichas, seres con libre
albedrío y algo civilizados los que allí hicieron fiesta. Pues ni al observador
más templado ni al ciudadano más tolerante le puede caber duda de que, en su
inclinación, vocación y maneras, eran de la especie porcina los que en el lugar
se solazaron, cerditos sin excusas que sacaron a relucir, al fin libres e
iguales, su más íntima naturaleza. Sí, los habrá que estudian Derecho o Económicas,
otros cursarán variadas ingenierías, serán más de cuatro de Filosofía y Letras,
¡hasta de Letras, cielo santo!, algunos estudiarán títulos dobles o triples o
andarán acabando un máster, y no digo que no los haya a punto de culminar un
doctorado. De acuerdo, pero humanos muy humanos no son, eso hay que
reconocerlo, pues a su paso dejan un rastro infinito de basura, miles de bolsas
de plástico vacías que el viento lleva de acá para allá, vasos, botellas,
cristales rotos, vomitonas. No hace mucho, de camino a un colegio público
cercano, padres y niños iban pisando cristales que crujían bajo el calzado, en
la acera que las huestes nocturnas habían invadido y degradado. Si son humanos,
serán muy primitivos; pero yo creo que ni eso.
Han
vivido en casas limpias, han comido en mesas bien servidas, han estudiado en
aulas cuidadas y sin suciedad, han paseado desde bebés por calles impolutas y
han jugado en parques en los que apenas se ve un papel en el césped; a sus
padres, sus maestros, sus amigos o sus vecinos no los han visto ni defecar en
la calle como bestias ni arrojar la basura al suelo, desde primaria les han
querido inculcar educación cívica y respeto a los conciudadanos… Pero cuando se
juntan y se lo pasan bien, prefieren aparcar cualquier sensibilidad, olvidar
toda consideración por el prójimo, obrar como brutos. Ahí le duele. Tienen
apariencia humana, son jóvenes, son estudiantes universitarios, se dice que son
el futuro y la esperanza. O será que no hay mucha esperanza.
A
lo mejor todo se arreglaría poniendo más papeleras y muchos más contenedores de
basura donde ellos se juntan algunos jueves al atardecer. Puede que no falte
autoridad, sino recipientes para su mierda. Pero no sé. Quizá no queda más que
la represión, pero no una represión autoritaria, dura, sino el cuidado que
aplicamos con vacas, gallinas o gorrinos. Amorosamente y con el mayor respeto a
los derechos de nuestras queridas bestezuelas. No es una cuestión de autoridad,
sino de ganadería.
Yo generalizaría, aun sabiendo lo peligroso que resulta. Venga, me tiro a la piscina, que es sábado por la mañana.
ResponderEliminarVaya pues en forma de hipótesis: "La calidad de un evento, y la de las personas que lo protagonizan, es proporcional a la cantidad de basura que dejan detrás."
¿Detrás, dónde?
Detrás.
[Cobremos conciencia antes de que nos lleven al cementerio]