20 septiembre, 2017

Intelectuales de izquierdas. Por Francisco Sosa Wagner



Circula un manifiesto de intelectuales de “izquierdas” en contra de la secesión catalana que quienes ni somos intelectuales ni de izquierdas saludamos con el mayor de los gozos aunque lamentamos lo que han tardado estos sabios / sabias en caerse del guindo. ¿O no recordamos que intercambiar besos y zalemas con los nacionalistas ha sido, durante decenios, “tener cintura”? ¿no era el tacto de codos con ellos vivir bajo el sol del progreso, fuera de la caverna?

Mas demos la bienvenida al lugar en el que tantos duros de mollera y rudos intonsos llevamos ya instalados hace tiempo.

Lo divertido es la seriedad con que estos abajo firmantes se califican “de izquierdas” exhibiendo en el trance la gravedad de quien dirige una ceremonia litúrgica. He oído a algunos de ellos en las radios, personas que merecen -y esto lo digo sin ironía alguna- el mayor respeto intelectual por sus escritos. Y la pregunta es ¿cómo es posible que tales individuos, alicatados de lecturas, sigan poniendo unos mojones tan simplones en el pensamiento político? ¿No son conscientes de que esos marbetes no son más que añagazas usadas por los dirigentes de algunos partidos para retener unas clientelas capturadas por embelecos?

Hubo un tiempo, hace poco, en el que la línea divisoria entre la derecha y la izquierda consistía en defender que el barco “Prestige” tenía que haberse colocado en esta o en aquella posición marina pues de la contestación dependía ser recibido con alborozo entre los progresistas o expulsado a las tinieblas, allá donde anida el atraso. Parecidos dislates han sido, entre otros, los debates en torno a la prolongación de la Castellana en Madrid, la prórroga del contrato del Mobile World Barcelona, el rescate de algunas concesiones, las procesiones de Semana Santa o las corridas de toros. Ocasiones todas ellas para que papanatas diplomados hayan establecido fronteras electrificadas entre esos mundos, para ellos excluyentes e incompatibles, de la derecha y la izquierda.

Puros disparates de simplificación que tienen únicamente de bueno el hecho de devolvernos a la adolescencia, ese tiempo en que nuestra vida la envuelve una nube de credulidad e ilusión.   
 
A Miguel Mihura le dieron mucho la tabarra con este asunto porque se le tenía por un señor de derechas que, sin embargo, había escrito los “tres sombreros de copa”, una obra revolucionaria. Por eso, harto de la majadería de sus entrevistadores, solía contestar que “era de derechas por la tarde, cuando leía el ABC, y de izquierdas por la mañana, cuando acudía a su casa un obrero a arreglar algo”.

¿No se ve que es muy fatigoso ser todo el día, sin descanso, de uno o de otro bando? ¿sería mucho pedir a los intelectuales del manifiesto que nos permitan consoladores respiros para aliviar la rigidez ideológica? ¿Es que no es posible practicar la travesura y cruzar brincando las barreras que nos ponen -envueltas en sus saberes- y que son grilletes en nuestras cabezas? ¿no podemos, como quería el poeta, “bogar en incendios como en mares, segar mares como trigales”?

Estos sabios me recuerdan al vegetariano que hace de su animadversión a un muslo de pollo la prisión de su vida.

Yo me quedo, muy al contrario, con el consejo que me dio don Francisco Grande Covián un día aromado y armonioso de verano en el Palacio de la Magdalena de Santander: “coma usted de todo un poco y su vida será un brindis diario a la sensatez”.

¿No es un buen menú para el intelectual abajo firmante?

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