El pensamiento religioso lo impregna todo. O posiblemente sería mejor y más exacto decir el pensamiento mágico. A una parte de él estamos acostumbrados, a sus formas más rancias de ejercicio. Y creemos que hemos superado esas prácticas supersticiosas y adormecedoras de nuestras conciencias, mientras que en realidad sólo las hemos cambiado.
Todos tenemos conocidos y parientes que llevan al cuello medallas con vírgenes y santos, que guardan en algún rincón de casa su frasquito de agua de Lourdes, que le ponen velas al Niño Jesús de Praga o que piden al cura de su parroquia que bendiga su coche. Y nos parecen restos de otro tiempo, antiguallas propias de mentes cautivas de la superstición y el animismo. Y qué decir cuando vemos a esos amigos y parientes en sus ritos, por ejemplo de procesión. Nos causa una mezcla incómoda de ternura y rechazo observar que esos parientes y amigos tranquilizan así su espíritu, sintiéndose pueblo elegido y parte de la humanidad mejor y más valiosa. Con sus ritos y sus mitos lavan su conciencia y se persuaden de que viven en permanente ejercicio de amor al prójimo y comunión con la creación. Magnífico. O, mejor dicho, soberbio. Sí da un poco de risa, sí. Y un poco de grima también.
Pero la misma risa y la misma grima que produce el ir de cena adonde un progre cuarentón y ver que anda por casa con su panza apenas cubierta por una camiseta con la famosa efigie del Che. O cuando lo vemos salir de manifestación contra las guerras que declara Bush, pero sólo contra las guerras que declara Bush, con lo que parece claro que no está contra la guerra, sino sólo contra las guerras que declara Bush. O presumir de que sólo come productos de agricultura ecológica, para resistirse a este capitalismo voraz que todo lo corrompe. O su modo de sentirse de izquierdas por una pura cuestión de símbolos, pues no se le alcanza que ser de izquierda pueda significar otra cosa que participar de los ritos colectivos de los que son de izquierda. La izquierda ritual es casi la única izquierda que queda. Conozco unos cuantos que jamás compran el periódico, fundamentalmente porque no tienen costumbre de leerlo, pero que cuando están en un grupo de amigos y conocidos dicen con voz bien audible "voy a comprar El País". Y se lo colocan debajo del brazo con buen cuidado de que el titular quede hacia afuera, bien visible. Hay toda una técnica de doblar El País debajo del brazo, y esa imagen de un tipo con gabardina estilo Bogart que lleva El País cuidadosamente doblado forma parte ya de la iconografía de nuestras ciudades.
Esa gente se siente bien así, con su gabardina de Armani, bien distinta del horrendo Loden de los fachas, con alguna estampa en casa (por ejemplo, una foto de Arafat) que le recuerde y nos recuerde que somos de los que se preocupan por la justicia en el mundo, abundante música de aquella que se llamaba de protesta y guiños continuos a todos los que murieron, a un tiempo, por resistirse al sistema y devorados por él, tipo Jim Morrison o James Dean, conocidos parias de la tierra, ya se sabe. Cuando pueden viajan a Cuba y retornan reflexivos, amén que emocionados, comentando que Castro probablemente se equivoca en algunas cosas, pero que es estimulante comprobar cómo lucha un pueblo por mantener sus ideales y conservar su dignidad. Supongo que se refieren a la dignidad que a los cubanos les queda después de no poder decir lo que piensan y de acostarse con un extranjero (incluso el mismo que nos canta la milonga en cuestión) para poder comer caliente. Siempre me recuerdan lo que alegan los católicos cuando se les echa en cara los siglos de Inquisición y las encíclicas que braman contra la democracia y los derechos humanos: es parte de una lucha denodada por el bien y del esfuerzo de la Iglesia-institución para encontrar su camino entre tanta maldad que rige este mundo. Los errores (y los muertos, y los torturados) no empañan la noble intención ni de los Torquemada ni de los Castro. Los caminos del Señor, y los de la Revolución, son zigzagueantes, al parecer.
Nuestras abuelas, con sus breviarios, sus velas, sus santos, sus maitines y sus procesiones son tan supersticiosas e inútiles para la justicia en el mundo como estos otros con sus camisetas zapatistas, sus citas de Brecht, sus tomates ecológicos, sus frases estereotipadas y sus lecturas obligatorias. Unas y otros se sienten bien así y se convencen de que están haciendo denodado ejercicio de entereza y coraje y plantándole cara al mal, al que las abuelas le dicen demonio y los progres llaman sistema.
Por cierto, ¿qué te parece este Cabernet Sauvignon? Me lo trajo mi hijo de California, donde estudia cine. No, él quiere dedicarse al cine independiente, es un tío muy concienciado, sí. Yo lo animo, pero le digo que no se deje atrapar por los cantos de sirena de la industria. No, este año no iremos a verlo. Queríamos algo más tranquilito y al final nos hemos decidido por Marbella. Dos semanitas. Yo me llevo lo último de Toni Negri. y un par de cositas de Chomsky que tengo pendientes. Voy a disfrutar de lo lindo.
Todos tenemos conocidos y parientes que llevan al cuello medallas con vírgenes y santos, que guardan en algún rincón de casa su frasquito de agua de Lourdes, que le ponen velas al Niño Jesús de Praga o que piden al cura de su parroquia que bendiga su coche. Y nos parecen restos de otro tiempo, antiguallas propias de mentes cautivas de la superstición y el animismo. Y qué decir cuando vemos a esos amigos y parientes en sus ritos, por ejemplo de procesión. Nos causa una mezcla incómoda de ternura y rechazo observar que esos parientes y amigos tranquilizan así su espíritu, sintiéndose pueblo elegido y parte de la humanidad mejor y más valiosa. Con sus ritos y sus mitos lavan su conciencia y se persuaden de que viven en permanente ejercicio de amor al prójimo y comunión con la creación. Magnífico. O, mejor dicho, soberbio. Sí da un poco de risa, sí. Y un poco de grima también.
Pero la misma risa y la misma grima que produce el ir de cena adonde un progre cuarentón y ver que anda por casa con su panza apenas cubierta por una camiseta con la famosa efigie del Che. O cuando lo vemos salir de manifestación contra las guerras que declara Bush, pero sólo contra las guerras que declara Bush, con lo que parece claro que no está contra la guerra, sino sólo contra las guerras que declara Bush. O presumir de que sólo come productos de agricultura ecológica, para resistirse a este capitalismo voraz que todo lo corrompe. O su modo de sentirse de izquierdas por una pura cuestión de símbolos, pues no se le alcanza que ser de izquierda pueda significar otra cosa que participar de los ritos colectivos de los que son de izquierda. La izquierda ritual es casi la única izquierda que queda. Conozco unos cuantos que jamás compran el periódico, fundamentalmente porque no tienen costumbre de leerlo, pero que cuando están en un grupo de amigos y conocidos dicen con voz bien audible "voy a comprar El País". Y se lo colocan debajo del brazo con buen cuidado de que el titular quede hacia afuera, bien visible. Hay toda una técnica de doblar El País debajo del brazo, y esa imagen de un tipo con gabardina estilo Bogart que lleva El País cuidadosamente doblado forma parte ya de la iconografía de nuestras ciudades.
Esa gente se siente bien así, con su gabardina de Armani, bien distinta del horrendo Loden de los fachas, con alguna estampa en casa (por ejemplo, una foto de Arafat) que le recuerde y nos recuerde que somos de los que se preocupan por la justicia en el mundo, abundante música de aquella que se llamaba de protesta y guiños continuos a todos los que murieron, a un tiempo, por resistirse al sistema y devorados por él, tipo Jim Morrison o James Dean, conocidos parias de la tierra, ya se sabe. Cuando pueden viajan a Cuba y retornan reflexivos, amén que emocionados, comentando que Castro probablemente se equivoca en algunas cosas, pero que es estimulante comprobar cómo lucha un pueblo por mantener sus ideales y conservar su dignidad. Supongo que se refieren a la dignidad que a los cubanos les queda después de no poder decir lo que piensan y de acostarse con un extranjero (incluso el mismo que nos canta la milonga en cuestión) para poder comer caliente. Siempre me recuerdan lo que alegan los católicos cuando se les echa en cara los siglos de Inquisición y las encíclicas que braman contra la democracia y los derechos humanos: es parte de una lucha denodada por el bien y del esfuerzo de la Iglesia-institución para encontrar su camino entre tanta maldad que rige este mundo. Los errores (y los muertos, y los torturados) no empañan la noble intención ni de los Torquemada ni de los Castro. Los caminos del Señor, y los de la Revolución, son zigzagueantes, al parecer.
Nuestras abuelas, con sus breviarios, sus velas, sus santos, sus maitines y sus procesiones son tan supersticiosas e inútiles para la justicia en el mundo como estos otros con sus camisetas zapatistas, sus citas de Brecht, sus tomates ecológicos, sus frases estereotipadas y sus lecturas obligatorias. Unas y otros se sienten bien así y se convencen de que están haciendo denodado ejercicio de entereza y coraje y plantándole cara al mal, al que las abuelas le dicen demonio y los progres llaman sistema.
Por cierto, ¿qué te parece este Cabernet Sauvignon? Me lo trajo mi hijo de California, donde estudia cine. No, él quiere dedicarse al cine independiente, es un tío muy concienciado, sí. Yo lo animo, pero le digo que no se deje atrapar por los cantos de sirena de la industria. No, este año no iremos a verlo. Queríamos algo más tranquilito y al final nos hemos decidido por Marbella. Dos semanitas. Yo me llevo lo último de Toni Negri. y un par de cositas de Chomsky que tengo pendientes. Voy a disfrutar de lo lindo.
Me temo que lo voy a malcriar, Sr. García. Un aplauso.
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