31 octubre, 2005

EL OFICIO DE LEONOR. Sobre el sentido de la monarquía.

Vaya por delante una declaración personal: no soy monárquico, como se verá, pero tampoco me molesta especialmente la monarquía que tenemos. Existen tantos problemas en esta sociedad, quedan tantos entuertos por deshacer y se avizoran tantas averías, que el hecho de que los borbones reinen dentro del marco que la Constitución les traza no me quita el sueño ni un instante. Por mí que sigan, si quieren. Pero dudo que puedan por mucho tiempo, ya que me parece que la propia institución soporta hoy contradicciones tan potentes, teóricas y prácticas, que irremisiblemente, creo, acabarán por restarle todo atisbo de la legitimidad que con su acatamiento la sociedad le brinda. De eso quiero hablar un rato.
Estamos bajo el impacto mediático del nacimiento de la hija de Letizia, que así es como la gente mayormente lo ve. Es éste uno de esos días en que más vale apagar radios y televisores y no ir a la tienda. Esto cabreará a muchos, y a un servidor también, pero debemos quizá reconocer que tamaño bombardeo no es exclusivo de las bodas reales o el nacimiento de herederos del trono. Pon que un día Raúl, el futbolista, tenga trillizos o que Ronaldo se case con un señor modelo –de todo se cansa uno y en la variedad está el gusto- y verás que el despliegue no será mucho menor.
La pregunta crucial es cómo se justifica que Leonor vaya a ser reina, en su caso, y cualquier otro niño que nazca hoy mismo tenga ese oficio como el único que le está vedado, en esta sociedad en la que la Constitución garantiza cosas tales como la igualdad ante la ley, la igualdad de oportunidades (más o menos), el principio de mérito y capacidad y la libre elección de profesión u oficio. Si a la vieja pregunta de vecino solícito sobre qué quiere ser de mayor, el niño de nuestro barrio le responde que rey o reina (lo cual ya es independiente del sexo del mocoso, pues habría que pensar también qué inconveniente constitucional aplicaríamos al niño que declarase que de mayor quiere ser reina; y a la inversa), ¿cómo le explicamos que no, que todo lo más consorte, pero que lo de rey o reina en propiedad le está impedido por apellidarse García o Zunzunegui y ser hijo de su madre y de su padre? Semejante cuestión nos arroja de bruces sobre el gran tema de la fuente y la justificación de la legitimidad monárquica; es decir, nos lleva a buscar o repasar razones por las que uno o una va a ser rey o reina por razón de nacer de rey o reina, mientras que a todos los demás no se les da la posibilidad de llegar a tal por no llevar esos genes o esa sangre y, de rebote y por lo mismo, también se les birla la ocasión de ser Jefe de Estado, pues el puesto está ocupado por el rey de su madre y de su padre.
Antes de entrar en el espinoso asunto, consuélese el vulgo un rato y piense que algo se ha avanzado, pues un hijo mío no podría reinar sino como consorte, pero un nieto sí que podría con el tiempo ocupar el trono en propiedad. ¿Cómo así? Pues porque si mi hijo se casa con Leonor de Borbón y Ortiz (por cierto, ya que a la mamá le gusta trastocar la ortografía castellana en cosa de nombre, por qué no le metieron una h por ahí, tal que se escribiera Lehonor, pongamos por caso?) siendo ésta reina, sus hijos encabezarían la línea sucesoria. Y de paso, más sangre asturiana para esta segunda edición de la monarquía astur. Y en el escudo unes fabes, cagunmimanto. Esta posibilidad teórica de que un nieto/a mío o de cualquiera de los amables lectores no reales trinque trono para él y para su descendencia no se daba hace poco, pues obligados estaban los herederos de la corona a casarse con quien llevara en sus venas sangre real, que no quiere decir verdadera sangre, sino sangre de reyes. Cosa que tenía su sentido, como pasamos a ver.
¿Cómo llegaron a reyes los antepasados de los que lo son y cómo convencieron al personal de que estaban donde les correspondía al estar en el trono? Busquemos por donde busquemos, en los orígenes vamos a encontrar poder, ya sea poder guerrero o poder económico, y más fácilmente la síntesis de ambos. Jamás ocurrió en pueblo alguno, que se sepa, que buscaran para rey a uno que se ganaba la vida herrando caballos o enseñando latines, por ejemplo. Hacía falta, como mínimo, solmenarle a alguien y ganar unas batallas. Ahí tenemos los asturianos a Pelayo haciendo en Covadonga con el moro lo que muchos hoy quisieran, y fundando con ello dinastía, pese a la incomprensión del oso que se cepilló a Favila, su heredero. Esa sería una bonita discusión en la que sin duda un día se embarcará el nacionalismo asturiano, tan necesario en esta malhadada época en la que no tienes futuro si no eres nación y no cuentas con ancestros presentables y guerreros: si era más asturiano Favila, al fin y al cabo hijo del inmigrante Pelayo (por cierto, que los borbones también son inmigrantes en origen, si nos ponemos así; aunque más a lo Zidane que en plan patera) o el oso que se lo merendó. Pero volvamos al hilo.
Así que el primero de una familia que pilla cetro de rey siempre le ha atizado a alguien, ya sea en la crisma o en el monedero. Pero luego eso se olvida o pasa a un plano muy secundario, pues sobreviene la legitimidad, que es la justificación teórica exitosa que se da a cualquier poder para que en él no se vea abuso personal del que manda, sino noble desempeño por el bien de todos y en nombre de la justicia debida. Ahí concurrirán filósofos, pintores, arquitectos, historiadores, literatos, bardos y curas para hacer ver que quien impera no lo hace por ser de natural mandón o propenso a la egolatría, sino cumpliendo con una misión más alta, y hasta dolorosa. Cuando resulta exitosa esa construcción de legitimidad, deja de verse en el que gobierna a la persona de carne y hueso y comienza a ser percibida como altísima institución, mejor cuanto menos de este mundo. Por eso no hay cuadros ni representaciones de reyes haciendo caca o eruptando, v.gr., sino siempre en posición de grandiosa magnificencia, como si hubieran nacido únicamente para ganar batallas y acrecentar el éxito y la riqueza de su nación, como Maragall, que se pirraría por ser rey y hace lo que puede, con bufones y todo en su corte de plástico. Al lector inquieto le remito a un libro magnífico de Peter Burke titulado La fabricación de Luis XIV, donde ese gran historiador de la cultura nos enseña cómo se construyó en su tiempo la imagen de ese rey que todos llegaron a ver efectivamente como Rey Sol y no como paisano corriente que, eso sí, mandaba un huevo. Porque son cosas distintas cuánto se manda y ser rey o no. Para lo primero hay que tener mucha guita y/o muy mala leche. Para lo sengundo hay que tener legitimidad monárquica. Por eso Polanco no es rey y Juan Carlos I sí, mismamente.
La principal fuente de legitimidad monárquica fue durante muchos siglos la teología. Se entendía y se propagaba que el rey lo era por designio divino, por la gracia de Dios, como el general pequeñajo aquel que tuvimos por aquí y que no se hizo rey porque ya había un candidato titular. Preguntados en la Edad Media los grandes pensadores sobre por qué le competía al rey ser rey, la respuesta solía ser que porque así lo había querido Dios. Unos nacían para herreros o zapateros, por ejemplo, por ser hijos de herreros y de zapateros y porque a esa familia la había elegido Dios para herrar o hacer zapatos por los siglos de los siglos. Y a otra familia la había señalado para reinar. Así de sencillo. Por eso nunca podría reinar un zapatero ni hacer zapatos uno de sangre real. Según el pensamiento de entonces, el orden social era y debía ser reflejo y expresión de un orden de la Creación pergeñado por Dios, y supremo mandato para cada uno era el de conformarse y cumplir con el lugar que en semejante esquema del mundo le asignó en origen el Supremo Hacedor. Luego, en el cielo, todos plebe, eso sí, que allí el trono no se le discute al dueño del invento.
Lo de que el rey lo era por la voluntad de Dios coló mientras coló. A unos, como Luis XVI and family, la cosa les costó un disgusto grande. Otros, como las mil monarquías de los territorios alemanes durante tres cuartos del siglo XIX, se fueron adaptando y buscando justificación de su rol en razones más mundanas, como la tradición o la experiencia. Pero, al fin, todas las monarquías que pervivieron acabaron por convertirse en monarquías parlamentarias, previo paso a veces por la monarquía constitucional (el que quiera ver las diferencias entre las dos que se vaya a Wilkipedia, y listo). Monarcas como los de antes, de poder absoluto y legitimación indiscutible por la cuenta que le tiene al pueblo, ya no quedan en Europa y sólo podemos verlos en lugares como Cuba y, pasito a pasito, en Venezuela. Por eso todos los actuales republicanos españoles son tan férreamente anticastristas, por su fe en la igualdad de oportunidades y en la democracia sin límites ni excepciones.
En la monarquía parlamentaria el rey reina, pero no gobierna. Su poder es escasísimo y su papel simbólico y representativo. No muy distinta en esto su función de la de los Presidentes en las Repúblicas no presidencialistas. Es decir, ordenan poco pero van a muchas cenas oficiales y andan todo el día entre banderas. Como Maragall.
Es como cuando te tienen fichado y disimulas, adoptando una vida de perfil bajo. Piensas que a lo mejor si no das mucho el cante ni te haces notar inoportunamente, pasas desapercibido y nadie pregunta qué diantre haces ahí todavía. Porque, si ya nadie dice ni se cree que el rey lo sea porque Dios lo hizo así o porque resulte el más sabio o experto en las lides del gobierno, un día a uno se le va a ocurrir la gran interrogación: ¿por qué es rey el rey, ahora que lo pienso? Correrán de tres en fondo los juristas, que son los que más corren y se corren cuando de justificar poderes y cargos se trata, a declarar que porque así lo dispuso el poder constituyente y quedó fijado en la Constitución. Pero, ay, amigo, precisamente ahora andamos consternados ante la dolorosa conciencia de que las constituciones se hacen, se deshacen, se doblan, se desdoblan, se pliegan y se planchan, pues hasta vamos a meterle pronto una modificación a la nuestra para que no se quede sin destino Leonor en caso de que el próximo o el siguiente salgan con colita. Y ya están los malos declarando a troche y moche, sin respetar la alegría de día tan señalado, que, puestos a cambiar para que pueda reinar sin sombra Leonor, cambiemos más, para que también lo pueda el hijo del panadero; o Maragall, sin ir más lejos. Y sé yo de uno, nacido en Valladolid, pero que pasa por leonés, al que se le hace el popó gaseosa sólo de pensar cómo luciría él en todo un trono, con esos ojos, ay madre. Y, si no, de Jefe de Estado, qué le vamos a hacer, menos es nada. Ahí se jorobó el tripartito, salvo que consiguieran hacer una Jefatura una y trina, que cosas más raras se han visto. Y Rajoy de republicano total en ese caso, dando coña, digo caña.
Broma a broma, hemos llegado a la pregunta del millón: ¿cómo se legitima hoy una monarquía? En la respuesta que en la teoría y en los hechos se brinda a esta cuestión es donde me parece que late la gran contradicción que acabará con la monarquía, su destructiva paradoja interna. Porque todo el esfuerzo de las casas reales y de los que fabrican -ahora mediáticamente- su legitimación se dirige a mostrar dos cosas: que lo que justifica que el rey sea rey es su profesionalidad y que, fuera de eso, es una persona como cualquier otra, con sus pasatiempos, su sentido del humor, su gusto por los amigos, las motos o los barcos, su afición al deporte o a las setas con torreznos y hasta sus debilidades, incluidas las de bragueta o, si fuera el caso, el corpiño (no me he atrevido a culminar el paralelismo; tanto hablar y mira, me corto hasta yo). Parte fundamental de esa reconstrucción de la legitimidad monárquica por la vía de hacer ver que la sangre real no le hace a uno tan distinto es la política matrimonial. Antes, como ya indiqué, se suponía que la sangre real hacía seres de otro calibre, por lo que esa sangre no debía mezclarse con la plebeya, no fueran a salir herederos sin la debida majestad. Ahora no, al contrario. Para que aceptemos la monarquía se nos deja ver que cualquiera puede ligar con heredero o heredera real y que basta ser bombón para casar con borbón, por ejemplo, con lo que sí se democratiza un poco la institución por la parte del consorte y se somete al muy moderno principio de mérito y de capacidad. Yo jamás reinaré, pero tal vez un nieto mío sí. Oh cielos, la entronización de los garcíamado. Que tiemblen Maragall y su alcurniosa descendencia.
Pero el pueblo se va a conformar poco rato con tan estrecha vía. Y se pondrá a pensar que para profesional bueno, uno mismo o cualquiera de sus hijos. Y con don de gentes, y deportistas, y simpáticos a carta cabal, y con muy buena presencia, adónde vas a parar. Y que parece mentira que no pueda llegar a reina la mi Jennifer, a ver qué tiene la Leonor esa que le falte a mi niña, por Dios. O mi Borja Iker. Y que por qué va a tener que ligar con esa tía para llegar a rey, si vale mucho más que ella, ya te digo. Cuando ese sea el tono que predomine en bares, tiendas y cenas de los sábados con amigos, adiós monarquía, todo el personal se habrá hecho republicano en nombre de la igualdad de oportunidades para reinar. O se pedirá que el rey se elija en una Operación Reinado o en un Gran Monarca, con los votos de los telespectadores. Y, si lo piensas bien, por qué no; salvo que fijo que gana un Maragall, con el saber estar que tienen en esa familia, que míralos qué naturales y desprendidos.
Si yo fuera el papi o la mami de Leo convocaría a lo mejor del seso nacional para fabricar una reina; o para implorar un milagro. Si no, ya la veo yo ganándose la vida en Tele 5, la pobre.
Pero por mí que reine, en serio. Porque todo lo que se me ocurre como recambio me da más temor; o más risa. Y porque como no la tengamos a ella de reina, tardaremos mucho más en tener a una mujer de Jefa del Estado. ¿No ven lo que pasa en el gobierno, que la más inteligente está de segundona?

Llamadas interurbanas. A. Fierro

Menos mal que de vez en cuanto algún amigo con buenas letras echa una mano y permite que este blog tenga más cosas y se tomen un descanso mis monsergas. Es el spleen particular de Avelino Fierro.
LLAMADAS INTERURBANAS
A. Fierro.
- Hola, señor Secundino, ¿qué tal, qué haces?
- Hola Ceci, nada, aquí estamos, instalados en esta murria de día. Me acabo de levantar de la siesta... con las contradicciones.... oyendo un poco de música. He puesto un disco de Sabina. No sé porqué, no me gusta. Bueno, si alguna vez me han preguntado, es lo que he dicho y no sé muy bien por qué. Parece que es obligatorio lo contrario para los que hemos sido un poco de izquierdas. Pero me cae gordo y tampoco sé muy bien por qué.
- (“Calla niño, que no es pápa, que se han equivocao”)
Es Julito, que está como loco dando voces “pápa, pápa” porque han llamado al portero y ya le digo yo que pápa se fue a por tabaco y no va a volver. Oye, ¿y qué disco es?
“Carnavales en los arrabales de mi corazón”
- Ah, no sé cómo se titula. Está haciendo el chorras, vestido o desnudo de boxeador. El disco sí me cae simpático, es un ilegal. Lo cogió Martita aprovechando una levantada rápida de los manteros. Cogió ése y unos cuantos de Operación Triunfo, que es lo que había. Oye, ¿te cuento una muy buena que vi de manteros en el Húmedo?
- A ver.
- Hace un año y pico pegaron la voz de alarma y recogieron ipsoflauto. La verdad es que se dan mucha maña; eran de esos sudamericanos que son chiquititos y todos iguales. Me parece que algún pequeñajo que andaba por allí, sorbiéndose los mocos, fue también para la manta. Bueno, pues todos expectantes y, de repente, aparece por la esquina del Lateral un clarinetista de la banda municipal, gordo, gordo, secándose el sudor con el pañuelo, pero como era ya casi de noche y el uniforme es como de municipal...
- Ah, ah, es bueno. Pues yo he puesto hoy a Paco Ibáñez y me he empeñado en aprender las letras.

“vamos a soplar la raya del amanecer”

- Ostia, lo tuyo es más jodido. Si, además, no tienes edad para eso. Que lo hiciera yo, todavía...
- Ya , ya, es que llevo unos días que no me encuentro a mi pispa. A ver si eso arregla algo.
- No sé, no sé.
- Bueno, yo te llamaba para darte las gracias por las fotos, que son preciosas. Ya pensé hacerlo hace días.
- No te preocupes, ya me dio las gracias Julio hoy. Le mandé un correo y ya me lo dijo. Así que, a ver si hay más comunicación en esa pareja.
- Ya, ya, si es que comunico más con Gastón cuando doy el paseo de bajarlo a mear. Y Mar, ¿qué tal?.

“y desafiando el oleaje sin timón ni timonel
por mis sueños va ligero de equipaje
sobre un cascarón de nuez mi corazón de viaje”

- Nada, bien. Acaba de ir a tomar café a casa de una amiga que ha puesto casa. Luego he quedado con ella en el teatro, en el Auditorio, que no sé qué ponen que parece que está bien.
- Joder, cómo os cultiváis.
Calla, que estoy hasta el gorro. La semana pasada fuimos cuatro veces al flamenco, al ballet y otras historias.
- Pero si luego no hacéis más que quejaros los de provincias, que si no hay nunca nada. Por lo menos vais a lo que hay; aquí es que no vamos, con todo lo que hay.
- No, no, que yo estoy hasta el moño. Que ando haciéndome el muerto, despistando, a ver si no se fija en mí. El quinto día no fuimos al Emperador, pero porque no había entradas. Y, mira, podía haber estado bien, era esa de la cena, de Flotats y el de Sahagún, cómo se llama...
- Carmelo...
- Ese, Carmelo Gómez. Bueno, que me dice Julio que vais a venir para el puente, a ver si nos vemos. Dile que vi lo suyo en “eñe”.
- Ya, lo de Pantagruel en el Bierzo. Cada vez que lo leo, bueno, cada vez que me acuerdo, ya me viene el ardor al ombligo y me tengo que tomar unas almax, qué pasada de menú. Qué ardor.
- Ardor guerrero. Oye, que si vienes no dejes de ir a la exposición del Instituto de Cultura, que a los fotógrafos os interesa.
- ¿Qué ponen?
- Son fotos de Juan José Gómez Molina, uno que tiene unos libros cojonudos sobre dibujo en Alianza. No sé si están a punto de cerrar.
- Nada, nada, haz lo que sea pero que no la cierren, que tengo que ir a verla.
- Bueno, me encadenaré a la verja de la puerta de entrada. Me hago fuerte allí. Aunque no sé si acaba otra en el MUSAC, de Art Futura. Bueno, no te preocupes, allí mando a otro, a uno de esos que piden por turno en San Isidoro. Bueno, o sea que te gustaron las fotos. La de la furgoneta en lo alto del Mirandelo está bien. Tú tienes un gesto guapo. Parece de esas de road-film o road-runner o como se diga. Estamos todos bien, en la cima del mundo. Sin preocupaciones, sin dolores en la vejiga, sin toses por la noche, sin niños. Parecemos hasta jóvenes y felices, ¡cagon la hostia!
- Téngase, señor Secundino, no se me emocione. Eso de la vejiga ya no se oye, se la deben haber quitado a las nuevas generaciones. Estoy acabando los diarios de Ruano y habla mucho de ella, de la suya. Me están gustando las historias del señorito, hasta estoy dando algunos paseos buscando sitios de los de aquel Madrid de los cincuenta. Qué encanto y qué cutrez. Me está prestando. Ridruejo decía de él que era un bohemio que había vivido toda la vida de su trabajo.
- Yo lo tengo subrayado. Te voy a estropear el final: “El terror es blanco. La soledad es blanca.”

“lágrimas de plástico azul
rodando por la escalera”

- Oye, ¿sabes que no pasé a la final del Fotofest?
- Ya, ya ... ya lo vi en Internet. La verdad es que estaba jodido, había gente muy buena. Las tuyas están muy bien. Me sorprendieron mucho, no sabía yo de esa afición tan en serio. Qué callao te lo tenías. Aunque con esa Leika... Bueno, igual es más llevadero que lo del andamio, que ibas a acabar con tortícolis crónica como Buonarotti.
- Ya, es que estoy hasta la cígara de concursos apañaos, de soportar a curas que te dan dos duros y se creen que te hacen un favor, de estar mucho fuera de casa. Me lo tomaba muy a pecho. La última vez que tuve mucho tiempo una talla de un Cristo que estaba hecho un cirineo acabé hablando con él y se me aparecía por las noches, se desclavaba y se me caía encima de la cama, estaba to ensangrentao. Una ossessione.
- No sé, tú verás. Si eres una virguera, si me contó Julio que cuando fuiste a Alemania te pagaron bien, te lo pasaste bien y trabajabas la mitad que los otros, que te parabas a esperarlos haciéndoles el molinillo con los pulgares y silbando, pa joder. Me decía que los restauradores españoles estáis acostumbrados a ir mucho más rápido con tanto metro y metro de retablo tocho.
- Sí, algo de eso hay. No sé, igual estoy cansada, me estaré haciendo mayor.
- Vete a cagar.

“el gallo a sueldo de la madrugada”

- Oye, ¿y qué correo decías?
- Uno sobre los políticos que mandé a “El País”. Dile que te lo pase, no te lo mandé a ti porque no tenía tu correo en la ofi. Nada, lo de siempre, que quieren cobrar el paro y no van ni por la oficina de empleo. En el debate de los presupuestos había cuatro contados y eso porque habrían quedado luego en el bar de las Cortes con las churris.
- Son la ostia los “pofesionales”. El otro día, en los muñegotes, hablaban de la pandemia del estatut.
- Joder..., bueno, anda, que te vas a arruinar. No dejéis de llamar. A ver si nos vemos, que estamos muy encerrados últimamente.
- ¡Pero si no paráis en casa!
- No, te digo del Montecarlo, o así, de enredarnos hasta tarde, que después de las culturetas tomamos un par de vinos y nos vamos a casa, que al día siguiente hay que dar el pego en la ofi.
- Bien, bien, oído plancha. Besos.
- Bersos, bersos.

“las niñas ya no quieren ser princesas
las estrellas se olvidan de salir
la muerte pasa en ambulancias blancas
pongamos que hablo de Madrid”

28 octubre, 2005

Mi madre, la vida y un cuento.

Hoy ando un poco sensible. Contento sí, pero sin ganas de pelea. Son días, luego se pasa. Será porque ayer volví a Castiello de Bernueces, al lado de Gijón, a visitar a mi madre. Lo hago todas las semanas, salvo que me encuentre muy lejos. Vive en una residencia de ancianos, rodeada de verde, con una gran finca llena de frutales. Ahora es tiempo recoger la manzana, y hay mucha allí, para “pisarla” y hacer sidra. Mis padres son campesinos –ya lo he dicho muchas veces, me repito- y en casa hacíamos sidra en un pequeño “llagar” artesanal. Cuando era muy chico me fascinaba todo ese proceso, y el sabor de la sidra dulce recién salida de la espita y recogida en un barreño. Me vigilaban para que no me diera el gran atracón, pues en sus primeros días es un poderoso purgante.
Lleva ya tres años mi madre viviendo en ese lugar. Tiene ochenta y ocho. Cuando miro atrás y recuerdo cómo era, la veo siempre trabajando. Se tenían bien repartidas las labores mi padre y ella. Lo de mi padre eran las vacas. Compartía con los mejores de su gremio esa capacidad, que a mí siempre me pareció prodigiosa, para radiografiar a veinte metros una vaca y saber cuántos años tendría, cuánta leche daría, qué tipo de crías podría parir y tantas cosas más que de “guaje” me llevaban a considerarlo poco menos que un mago. Pero lo de mi madre era el trabajo de azada. Y las flores. Justo en estas fechas en que estamos cortaba cada año los crisantemos y se pasaba la noche tejiendo coronas. Luego bajaba, en tren, a venderlas a Gijón en el mercado. Con los dinerillos que sacaba se iba a la tienda y compraba viandas y cosas para la semana. Yo esperaba ansioso siempre que comprase alguna lata de atún o de mejillones. De niño me juraba que si alguna vez conseguía tener dinero cenaría cada noche una lata de atún en aceite o una de mejillones en escabeche. Lo hago a menudo, es bueno cumplir lo que en la infancia se soñó, en lo que se pueda.
Luego mi madre tomaba el tren de vuelta, otra vez cargadas de bolsas las dos manos y un bolso más sobre su cabeza, como sabían hacer, en magistral equilibrio, todas aquellas aldeanas. Se bajaba en el apeadero, que estaba a unos cuatro kilómetros de nuestra casa monte abajo, y yo la esperaba a lomos de la Cuca, que era la burra de casa. Metíamos en las alforjas sus bolsos y echábamos a subir por el monte los cuatro, pues también estaba nuestro perro, que no se perdía evento.
Otro día me concedo licencia para rememorar más cosas de estas. Cómo no va a ser uno antinacionalista, maldita sea, si mi bable lo mamé allí y así, y no como esos burguesillos que lo estudian en cursillos de verano y luego se sienten descendientes directos de algún druida, no me jodas. Murió ese mundo que yo viví, pues ya no existen las cosas que nombraban aquellas palabras. Ayer me dijo mi madre, viendo cómo las trabajadoras que atienden la residencia se daban buen afán en ir de un lado al otro: “mírales como dan el dengue, pero la mitá de les veces no faen más que correr al devalu”. Cuando falten mis padres ya no me quedará casi nadie con quien poder hablar así. Con los burguesitos del cursillín no es lo mismo, a ver cómo dices en aquella lengua nuestra que está un poco soso el sushi o que has pasado un finde chachi de turismo rural. Por favor.
Se me ha ido la olla. Y casi acabo como siempre, pese a comenzar todo sensible y manso. Yo quería sólo contar que ayer estuve con mi madre y que cuando mi madre tuvo que empezar a vivir en la residencia, porque necesita cuidados grandes, temí que cada visita me causara depresión o desgarro. Y no, al contrario. Son mis momentos de mayor relajación, de bienestar, de plenitud casi. Por un lado, por el ambiente, mucho más recomendable, ni te cuento, que el de la Junta de Facultad o el de las aulas. Cada viejecillo es una historia para escuchar y una ternura para compartir. Y mi madre, por otro lado, que nunca recuerda quién la visitó ayer o qué comió hace dos horas, pero que tiene memoria exacta de cada detalle de lo que aconteció en su vida hace cincuenta o sesenta años, cuando la guerra, o cuando conoció a mi padre, o cuando salía de noche con algún hermano a asaltar alguna huerta para poder comer algo, porque eran catorce y no había dinero.
A lo que iba. Ya puestos en este tono tan confianzudo e íntimo, confesaré algo más. Después de las primeras visitas sentí ganas de escribir alguna cosa que expresara mi estado de ánimo y las sensaciones que me producían todos aquellos seres. Y mira lo que son las cosas, me salió algo parecido a un cuento infantil. No hay personaje en él que no sea real. Más bien me quedo corto.
Es éste. Se titula Viejos bichos. Quizá deberíamos casi todos hablar casi siempre de estas cosas y no de lo que solemos. Quizá.

Viejos bichos.
En la Residencia Bye-Bye viven viejos animales. Algunos están allí porque los llevó su familia, que ya no tenía cómo atenderlos; otros porque no tienen familia y necesitan cuidados; y hay otros que sí la tienen, pero no tienen humor para soportar a sus nietos, tan ruidosos y llenos de caprichos.
En la Residencia todos los viejos animales son amigos, pero se llevan fatal. Veamos. Hay un gallo mudo que todo el rato hace gestos amenazadores a la oveja calva. El gallo se llama Herminio y antes de quedar mudo por culpa de un catarro, fue el rey de varios gallineros de postín. La oveja se llama Obdulia, y en su barrio la llamaban Duly. Últimamente sus amigos la llaman Dolly, para tomarle el pelo. El pelo se lo tomarán, pero la lana no, pues Dolly, digo Duly, se quedó calva una tarde en que se durmió al sol en un prado, mientras rumiaba.
Duly no le hace caso al gallo mudo, Herminio, porque ella se pasa todo el rato hablando con Gertrud, que es una gata sorda; sorda, sorda, como una tapia. Lo que pasa es que Gertrud tiene un tic que la hace mover todo el rato la cabeza arriba y abajo, como si asintiera, y a Duly le gusta mucho que le den la razón cuando habla.
Lo único que hace que Gertrud, la gata sorda, deje de mover la cabeza, es el paso de Fasty a toda velocidad en su silla de ruedas. Fasty es una liebre que en realidad se llama Faustina. Va en silla de ruedas porque se quedó inválida por culpa de las heladas que soportó tantos años en el monte. Pero sigue amando la velocidad, como cuando era el animal más rápido de su región. Ahora, en la Residencia, cuando pasa a toda marcha con su silla de ruedas, todos se apartan y le dicen:
- Dónde vaaaaaas... que te vas a empotrar contra una puerta.
El único que le ríe las gracias es Pigeón, un jabalí que tiene más de cien años y se pasa muchas horas tumbado ante el televisor. Sólo deja de mirar la tele cuando circula por allí Fasty con su silla. Nadie entiende por qué a Pigeón le da tanta risa con las carreras de la silla de Fasty. Y, para colmo, cada vez que Pigeón suelta sus risotadas se le desprende la dentadura postiza y hay que andar buscándola por el suelo.
El campeón para encontrar cosas es el Paquirri, un viejo toro que está de lo más flaco. En sus tiempos pesó quinientos kilos. Ahora no pesará ni cuarenta. Todos lo llaman el Paquirri porque en su juventud fue un imponente toro de lidia. Estaba destinado para el día grande de la Plaza de las Ventas, pero se fugó y vivió en la clandestinidad hasta que ya no había peligro de que quisieran torearlo, de tan viejo y tan flaco que se había hecho. Ahora era el mejor amigo del jabalí Pigeón. No sólo le encontraba siempre su dentadura postiza. Además echan la partida todas las tardes y dicen piropos a las compañeras de la Residencia.
La que más agradece sus piropos es Marcelina, una gallina gordota que a veces se pone triste porque sus hijos nunca la visitan. Con lo que ella había trabajado para labrarles un futuro...
La vida en la Residencia Bye-Bye transcurría plácidamente, esa es la verdad. Y en el fondo todos eran amigos y se querían, aunque pasasen tanto rato discutiendo y chinchándose .
Toda esa paz se alteró un día de julio. Acababan de comer y casi todos dormitaban con la barriga llena. De pronto oyeron un sonoro golpe en la puerta.
Herminio señaló con su ala, pero no se movió. No dijo nada, por supuesto, pues ya sabemos que es mudo. Pigeón se asustó con el ruido y del sobresalto se le cayó la dentadura, una vez más. Inmediatamente el toro Paquirri se agachó a buscársela y comenzó a recorrer todo el suelo a gatas. Y, a propósito de gatas, Gertrud siguió asintiendo, mientras Duly decía a voz en grito.
- Alguien debería abrir la puerta y ver quién llama.
Apenas había acabado la frase cuando una corriente de aire los despeinó a todos, bueno, a todos menos a Duly, que es calva, como ya se ha dicho. La corriente de aire la provocó la liebre Fasty al pasar a toda velocidad en su silla de ruedas. Ella fue la que abrió la puerta. Miró a un lado y no vio nada. Miró al otro, y tampoco. Ya iba a cerrar de nuevo cuando de la esquina salió una pata que sujetó la puerta. Fasty miró la pata y vio que era la pata de un pájaro. Es más, como experta campesina que era, reconoció que se trataba de la pata de un cuervo. Y dijo:
- Vaya, ya están aquí los de la funeraria. Pues no se ha muerto nadie, así que aire.
Pero ante ella se irguió un cuervo, que dijo:
- Aparta, vieja chocha, que me persiguen.
- Oiga, oiga, un respeto. Y no me levante la voz, que seré vieja, pero ni estoy chocha ni se me trata como un estorbo, porque mire, joven, aquí donde me ve....
Y Fasty siguió hablando un buen rato en la puerta, pero ya ni el cuervo estaba delante ni la escuchaba nadie. Porque el cuervo había saltado por encima de ella y se había colocado en medio del salón.
- Necesito esconderme rápidamente- dijo.
Todos se quedaron quietos, sin decir ni pío. El cuervo vio que la gata Gertrud movía la cabeza y fue hacia ella.
- Amiga, escucha, acabo de fugarme del zoo y me persiguen los guardianes y hasta la policía municipal. Necesito un escondite seguro para pasar esta noche, y mañana me piro. No temas, soy pacífico y sólo quiero evitar que me atrapen. No soporto más tiempo aquella jaula ni a todos aquellos niños empeñados en arrojarme caramelos y más caramelos. ¡¡¡¡Odio los caramelos!!!, ¡¡¡detesto los caramelos!!! ¡¡¡Los cuervos no comemos caramelos!!!!.
Al decir eso último se excitó y gritó mucho. Gertrud seguía asintiendo.
- ¿Tú me entiendes?- le preguntó el cuervo.
Gertrud no dejaba de asentir.
A la espalda del cuervo una voz ronca dijo:
- Está sorda del todo, da igual que le grite o que no.
Era Pigeón. Paquirri ya había recuperado su dentadura. Mientras el cuervo se explicaba a Gertrud, todos se habían acercado y ahora lo rodeaban. El cuervo se fijó en todos ellos. Exclamó:
- ¿Pero qué manicomio es este?
Todos le miraron con enfado. Marcelina, la gallina, le dijo, muy digna:
- Oiga, jovenzuelo, esto no es un manicomio, es una residencia de bichos muy respetables y honrados que lo han dado todo por la sociedad y disfrutan aquí de un merecido descanso. Habrase visto. Me recuerda usted a mis nietos con esos ademanes tan chulines.
El cuervo comenzaba a mostrarse desconcertado. Miró al gallo y le dijo:
- A ver, pariente, explícame tú qué pasa aquí.
El gallo, Herminio, se encogió de hombros de ese modo tan raro que tienen los gallos para encogerse de hombros, con las alas ligeramente abiertas.
Volvió a sonar la ronca voz del jabalí, Pigeón:
- Usted no da una, amigo, ése no le puede contestar porque es mudo.
El cuervo ya no sabía adónde mirar y comenzaron a resbalarle unas gotas de sudor por el pico. Sonó la dulce voz de Duly:
- ¿Quiere un caramelo, hijo?
- ¡Ajjjjj! ¡No! Ya les he dicho que odio los caramelos. Lo que yo necesito es un escondite para esta noche. Pero ya veo que aquí lo tengo difícil, no sé cómo van a ayudarme todos estos viejos.
- Oiga, oiga, jovenzuelo, cuidadito con lo que dice. Somos mayores pero no estamos acabados. -Era Paquirri el que hablaba- ¿Y usted cómo se llama? No se ha presentado.
- Me llamo Flánagan, pero los amigos me llaman Flan.
Al oírlo, Marcelina, la gallina, se puso a hablar todo seguido:
- Ay, Flan, como mi hijo mediano. De pequeño era así moreno, como usted, pero luego... Y bla, bla, bla, siguió hablando y hablando de sus hijos y de no sé cuántas cosas más.
Al mismo tiempo había comenzado a meter baza también Fasty, la liebre:
- Pues cuando yo era joven tuve un conejo pretendiente que era también muy descarado y un día... Y bla, bla, bla, siguió hablando y hablando.
Pasaban los minutos y el cuervo Flan se sentó en el suelo, medio desesperado. El gallo Herminio se había dormido sobre una pata (queremos decir sobre una de sus dos patas, no sobre una hembra de pato) y Gertrud asentía. Pigeón y Paquirri sacaron la baraja y se pusieron a jugar una mano a la brisca.
Repentinamente sonaron unos golpes en la puerta y una voz tronante dijo:
- ¡Abran! Somos del zoológico.
Flan dio un gran brinco y murmuró:
- Ay, mi madre, estoy perdido, vienen a por mí.
- Tranquilo, hijito, veamos qué se puede hacer.- Fue Marcelina la que dijo esto.
- Disfracémoslo de viejo - dijo la gata Gertrud.
Flan, el cuervo, la miró muy sorprendido y preguntó:
- ¿Pero esta no era sorda?
- Sorda sí, pero no muda. El mudo es Herminio. Fue Pigeón el que le contestó. Y añadió, como para sus adentros:
- El cuervo este no se entera de nada.
Flan prefirió no hacer más preguntas. Estaba verdaderamente asustado.
Paquirri, que había salido del salón, reapareció con una peluca blanca y se la tendió al cuervo.
- Póngase esto, Iván. No lo va a reconocer ni su tía.
- Me llamo Flan.
- Sí, ya sé que se llama Flan, pero ahora, cuando esté disfrazado, lo llamaremos Iván.
Flan se puso la peluca para disfrazarse de Iván. Parecía mucho mayor con aquella melena blanca. Preguntó:
- ¿Se me reconoce?
- Ay, me recuerda tanto a mi hijo mayor cuando se disfrazó en aquellos carnavales. En realidad estaban todos guapísimos y fuimos...
- Calle, Marcelina, luego nos lo cuenta. Yo creo que aún hay que disfrazarlo más. Pintémosle unos lunares en el pico.- Eso dijo Pigeón, que sacó un lápiz y le llenó el pico de rayas negras.
- ¿Creéis que está bien así? -preguntó Pigeón.
- Ummm, no sé, no sé- Contestó Duly- ¿Qué más podríamos hacer para ponerlo irreconocible del todo?
Se acercó Herminio con un puñado de caramelos y se los tendió a Flan. Todos rieron disimuladamente. Y varios dijeron al tiempo:
- Eso, eso, que se ponga a comer caramelos, que seguro que así no se imaginan los del zoo que puede ser él.
Flan los miró con cara de pocos amigos, pero reconoció que la idea era buena. Desenvolvió tres caramelos y se los metió en el pico. Tuvo un ataque de tos y los ojos se le salían de las órbitas, pero aguantó.
- Ya podemos abrir, dijo Duly.
Y apenas lo había dicho, cuando ya Fasty estaba en la puerta y la abría de par en par.
Dos señores altos, flacos y con finos bigotes se quedaron allí mirando hacia adentro.
- Buscamos a un cuervo presumido que se ha fugado del zoo, ¿podemos pasar?
Nadie dijo nada, pero vieron a Gertrud mover la cabeza y se sintieron invitados a entrar.
Volvieron a hablar:
- ¿No habrán visto por aquí a un cuervo engreído y maleducado que se fugó del zoo esta mañana?
- ¿Qué pinta tiene?- Fue Paquirri el que hizo la pregunta.
- Pues es feúcho y desgarbado, aunque él se considera muy guapo. En realidad, no sé ni para qué lo buscamos, pues no vale ni para comer caramelos.
Flan se atragantaba con los caramelos, pero se metió otro más en el pico.
Esta vez habló Marcelina:
- Pues no, por aquí no ha estado. Pero eso que cuentan me recuerda mucho cuando una vez, en mi juventud, una vaca se perdió y....
- Bueno, bueno, no se preocupen, tenemos prisa. Hemos de seguir buscando
- Antes de irse ¿no les apetece un poco de flan?
Fue Gertrud la que habló. Todos la miraron muy sorprendidos y luego tuvieron un ataque de risa. A Pigeón se le cayó la dentadura y Paquirri se agachó a cogerla, sin dejar de troncharse. Flan tuvo un nuevo y más fuerte acceso de tos.

Los tres hombres se miraron y uno dijo:
- Vámonos, aquí no está y estos están bastante turulatos.- Y se marcharon.
Flan suspiró muy aliviado. Los demás aún se partían de risa, menos Gertrud, que los miraba y asentía muy seria. Cuando se calmaron, Flan dijo:
- Muchas gracias, amigos, son ustedes geniales.
Herminio, el gallo, volvió a encogerse de hombros y sonrió. Todos se mostraban muy complacidos y fue Pigeón el que lo interrogó así:
- ¿Qué piensas hacer ahora, muchacho?
- No sé, la verdad es que no conozco a nadie aquí, no sé adónde ir.- Así contestó Flan.
Continuó Pigeón:
- Aquí no nos vendría mal una ayudita. Somos listos pero de fuerzas andamos un poco justitos, ¿sabes? A mí, por ejemplo, me hace mucha falta alguien que me apriete esta dichosa dentadura. Y Fasty necesita ajustar el freno de su silla de ruedas, que un día se va a estrellar por ahí. En fin, y a Marcelina no le vendría mal un poco de conversación.
Flan, entretanto, se había quitado el disfraz. Luego se quedó pensativo. Por fin, contestó:
- Bueno, pues encantado. Dónde iba a estar mejor que con unos viejecillos tan simpáticos. Trato hecho. Lo único que les pido es que no vuelvan a gastarme más bromas con los caramelos.
Ahora fue Marcelina la que tomó la palabra:
- Venga, hijo, venga, que le voy a contar unas cosillas. Me recuerda mucho usted a un nieto que yo tengo y que también odia los caramelos. Una vez... Y siguió y siguió hablando. Hasta que Flan, que estaba agotado después de todo el día de huida, se quedó dormido a su lado.
Todos sonrieron y siguieron a sus cosas. Pigeón y Paquirri comenzaron una nueva partida. Herminio dormitaba, esta vez apoyado en la otra pata. Duly se probaba la peluca blanca que Flan había dejado. Fasty daba vueltas a su alrededor con su silla y Gertrud asentía.

Flan acabó haciéndose viejo en la Residencia Bye-Bye. Pero, para entonces, todos los demás ya no estaban...

27 octubre, 2005

Las broncas que le caen a uno

Qué guapo estás callado, solían decir en mi pueblo. Y es verdad. No guapo, que eso no se arregla así, pero sí tranquilo. Y con montones de amigos, que de otro modo van quedando en el camino.
No es que me haya levantado hoy particularmente melancólico, pero sí dubitativo. A lo mejor hay que ir pensando en cambiar de manera de ser, o de forma de pensar, o de modos de comportamiento. Puede ser. Meditaré, pero entretanto permítanme los amigos que siguen este modesto blog que reflexione un poco en voz alta, como quien dice.
En los dos últimos días he provocado algo de molestia o inquietud en algunas personas, unas próximas y otras desconocidas, por algunos escritos. Tomo hoy sólo un caso, el de mi articulillo "Ma/paternidades posmodernas", que se publicó el pasado martes en La Nueva España, de Oviedo. Es una versión levemente corregida de lo que con el mismo título colgué aquí mismo allá por septiembre. Consternación entre amigos y lectores con hijos: que sí, que algo hay, pero que exagero y me paso mucho. Pues claro. Cómo no, si el propósito era satírico. Que la sátira me haya quedado más o menos lucida es una cosa. Pero si quiere ser sátira no puede limitarse a una declamación pacífica y sentimental de las virtudes de toda paternidad, eso también es obvio. En su famosa sentencia sobre el caso Titanic (no el famoso barco, sino una revista satírica alemana, que se llamaba de ese modo), dice el Tribunal Constitucional Alemán que la sátira, en cuanto género, reúne los tres caracteres siguientes: distanciamiento, exageración y caricatura. Parece una buena descripción. Hay por la web alguna antología interesante de literatura satírica. Eche un vistazo el lector inquieto (me permito recomendar dos textos gloriosos de Ricardo Palma, ya un clásico de la literatura peruana. Uno se titula Fatuidad humana, y el otro La pinga del Libertador. Si alguno se aficiona, que se dé una vuelta por su libro Tradiciones en salsa verde, que está en la red). Y, desde luego, servidor no es Quevedo (en la página citada se recogen abundantes textos de Quevedo), qué más quisiera. ¿Pero se imaginan a los amigos de don Francisco diciéndole "jo, tío, como te pasas, eres un exagerado, las cosas tampoco son exactamente así". Habría tenido que hacerse cronista deportivo o concejal de centro, cosas que creo que no estarían al alcance de su tiempo, supongo.
Merece la pena reflexionar sobre cómo va perdiendo su sentido del humor esta sociedad. Los bromazos que nos gastábamos en mi pueblo -qué manía con el pueblo, ya lo sé- con la mejor disposición de ánimo darían hoy lugar a pleitos y desavenencias perpetuas. Toca cogérsela/o con papel de fumar. ¿Por qué? Me atrevo a aventurar un par de posibles causas. Una, la dictadura de lo políticamente correcto. Al gordo ya no puedes llamarlo gordo; llamar flaco al flaco es herirlo; al feo tienes que decirle menos guapo, y al guapo no debes exagerarle el piropo, porque te responderá que no sólo es un cuerpo; al zángano debes suponerlo cansado, pero nunca insinuar que le puede la pereza; al necio no se te permite tildarlo de tal, pues se presume que es un fracado del Estado social el hecho de que él no tenga luces; llamar sabio al que sabe se toma por decirle sabiondo, pero calificar de estulto al que no conoce de las cosas es peligroso, pues pensará que la palabrita tiene que ver con algún desvío sexual. Si hablas el lenguaje común, el de la tele o El Larguero, cómo demonios expresas algo que merezca la pena; si sacas algo más exquisito del Diccionario, tío tú de qué vas, a quién quieres impresionar, ni que fueras Valdano.
Otra de las causas posibles, el malentendido de la tolerancia. El hecho feliz de que esta sociedad haya aprendido a permitir de buen grado que cada uno viva como quiera y haga de su capa un sayo se ha trasladado a una desautorización de la crítica. Si yo tengo derecho a ser homo o hétero, a vivir aquí o allá, a llevar corbata o vaqueros, a peinarme con gomina o ponerme un piercing, a ser católico o protestante, etc., se desprende que nadie puede criticarme por nada de lo que yo sea o elija ni a bromear con ninguna de mis circunstancias. Pero una cosa no lleva a la otra, creo. Lo primero es sano y extraordinariamente positivo, signo de la madurez de una sociedad. Lo segundo es el retorno de la censura por la puerta de atrás. Aquí todos tenemos derecho a hacer lo que queramos y que no dañe a otro, pero nadie tiene por qué estar inmune de la crítica o la broma. Intocables no, thanks.
Deberíamos pensar un día detenidamente sobre el lugar de la crítica en nuestra sociedad, sobre su desubicación. Adelanto alguna hipótesis y seguimos otro día. La crítica se ha transformado en una combinación de espectáculo e insulto. Espectáculo porque esta sociedad acrítica se divierte contemplando las supuestas críticas, muchas veces amañadas y siempre previsibles, que se enseñan en televisión. Ver cómo dos discuten virulentamente no es practicar la crítica ni aguzar el correspondiente sentido, es contemplar una representación de la crítica, un entretenimiento para masas pasivas. Pero ponte a debatir sobre el mismo tema con un amigo y verás cómo a los tres segundos ya hay mosqueo. El espectáculo de la crítica gusta al espectador medio sobre todo si va sazonado de insulto. De eso viven algunas cadenas de televisión, de organizar representaciones en que dos, a ser posible chico y chica, se llaman de todo (cobrando, eso sí) a propósito de una aparente discusión sobre el tipo de prestaciones que se daban cuando eran pareja o salían. Pero repróchale tú algo, suavecito, al pariente o la parienta y verás la que se arma: acabáis en insultos, como en la tele.
Insultar es fácil, cualquier patán lo puede hacer. Para entender y manejar la ironía, gozar el doble sentido o disfrutar con el fino duelo dialéctico hacen falta dos cosas: haber leído algo y ser un caballero o una señora. Ay, amigo, vamos mal, lo primero en las escuelas se estila poco ya; lo segundo decididamente no se lleva. Mola más parecerse a los del Gran Hermano. Pues viva la Pepa. Todos mis estudiantes saben quién era la Pepa esa y cuáles sus hazañas, seguro. Y los profesores también.

26 octubre, 2005

¿QUÉ SIGNIFICA SER ROJO? SOBRE DERECHAS, IZQUIERDAS Y ESQUIZOFRENIAS

Hace unos días no se me habría ocurrido usar la expresión “rojo” para hablar de derechas e izquierdas... Ahora lo he puesto así porque nuestro Presidente ha rescatado la palabra “rojo” de la hornacina en la que guardábamos los restos de los muertos y las armas por las que murieron. Alguien ha debido de decirle que se pescan más votos a base de hedor de viejos cadáveres y gesto de vengador caduco. Mis alumnos veinteañeros no tienen ni remota idea de las historias de la Guerra Civil –ni de ninguna otra historia-. Que sean tan ignorantes es una desgracia, ciertamente. Pero aún peor será que lo único que aprendan sea a odiar como se odiaba en aquel tiempo del que no conocen más. Y ya han comenzado. Cuando los historiadores en el futuro se pregunten por qué a los sesenta y cinco años de terminada la guerra y a los treinta de finiquitada la dictadura volvimos a las andadas, a la caverna, al insulto, a las ganas de agredirnos, no van a quedar en muy buen lugar los aznares y los zapateros, para nada.
Pero dejemos eso.
¿Qué significa, al menos en teoría, ser de izquierda –o rojo, si fuera lo mismo-? Hay una manera de ser de izquierda o de derecha, rojo o azul, que es profundamente irracional, pues se basa en sentimientos que son la antítesis de cualquier planteamiento presentable de la política. Me refiero a los que se sienten izquierdistas por la sola razón de que odian al rival. Muchos que se tienen por rojísimos responderían hoy que lo que da sentido a su postura es, en abstracto, la convicción de que todos los que militan o simpatizan con partidos conservadores son unos cabrones, y, en concreto, que porque les cae mal Aznar o piensan que Rajoy, o Zaplana, o Acebes son unos impresentables. Y por el otro lado otro tanto de lo mismo, muchos se consideran hoy muy de derechas por lo mal que les cae ZP y porque opinan que toda persona que se defina como progresista o de izquierda es por definición un inmoral o un capullo. El desenlace natural de tan ilustrados credos políticos es la embestida, la pelea, el llegar a las manos. Ya ocurrió en aquella época que ZP (antes lo hizo hasta Juan Pablo II, todo hay que decirlo) se empeña en recuperar para nuestra memoria y va camino de volver a suceder, dado el nivel que el debate político y social está cobrando en este país que hasta ayer parecía tolerante, pacífico y abierto.
Si ser de derecha o de izquierda es algo que se nota sólo en el tono del mugido y en la fetidez del exabrupto, urge que nos hagamos todos apolíticos. Las convicciones serias y las ideologías respetables no tienen nada que ver con ese tipo de desarreglos mentales e intestinales. ¿Convicciones respetables? Pues traduzcamos a ellas lo que sería una derecha seria y una izquierda seria.
La persona de derechas es conservadora en lo social y poco amiga del Estado en lo político. Lo primero es una cuestión de talante (sí, también hay talantes buenos y serios entre los conservadores), y se refleja en la poco propensión al cambio, en el gusto por mantenerse en los esquemas y valores conocidos, en el apego a las tradiciones y el alto valor que se otorga al orden establecido y las reglas vigentes, cuanto más antiguas mejor. Lo de la poca simpatía en la mirada al Estado proviene de que el conservador confía más en la sociedad que en los políticos, y en las reglas de convivencia basadas en el uso y la historia más que en las normas que publica el BOE. Observa al Estado con desconfianza porque sabe que es lo primero que toman los que pretenden hacer la revolución o cambiarlo todo, y eso no le agrada. Y esa desconfianza del Estado y de la política que desde él se hace conduce también a su preferencia por el mercado. Frente al intervencionismo estatal que busca la justicia social valiéndose del Derecho, el conservador prefiere la “mano invisible” del mercado, la vigencia nada o poco alterada de la regla simple de oferta y demanda, y al que Dios se la dé, San Pedro se la bendiga. De ahí que sea tan amigo de lo privado –educación, sanidad, medios de comunicación- y que estime que los servicios públicos prestados por la Administración son caros, ineficientes y propicios para la corruptela.
Desde la izquierda se ve distinto. Se valora más a los individuos que a los grupos, a los ciudadanos que a las tradiciones, y se desea que todo individuo, todo ser humano, por el mero hecho de serlo, tenga iguales oportunidades vitales e idéntica posibilidad de elegir su vocación y realizarla. Cosa que el mercado no hace, pues su reglas son crueles y determinan repartos tan desiguales de la riqueza como para que por la simple circunstancia de nacer en una cuna u otra los sujetos tengan ya muchas veces marcado su destino: el rico hacer lo que quiera, el pobre de solemnidad, apenas lo que pueda, que será bien poco generalmente. Por eso la izquierda considera que sólo desde la acción política y el Gobierno del Estado se puede trabajar eficazmente en pro de la liberación de los oprimidos y los más desfavorecidos, que siempre se hallarán en tal situación de inferioridad o indefensión por obra de la acción combinada de los dos tipos de reglas que tanto gustan a los de la derecha, las reglas sociales tradicionales –morales, religiosas...- y las reglas económicas que imperan en el mercado. Así que el izquierdista aspira exactamente a remover esas dos cosas que el derechista quiere intocables, las convicciones tradicionales y los resultados de la oferta y la demanda en el mercado. ¿Por qué? Pues porque las primeras generan desigualdades sociales injustas y atentatorias contra la idéntical dignidad de cada persona –piénsese en la situación de las mujeres en la tradición y en las convicciones socialmente vigentes hasta hace bien poco- y porque los segundos, los resultados de un mercado no intervenido ni condicionado, engendran desigualdades de riqueza que privan a muchos de los bienes imprescindibles –alimento, sanidad, educación, vivienda...- que les sobran a otros, a los más habiles para pescar en el río revuelto de la oferta y la demanda, o a sus herederos, aunque sean unos perfectos zoquetes y unos haraganes, en su caso.
Por consiguiente, la clave para detectar a una persona de izquierda que quiera ser seria y coherente se llama redistribución de la riqueza. Cuanto más férrea e intensa se quiera esa redistribución que busca atenuar las diferencias entre lo que tienen unos ciudadanos y otros, más izquierdista será el sujeto. En el extremo está el igualitarismo total que quería el comunismo leninista y que desembocó en la tiranía antiigualitaria y explotadora que todos sabemos. En paralelo, los afanes conservadores de las derechas han desembocado también más de una vez en totalitarismos teocráticos que compran el inmovilismo y la santificación de las tradiciones al precio de mucha sangre. Ambos extremos han ido a parar siempre al asesinato masivo y a la axfisia radical de todas las libertades. Pero entre esos extremos viciosos está el sitio para legítimas posturas conservadoras o progresistas, que tienen perfecta cabida y merecen total respeto dentro del juego político constitucionalmente instituido en los Estados de Derecho. Nadie es malo por la sola razón de pensar distinto, tener otro carácter o profesar otros ideales, con tal de que respete al rival y las reglas del juego político pacífico.
Si algo de lo anterior tiene sentido y si en algo valen esas caracterizaciones, a ver quién nos responde ahora a la siguiente pregunta: ser partidario de que los ciudadanos vivan con calidad distinta, cuenten con medios diversos y gocen de diferentes oportunidades vitales según que vivan en Girona o Soria, ¿suena compatible o incompatible son ser rojo y saber dónde se tiene la mano derecha?
Sospecho que no somos pocos lo que, por un lado, creemos en una al menos mínima necesidad de que se distribuya la riqueza, se imponga la solidaridad y se garantice a todos una básica igualdad de oportunidades, a todos; pero que, por otro lado, no les vemos por ninguna parte el socialismo o la rojez a esos que cada día se acuestan con un conservador distinto, al que prometen luego que harán ricos a todos los de su pueblo. Eso es o esquizofrenia o cretinismo. O ignorancia, que también cabe.

24 octubre, 2005

La crisis de los cuñados: caen como moscas

El Barça y su presidente, Laporta, sentaron el precedente y en el fútbol español se ha desatado la caza de brujos, sección cuñados infiltrados. Como es de todos sabido, Laporta tenía en su directiva a un cuñado que estaba afiliado a una asociación franquista o algo por el estilo, y ahora, a estas alturas, descubierto lo que encubierto llevaba el tal Echevarría, que así se apellida el cuñado felón (ya es mala suerte: ser directivo del Barça, tener apellido vasco y militar el en franquismo. ¿Acaso hubo alguna vez vascos franquistas? Imposible. ¿Acaso los seguidores, directivos y ex-directivos del Barcelona CF no son y han sido todos acrisolados demócratas e intachables defensores de los derechos humanos? Naturalmente, por eso tan gran club no tiene entre su hinchada ni a boixos nois ni a ningún grupo ultra de comportamiento y maneras dudosamente constitucionales), el presidente de más que un club ha obligado al pariente político a quitarse de enmedio del club de los cuñados arrimados. Antes todos sabíamos de qué pie cojeaba cada cuñado, pero ahora cualquiera puede recibir estas sorpresas, pues hemos perdido la sana costumbre de comer todos juntos en casa de mamá los domingos y de celebrar en santa unión la nochebuena, que por eso solía ser la noche más mala.
Pero no acaban ahí los acontecimientos. Escarmentados con el precedente barcelonista, todos los presidentes de los clubes de primera división se han puesto a escarbar en los papeles de sus directivos y en su propia memoria, con resultados dramáticos que mañana recogerán todos los periódicos deportivos. A título puramente ejemplificativo, mencionemos los casos más llamativos sin dar nombres ni datos más concretos:
- Un club vasco ha descubierto que uno de sus directivos mantiene desde hace tiempo serias dudas de que Sabino Arana estuviera en sus cabales. Ha sido fulminantemente cesado.
- Un equipo de Madrid se ha encontrado con que cinco de sus directivos eran del Opus, pero aún no ha decidido qué hacer con ellos. Parece que se impone la opinión de que hay que dejar al menos uno en plantilla, pues puede ser muy útil cuando se ofrecen los trofeos a la Virgen.
- En Galicia se han topado con que uno de sus equipos señeros contaba entre sus mandatarios con un stalinista confeso. Nadie ha dicho a nadie nada de lo que piensan hacer con él.
- Hay un club andaluz en el que el Presidente acaba de averiguar que tiene en su equipo a un sujeto que odia a los constructores y es radicalmente contrario a los pelotazos urbanísticos. Su cese ha sido inmediato.
- Otro equipo vasco ha recibido grabaciones en las que se ve a uno de sus directivos gritando gora ETA en un acto de Batasuna. Son chiquilladas sin importancia, según el Presidente del club.
- En un equipo asturiano, desgraciadamente no de primera división, se ha sabido que un directivo es republicano y, además, dice que no le cae bien Fernando Alonso. Mañana anunciará su dimisión a fin de no causar más daño a la imagen del Principado.
- El Propio Laporta ha intentado hacerse el harakiri al saber que por los altavoces de su estadio se gritaron consignas inconstitucionales. Parece que no le quedarán secuelas ni cicatrices.

Los subsaharianos ricos también lloran

(Para Paco Sosa, que me brindó el tema)
Ni debo ni quiero hacer ningún género de humor, tampoco negro, con la muerte de nadie. Ha muerto Stella Obasanjo, esposa del Presidente de Nigeria, Olusegun Obasanjo. Descanse en paz y ojalá está ya en el paraíso, sector correspondiente a la que haya sido su fe, si alguna tenía. Con la muerte, seriedad y nada de bromas.
Ahora bien, las circunstancias de tal desgracia y las del personaje sí que invitan a alguna reflexión, cuando menos amarga. Porque la tal señora, de 59 años, murió con ocasión de una visita a una clínica marbellí, concretamente de Puerto Banús, en la que se estaba haciendo o acababan de hacerle una operación de cirugía estética, probablemente de reducción de peso. La noticia está hoy en varios periódicos.
Como tenemos presentes, en la retina y en el alma, las imágnes de los africanos, hombres, mujeres y niños, que se juegan la vida para cruzar el Estrecho en patera o lanzándose contra las vallas fronterizas de Ceuta y Melilla, es inevitable ponerse a pensar.
¿Así que la señora presidenta de alguno de esos pobres países pobres puede pagarse y se paga una operación de cirugía estética en una clínica de la jet? ¿Estaba la señora tan rellena y bien alimentada que sentía la imperiosa necesidad de aligerarse de redondeces? ¿Tal vez fue puro despiste u ocasional lapsus el que ni ella ni su poderoso marido se parasen a pensar cuántos de sus compatriotas podrían comer unos años con lo que vale semejante rascado de sebo en Pijo Banús?
Puede que la señora tuviera posibles por sí o por su parentela. Alguna noticia turbia apareció en ciertos medios hace un año y pico, en la que se hablaba de manejos de la familia de la finada en materia de venta de más de doscientas casas en Lagos pertenecientes al Estado.
De lo que pasa con los más que corruptos gobiernos de la mayoría de los países de África sabe todo el mundo más que de sobra. Pero a veces se olvida cuando se insiste en que hay que meter dinero del llamado primer mundo allá, a fin de aliviar la sangrante pobreza de aquellas gentes. Pocos objetivos más nobles que ese de acabar con la miseria de tantos millones. Pero, ¿cómo hacer menos pobres a los pobres sin hacer más ricos a los ya indecentemente ricos?, ¿no deberíamos al mismo tiempo que echamos una mano preguntarnos cómo acabar con la panda de cleptómanos sin escrúpulos, cuando no de viles asesinos, que por aquellos pagos mandan? ¿No habría que rebajar un poco el timorato respeto al principio de soberanía nacional y meter mano de alguna manera, ONU de por medio, en semejantes cuevas de ladrones? Acaso, mientras los mismos manden, ¿no equivale el envío de medios a arrojarlos por un sucio sumidero? Viaje de ida y vuelta entre mundos, al fin, el que hace ese dinero, pues acaba regresando a Suiza, a las sabrosas cuentas de tales dictadorzuelos, de sus señoras y de las respectivas familias. Apuesto a que la cirugía de Puerto Banús se pagaba con algún cheque girado contra un banco de Zúrich o Ginebra.
El pasado verano estuve en Ginebra y puedo asegurar que en la zona de los grandes bancos y las tiendas de superlujo se ven más chilabas que en Melilla y más negros (no me da la gana escribir ciudadanos de color o pamplinas por el estilo; los negros son negros igual que yo soy blanco, y ni ellos ni yo somos ni más ni menos por razón del color) que en los invernaderos de Almería. Y no estaban haciendo cola para solicitar papeles o buscar trabajo precisamente.
El caso es que los países del llamado Club de París acaban de condonar a Nigeria el 60% de su deuda externa, lo cual fue considerado como un gran éxito político y diplomático del presidente Obasanjo, marido de la difunta. A lo mejor lo que querían era celebrarlo con un nueva operación, esta vez no financiera. Nada raro en estos tiempos. Cuentan en Latinoamérica, otro buen lugar para comprobar que la corrupción florece más lozana justamente allí donde el pueblo llano muere de hambre, que está de moda en las familias bien el que las muchachas pidan como regalo de puesta de largo una cirugía, que si un poco de silicona en el labio, que si un aligeramiento de panza, que si un redondeo de las posaderas, anda mami, porfa, porfa. Volviendo a lo de la deuda externa, bien está, sin la más mínima duda, pero no basta. En poco aliviará a los desfavorecidos mientras tenga las llaves de la caja quien las tiene y las use para lo que se suele.
¿Cómo habrá pasado la frontera la buena señora que en paz esté? Saltaría por Melilla? ¿Navegaría en frágil patera hasta Fuerteventura, consiguiendo allí que amables guardias civiles la metieran en un bus a Málaga y búscate la vida? Me parece recordar que hace unos meses saltó el escándalo de que a muchos recien llegados sin papeles los metían en buses para Málaga. ¿Sería para que les costara menos llegar a Marbella a operarse?
Y uno, ingenuo, que pensaba que en Marbella eran unos malditos racistas que no querían a los negros. ¿No decían que Jesús Gil -otro que descansará en paz si se confirma que no hay dios- había conseguido "limpiar" aquello de todo tipo de gente allí indeseada? Al menos Jesús Gil era un fascistoiode declarado, no como el actual alcalde de Bogotá, que es una de las esperanzas de la izquierda colombiana. En mi reciente viaje por allá obervé que se veían muy pocos vagabundos por las calles bogotanas, al menos en comparación con lo que antes sucedía. Pregunté a un amigo y me dijo que eso lo había solucionado el alcalde en un periquete y con gran habilidad. ¿Cómo?, le inqurí. Y me contestó tal que así: metiendo en un bus a todos los desechables -así es como llaman allá a los vagabundos, palabra- y mandándolos para Cali. Ni más ni menos. ¿Y cómo es posible que se tolere tal cosa?, volví a preguntar. Hombre, no hay problema -me respondió-, ten en cuenta que en Cali los desechables están mucho mejor, pues el clima es excelente.
Así estamos. A los africanos les financiamos la rebaja de papada en nombre de la ayuda al tercer mundo y a los americanos les reímos las gracias cuando es un progre el que las hace. Pero de ayuda a los necesitados, de verdadera ayuda y verdadero interés en salvarlos de la injusticia, poquito, muy poquito. Porque si de verdad fuera ese el objetivo primero, ningún político decente de los nuestros le daría la mano a un sátrapa de aquellos y devolveríamos en la frontera con una patada en el trasero a los que vinieran a Marbella a gastarse los cuartos robados . Lo demás, zarandajas.
Muertos, sí, ya todos iguales. Descanse Stella Obasanjo en paz y en compañía de sus compatriotas caídos en la lucha por el pan y la libertad.

22 octubre, 2005

¿Llega la policía del pensamiento?

No deberíamos perdernos el artículo que publica Francesc de Carreras hoy en la Vanguardia. Sobre todo en su primera parte, referida a la creación en Cataluña, dentro de la Consejería de Presidencia, de un ára de Historia y pensamiento contemporáneo. Y todo ello a las órdenes de Apeles Carod Rovira, el otro hermano. Y luego releamos 1984, la obra magistral de Orwell. Y a ver qé se nos ocurre.

20 octubre, 2005

¿POR QUÉ APESTA EL PERSONAL?

Debe de ser una de tantas paradojas de esta posmodernidad que ha invertido el progreso y lo ha convertido en regreso, regreso a la caverna. ¿Ustedes no han notado que cada vez es más frecuente que a uno se le alarme la pituitaria al pasar cerca de un compañero de trabajo, al ir a parar al lado de uno que va agarrado a la barra del autobús o, colmo de la desdicha, cuando en el cine se le sienta cerca un sujeto que transpira hasta por las uñas? ¿Será que tengo mala suerte yo o es un fenómeno general? Mismamente ayer me pasó en un aula. Treinta o cuarenta estudiantes, formales, amables, bien alimentados, aparentemente aseados. Me pongo a pasear un poco entre ellos mientras cuento no sé qué y... cielos, allí estaba, la peste, los vapores del infierno, otra vez, maldición. A recular y a dejarme caer para otra esquina, pero desconcentrado, preguntándome por qué no se inmutan ni mudan el gesto los que están sentados por el lado de las miasmas.
Hace ya un puñado de años vi en Fisterra la pintada más genial que recuerdo. Decía: “Valentín dira o que queira, pero cheirar, cheira”. Luego un amigo gallego me contó la clave política de tan literario graffiti. Pero, explicaciones aparte, tengo yo la impresión esta temporada de que el tal Valentín se ha hecho ubicuo y nos ataca en cualquier parte.
Podría contar muchos casos de los últimos tiempos. Sólo narraré alguno, y no para recrearme morbosamente en lo que si fuera una práctica sexual perversa habría que llamar aire dorado o algo por el estilo. Únicamente pretendo que el paciente lector haga examen de si él también está notando esta avalancha reciente de efluvios malignos, o si serán manías mías o azares de mi mala suerte.
Tiempo atrás trabajaba un par de pisos por encima de mi despacho una persona joven que cantaba tantísimo a sudor, que uno ya sabía si estaba o no estaba en su cubículo con sólo asomarse a la escalera un piso más abajo, tal era el rastro que arrastraba. No cuento más para no quebrarle la resistencia al pobre lector. Así que pasemos a la reflexión.
Digo que lo que está pasando me parece paradójico porque vivimos en la época del imperio de los potingues y el reinado absoluto de los desodorantes. En cualquier baño de casa que se precie los encuentra uno alineados en formación, los unos con aroma, los otros sin él, los unos con alcohol, los otros sin él, los unos para varones, los otros para hembras, y aun los unisex. Y con la pasión cosmética y metrosexual que ahora compartimos los de todo género y especie, cabría pensar que hasta cuando uno sale de casa sólo cinco minutos para comprar el pan y el periódico se embadurna las partes angulosas de desodorantes, perfumes y otros ungüentos odoríferos. ¿Entonces?
Como digo siempre que puedo, me crié en una aldea asturiana, entre las vacas, las gallinas, los cerdos, los conejos y algún que otro ser humano. En mi casa hubo agua corriente cuando yo tenía nueve años. Descubrí entonces el retrete y la cisterna, que me siguen pareciendo el no va más del grato hedonismo burgués. Ahí comenzó a desarrollarse, como en tantos, mi afición a la lectura y mi propensión al cultivo del intelecto. Pero a lo que iba. Yo creo que en mi pueblo la gente no olía. Y si algún aroma llevaba pegado a su ropa era olor a vaca, no a rancia exudación de homo sapiens. Y no vamos a comparar, a mí que me den un rebaño entero de vacas antes que uno solo de estos colegas-mofeta.
¿No olían los de mi pueblo porque usaban desodorantes? Madre mía, si en aquellos tiempos pillan a uno masajeándose el sobaco con un tubo le ponen un mote alusivo y se convierte en el hazmerreír de toda la comarca. ¿Acaso se duchaban a menudo? ¿A menudo? Ja. La cosa funcionaba así. Cada dos o tres días se lavaban los pies en el bidé (desde que lo había, antes se usaba para todo la palangana). Sí, cielo, en el bidé. En mi pueblo todos, grandes y pequeños, juraban que el bidé era para lavarse los pies. Y los fines de semana, en el mejor de los casos, se hacía un repasito general, pero por partes y a plazos, que eso de la ducha fue cosa que uno descubrió con el paso del tiempo y la vida en la metrópoli.
Ya estará alguno pensando que qué guarros. Pues no señor, de guarros nada, pues no olían. O, al menos, no olían ni la cuarta parte de mal que estos jovenzuelos y jovenzuelas que nos contaminan hoy en día los pasillos y las oficinas.
O sea, que en tiempos de derroche cosmético, fetidez a mansalva. ¿Cómo se entiende? ¿Será que la gente ya no se ducha? ¿Será que hay una sublevación general de hormonas? ¿Será que se ha puesto de moda la esencia de jabalí y no me he enterado? ¿O acaso estará Carolina Herrera comercializando Eau de Pocilge y yo sin saberlo? ¿Habrá lanzado Calvin Klein su línea Air Sobaqué para hombre y mujer? Cualquier día descubriré que todos quieren imitar el olor de Beckham después de un partido o de una agarrada con la Spice intelectual.
El caso es que como sigamos así vamos a tener que ir a trabajar con escafandra. Y no por la gripe del pollo precisamente.

Un poco de cuento (breve).

TRES MANERAS DE LEER UN LIBRO EN UN AUTOBÚS DE LÍNEA REGULAR.
Úrculo Combarro.
1. De pie y con mucha gente.
Conviene agarrarse de esos lazos de plástico que cuelgan de las barras altas y dejarse bambolear un poco al son de las frenadas y los arrranques. En la otra mano, claro, se sujeta el libro, tomado por abajo y con el pulgar separando sus páginas abiertas. Es sumamente importante colocar bajo el codo un pequeño portafolios o simple carpeta de cartón, no muy ajada, y provocar la impresión de que en cualquier momento puede caerse, incluso con profusión y vuelo de cuartillas. Nunca levantar la vista en las paradas, pero colocar de vez en cuando una sonrisa sutil, diríase que cómplice.
2. Sentado enfrente de una mujer joven o de otra algo mayor, pero de aspecto desencantado a la par que elegante.
Al cabo de un máximo de dos páginas cerrar el libro, como si sus páginas quemaran, y mirar un rato, quedamente y sin pestañear, hacia afuera, a través del cristal. Puede prolongarse un poco más esa mirada si llueve o si es el comienzo del atardecer. Luego tocará levantarse como movido por un resorte no muy violento, pero ciertamente determinante, y bajarse en la primera parada siguiente con expresión de ir a buscar algo que erróneamente se creía perdido para siempre.
3. Solo o acompañado únicamente por obreros.
Tus dedos tamborilean sobre el libro cerrado. Meditas sobre la distancia enorme que separa mundos que parecen tan próximos al observador poco sagaz. Puede que algunos estéis demasiado apegados a un sistema de referentes que os aleja de lo que para la mayoría es la cotidianeidad; cabe incluso que os halléis tan contaminados de textualidad que corráis el peligro de un encastillamiento ago(s)tador. Hölderlin no habría soportado un viaje en bus, pero quién nos dice que haya que buscar tales modelos. Basta saber sumergirse una y otra vez hasta aprender a salir indemne. La sociedad, las ciudades, este mismo bus, son retículos, son redes aleatorias, fractales recomponiéndose siempre. Pero el libro también es eso, todo libro, y la literatura más. Y así hasta llegar a tu parada, donde te bajas y dejas que el aire bata las alas de tu gabardina.

19 octubre, 2005

Ahora resulta que los mentirosos compulsivos tienen el coco blanco por dentro

Ya me parecía a mí que eran de una pasta especial. El Mundo cuenta una cosa curiosa. Resulta que los mentirosos compulsivos, esos sujetos que todo el día están soltando bola tras bola, a cada cual más gorda y delirante, tienen en el lóbulo frontal del cerebro más cantidad de materia blanca. Mira, no es tan mala la cosa. Yo pensaba que era una simple boñiga lo que tenían.
Allá por julio, creo, colgué aquí una cosa que se titulaba "mentirosos compulsivos". Por los archivos de este blog andará. Contaba allí mi experiencia abracadabrante con uno de estos sujetos de lóbulo frontal blanco (por la parte de dentro) y rostro hormigonado. No voy a repetirme, sólo a hacer una sugerencia a los investigadores californianos que han descubierto el asunto ese de la pasta blanca en el coco de los troleros.
¿Por qué no investigan de qué color es la materia que tienen en el cerebro -me da igual que sea en el lóbulo frontal o en la parte del embrague- los sujetos que se creen, una sí y otra también, las mentiras de los compulsivos ésos? Yo me imagino que el crédulo irredento debe de tener un cerebro de tonos azul cielo, con algún estampado leve en la parte de la sisa. Pero bobos, bobos, así de bobos como para creerse todo seguido las patrañas de los malabaristas del embuste hay pocos, al menos que yo conozca. No señor. Lo que yo he visto y veo es que hay muchos que no le creen al embustero ni una, pero que se dejan querer. Oye, total por aguantarle un poco el rollo lo mismo te cae una invitación a cenar que un revolcón, o un masaje para tu ego, que para eso son esos profesionales de la bola generosos en el halago (sobre todo del que manda algo o tiene influencia en cosa que les interese) y prolijos en el peloteo. Pon que seas bizco total, por decir algo no muy políticamente incorrecto. Viene el de la materia cerebral blanca y te suelta que jo, qué ojos, lo más bonito que ha visto, y que le recuerdan a una novia (o hermana, o prima, o a su misma madre, pues cambiará el argumento según convenga para el caso) que tuvo él y que era preciosa y que luego se murió y él estaba a punto de suicidarse, pero que un primo suyo le regaló unos décimos de lotería y que le tocaron mil millones y que con eso compró un palacio y... Y su interlocutor bizco le soporta todo el rollo a cambio del gustito que le dio lo de escuchar que olé sus ojos misericordiosos.
Voy a contar otra, breve, de aquel, tan feo, que yo conocí. Un día apareció con un ojo morado y me narró de inmediato una historia terrible de que le habían descubierto una gravísima enfermedad de la vista y que lo iban a operar los Barraquer y... dos horas de lacrimógeno discurso. Y yo creyéndomelo, como un pringao de los del cerebro azul cielo. Y esa tarde me encuentro a la asistenta del sujeto, conocida común, que me dice que si vi qué golpe se dio ayer el tal elemento mientras jugaba con su hijo pequeño. Ese día defequé mentalmente sobre sus antepasados (¿me habrá quedado políticamente correcta la expresión de esta manera?) y me juré que no me colaba ni otra. Pero hubo muchas más. Hasta que lo mandé a tomar por donde se hacen las deposiciones (sigo preocupado por la corrección lingüística y política).
El otro día me contaron que había aparecido con una tirita en la cabeza y que iba explicando que tenía un tumor cerebral y lo tenían que operar de urgencia. Al poco, lo vi pasar por la calle de la mano de una autoridad local importante, que sonreía beatíficamente mientras lo escuchaba. Supongo que le estaría diciendo lo de los ojos, o lo de cualquier otra parte.
Hace un par de semanas lo nombraron experto autonómico en no sé qué cosa de postín. Y digo yo, ¿de qué color tendrá por dentro el lóbulo frontal el genio que se rindió así a sus trolas? Y qué le habrá contado el de la masa blanca, dios mío, qué le habrá contado.

La gran coalición (pero en Alemania). Cómo van las negociaciones

Ay, qué pelusilla da ver a estos alemanes, ya lo dije el otro día. Debería ser información obligada en todos los noticiarios el dar cuenta de cómo están llevando los unos y los otros, los del SPD, el de Schröder, y los de la CDU de Angela Merkel, inminente canciller, los tratos para gobernar juntos. Como no se conoce mucho de esos detalles por estos pagos, me permito resumir lo más interesante de lo que al respecto cuentan hoy un par de periódicos alemanes, el Frankfurter Allgemeine Zeitung y el Süddeutsche Zeitung. Lo haré a modo de breves píldoras y tratando de evitar todo comentario por mi parte.
- Ha habido estos días alguna fricción por la visita de Schröder, aún canciller, a Turquía, pero se apresuró a declarar que no tomaría ninguna decisión ni haría ninguna promesa que vinculase al gobierno que inminentemente va a suceder al suyo.
- Esta semana se están reuniendo en la sede central de los socialistas, en la Willy-Brand-Haus. Como anfitrión, el máximo responsable del partido, Müntefering, pronunció unas palabras de bienvenida y de deseo de éxito y buen trabajo para todos. Luego hicieron sus breves discursos la Merkel, Stoiber y Schröder, y coincidieron en el propósito y la promesa de aparcar la agresividad de la pasada campaña electoral y buscar acuerdos en interés de Alemania.
Müntefering dijo que el Estado era imprescindible para garantizar la seguridad y la solidaridad. Stoiber, máximo dirigente de la democracia cristiana bávara, el más conservador de todos, le dio la razón sobre la importancia del papel del Estado y expresó su esperanza de que la unión de los dos grandes partidos sirva para superar la parálisis provocada por el derecho de veto de los Länder en el Bundesrat. Hay esperanzas de retomar, esta vez con éxito, el agudo problema de la reorganización territorial del Estado alemán, ¡quitando poder a los Länder! En los pasados años no se ha conseguido por causa de la resistencia de ciertos gobiernos de algunos de esos Estados federados, ocupados por barones conservadores que no querían perder poder.
Schröder dijo que la política no podía obrar milagros económicos y apeló al esfuerzo y la buena disposición de los sindicatos y los agentes económicos. “La política no crea puestos de trabajo”, manifestó. Opinó que el programa de la nueva coalición debe ser realista y ofreció su apoyo para el éxito. No olvidemos que habla de la coalición que va a presidir la que acaba de ser su gran rival, Angela Merkel.
El socialista que va a ser ministro de finanzas declaró que no podrá haber bajada de impuestos el próximo año, y todos los paridos asintieron sin réplica. Parece que hay un acuerdo tácito entre los dos partidos para no echarse a la cara las pasadas promesa electorales de unos y otros, en estos momentos de búsqueda en común.
- Más lejano se ve el consenso en materia de producción energética, pues los socialistas pretenden el abandono de la energía nuclear y los conservadores quieren su mantenimiento, pero ya comienzan a aparecer las primeras propuestas negociadoras, como la de que sean las empresas que producen la energía atómica las que corran con las inversiones en nuevas energías renovables.
- A partir del próximo lunes las reuniones se trasladarán a la sede central de los conservadores, la Konrad-Adenauer-Haus. Se han formado 17 grupos de trabajo, que ya comienzan a trabajar, catorce correspondientes con los ministerios y sus temas y tres más, uno dedicado a la política cultural, otro a la reconstrucción del Este y el otro, ¡a la reforma del federalismo! Se turnarán ambos partidos en la presidencia de esos grupos y en todos los casos se pretende que sean verdaderos especialistas en cada tema los designados para esas presidencias. Para el 12 de noviembre todo debe estar listo.
¿Qué por qué cuento esto aquí si no somos alemanes? Para hacer pensar que ojalá lo fuéramos. U ojalá, al menos, nuestros políticos fueran como los actuales de allá, cerrando heridas en lugar de abriéndolas, haciendo por el país en lugar de por sus obsesiones, modestos y dialogantes en lugar de iluminados y paletos.

18 octubre, 2005

La Trola (edición de noche). Noticias que podrían ser verdad guapamente

Arden los telepitos, perdón, teletipos:
- Al parecer ZP planea que su próximo Gobierno no sólo tenga igual número de varones y de damas, sino que, además, dentro de cada género haya especies. O séase, que la mitad de los ministros varones sea hétero y la otra mitad homo. Y lo mismo en el caso de las señoras ministras. En la próxima campaña las siglas ZP se sustituirán por HH. Se estudia adoptar como lema de la campaña el de "tanto monta", aunque se teme que el pueblo se lo tome a chufla y replique "manta tonta".
Se ha encargado a Solbes un estudio matemático y ha concluido que esa medida obligará a que el número de ministros sea múltiplo de cuatro. Zaplana pide explicaciones por lo de múltiplo y la Conferencia Episcopal hace cuentas atrás.
- Invitan a Bono al toque de generala y se excita. Luego se confesó.
- Se encauza la relación diplomática con la nueva Canciller alemana. "Si tuviera una hija la llamaría Angelika", aseguró Zapatero en entrevista concedida al Milch Zeitung. Rajoy le recueda que si fuera sincero en sus propósitos ya llamaría así a sus actuales hijas en la intimidad. ZP replica: "adoro a los alemanes porque son soles".

La Trola. Noticias que podrían ser verdad guapamente

- Ante las crecientes críticas a los árbitros, ZP encarga a Moratinos la convocatoria de una Conferencia Internacional sobre Arbitraje Futbolístico. Asistirán árbitros y jueces de línea de los cinco continentes. Nuestro país quiere arbitrar, declaró ZP. Por su parte Moratinos dijo: no aceptamos a EEUU como árbitro de las relaciones internacionales y tampoco vamos a quedarnos solos en fuera de juego.
Al parecer, Chávez se ha ofrecido para pitar el próximo derby madrileño. Florentino calla y sondea el terreno para encontrar petróleo en Venezuela.
- Dicen que en los pasillos más oscuros de la Moncloa circula el siguiente acertijo: ¿qué hay que echarle a un ejército para que crezca bien lozano? Respuesta: abono.
- Acebes cuelga el escaño y toma los hábitos. "He oído una voz en lo más hondo del interior interno de mi persona íntima más profunda", ha declarado, con gesto beatífico, mirada perdida y recio mentón. Se rumorea que Rajoy nombrará a Michavila para sustituirlo. No podemos perder esa línea directa con el más allá, explicó el locuaz gallego.
- Preocupación en la Conferencia de Rectores (CRUE). Al parecer en el anteproyecto de contra-meta-anti-super reforma universitaria se contiene un artículo que exige que para ser Rector de Universidad pública o privada se ha de ser investigador de reconocido prestigio. "¿Piensan que no hay más que hacer? ¿Acaso esos politicastros no tienen también que atender una casa, hija, que es una una esclava y empiezas y no sabes cuando acabas?", declaró un Rector en la peluquería.
- Este blog recibe docenas de protestas por el burdo sexismo de la última parte de la noticia anterior. Así que se añade a dicha noticia un nuevo párrafo final del siguiente tenor: el declarante es homosexual y prepara en la actualidad su boda.
- Nueva avalancha de protestas. Revisada la información, se decide alterar su contenido para no herir susceptibilidades de nadie y el párrafo entrecomillado se modifica en estos términos: "¿Piensan que no hay más que hacer? Bien se nota que esos politicastros no estudian ni preparan clases ni publican ni nada. Arrastro y veinte en bastos", declaró un Rector en el bar de su barrio.
- Se acallan las protestas. Mal asunto.
- Legionario español arrestado por arrancar una florecilla en un parque. "Estamos hartos de decirles que hasta la vida del más pequeño de los seres es sagrada", declaró el general responsable de la zona. Según un comunicado del Ministerio de Defensa, la próxima primavera comenzará en todos los cuarteles un curso obligatorio de corte y confección. En palabras de Subsecretario de la cosa, "no podemos quedarnos con las manos cruzadas sobre el fusil mientras llevamos el traje hecho unos zorros". También se programarán sesiones gratuitas de depilación y mechas.

DEMOCRACIA DE BASE

Publicado por J.A.Gª Amado en La Nueva España, Oviedo, el 9 de enero de 2005

Al común de los ciudadanos la política se nos aparece como una actividad cada vez más alejada, ajena, inasible, podríamos decir incluso que esotérica. Se nos muestra como labor para iniciados, menester de especialistas con dotes particulares, con experiencia extraordinaria o con muy cuidada formación. Todo lo cual, por cierto, casa mal con el perfil real de la mayoría de nuestros políticos profesionales, intelectualmente mediocres y personalmente vulgares.
Lo cierto es que se ha conseguido alejar al ciudadano de la política y reducirlo a mero votante escasamente reflexivo, arrastrado casi siempre por la pura emotividad de desear que venza el partido de sus simpatías, con la misma actitud con que desea que gane el domingo su equipo, porque son los suyos y nada más, porque él toda la vida ha simpatizado con esos colores. En lugar de conciencia política, pasión tribal; en vez de ideas, consignas; frente a candidatos con personalidad y programas con contenidos tangibles y diferenciables, moñigotes de diseño y tópicos insinceros.
Se obra así un distanciamiento abismal entre nosotros, ciudadanos, y las decisiones que colectivamente nos vinculan, de manera que asumimos mansamente que los hilos los mueven otros sin que nos sea posible participación ni influencia ninguna, salvo la tan tenue de elegir entre casi iguales cada cuatro años. Y ese mismo escepticismo, propio de quienes asumen su impotencia como destino ineluctable, es el que nos lleva a no ejercitar tampoco otros derechos mediante los que podríamos hacernos oír y respetar, como las libertades de manifestación, asociación, etc. Nos quedamos en casa convencidos de que no hay vía de ningún tipo para que nuestras opiniones y preferencias cuenten algo.
Con todo esto queda la sociedad civil completamente expropiada de política, y la política convertida para la ciudadanía en simple espectáculo en el que no le cabe más papel que la contemplación pasiva. Las decisiones sobre los temas que más pueden preocuparnos se toman delante de nuestras narices con todo descaro, pero haciéndonos ver que cuanto teníamos que decir ya lo dijimos con nuestro voto, mutado luego en cheque en blanco para la mayoría de turno.
Pues bien, creo que hay en todo eso un engaño tan burdo como interesado. Nuestro poder real, como meros ciudadanos de a pie, es en todo momento inmenso, pero sólo se realizará como tal cuando tomemos conciencia de que lo tenemos, cuando nos demos cuenta de que somos sujetos activos de la política de nuestra sociedad no solamente mientras votamos, sino en todas y cada una de las ocasiones en que con nuestras decisiones condicionamos las posibilidades y el futuro de los grupos e individuos que nos rodean. Pongamos un ejemplo sencillo. Si yo estoy en contra del machismo maltratador y violento, haré bien en votar al partido que lleve en su programa electoral propuestas útiles y creíbles para acabar con ese cáncer social. Pero aún más eficaz para ese fin será que deje de saludar a quien sé que es un maltratador, o que me niegue a compartir la mesa o la barra del bar con uno solo de ellos o de quienes los jalean. Y si detesto el terrorismo, nada de reírle las gracietas al batasuno amateur que tome café en el mismo bar que yo. Si la más mínima violencia, por supuesto. Pero sin concesiones.
Nos expresamos con nuestras acciones mucho más radical y claramente que con nuestros votos. Y nuestra fuerza colectiva es infinitamente mayor cuando somos muchos los que en el día a día obramos en consecuencia con lo que sentimos y queremos. En las últimas semanas hemos tenido una prodigiosa demostración de esto con el asunto del cava catalán. Quién nos iba a decir que el comportamiento de los consumidores navideños resultaría más efectivo para moderar ciertas chulerías que todos los talentos del talante. Y digo que eran chulerías y no convicciones serias y respetables porque se las envainaron cuando descendieron las ventas. Eso son ideas mercenarias, creencias de mercachifle, canciones de cabaret cutre.
No se trata de seguir consignas de nadie, ni de acogerse a la disciplina de ningún nuevo grupúsculo, sino de que cada uno traduzca a sus actos cotidianos, y muy especialmente los de consumo –la pela es la pela-, las opiniones y propósitos que le suscitan las actitudes ajenas, ya sean de personas, grupos, partidos o pueblos. Yo no compro en la tienda del que me mira por encima del hombro, no voy a las fiestas del pueblo donde me llaman extranjero y no doy la mano a nadie que no aprecie más mi vida que su ideal de nación. No como donde sobro ni invierto donde me rechazan. Con esta actitud ni mato ni hiero ni insulto. Es un obrar respetuoso con todos, y muy en particular conmigo mismo y mi propia dignidad de ciudadano libre y con autoestima.
A ver quién es el guapo que dice que no es exquisitamente democrática mi conducta en esto, y plenamente considerada con los derechos de todo el mundo. El tendero faltón tiene el mismo sagrado derecho a defender sus ideales que yo a elegir al tendero que me caiga más simpático y mejor me trate. Faltaría más.

17 octubre, 2005

CRISPACIÓN. LOS POLVOS DE HOY Y LOS LODOS DE MAÑANA.

Arrancaré de una anécdota personal, mía, de hoy mismo, no sé si suficientemente significativa, pero que me ha fijado en la cabeza algunas ideas que hace tiempo ya merodeaban en ella. La anécdota es ésta. Para mis clases de Filosofía del Derecho en la Universidad de León he hecho un blog en el que cuelgo los textos que pretendo que cada semana manejen los estudiantes, al tiempo que les pido que sus comentarios y ejercicios los pongan también ahí, para que sea público y transparente lo que hace cada uno. Hemos comenzado por debatir sobre la ley que legaliza el matrimonio homosexual, y les he colocado en el blog un enlace con un texto de la Sangrada Congregación para la Doctrina de la Fe, condenatorio de las uniones homosexuales, y otro de una profesora de Derecho Canónico que habla de los caracteres del matrimonio islámico poligámico y de los problemas jurídicos para su reconocimiento en nuestro país y en otros como Francia, Italia o Gran Bretaña. La idea es tomar pie en esos debates para ir elevándose hacia la explicación y discusión de posturas diversas en materia jurídica y de filosofía política (concepción material contra concepción formal-procedimental de la Constitución, universalismo contra relativismo, comunitarismo contra individualismo, multiculturalismo contra monolitismo cultural, etc.). Pues bien, tanto en los comentarios del propio blog como en mi correo electrónico personal han aparecido en los últimos dos días seis mensajes fuertemente insultantes hacia mi y mi labor como profesor. Unos dicen que soy un fascista y otro que soy un sinvergüenza cómplice de Zapatero. Hasta cuando le zumban a uno está bien la diversidad, ya ven.
Hasta ahí la anécdota, que seguramente no tiene más significado que el de la mala suerte de que esos materiales de mis clases se hayan cruzado en el ciberespacio con un par de chiflados de diversa extracción ideológica e idéntica personalidad infame. Pero la verdad es que, aun así, todo esto me extraña menos hoy de lo que me habría chocado hace dos años, o cinco años, o quince años. ¿Por qué? Porque esta sociedad se está crispando a marchas forzadas y parece cuestión de tiempo –ojalá no sea así- el retorno de la violencia social que creíamos marginada y marginal para siempre. Veamos las razones y los temores de futuro.
Como tantísimas veces se ha dicho, la transición fue un extraño milagro, pues las Españas cainitas de antaño se reconciliaron o, al menos, aparcaron sus más violentos afanes para fundar un modelo de convivencia basado en una Constitución moderna y democrática y que sentaba unas reglas mínimas de juego que todos, o casi, parece que se comprometían y nos comprometíamos a observar: tolerancia social, respeto a las ideas y la dignidad de los contendientes, ya fueran políticos, ideológicos o religiosos, y uso “pacífico” y comedido de los medios de acción política (partidos, sindicatos, Parlamento, derechos de manifestación, reunión, huelga, etc.). Cierto que para que todo esto fuera posible muchos hubieron de tragar mucha bilis, especialmente para aceptar aquella amnistía y para soportar que tantos autores de anteriores desmanes, ya fueran policías o políticos, salieran de rositas y siguieran en sus puestos, muchas veces medrando. Y también, por supuesto, tuvieron que aguantar lo suyo los que fueron víctimas del terrorismo con anterioridad a esa amnistía.
Ese ambiente produjo un fenómeno casi único y profundamente positivo, en mi opinión: la desaparición de la extrema derecha y de la extrema izquierda. Daba gusto ver en cualquier bar de barrio los acalorados debates entre afines al PSOE o Izquierda Unida y simpatizantes del PP, apasionados pero pacíficos, pues se podía confiar en que no se iba a llegar a las manos ni se iba a traducir esa discusión en males de ningún tipo. Sólo restó sin resolverse el maldito problema terrorista en Euzkadi, donde un grupo de supuestos izquierdistas independentistas siguió matando, amenazando y practicando las formas de intolerancia y extorsión propias de todos los totalitarismos que en malhadado siglo XX han sido. Pero la enfermedad, aun grave, estaba localizada y los riesgos de contagio se percibían realmente escasos.
Esa tranquilidad de fondo se está yendo al garete. Se acabó la calma. Conviene trazar el desgraciado itinerario de la crisis de nuestra convivencia, por si podemos hacer algo todavía para atajar el mal y evitar las consecuencias más duras que pueden estar por venir.
El ejemplo de los etarras y su troupe fue prendiendo ocasionalmente en otros lados, en otros lodos. Un día escuchamos con sorpresa y perplejidad que en alguna universidad catalana ciertos activistas radicales (pobre término éste, “radical”, tan malgastado e impropiamente usado en esta época, ¿por qué el empeño de llamar radicales a los meros gamberros, a los ansiosos de tiranías o a los cómplices de asesinatos?) impedían hablar a algún conferenciante que no era de su cuerda. Pero la sociedad seguía tranquila y la convivencia entre los partidos políticos rivales continuaba siendo ejemplar: debates durísimos pero respeto de mínimos que no deben saltarse para que la contienda política no se torne violento enfrentamiento tribal. Cambió el partido de gobierno y, aun con las tensiones esperables y normales, las cosas no se salieron de madre.
El primero que empezó a dar malos síntomas fue Aznar, el Aznar del segundo mandato. Su gesto desabrido, sus desaires cada vez más comunes, su dogmatismo inflexible y su propensión a tratar al rival como enemigo y al crítico como traidor sembraron la primera semilla de un tipo de desavenencias que van más allá de la discrepancia civilizada y se parecen más a la pura enemistad, cuando no el odio. Dicen que quien siembra vientos recoge tempestades, aunque no estoy seguro de si las tempestades que ahora voy a mencionar nacieron de los vientos sembrados por ese antipático Aznar o eran de cosecha propia del PSOE y sus compañeros de viaje. El caso es que primero con el Prestige y luego, más radicalmente, con la guerra de Iraq se fomentó que la gente se echara a la calle para llamar a Aznar y a su gobierno asesinos y lindezas por el estilo. El insulto seguía su imparable avance hacia la suplantación de la verdadera política digna de una democracia.
Y llegó el desdichado 11M, y con él la torpeza de un Gobierno que duda entre respetar la transparencia o dejarse arrastrar por el mero cálculo electoral, que da una de cal y otra de arena y que siembra en los ciudadanos una comprensible inquietud con sus dimes y diretes, con sus comunicados y desmentidos y con su agresiva actitud contra los que dudan de sus tesis iniciales, a los que se llega a tachar de miserables. Los que no dudaron fueron los del PSOE, que organizaron la rubalcabada. La ocasión la pintaban calva y no se desperdició. Abajo los formalismos y las contemplaciones y usemos la jornada de reflexión para seguir dando caña callejera y mediática. La victoria electoral, así y todo, fue legítima, a mi juicio. Que se deba en más o en menos al shock de los atentados es cosa que aquí y ahora me importa poco. A lo que voy es al nuevo mal ejemplo que se dio a la ciudadanía, el ejemplo de que las reglas de juego están para violarlas y de que las cortesías y los principios de convivencia sólo valen mientras nos beneficien a nosotros, a los nuestros.
Y hete aquí que el nuevo gobierno, aupado en la imagen mediática del talante cuasivirginal de ZP, un bendito de dios, una sonrisa noble, un alma cándida, un inofensivo idealista, comienza a practicar la política más dura y menos dada al consenso y la tolerancia de todas cuantas hemos vivido del 78 para acá. La consigna real es nada el PP, todos contra el PP. Llueven los calificativos de grueso calibre. A ese partido constitucional, conservador, sí, incluso reaccionario en muchas cosas, pero constitucional, que es el Popular, se le llama cada vez más partido fascista, partido franquista y cosas por el estilo. Al tiempo, se pacta, a efectos de apoyo parlamentario, con aquellos que se habían entrenado en reventar conferencias y amordazar librepensdores. Y se hacen guiños a unos cuantos cómplices de los únicos desgraciados que venían matando y llevaban mil muertos en su cuenta. El mundo al revés, al menos en términos constitucionales y de convivencia. Como si Rajoy fuera de peor calaña que Josu Ternera o Acebes de más dudosa moralidad política que aquel Rovira que viajó a Perpiñán.
Acción y reacción. Los del otro lado tampoco son unos santos ni un dechado de prudencia y educación. Rajoy no es capaz de manejar el ala más extrema y autoritaria de su partido. Zapatero parece que no tiene ningún interés en tener a raya a los más faltones y macarras de los de sus filas, tanto parlamentarias como extraparlamentarias. De vez en cuando se alza en el PSOE alguna experta voz razonable que pide mesura, contención y seso. Y a esos les manda callar ZP cuando así se lo indican sus socios más gamberros.
Y ha comenzado a pasar, para desventura de todos, lo que tenía que pasar, así puestas las cosas. Una cadena de desgracias interrelacionadas, que ojalá no tengamos que pagar más caras que lo que ya nos están costando. Por una parte, resurge la extrema derecha. Apuesto a que antes de dos legislaturas los tenemos en el Parlamento dando mal ejemplo y en la calle dando otras cosas aún peores. Sólo están esperando que aparezca su Le Pen, una figura que los aglutine. Y, si acierto en esta negra previsión –ojalá no- será el momento de preguntarse de quién fue la culpa. Estará repartida, seguro, pero me atrevería a pronosticar que será de una derecha constitucional débil y dubitativa, sin criterio claro sobre márgenes y límites, como la que encarna Rajoy (uno se acuerda de Suárez o Calvo Sotelo y la nostalgia se hace insufrible), y de una izquierda zapateril y rubalcabista, que con su resentimiento atávico (¿por qué odia ZP? Algún día un doctorando psicólogo o psiquiatra se hará en serio esta pregunta) es reacia al diálogo con una derecha civilizada y quiere echarla toda al saco de los franquistas más reaccionarios, y que con su indigencia intelectual hace de la política cotidiana improvisación al son que toquen sus socios más truculentos, que más que aliados deberíamos llamar cómplices.
Acción y reacción. Agitan los unos el fantasma del franquismo, que estaba muerto y bien muerto, y Franco resucita, otra vez envuelto en la bandera “nacional” y al grito viejo de “España, una; España, grande; España, libre”. En Madrid ya se los ve cada fin de semana en determinadas plazas. Y en la red de redes hacen furor. Y en los chats, y en los blogs. Acción y reacción. Y los otros, los matones que en nombre de otras “naciones” también están dispuestos a amenazar, herir y matar (o a seguir haciéndolo), ven una nueva razón para su guerra y una nueva justicia para su delictiva condición. Y se crecen con los guiños y la comprensión de todo un gobierno, un gobierno que guarda la posta más gruesa para la derecha constitucional del PP y que por un plato de lentejas parlamentarias es capaz de mostrarse comprensivo y aterciopelado con el mismísimo Pol Pot, si se pone a tiro de sonrisa.
Somos, pobres ciudadanos, el espejo de nuestros políticos, nos contagiamos de sus sensaciones y sus actitudes y las devolvemos multiplicadas. Aquella sociedad que veía cómo Carrillo, González, Suárez y Fraga se daban la mano, mirándose a los ojos con franqueza y jugando limpio, tomaba buen ejemplo de un modo de convivir y del significado de las reglas del juego democrático, de esa especie de Constitución material que se teje de lealtad al conciudadano por encima de las discrepancias ideológicas con él. Y eso al margen de lo que entonces se dijera, o de lo que aún se diga hoy, del pasado mejor o peor, más presentable o menos, de cualquiera de esos personajes que he puesto como ejemplo. Y hasta la superación de aquellos pasados dogmáticos o muy poco edificantes en algún caso, era ejemplo para los ciudadanos: lo que había que construir sólo podía construirse entre todos, y edificarlo era tan importante como para explicar perdones y compensar impunidades.
Eran otros tiempos, eran otras gentes. Eran otros talantes. El talante de los de ahora, y muy en especial de los que desde el gobierno disfrutan más arrinconando al rival con fintas mediáticas y argucias retóricas que proponiendo un programa de gobierno al que atenerse y del que fiarse, provoca tensión y ánimo revanchista en muchos. Y una buena parte de esa oposición que vuelve a oler a sotana raída y a porra de goma tampoco sirve precisamente para calmar los ánimos inquietos.
¿Aguantará ZP sin sonreír cuando llegue el primer muerto o se deshará su talante en sonrisas al pensar que ya ganó, otra vez, las elecciones? ¿Deberá Rajoy confiar en que vuelva ETA a las andadas para ganarlas él? Triste política, mezquina política de odios que computa los muertos como triunfos.
Entretanto, nosotros ya hemos comenzado a insultarnos. La cuenta atrás ya ha empezado. Malditos sean.