Bueno, pues parece que ya está a punto de llegar a los mercados el nacionómetro. Como su nombre indica, es un aparato que mide naciones. Su mecanismo es complejo y lo intrincado de sus circuitos se escapa a mis entendederas, pero he leído la publicidad con que la casa fabricante lo va a lanzar y es sorprendente el chisme en cuestión.
Vayamos con un poco de orden. La idea fue concebida por un equipo interdisciplinar de expertos (ingenieros, psicólogos, psiquiatras, sexólogos, sociólogos, asistentes sociales y médicos) de la Universidad de Seúl. La patente se vendió a una empresa suiza, que es la que ahora va a comercializar el invento, después de haber producido y probado varios prototipos previos.
Se dice que mide con precisión absoluta cuánto de nación tiene cualquier grupo humano. El resultado aparece, con decimales y todo, en una escala de uno a cien. Así, una nación plena y total se considera aquella que da una medida superior a ochenta en esa escala. Dicen los padres del hallazgo que es prácticamente imposible encontrar con este medio una nación de cien, pues siempre aparece algún inmigrante, maketo o charnego que hace bajar el resultado. Esa nación absoluta, la de cien, sería aquella en la que todos los miembros del grupo hablasen una sola y única lengua, tuviesen un rh idéntico, compartiesen unánimemente un solo credo religioso y tomasen en las tres comidas del día una única dieta, compuesta por una variedad de no más de cinco o seis platos tradicionales.
El proceso de medición es complejo y toma un tiempo mínimo de una semana. Se divide en dos fases. En la primera, la máquina se coloca en alguna calle transitada del lugar que el grupo en cuestión habite. Allí durante unas horas una cámara incorporada va grabando a los transeúntes, al tiempo que un procesador va archivando y haciendo la estadística de datos tales como tamaño de los pies, tipo de movimiento o bamboleo al andar, índice de protuberancias, gestos más frecuentes, lado hacia el que cargan los caballeros, grado de inclinación de los senos femeninos, frecuencia de ventosidades, etc. Ni que decir tiene que a mayor homogeneidad en estos parámetros, mayor intensidad de la esencia nacional en cuestión.
En una segunda fase se estudia el árbol genealógico de los líderes del grupo. Cuanto más intensa y antigua sea la implantación de las respectivas familias en el territorio de ese grupo, tanto mayor será el cociente nacional resultante. De todos modos, una llegada reciente a ese territorio y unos orígenes foráneos pueden ser compensados, a efectos de medición, por el número de veces que el sujeto en cuestión repita que él se siente nacional de allí o por el grado de su desprecio a los que nacieron en el pueblo originario de sus ancestros.
Los primeros experimentos con el nacionómetro han proporcionado resultados sorprendentes, pues la más alta puntuación en la escala antes mentada la alcanzó un grupo de gorilas de la montaña Virunga, en Ruanda. A raíz de tal descubrimiento, un grupo de profesores de diversas universidades norteamericanas ha enviado una petición a la ONU para que se les reconozca oficialmente la condición de nación sin Estado. A los gorilas, quiero decir.
Vayamos con un poco de orden. La idea fue concebida por un equipo interdisciplinar de expertos (ingenieros, psicólogos, psiquiatras, sexólogos, sociólogos, asistentes sociales y médicos) de la Universidad de Seúl. La patente se vendió a una empresa suiza, que es la que ahora va a comercializar el invento, después de haber producido y probado varios prototipos previos.
Se dice que mide con precisión absoluta cuánto de nación tiene cualquier grupo humano. El resultado aparece, con decimales y todo, en una escala de uno a cien. Así, una nación plena y total se considera aquella que da una medida superior a ochenta en esa escala. Dicen los padres del hallazgo que es prácticamente imposible encontrar con este medio una nación de cien, pues siempre aparece algún inmigrante, maketo o charnego que hace bajar el resultado. Esa nación absoluta, la de cien, sería aquella en la que todos los miembros del grupo hablasen una sola y única lengua, tuviesen un rh idéntico, compartiesen unánimemente un solo credo religioso y tomasen en las tres comidas del día una única dieta, compuesta por una variedad de no más de cinco o seis platos tradicionales.
El proceso de medición es complejo y toma un tiempo mínimo de una semana. Se divide en dos fases. En la primera, la máquina se coloca en alguna calle transitada del lugar que el grupo en cuestión habite. Allí durante unas horas una cámara incorporada va grabando a los transeúntes, al tiempo que un procesador va archivando y haciendo la estadística de datos tales como tamaño de los pies, tipo de movimiento o bamboleo al andar, índice de protuberancias, gestos más frecuentes, lado hacia el que cargan los caballeros, grado de inclinación de los senos femeninos, frecuencia de ventosidades, etc. Ni que decir tiene que a mayor homogeneidad en estos parámetros, mayor intensidad de la esencia nacional en cuestión.
En una segunda fase se estudia el árbol genealógico de los líderes del grupo. Cuanto más intensa y antigua sea la implantación de las respectivas familias en el territorio de ese grupo, tanto mayor será el cociente nacional resultante. De todos modos, una llegada reciente a ese territorio y unos orígenes foráneos pueden ser compensados, a efectos de medición, por el número de veces que el sujeto en cuestión repita que él se siente nacional de allí o por el grado de su desprecio a los que nacieron en el pueblo originario de sus ancestros.
Los primeros experimentos con el nacionómetro han proporcionado resultados sorprendentes, pues la más alta puntuación en la escala antes mentada la alcanzó un grupo de gorilas de la montaña Virunga, en Ruanda. A raíz de tal descubrimiento, un grupo de profesores de diversas universidades norteamericanas ha enviado una petición a la ONU para que se les reconozca oficialmente la condición de nación sin Estado. A los gorilas, quiero decir.
Y no es broma.
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