16 mayo, 2006

Profesores ceporros.

Cada cual tiene sus perversiones, lo sé. Y con el paso de la edad van cambiando. Hasta aparecen algunas que sorprenden al propio titular. Uno tiene que asumirse como es y tomar las cosas como le vienen. Traigo a colación todo esto a modo de excusa, para que el amigo que tiene la oscura costumbre de leer esta retahíla de manías no me encierre sin remisión en la lista de los incurables. Pues llevo días enfrascado en la lectura de la Deutsche Geschichte. 1800-1918, de Thomas Nipperdey. Ahora en cristiano, la Historia de la Alemania del XIX, del mentado autor, tres tomazos que quitan el hipo, casi tres mil páginas y en el idioma de los teutones. Tengo para rato. Y lo malo es que me gusta, manda carallo. Y sobre eso he de reflexionar, puede que como terapia: por qué me gusta más que Mira quién baila o Tarados (¿No hay un programa que se llama así?; pues debería). Me pregunto cómo puedo estar disfrutando de semejante ladrillo, yo que, como tantos, me pasé la juventud odiando la Historia y sin ser capaz de distinguir a un rey godo de un bailaor de Chiclana. De dónde me viene ahora esta fe de converso, este placer de quien se creía con la neurona frígida para el goce de los hechos y las peripecias del pasado. Y buscando y buscando en mi propia biografía, voy a dar con lo de siempre: profesores horribles, zotes con tarima.
Allá en Gijón, en el colegio aquel que les costaba a mis viejos un par o tres de vacas al año, se ve que los curas no tenían la Historia por materia crucial para la formación de los chavales, pues nos endilgaban cada profesor de la materia que más bien parecía escapado de alguna astracanada o de alguna colección de excéntricos sin seso. Recuerdo al Pinocho, habla que te habla sin ser capaz de imponer a su alrededor atención ni silencio, mientras sus pupilos jugábamos a los barcos o leíamos tebeos sin ningún recato. O al Magoo, un cura gordito que se caía de viejo y que leía el voz alta el libro de texto, sin añadir más glosa o comentario, beatífico, levitando, ajeno al mundo y a nosotros. Con los dos podíamos copiar sin tasa ni recelo cuando tocaba examen. A los dos debo y debemos los de mi curso, seguro, el haber llegado a la supuesta edad adulta sin tener ni puñetera idea de a qué se dedicaba Napoleón o de cómo había conseguido San Luis tener cien mil hijos.
Ay, y si sólo hubiera sido la Historia, y si sólo hubiera ocurrido en el colegio aquel. Con la Historia volví a toparme en el primer curso de Derecho, esta vez como Historia del Derecho, y me cayó en suerte el catedrático, nada menos, otro chiflado al que todo el mundo reía las gracias, que maldita la gracia que tenían, y del que se sospechaba, sin prueba alguna que lo acreditara fehacientemente, que era un erudito, pero que disimulaba, tal vez por humildad. Estaba zumbado, y punto. Podía pasarse una hora entera jugando a las adivinanzas del tipo “pueblo de ocho letras que fue muy importante”. Y al que acertaba, si acertaba alguien, le caía sin más un sobresaliente de nota final. Él repetía luego la respuesta, despacio, marcando las sílabas: “vi-si-go-do”. Y de ahí no pasaba, el visigodo podía ser el pueblo de su tía, en esos detalles ya no entraba. Otras veces jugaba a Un, dos, tres, responda otra vez, con sufridores. Pero no tengo ganas de ponerme a contar cómo era aquel concurso de la tele.
Otros profesores alcanzaron mérito todavía mayor, pues lograron hacer aburridas asignaturas que resultan puro gozo, a nada que las explique un ser normal. Me pasó con el Derecho Penal en algún curso, nada menos. Desnuda especulación metafísica, retórica vacía de cualquier vida, doctrina a pelo, sin ejemplos ni sucedidos, conceptualismo vacuo, cual si todo lo que ocurre y merece del Derecho pena se limitara a un juego de naipes entre unos seres esquivos llamados Tipo, Antijuridicidad, Culpabilidad, Dolo, etc. Y cómo no recordar a aquel otro docente insigne, de Derecho Civil, que explicaba con competencia y hasta cierta gracia, pero que a la hora del examen oral concurría rodeado de dos ayudantes féminas, que monopolizaban su atención y a las que comía la oreja delante de las narices mismas del balbuciente examinando. Si te desconcentrabas, suspendías. Si mantenías el tipo y recitabas sin tregua, te ponía un aprobadillo o un notable, pues el hombre juzgaba sólo por la música, por el sonsonete de tu salmodia, ya que en la letra no podía reparar, de tan limitado que tenía en ese trance el seso, con la sangre concentrada en otros menesteres.
En fin, no sigo, pero fueron muchos. Muchos profesores así, antes de la Universidad y en la Universidad, que disertaban cual si padecieran extreñimiento mental, que explicaban con la mirada en el techo, como si entraran en el éxtasis del embobamiento, que dictaban con flácida voz apuntes rancios con manchas de chorizo, que oscurecían a posta sus peroratas para fingirse en posesión de saberes esotéricos y exclusivos. Así tantos y en tantas variantes. Asesinos de vocaciones, capadores del intelecto, suplantadores del saber, fingidores de una excelencia que no han olido jamás ni por el forro. Una peste.
Luego, si en ti pervive un resquicio de talento o te resta un ápice de curiosidad, vas descubriendo, con los años y la vida, que eran hermosas aquellas materias. Y tratas de recuperar el tiempo perdido, a la vez que maldices la memoria de los que te lo robaron.
Por cierto, conozco a algunos que están orgullosos de haber sido profesores de ZP. Será por lo que le enseñaron, bien se ve. La docencia es como la agricultura, tú pones la semillita y... sale lo que sale.

5 comentarios:

  1. El Gobierno prepara un Decreto para que los empleados públicos, cuya actividad profesional lo permita, puedan ejercer su profesión desde casa, es decir, para el desarrollo del teletrabajo

    PD:a veces me pregunto que es eso de la modernizacion de la admistración publica, y la incorporación de las nuevas tecnologías: lo digo por lo siguiente: existe una tendencia a suprimir puestos de trabajo en las periferias y a centralizarlos en los nucleos importantes.
    Me pregunto ¿para qué? si un funcionario con el puesto de trabajo en la cabrera, puede atender e informar a los indigenas y a la vez trabajar on line con leon.

    Me pongo malo cuando leo los preambulos de algunos textos legales de nueva creación; Es el legislador ó soy yo? que es eso de la modernización de la admistración, la incorporación de las nuevas tecnologías: o solo es una escusa para meter toda una admistración en un edifico en una gran ciudad.

    No viene a cuento con el post ó quizás sí. A saber.

    ResponderEliminar
  2. Retratado queda Don Ignacio de la Concha, ¿el Sr. Serrano? ¿Fabio? ¿El profesor Arias? ¿tu compañero allerano Voz de Trueno?.
    Los del nocturno teníamos a Don Carlos Prieto, un profesional educado al menos

    ResponderEliminar
  3. Yo no se como he enfocado mis estudios la verdad, pero yo creo que la gran mayoría de profesores de la facultad de Derecho de León que yo he conocido como que son muy buenos. Repasemos : Si el de Hª del Derecho el caballero de los sepulcros de Jerusalén y gran preboste del PP, pues regular , a mí no me va su rollo clasista pero tampoco que le insulten por estar a favor de darle dos patadas a Sadam. Díaz y García Conlledo, un genio, casi nada el autor de la Tª de la acción típica nuclear, una pasada. Sosa Wagner un dios y Quintana López un profesional como la copa de un pino, Ballestereos ya fue bueno como alumno y ha mejorado como profesor. El profesor Bermejo tiene más cojones que el caballo de Santiago, es el único profesor que yo he visto que da las clases sin un libro delante, con el programa en ristre. García González éxplica y exige, pero explica y entiendes y aunque suene a pelotari y no precisamente vasco García Amado un número uno y con Barreiro aprendes y te ries. Y de las profesoras, líbreme el demonio de hablar mal de una sóla de ellas y no es machismo, es que tengo madre y no me gustaría que hablaran mal de ella por educación y tal.
    Creo que capacidad intelectual y ganas de explicar tienen en general, otra cosa será si practican el amiguismo y admiten recomendaciones o que discriminen en virtud de quien les cae bien o mal.
    Pero yo personalmente estoy orgulloso de haberme licenciado por la facul de León.

    ResponderEliminar
  4. Oiga, anónimo, créame algo que le digo muy sinceramente: conozco bastantes Facultades de Derecho de este país y estoy convencido de que la de León es de las mejorcitas. Tal cual. Y no lo digo, para nada, por lo que me pueda tocar, hablo de mis compañeros. Por eso la defendí ya hace un mes o dos, si recuerda.
    Iurisprudent: las nueavs tecnologías se están usando para ponerle más dificultades al ciudadano de a pie que no esté versado en bites, megas y conexiones. Y los funcionarios cada vez se parecen más a robots en todas las administraciones, salvo cuando hacen el crucigrama o se tocan los piececitos por debajo de la mesa.
    Compañero de andanzas ovetenses, no me pida que de más pistas, que en una de estas me demandan y me piden unos kilos de indemnización. No caigo en quién sería Voz de Trueno.

    ResponderEliminar
  5. Estos, -----, ¡ay, dolo!, que ves ahora...
    Hablando de este ilustre: la nariz y el bigote ¿son suyos o van pegados a las gafas? Si le quitas las gafas y sale todo pegado, a lo mejor es un tipo chatillo y lampiño.

    ResponderEliminar