Habitación de hospital. Dos enfermos. En una cama mi padre, que tiene el día tranquilo, dentro de lo que cabe. Sentado a su lado, yo leo en silencio. En la otra cama un paciente que parece bastante enfermo, tiene mal aspecto el hombre. Por la tarde se juntan ocho visitas, ocho, para ese enfermo. Ellos hablan y hablan; yo juro en arameo para mis adentros. Mi padre me mira y nos entendemos sin palabras. Van fallando todas mis técnicas de concentración y mis esfuerzos para aislarme en la lectura de un relato de Cardoso Pires que tengo entre manos. La conversación de la atenta concurrencia toma derroteros que captan ya indefectiblemente mi atención. El tema es el del día, cómo no: la muerte de Rocío Jurado. Cuando esta mañana viajé, andaban en lo mismo todas las emisoras de radio. Consternación nacional, el acabose, qué tragedia, una buena señora ha muerto, tremendo acontecimiento. Y trabajadora además, matiz no desdeñable en este país de currantes inmortales. Mientras yo me compadezco de los vivos raros, la muchedumbre vecina va llegando a importantes acuerdos. Así, coinciden en lo mucho que ha debido de padecer esta temporada la hija de la difunta, pobrecilla, qué gran pena da verla, cuánto han empeorado su aspecto y su expresión. Se entusiasman con los detalles últimos atinentes al aspecto doliente de la desdichada huérfana. Consternados y como por misterioso azar, quedan en silencio un par de segundos, lo justo para que suenen en la habitación las toses doloridas de mi padre y el gemido continuo del otro paciente. Una tristeza realmente, esa intensidad con que los hijos de famosas tonadilleras sufren la enfermedad de sus progenitores, una tristeza. La compasión me inunda, no me llega la camisa al cuerpo, eso sí que es dolor. Los sensibles visitantes vuelven por sus fueros rápidamente, a la caza de nuevos recovecos de su trascendente tema ético-funerario. Ahora toca lo de los paparazzi, precisamente al hilo de cuántos han perseguido a los deudos de Rocío Jurado, que en paz descanse. Pues no hay derecho, por favor, hombre, a molestar así a la gente, es un sinvivir, un agobio, qué aprietos, todos esos desaprensivos echándosete encima, gritándote incluso; lo soportan porque tienen mucho aguante y un temple especial, que si no... Los ocho se pronuncian al unísono y con entusiasmo cierto sobre este aspecto de la cuestión. Mi padre me mira como si quisiera decirme que los saque del cuarto a leches, pero yo qué voy a hacer, con este temple y este aguante que los dioses me han dado. Podría ser famoso, pienso. |
Efectivamente, ¿qué hacer?, cuando todos andan como locos, unos de pena por que se murió la cantante, otros de alegría por las cuotas de audiencia...
ResponderEliminarDa asco este pais de mierda. Luego todos dirán que los periodistas son poco éticos, pero bien que aplauden su trabajo basura en estos momentos. Manda cojones!