He estado simultáneamente en dos congresos jurídicos en Medellín, organizados por dos universidades, con ponencias y esas cosas. No quiero repetir las razones de mi extasiada admiración. En uno de esos congresos, setecientos inscritos, pagando cada uno su cuota, que no es pequeña para las posibilidades locales. El ochenta por ciento de los inscritos, estudiantes. En el otro congreso, algún ciento menos, pero masivo de todos modos. Como en España, igualito. Con todos esos estudiantes, profesores y profesionales varios sacrificándose para no perder conferencia, haciendo preguntas, comprando libros. Para los profesores europeos que por ahí coincidíamos, irreal, como siempre, cosas de otro mundo inimaginables por nuestros lares.
Figura muy estelar en uno de los congresos, el profesor F., italiano de renombre universal. Había que ver las colas de estudiantes al acabar su sesión, con su Derecho y razón para que se lo dedicara, libro que aquí cuesta como el sueldo de medio mes de un trabajador regular. ¿Qué serían estudiantes ricos? Me da igual. A ver cuántos de los ricos estudiantes nuestros se gastarían su propina del fin de semana en comprar un libro así. Vade retro. Es más, hágase una encuesta sobre cuántos de los nuestros saben quién es F. o si simplemente les suena el nombre. Depresión asegurada. Y la parte de la culpa nuestra que no falta. Parece que en algunas disciplinas jurídicas los que dirigen la escritura de manuales colectivos imponen que no se citen ni en el texto ni a pie de página autores ni teorías, y jurisprudencia poca. Exégesis pedestre de la ley y fuera pendejadas teóricas. Como dijo aquel francés del XIX, yo no sé lo que es el Dercho Civil, yo enseño el Código de Napoleón. Ahí seguimos. La letra con dogma entra.
Hay empujones también para hacerse fotos con el profesor F. Es más, el profesor F. está muy entrado en años y no es precisamente el acabose de las artes mundanas ni un Adonis de escaparate. Va a lo suyo y es de lo más tímido. No importa. Muchas estudiantes se empeñan en abrazarlo. Desde sus bancos le lanzan besos con la mano durante su exposición. Yo tenía el gustazo de estar a su lado en la mesa y las pasaba canutas para aguantarme la risa.
El evento acaba en cena de clausura en grupo reducido, con ponentes, organizadores y decano. Y, oh sorpresa. Uno ha coincidido por ahí en varias ocasiones con el profesor F. Sabe de su fama en los eventos sociales y la ha comprobado varias veces en vivo y en directo: es una persona educadísima, pero que nunca dice ni pío y a todo contesta con monosílabos, está todo el rato a su bola y con sus pensamientos. Pero en esta cena no. Ríe todo el rato y no para de hablar. Habla y habla, está pletórico. Caray, no damos crétito ninguno, qué le pasó, nos lo han cambiado.
Concluimos que, si se queda una semana más en Colombia, pare seguro mil páginas de un nuevo tratado: Derecho y sinrazón. Como pa no.
Para mejor proveer: ¿cómo estaba la colombiana que le tiraba besos?
ResponderEliminarAtte.
ATMC
Eso eso, foto de colombiana/as profesor.
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