Ella hablaba y hablaba, bien tiesa tras el atril, dominadora. Yo miraba a Alfredo, sentado en primera fila, y lo veía desde atrás asentir e inclinar levamente los hombros cada vez que terminaba una frase con brillantez. Llevaba más de treinta minutos de disertación y no parecía que el tiempo la preocupara; tampoco al público.
Mis ojos saltaban entre ella y Alfredo. Ella había posado un instante su vista en mí, al comienzo, y con eso yo ya sabía que Alfredo me tenía presente. Podía adivinarle cada pensamiento, cada idea que le bullía. Y me sentía bien, al fin.
Mis ojos saltaban entre ella y Alfredo. Ella había posado un instante su vista en mí, al comienzo, y con eso yo ya sabía que Alfredo me tenía presente. Podía adivinarle cada pensamiento, cada idea que le bullía. Y me sentía bien, al fin.
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