Hay la gran historia y la historieta. La primera es respetable, la segunda solo sirve para el juego intrascendente o la emboscada política. La historia es tarea de investigadores serios que pasan horas sobre los libros, en los archivos, desenterrando documentos, expedientes o esos papelotes que llevan dentro una vida que parece muerta pero que está dispuesta a clamar sus verdades a poco que se les despabile. El legajo de un archivo tiene algo del cadáver del profesor que aún está dispuesto a subir a la tarima y dar una última lección.
La historieta más o menos trapacera es la que se emplea para reconstruir un ayer que legitime opciones políticas del presente, tiene escaso valor porque esas herencias del pasado se toman a beneficio de inventario, esto quiero, esto no quiero, un método que no es serio. Cada uno tiene derecho a defender las opciones políticas que mejor le plazcan, allá cada cual, pero el respeto a una ciencia -la historia- aconseja no invocarla en vano.
Hijos de la historieta son los derechos históricos y la memoria histórica. Esta última se utiliza para evocar lo que a cada quien le peta y se verá que, si se llega a un acuerdo entre el gobierno y los terroristas, quienes hoy defienden la memoria pedirá que no la activemos, que olvidemos, y a la viceversa. Todo pura trampa, primorosamente cultivada por tartufos de artesanía.
Pues ¿y los derechos históricos? Figuran en ciertos Estatutos de autonomía y en alguno, como el valenciano, se nos aparecen, cual fantasmas que arrastraran sus cadenas -como el de Canterville-, en forma de los Fueros anteriores a 1707. Se camina hacia el futuro por la senda de un pasado bien polvoriento. Pueden ser “actualizados” que es algo así como someterlos a un tratamiento geriátrico porque los años se agolpan en sus entretelas. Pero se sabe que estos tratamientos son largos y de resultados inciertos, por eso tales derechos históricos participan del encanto de lo misterioso, constituyen un arcano que alberga en sus intimidades riquezas inextinguibles, pepitas de oro aptas para ser objeto de comercio, como demuestran las polémicas en torno a una de sus hijas, las “deudas históricas”. Cumplir adecuadamente esta función exige su supervivencia como cláusula abierta que, por venir engalanada con la pátina del pasado, no quiere ser atrapada ni neutralizada por un presente que siempre le resultará angosto.
Nadie sabe en consecuencia lo que es el “derecho histórico” pero quien lo invoca puede alzarse limpiamente con una partida presupuestaria. Quien pregunte por su exacto contenido o por sus verdaderos titulares se le tendrá por un impertinente dispuesto a estropear el festival. El derecho histórico es algo parecido al elemento de sorpresa en la narrativa del realismo “mágico”, un ingrediente que da temperatura y fiebre al relato llenando de ausencias las presencias reales. Posee una naturaleza enigmática y participa de la inasible sustancia de la eternidad, al no tener ni principio ni fin.
Relleno pues de merengue oportunista. Todo lo contrario del debate científico que se ha producido estos días en León con motivo de un congreso de medievalistas dispuestos a contarnos confidencias de reyes, obispos, magnates, benedictinos, poetas, frailes, albéitares, barberos ... Incluso las tendencias sexuales (adulterios, violaciones, incestos, actos de zoofilia) de nuestros antepasados se pasearon entre los estudiosos de la mano de un destacado latinista. Como asimismo las reflexiones acerca de la naciente estructura política en torno al “ordo gothorum”, origen de mucho de lo que vino después.
Se agradece este baño con masaje de rigor en medio de los chorros de frivolidad.
Me ha encantado la manera que has abordado este espinoso tema sin poner en evidencia a unos u otros ni apuntar con tu puntero hacia los lados... Que ambos pecan de ese defecto.
ResponderEliminarLa construcción "emboscada política" es perfecta.
Quedamos a la espera de más temas interesantes.
Un saludo.