Me voy a meter en camisa de once varas y, además, en huerto ajeno. O, en otros términos, voy a chapotear un poco en aguas traicioneras y sin saber nadar. Pues, pretendo darle algunas vueltas a lo del multiculturalismo. Por ahí abajo algún anónimo hace ironía, creo, sobre mi supuesta condición multiculturalista. Y como no sé contestar a ciencia cierta si merezco o no tal calificación, respondo que depende: que depende de lo que entendamos por la tal palabreja. Por mucho que un servidor no lo domine, no debe de ser tema desatendido, pues uno le pone la palabra a google, así en castellano meramente, y las páginas a que remite ese nuevo dios omnisciente son doscientas setenta y tres mil. Solamente. Si se lo ponemos en inglés salen ¡seis millones ochocientos noventa mil! El acabose.
Así que, con tanta documentación, lo mejor es irse a wilkipedia donde figura la siguiente descripción:
Se denomina multiculturalismo a la política gubernamental empleada para incentivar la diversidad cultural en una sociedad multiétnica, acentuando oficialmente el respeto mutuo y la tolerancia a las diferencias culturales dentro de las fronteras nacionales. Como política que es, el multiculturalismo enfatiza las características peculiares de las diferentes culturas, especialmente en las relaciones entre unas y otras en las naciones anfitrionas. La palabra fue empleada por primera vez en 1957 para describir a Suiza, pero también se hizo común en Canadá a finales de los años 60, para posteriormente extenderse rápidamente a otros países de habla inglesa.
No es palabra de dios, pero sirve para saber de qué hablamos.
Creo que podemos hacer una escala de situaciones posibles en tema de tipos de convivencia entre culturas distintas. Y sin meternos en el berenjenal de qué sea una cultura, pues da la impresión de que esos problemas que se llaman ahora culturales son sobre todo problemas religiosos y problemas lingüísticos. Pero, insisto, dejemos eso y vayamos con las modalidades de convivencia entre culturas.
1.- Monoculturalismo.- Predominio de una determinada cultura que usa todo tipo de medios, incluidos los coactivos, para desterrar a otras o impedir que se desarrollen o que se manifiesten. En sociedades no homogéneas culturalmente el monoculturalismo equivale al dominio forzado de un grupo sobre otro u otros, a base de prohibir sus religiones, sus lenguas, sus ritos y costumbres, etc. En este sentido, nuestras sociedades fueron hasta hace bien poco sociedades monoculturales. A ese monoculturalismo tiende también el islamismo radical. Los Estados confesionales propenden, como parece obvio, a esta situación de monoculturalismo. También los Estados plurilingües con una única lengua oficial.
2. Pluriculturalismo con supremacía de una cultura.- Predominio de una cultura, pero sin prohibir ni reprimir abiertamente las otras. Ese predominio no se basa ni se nota, por tanto, en el uso de la fuerza o de la amenaza legal, sino en que las estructuras básicas del Estado y los puestos más influyentes en la sociedad están monopolizados por los miembros de una determinada cultura, que con sus acciones y comportamientos la difunden, la defienden y la mantienen en su situación de dominio. En estas situaciones los miembros de las culturas subordinadas suelen sumar a su discriminación cultural otras discriminaciones sociales y discriminación económica.
Para la defensa de ese preponderancia se invoca muchas veces el argumento mayoritario, en términos de que los más tienen algún “derecho” a que en su Estado se viva y se actúe en consonancia con su cultura. Otras veces se suma a ese argumento el del “derecho” a perdurar de las tradiciones de la comunidades originarias del lugar. De esa manera se intenta justificar, por ejemplo, que en las ceremonias de Estado se introduzcan ritos de la religión dominante o que el Estado colabore en la financiación de una determinada iglesia.
Otras veces los mecanismos de perpetuación de la superioridad de un grupo cultural son más sutiles e, incluso, perversos. Tal es el caso en muchos países latinoamericanos, cuyas Constituciones reconocen el derecho de las culturas aborígenes a mantener sus señas de identidad y a vivir según sus códigos propios. Lo que parece un reconocimiento igualitario de derechos se convierte en mecanismo de perpetuación de desigualdades sociales, pues a los miembros de las culturas minoritarias se los confina en “reservas”, so pretexto de que allí es donde libremente pueden vivir según sus patrones propios. En la periferia, que vivan “ellos” a su manera; en la capital, vivimos y “gobernamos” el Estado nosotros a la nuestra. Tal cosa viene a significar que el miembro de esas culturas periféricas o marginales queda atado a su aldea y a sus tradiciones sin posibilidades de pasar a la cultura dominante y de competir en igualdad con los miembros de ésta. Así ocurre cuando la educación de los niños se hace exclusivamente en la lengua y en las tradiciones de su cultura minoritaria y originaria.
3. Pluriculturalismo con reglas de juego supraculturales y neutrales.- Se respeta el derecho de cada cultura a manifestarse, sin que se reconozcan ni se permitan derechos superiores o prioridades de ninguna. El problema aquí está en establecer dos tipos de reglas: a) las reglas que gobiernen el conflicto intercultural y b) las reglas que dispongan la relación entre derechos colectivos y derechos individuales.
a) En cuanto a lo primero, se trata de sentar cuáles son las esferas de intangibilidad o inatacabilidad de cada cultura y cuáles son los márgenes de respeto que cada una ha de rendir hacia las otras. Con un ejemplo: ¿puede cada cultura criticar las formas de vida o las creencias propias de las otras o han de evitarse por igual tales críticas? Un supuesto más concreto: ¿prima con carácter general la libertad de expresión, de modo que quepa, pongamos por caso, hacer caricaturas por igual de los dioses o los fieles de una u otra fe de las que los ciudadanos cultiven o ha de extremarse el respeto a base de perseguir toda expresión que una cultura pueda considerar ofensiva?
En una situación de pluralismo cultural igualitario esas reglas de conflicto resultan ineludibles, como única manera de evitar la violencia o la anarquía incontrolable, como forma de asegurar un orden en la convivencia, cometido primero y razón de ser esencial de todo Estado, y también para atajar todo intento que cualquier cultura haga de hacerse con la supremacía y de imponer coactivamente sus planteamientos propios. Esas reglas de conflicto, que simultáneamente protejan a cada cultura y que a todas mantengan a raya en su respeto a las otras, han de tener necesariamente dos características: alcance general e imposición igualitaria. Ambas notas aluden a que esas normas que fijan límites no cumplirán la función que las justifica si se admiten excepciones en su aplicación y si no se imponen a todos los grupos por igual. Con el ejemplo anterior: si se admiten críticas o caricaturas de un grupo frente a otro, han de admitirse también a la inversa; y si no se admiten, no se admiten en ningún caso.
En esas reglas está la madre del cordero. Sin ellas, la convivencia entre culturas cambia a competición entre culturas y tenderá a acabar en lucha, incluso violenta, entre culturas. Pero, si admitimos la necesidad de esas normas, el problema más grave se halla en su posible contaminación cultural; es decir, en cómo evitar que esas reglas de juego común, que por definición han de ser culturalmente neutrales, si es que estamos en este tercer modelo y no en el anterior, no sean en realidad la expresión, más o menos camuflada, de los puntos de vista y los gustos de una cultura dominante. ¿Cabe tal cosa? Si no cabe, el pluriculturalismo o multiculturalismo igualitario se torna un imposible práctico y no queda más salida que la dominación o el enfrentamiento, enfrentamiento que siempre acabará, también, en el dominio de los vencedores. Toda doctrina multiculturalista que no proponga solución para este problema se queda en especulación vacía, en frivolidad a la moda pero con muy poca sustancia.
Al pensar en esas normas de convivencia intercultural normalmente nosotros nos imaginaremos cosas tales como el respeto a la libertad de conciencia religiosa o como el respeto a las diversas maneras de la organización de la vida familiar (monogamia, poligamia, poliandria...). Mas ¿no resulta eso expresión de la cultura occidental “liberal”? ¿no serían las normas que reconocen con carácter general esos derechos la manifestación suprema de esta cultura de aquí, de la visión del individuo, de los grupos, de la fe, etc. que es la propia de nuestro particular mundo? El relativista cultural radical dirá que sí y que no hay nada que hacer. El dogmático o radical de otras culturas dirá también que sí y que, puestos a imponer superverdades, que se impongan las de su grupo. El dogmático o radical de nuestra cultura dirá que no y que aquellas normas son expresión de una razón pura, incontaminada, ubicada por encima de todo dictado grupal y, por tanto, respetuosas por igual con todos los grupos.
b) Los dilemas y las aporías engordan cuando llegamos al otro punto que quedó pendiente, el de las reglas rectoras de las relaciones entre los individuos y los grupos.
Sobre este tema también podemos clasificar las distintas culturas en pugna en dos grandes grupos: las que afirman el supremo valor del individuo y de su autonomía, y las que sostienen la prioridad del grupo sobre sus miembros. Las primeras, por mucho que reconozcan la importancia de las culturas, las identidades comunitarias, las tradiciones y las prácticas comunes, ponen por delante el derecho de cada sujeto particular a entrar y salir libremente de los grupos, su derecho a elegir y por tanto, a recibir los medios materiales e intelectuales para conocer sus alternativas y hacer efectivas sus opciones; las segundas mantienen lo contrario y, por mucho que reconozcan la importancia de esferas de libertad individual, resuelven a favor de la colectividad cultural los conflictos entre la defensa de las señas de identidad colectiva y los intereses grupales, por un lado, y la libre opción de los individuos, por otro. Así que en un Estado donde se impongan cosas tales como el derecho de cada ciudadano a elegir su fe, a elegir sus prácticas sexuales, a elegir el tipo de su vida familiar, a elegir el modo de educar a sus hijos, etc., y donde se aseguren unos mínimos de educación pública igual y neutral para todos, se estaría optando por las culturas del primer tipo y discriminando a las del segundo. Y la opción contraria conduciría a la discriminación opuesta. Y, sea como sea, no cabe un Estado propiamente dicho, es decir, capaz de mantener un orden social mínimo, que no se incline por una de esas alternativas.
Sobre este último problema es muy ilustrativa la lectura atenta de muchos de los más importantes teóricos del multiculturalismo. Autores de la relevancia de Kymlicka o Raz, generosos en su defensa de las sociedades multiculturales, acaban por admitir que en el supuesto de conflicto grave entre derechos individuales básicos y derechos grupales debe la ley estatal defender la dignidad y autonomía individuales. Pensemos en el caso, tan manido, de la ablación femenina o en el de una cultura que admitiera la tortura en sus sistema penal. Y, paradójicamente, en lugares como Estados Unidos el Tribunal Supremo ha sentado a veces la prioridad del grupo, en algunas sentencias tan sonadas como la que reconoció el derecho de los amish a que sus hijos no recibieran la educación pública común (caso Wisconsin v. Yoder, 1972) y el de la familias de un pueblo indígena a concertar el matrimonio de sus hijas durante su minoría de edad (caso Santa Clara Pueblo v. Martínez, 1978), todo en nombre de la defensa de las señas de identidad de esos dos grupos culturales y en pro de que no se disuelvan por el ejercicio de la libertad indivudial de sus miembros.
Pensemos en casos que nos son cercanos. ¿Debe el derecho común del Estado amparar a la muchacha gitana que se niegue a casarse con el hombre que su familia le impone? ¿Es una falta de respeto a la cultura islámica la persecución penal entre nosotros de la ablación del clítoris? Y, más allá: ¿se puede responder afirmativa o negativamente a estas preguntas y tenerse, al tiempo, por multiculturalista? La respuesta dependerá de si somos capaces de hallar para esas reglas que resuelven los conflictos entre culturas o entre el individuo y el grupo un fundamento supracultural, de si podemos fundamentarlas como reglas realmente neutrales, no aquejadas de parcialidad.
Así que, con tanta documentación, lo mejor es irse a wilkipedia donde figura la siguiente descripción:
Se denomina multiculturalismo a la política gubernamental empleada para incentivar la diversidad cultural en una sociedad multiétnica, acentuando oficialmente el respeto mutuo y la tolerancia a las diferencias culturales dentro de las fronteras nacionales. Como política que es, el multiculturalismo enfatiza las características peculiares de las diferentes culturas, especialmente en las relaciones entre unas y otras en las naciones anfitrionas. La palabra fue empleada por primera vez en 1957 para describir a Suiza, pero también se hizo común en Canadá a finales de los años 60, para posteriormente extenderse rápidamente a otros países de habla inglesa.
No es palabra de dios, pero sirve para saber de qué hablamos.
Creo que podemos hacer una escala de situaciones posibles en tema de tipos de convivencia entre culturas distintas. Y sin meternos en el berenjenal de qué sea una cultura, pues da la impresión de que esos problemas que se llaman ahora culturales son sobre todo problemas religiosos y problemas lingüísticos. Pero, insisto, dejemos eso y vayamos con las modalidades de convivencia entre culturas.
1.- Monoculturalismo.- Predominio de una determinada cultura que usa todo tipo de medios, incluidos los coactivos, para desterrar a otras o impedir que se desarrollen o que se manifiesten. En sociedades no homogéneas culturalmente el monoculturalismo equivale al dominio forzado de un grupo sobre otro u otros, a base de prohibir sus religiones, sus lenguas, sus ritos y costumbres, etc. En este sentido, nuestras sociedades fueron hasta hace bien poco sociedades monoculturales. A ese monoculturalismo tiende también el islamismo radical. Los Estados confesionales propenden, como parece obvio, a esta situación de monoculturalismo. También los Estados plurilingües con una única lengua oficial.
2. Pluriculturalismo con supremacía de una cultura.- Predominio de una cultura, pero sin prohibir ni reprimir abiertamente las otras. Ese predominio no se basa ni se nota, por tanto, en el uso de la fuerza o de la amenaza legal, sino en que las estructuras básicas del Estado y los puestos más influyentes en la sociedad están monopolizados por los miembros de una determinada cultura, que con sus acciones y comportamientos la difunden, la defienden y la mantienen en su situación de dominio. En estas situaciones los miembros de las culturas subordinadas suelen sumar a su discriminación cultural otras discriminaciones sociales y discriminación económica.
Para la defensa de ese preponderancia se invoca muchas veces el argumento mayoritario, en términos de que los más tienen algún “derecho” a que en su Estado se viva y se actúe en consonancia con su cultura. Otras veces se suma a ese argumento el del “derecho” a perdurar de las tradiciones de la comunidades originarias del lugar. De esa manera se intenta justificar, por ejemplo, que en las ceremonias de Estado se introduzcan ritos de la religión dominante o que el Estado colabore en la financiación de una determinada iglesia.
Otras veces los mecanismos de perpetuación de la superioridad de un grupo cultural son más sutiles e, incluso, perversos. Tal es el caso en muchos países latinoamericanos, cuyas Constituciones reconocen el derecho de las culturas aborígenes a mantener sus señas de identidad y a vivir según sus códigos propios. Lo que parece un reconocimiento igualitario de derechos se convierte en mecanismo de perpetuación de desigualdades sociales, pues a los miembros de las culturas minoritarias se los confina en “reservas”, so pretexto de que allí es donde libremente pueden vivir según sus patrones propios. En la periferia, que vivan “ellos” a su manera; en la capital, vivimos y “gobernamos” el Estado nosotros a la nuestra. Tal cosa viene a significar que el miembro de esas culturas periféricas o marginales queda atado a su aldea y a sus tradiciones sin posibilidades de pasar a la cultura dominante y de competir en igualdad con los miembros de ésta. Así ocurre cuando la educación de los niños se hace exclusivamente en la lengua y en las tradiciones de su cultura minoritaria y originaria.
3. Pluriculturalismo con reglas de juego supraculturales y neutrales.- Se respeta el derecho de cada cultura a manifestarse, sin que se reconozcan ni se permitan derechos superiores o prioridades de ninguna. El problema aquí está en establecer dos tipos de reglas: a) las reglas que gobiernen el conflicto intercultural y b) las reglas que dispongan la relación entre derechos colectivos y derechos individuales.
a) En cuanto a lo primero, se trata de sentar cuáles son las esferas de intangibilidad o inatacabilidad de cada cultura y cuáles son los márgenes de respeto que cada una ha de rendir hacia las otras. Con un ejemplo: ¿puede cada cultura criticar las formas de vida o las creencias propias de las otras o han de evitarse por igual tales críticas? Un supuesto más concreto: ¿prima con carácter general la libertad de expresión, de modo que quepa, pongamos por caso, hacer caricaturas por igual de los dioses o los fieles de una u otra fe de las que los ciudadanos cultiven o ha de extremarse el respeto a base de perseguir toda expresión que una cultura pueda considerar ofensiva?
En una situación de pluralismo cultural igualitario esas reglas de conflicto resultan ineludibles, como única manera de evitar la violencia o la anarquía incontrolable, como forma de asegurar un orden en la convivencia, cometido primero y razón de ser esencial de todo Estado, y también para atajar todo intento que cualquier cultura haga de hacerse con la supremacía y de imponer coactivamente sus planteamientos propios. Esas reglas de conflicto, que simultáneamente protejan a cada cultura y que a todas mantengan a raya en su respeto a las otras, han de tener necesariamente dos características: alcance general e imposición igualitaria. Ambas notas aluden a que esas normas que fijan límites no cumplirán la función que las justifica si se admiten excepciones en su aplicación y si no se imponen a todos los grupos por igual. Con el ejemplo anterior: si se admiten críticas o caricaturas de un grupo frente a otro, han de admitirse también a la inversa; y si no se admiten, no se admiten en ningún caso.
En esas reglas está la madre del cordero. Sin ellas, la convivencia entre culturas cambia a competición entre culturas y tenderá a acabar en lucha, incluso violenta, entre culturas. Pero, si admitimos la necesidad de esas normas, el problema más grave se halla en su posible contaminación cultural; es decir, en cómo evitar que esas reglas de juego común, que por definición han de ser culturalmente neutrales, si es que estamos en este tercer modelo y no en el anterior, no sean en realidad la expresión, más o menos camuflada, de los puntos de vista y los gustos de una cultura dominante. ¿Cabe tal cosa? Si no cabe, el pluriculturalismo o multiculturalismo igualitario se torna un imposible práctico y no queda más salida que la dominación o el enfrentamiento, enfrentamiento que siempre acabará, también, en el dominio de los vencedores. Toda doctrina multiculturalista que no proponga solución para este problema se queda en especulación vacía, en frivolidad a la moda pero con muy poca sustancia.
Al pensar en esas normas de convivencia intercultural normalmente nosotros nos imaginaremos cosas tales como el respeto a la libertad de conciencia religiosa o como el respeto a las diversas maneras de la organización de la vida familiar (monogamia, poligamia, poliandria...). Mas ¿no resulta eso expresión de la cultura occidental “liberal”? ¿no serían las normas que reconocen con carácter general esos derechos la manifestación suprema de esta cultura de aquí, de la visión del individuo, de los grupos, de la fe, etc. que es la propia de nuestro particular mundo? El relativista cultural radical dirá que sí y que no hay nada que hacer. El dogmático o radical de otras culturas dirá también que sí y que, puestos a imponer superverdades, que se impongan las de su grupo. El dogmático o radical de nuestra cultura dirá que no y que aquellas normas son expresión de una razón pura, incontaminada, ubicada por encima de todo dictado grupal y, por tanto, respetuosas por igual con todos los grupos.
b) Los dilemas y las aporías engordan cuando llegamos al otro punto que quedó pendiente, el de las reglas rectoras de las relaciones entre los individuos y los grupos.
Sobre este tema también podemos clasificar las distintas culturas en pugna en dos grandes grupos: las que afirman el supremo valor del individuo y de su autonomía, y las que sostienen la prioridad del grupo sobre sus miembros. Las primeras, por mucho que reconozcan la importancia de las culturas, las identidades comunitarias, las tradiciones y las prácticas comunes, ponen por delante el derecho de cada sujeto particular a entrar y salir libremente de los grupos, su derecho a elegir y por tanto, a recibir los medios materiales e intelectuales para conocer sus alternativas y hacer efectivas sus opciones; las segundas mantienen lo contrario y, por mucho que reconozcan la importancia de esferas de libertad individual, resuelven a favor de la colectividad cultural los conflictos entre la defensa de las señas de identidad colectiva y los intereses grupales, por un lado, y la libre opción de los individuos, por otro. Así que en un Estado donde se impongan cosas tales como el derecho de cada ciudadano a elegir su fe, a elegir sus prácticas sexuales, a elegir el tipo de su vida familiar, a elegir el modo de educar a sus hijos, etc., y donde se aseguren unos mínimos de educación pública igual y neutral para todos, se estaría optando por las culturas del primer tipo y discriminando a las del segundo. Y la opción contraria conduciría a la discriminación opuesta. Y, sea como sea, no cabe un Estado propiamente dicho, es decir, capaz de mantener un orden social mínimo, que no se incline por una de esas alternativas.
Sobre este último problema es muy ilustrativa la lectura atenta de muchos de los más importantes teóricos del multiculturalismo. Autores de la relevancia de Kymlicka o Raz, generosos en su defensa de las sociedades multiculturales, acaban por admitir que en el supuesto de conflicto grave entre derechos individuales básicos y derechos grupales debe la ley estatal defender la dignidad y autonomía individuales. Pensemos en el caso, tan manido, de la ablación femenina o en el de una cultura que admitiera la tortura en sus sistema penal. Y, paradójicamente, en lugares como Estados Unidos el Tribunal Supremo ha sentado a veces la prioridad del grupo, en algunas sentencias tan sonadas como la que reconoció el derecho de los amish a que sus hijos no recibieran la educación pública común (caso Wisconsin v. Yoder, 1972) y el de la familias de un pueblo indígena a concertar el matrimonio de sus hijas durante su minoría de edad (caso Santa Clara Pueblo v. Martínez, 1978), todo en nombre de la defensa de las señas de identidad de esos dos grupos culturales y en pro de que no se disuelvan por el ejercicio de la libertad indivudial de sus miembros.
Pensemos en casos que nos son cercanos. ¿Debe el derecho común del Estado amparar a la muchacha gitana que se niegue a casarse con el hombre que su familia le impone? ¿Es una falta de respeto a la cultura islámica la persecución penal entre nosotros de la ablación del clítoris? Y, más allá: ¿se puede responder afirmativa o negativamente a estas preguntas y tenerse, al tiempo, por multiculturalista? La respuesta dependerá de si somos capaces de hallar para esas reglas que resuelven los conflictos entre culturas o entre el individuo y el grupo un fundamento supracultural, de si podemos fundamentarlas como reglas realmente neutrales, no aquejadas de parcialidad.
(Continuará).
Y todo esto obviando definir la palabra cultura; es usted increíble.
ResponderEliminar¿Es posible que exista una cultura que la caracterice la ablación femenina?
Creo yo que no. Sencillamente creo que no existe esa cultura.
Pero saltará la liebre porque se dirá que ciertas culturas vienen caracterizadas por la ablación femenina. Y, seguidamente, se me recordará que el movimiento se demuestra andando.
Ahora bien, que cierta cultura quede caracterizada por cierta práctica no significa que p caracterice la existencia de C porque muy bien puede caracterizar la inexistencia de C.
Intentaré explicarme mejor. Un cubito de hielo puede estar congelado o descongelado. No es necesario que esté absolutamente congelado; o sea, ciertas partes suyas pueden haberse descongelado. Pues muy bien, hay infinidad de propiedades que caracteizan a las partes descongeladas del cubito.
Igualmente hay millones de prácticas que caracterizan la inexistencia de una cultura; por ejemplo, la ablación.
Y todo esto obviando definir la palabra cultura; es usted increíble.
ResponderEliminar¿Es posible que exista una cultura que la caracterice la ablación femenina?
Creo yo que no. Sencillamente creo que no existe esa cultura.
Pero saltará la liebre porque se dirá que ciertas culturas vienen caracterizadas por la ablación femenina. Y, seguidamente, se me recordará que el movimiento se demuestra andando.
Ahora bien, que cierta cultura quede caracterizada por cierta práctica no significa que p caracterice la existencia de C porque muy bien puede caracterizar la inexistencia de C.
Intentaré explicarme mejor. Un cubito de hielo puede estar congelado o descongelado. No es necesario que esté absolutamente congelado; o sea, ciertas partes suyas pueden haberse descongelado. Pues muy bien, hay infinidad de propiedades que caracteizan a las partes descongeladas del cubito.
Igualmente hay millones de prácticas que caracterizan la inexistencia de una cultura; por ejemplo, la ablación.
¿Y quien responde esa última pregunta?
ResponderEliminarYo tengo muy clara la primacía de los derechos humanos, pero no creo que se trata de algo asumido, no he sido yo quien penso en estos derechos, ni quien vio su necesidad. Si hubiese nacido en Irán los vería como algo horrible, casi seguro.
Otra cuestión ¿por qué se asume la monogamia y se ve con malos ojos la poligamia en las sociedades occidentales donde también hay miembros de otras culturas? (no me vale el argumento de la religión cristiana. No veo inconveniente en tener varias parejas siempre que todo este regulado y bien regulado.
"Ahora bien, que cierta cultura quede caracterizada por cierta práctica no significa que p caracterice la existencia de C porque muy bien puede caracterizar la inexistencia de C."
ResponderEliminarAquí se había fumado usted algo, confiese...
Lo de comparar una cultura con un cubito de hielo es como lo de los juristas que hablan del derecho diciendo que es una estatua y que se moldea así o asá. O un alfabeto. Metáforas tramposas que no sirven para nada.
Tampoco veo en su post la definición de cultura cuya falta echa en cara a García Amado.
Y si su solución es negarle a cualquier "cultura" que practique la ablación el calificativo de tal, yo no tengo nada que objetar, pero no ha hecho más que volver al inicio del problema.
i) No me drogo
ResponderEliminarii)Eso de que no sirven para nada lo dirá usted. Quizá es usted el que no sirve.
iii)Yo no sólo he dicho que las culturas que practican la ablación inexisten, sino también que existen.
¡Claro que las culturas que practican la ablación existen!
A ver... dígame usted cuál es la existencia de la cultura gastronómica mahometana del guiso del cerdo.
Las culturas no sólo vienen caracterizadas por lo que hacen -y en que medida lo hacen- sino también por lo que no hacen -o sea, por las inexistencias-. Pero es que la inexistencia también es una cuestión de grados; o sea, hay cosas que inexisten menos que otras. (¿Acaso sostendrá que existe tanto la calvicie de alguien de entradas pronunciadas como la de algún calvo de solemnidad?)
Todo esto le puede sonar a chino mandarín o a una solemne estupidez pero se llama lógica paraconsistente. Y sus cultivadores tienen de estúpidos lo que usted de sagaz lógico.
Y el profesor, que es profesor de teoría, le podrá decir que a día de hoy la lógica clásica (la que no acepta contradicciones) colapsa cualquier ordenamiento; o sea, si alguien se compromete con la lógica clásica, automáticamente se compromete a sostener que el derecho es una quimera.
¿Por qué? Pues entre otras cosas porque la lógica clásica contiene el teorema: (p&¬p)->q.
O dicho con otras palabras, si usted encuentra una sola contradicción el el ordenamiento jurídico español, usted puede demostrar cualquier cosa. ¿Jugamos?
O se empieza así o no se empieza. Chapeau. Los wikis lo llaman "desambiguar"; a mí no me gusta porque en español te llena los subjuntivos de diéresis (y al pronunciarlo se te hace la boca sopas, en plan Rajoy: "deshambigüemosh).
ResponderEliminarQuizá podríamos llamarlo "saber todos de qué estamos hablando antes de empezar a discutir".
Con temeridad me permito maliciarme algo respecto de la parajoda acerca de que sea precisamente The Land Of The Free la que reconozca derechos de la comunidad superiores a los del individuo.
En el caso de los Amish, imponer la legislación estatal sobre educación obligatoria no sólo habría doblado el brazo de una comunidad sino, y creo que esto es importante, la de unas familias que quieren decidir sobre la religión y la educación de sus hijos. No sobre si hay que educarlos en abstracto (no podrían decidir no educar), sino sobre si pueden darle una educación acorde a su religión. Eso, nunca mejor dicho, es sagrado desde la hégira de William Penn (secundum Voltaire). A fin de cuentas: quizá hablemos más de facultades de educación religiosa DE LOS PADRES, por mucho que la comunidad sea importante para distinguir a los Amish de los Discípulos de Elvis Aaron, la Iglesia Maradoniana (o de los geniales Pastafaris, touched by His noodly appendage: RAMEN!): la sentencia tiene un largo párrafo donde habla de la estabilidad, perdurabilidad y sinceridad de ese grupo religioso.
En el caso de Santa Clara Pueblo, la primacía colectiva sobre lo individual en este punto no se distingue tanto de otras que aceptamos como usuales. Porque el punto jurídico sobre el que admiten la posibilidad de discriminación son los criterios de adscripción a la tribu de Santa Clara. Como si discutiésemos sobre la vecindad del hijo de catalán y valenciana, nacido en Murcia. Santa Clara Pueblo tiene un ius sanguinis machista (justo al revés que la matrilinearidad judía). Lo cierto es que las reglas de atribución de nacionalidad son en ocasiones muy putas, y no hay que irse muy lejos (¡curiosamente: menos putas en EEUU!), y seguro que todos conocemos tragedias en España cuando no obtener la nacionalidad condiciona el derecho de residencia.
Lo raro del caso de Santa Clara Pueblo (y me pongo decimonónico y conservadorote) es a esa tragedia habitual se unen cosas que no se tocan, nene: que no te reconozcan como heredero de tu madre muerta, la propiedad de las fincas que dejó al morir, etc.
En resumen: me permito señalar que, a lo mejor, los casos apuntados hablan de ciertas supremacías colectivas, pero no necesariamente de religión y raza, sino de familia y organizaciones administrativas territoriales (como si fuesen CCAA, pero con un lehendakari que hable aún más sincopado).
Por cierto, preguntilla malvada: ¿a que probablemente no coincidirán quienes digan que hay que respetar lo que cada cultura enseña a sus miembros con quienes digan que hay que respetar lo que cada familiaa enseña a sus miembros?
Sobre el Pastafarismo (no confundir con rastafarismo) y el Flying Spaghetti Monster, alabada sea su tallarinesca imagen:
http://en.wikipedia.org/wiki/Pastafari
Tumbaíto:
ResponderEliminarNo se enfade, hombre. Puestos a hacer paralógica DaCostiana macarrónica, ustedes dos están de acuerdo en que usted se droga Y no se droga.
Un saludo,
J
No es DaCostiana. La lógica de ese lógico da problemas con las equivalencias. Es curioso que sepa que el uso de la lógica que he hecho es macarrónico y DaCostiano cuando no es DaCostiana.
ResponderEliminarEl google creo que está haciendo de usted un pedazo macarrón.
Cree el macarrón... (Y no lo cree).
ResponderEliminarQue no se enfade, hombre. Que NO es dacostiana Y SÍ lo es.
Y no es internet. Yo es que soy más de Doxa (Y no lo soy).
Le cuento, por si está usted en una facultad de Derecho (si no, ni caso). Desde el Pseudoescoto llego a aplicar mis pobres capacidades al sarao paraconsistente. En Doxa comencé a leer al fulano. Cuando tras NO POCA inversión de esfuerzo comienzo a coscarme, me doy cuenta de que ya sabía que no me servirá para nada en argumentación jurídica (y así lo había aprendido de García Amado, de Viehweg, del triste del Perelmann, etc.). Por resumir lo del Perelmann brevemente: porque para coger patatas no sirven las pinzas de depilar. Lo decía con menos gracia Schaffstein, pero como era un hijoputa nazi, la gente le cita mucho. Sobre todo colgaos sesentayocheros. Por hacerse el raro, supongo.
En resumen: si no es usted jurista, nada, qué leches hace leyendo esto. Y si lo es, no diga a nadie lo que acabo de decir y:
- móntese su chiringo,
- publique una monografía con la palabra paraconsistente o paralógica en la portada,
- invite a otros que se monten el mismo chiringo para que ellos le inviten a usted;
- busque seis o diez amigos fuera del chiringo que le citen, etc.
Ya que no va a ayudar al progreso de la interpretación jurídica, que las facultades jurídicas le ayuden a usted a progresar.
O no. Mejor dicho: hágalo Y no lo haga.
Partamos de la realidad que nos rodea, y teoricemos (si acaso)luego.
ResponderEliminarAceptando el reduccionismo que pueda implicar para algunos el concepto de multiculturalismo que propone G.A. vía wikipedia,lo cierto es que dicho concepto se acuña históricamente en relación con un fenómeno concreto: la existencia de una sociedad multiétnica (etnias, se supone, de diferente cultura) dentro de un mismo estado nacional.
A su vez, las diferentes etnias culturales (o culturas, a secas)que conviven en ese mismo estado pueden ser culturas originarias, que históricamente han constituído o formado un estado político común, o bien culturas inmigrantes que, sin haber participado en la formación de tal estado, han sido acogidas posteriormente por éste.
En el primer caso, es decir, cuanto las diferentes etnias culturales han seguido un proceso histórico que ha dado como resultado un estado común, caben dos concepciones:
A) La multicultural, que acepta e incluso potencia la pervivencia, en el seno del estado común, de las etnias culturales preexistentes. En este caso, resultarán desde luego necesarias reglas que regulen tanto las relaciones entre las diversas étnias culturales, como las relaciones entre las personas que integran cada una de ellas con su propio grupo. Dichas reglas serán establecidas, bién por imposición, más o menos aceptada, de la cultura dominante, bien por consenso, como parte de las reglas constitutivas del propio estado común, si bien nunca serán unas reglas igualitarias, sino el reflejo de la desigualdad real (económica,militar, demográfica, etc.) entre las diversas culturas integrantes del estado.
Por otra parte, como ésta desigualdad real tampoco es inmutable, puesto que cualquiera de las culturas étnicas que integran el estado común puede mejorar o empeorar su situación relativa respecto a las demás, ello obligará a redefinir constantemente las reglas de juego.
Además, como el estado nacional no es un ente aislado, sino que convive con otros estados nacionales de muy diferentes etnias culturales, el proceso de globalización que ello implica obligará también a redefinir de contínuo aquellas reglas. Por último, cualquiera de las étnias culturales que integran el estado común puede llegar a la conclusión de que sus intereses particulares se alcanzarán mejor con un estado propio, lo que dará lugar a nacionalismos, defensa del derecho de autodeterminación, independencia, en suma. En cualquier caso, ello implica necesariamente un constante enfrentamiento intercultural y, por tanto, un enfrentamiento político (violento o no;eso es otra cuestión) de las distintas etnias culturales en el seno del estado, y la segura liquidación de éste a medio o largo plazo.
B) La ciudadana, que exige la disolución en el estado común de todas las etnias culturales preexistentes, y la constitución de una cultura común a todas ellas, en la que lo primordial no sea la pertenencia a un grupo étnico cultural, sino la condición de hombre libre e igual a todos los demas hombres, tanto en derechos como en deberes. Naturalmente, ello no conlleva la eliminación de todos los aspectos culturales de cada uno de los grupos étnicos preexistentes, sino solo de aquellos que resultan incompatibles con la libertad e igualdad individuales de todos y cada uno de los ciudadanos, procurando a la vez, desde esta perspectiva, que desde el estado se potencie un "mestizaje" que integre en el acervo común cuanto de valioso y original aporte cada grupo cultural étnico.
Dicho todo ello, el multiculturalismo se revela como lo que realmente es: una excusa ideológica para justificar la discriminación entre los grupos étnicos culturales, y la de las personas que integran cada uno de ellos, personas a las que se les impide crecer y realizarse como tales en libertad e igualdad de derechos
Y en cuanto a las etnias culturales "acogidas" por el estado, la conclusión también es clara: contra el multiculturalismo creador de ghetos, el mestizaje.
Ilmo Sr catedrático, le diré, respecto al multiculturalismo que VI dice en su artículo, le diré que es totalmente negativo sus tesis, ya que España profesa una religión y una cultura con más de 500 años de antiguedad donde se deben de respetar las reglas del juego de nuestra cultura sin más.
ResponderEliminarLa etnia gitana, la mayoría ya está integrada culturalmente en nuestra cultura y respecto a los musulmanes si quieren adorar a Mahoma o a Fidel Castro o a Hugo Chávez y al cocalero de Evo Morales, que lo hagan ¿por qué no?, pero en sus respectivos países.
Le diré, que si en España los españoles tuviésemos una versión distinta de los colores que VI dice, seríamos todos tontos si todos pensaramos igual, así que por lo tanto, le diré como persona cívica, estoy en contra totalmente de que a una menor se la obligue a casarse simplemente por una dote cosa que eso pasaba 5 siglos antes de nuestro sr jesucristo, por lo tanto, aquí en España se tiene que respetar nuestra cultura y nuestra fe católica porque España ha sido y es, el ejemplo de las naciones como una nación católica, por lo tanto, no podemos permitir injerencias culturalistas de ningún país del mundo.
Olé!
ResponderEliminary antes de que fuera católica en Atapuerca se vivía lozanamente...
"El-que-le-habla-al-seis-romano" ataca de nuevo...
ResponderEliminarMuy bueno, lo del seis romano...
ResponderEliminar¿Habrá que empezar a llamar a garciamado uveí?
Feliz día
¿Qué no sirve para nada? Creo que estudió muy poquísimo y que tuvo muy malos profesores. Recuerde las escaleras del saber medievales. Por cierto, ¿usted exige a sus interpretaciones que sean lógicas?
ResponderEliminarSr. Vox populi: ¡Tiene usted más razón que un santo!
Alguien me tendrá que explicar a mí un día cómo se separan las prácticas católicas hispánicas de la cultura hispánica.
Huelga decir que el artículo singular de "la cultura hispánica" es abusivo.
A mí me pasa como a mi abuela: cada vez que alguien me habla de cultura, además de que suele tener cara de imbécil, me lo imagino disfrazado con algúnos trapos de esos que llaman "típicos regionales" berreando algunas de esas cosas que llaman "cantos típicos regionales".
Tumbaíto , ya no tiene que imaginarse a nadie, Mª Teresa Fdez de la Vega es la imagen de trapo típical.
ResponderEliminarPara nada. O quizá más correctamente:
ResponderEliminar- para lo mismo que le puede valer a usted un doctorado en dinámica de fluidos a la hora de arreglar la cisterna.
- para lo mismo que le puede servir a un cobrador de autobús sesenta horas de teoría general de contratos.
Y si ve que alguien se dedica a cobrarles a los fontaneros in fieri por abstrusas explicaciones sobre dinámica de fluidos, no lo dude: denúncieles por estafadores. Y si además le quieren rallar la olla diciéndoles que no, que es necesarísimo, que alguien (usted, sus profesores, su prima Lorena) es un ignorante por no entenderlo, tendrá claro que no sólo es un estafador.
P.S. El otro día estuve hojeando un libro. Se titulaba "El Concepto penal de incendio desde la teoria del caos". Esa evidente que todo puede ser estudiado desde cualquier perspectiva (por ejemplo: "coloración del papel en los originales subsistentes de las obras del Marqués de Sade"). Por ello, la obra puede ser magnífica, pero ¿es iuris prudentia?
Le vuelvo a preguntar lo mismo: ¿sus interpretaciones son lógica?
ResponderEliminarMire usted un fontanero de hogareños baños no necesita saber dinámica. Puede ser un magnífico fontanero y creer -con Aristóteles- que lo cuerpos pesados caen a mayor velocidad que los ligeros pero no sólo hay letrinas y grifos en nuestros hogares: ¡también les hay en el transbordador espacial!
Igual pasa con el derecho. Para joder a los pobres no hace falta saber lógica.
¡Dios mío! ¡Dónde están aquellos canonistas medievales!
I. "¿Sus interpretaciones son lógica?"
ResponderEliminara) Diagnóstico: serio problema de lectoescritura. Relea.
b) Respuesta: NO, claro que las interpretaciones de nadie no SON lógica. Menuda memez de pregunta. Pensaba que no era necesario descender a este nivel.
II. Las letrinas y los grifos, aunque le sorprenda, no son personas. Ese "también les hay" hace daño al alma.
III. OK, acaba usted de acotar su ámbito de relevancia: de todos los fontaneros (o juristas), sólo los que trabajen en la estación espacial (que muy probablemente no sean fontaneros sino ingenieros). O sea: a (casi) ningún fontanero.
Corolario: hacer creer al fontanero que necesita dinámica de fluidos es una estafa. Si el que lo hace emplea, además, insultos, es algo más que un estafador.
IV. Sobre los canonistas medievales. Le diré dónde no están: aprendiendo lógica paraconsistente. Ni están ahí, ni nunca lo estuvieron. Si el canon de corrección (je) es el canonista, ya sabe para qué le sirve su para(in)consistencia.
V.
"Defina letrina".
"Defina Aristóteles".
"Defina grifo".
"Defina Derecho".
Sí, sí-sí-sí...
"Dibújame un elefante".
A rallar la olla lejos. Defina olla.
Usted es un desvergonzado. ¡Cómo puede decir que las interpretaciones de nadie son lógicas! Que sus interpretaciones sean una mierda de interpretaciones que no respetan ni los más elementales principios de la lógica no significa que todos sean así de chapuceros.
ResponderEliminarHay grandísismo jurístas patrios que en su trabajo muestran un conocimiento excepcional de la lógica, por ejemplo: García de Enterría.
ii) Si el "le" le hace daño, sufra.
iii)Igual que para arregla un lavabo no hace falta saber dinámica, para recurrir multas tampoco parece que se exija saber lógica.
Así están mis conocidos jueces, de los nervios de toparse con tanto estúpido.
Perdone usted pero... hace dos semanas quedé con un profesor de derecho canónico para hablar de lógica de la relevanci. ¡Qué también es paraconsistente! ¡Fíjese que casualidad!
iv) No sea zafio, los elementos del mundo no se definen, se describen.
Tiene usted dos serios problemas. La buena noticia es que creo que su analfabetismo funcional se curaría con un poquito más de atención.
ResponderEliminarUsted me hizo una pregunta MEMA:
"Le vuelvo a preguntar lo mismo: ¿sus interpretaciones son lógica?" (vie oct 20, 12:10:12).
Le contesté con claridad: "NO, claro que las interpretaciones de nadie no SON lógica".
Posteriormente, eructa usted:
"Usted es un desvergonzado. ¡Cómo puede decir que las interpretaciones de nadie son lógicas!".
O es usted un analfabeto (y no sabe distinguir entre mi aserto y el suyo), o es un embustero (sabe distinguirlos, se da perfecta cuenta de la sandez que pregunta y quiere salir por peteneras).
Sea lo que sea, se nota.
P.S. Definir. 1. tr. Fijar con claridad, exactitud y precisión la significación de una palabra o la naturaleza de una persona o cosa. (Dicc. RAE, 22ª ed.).
La polisemia tiende a jugar contra el agresor.
Cuente lo que quiera, pero no ralle la olla. A rallar la olla MUY lejos. ¡Zape!
¡USTED ESTUDIÓ LÓGICA!Menudo membrillo.
ResponderEliminarLea a Russell. Y después me dice que es una definición.
No hay un sólo lingüista ni lógico ni semantista que recurra a la rae para hablar de qué es un definición.
¡Ni uno!
¡Hay que ser patán para después de lo que ha caído recurrir a un texto decimonónico para hablar de definición!
A ver, dígame dónde está la sandez de mi pregunta.
ResponderEliminarPorque acaba de llegarle esta página a un profesor de la Ramón Llull y ni él ni yo tenemos cojones de ver la sandez.
A ver, ¿dónde está?
Lo de definición: sigue en pie sobre la lona desorientado, esperando el knockout. Por mí, siga ahí mientras le llega la iluminación y percibe que el registro formalizado de la lógica es sólo uno de los posibles (y, desde luego, es marciano -por decirlo con neutralidad- creer que el interlocutor cuando habla está empleándolo). Verá qué problema cuando alguien le diga que quiere tener una relación con usted y usted le corrija. O cuando le diga que "le es igual" en su casa o en la otra (y usted le diga que en puridad no puede "darle igual"). Parece ser otro del cerro de problemas que tiene con el idioma. Tampoco se aflija: la comunicación está sobrevalorada, que decía la mujer de Luhmann. Ah: la edición que cito del Dicc. RAE es del siglo XXI. No se asuste: es un libro que consultamos los terrícolas para aclararnos acerca del lenguaje que compartimos con el interlocutor. ¿Ve qué fácil es sacarle de varios errores de la vez sin emplear insultos?
ResponderEliminarLo de su error. Su pregunta era: "¿sus interpretaciones son lógica?".
Es una chorrada porque nunca cabría afirmar que "lo SON". Se ponga quien se ponga como se ponga. Usted ha tenido dificultades para distinguir si las interpretaciones "SON lógica" o si son "lógicas" (y, por cierto, para responder a esta última SÍ necesito definición).
De nuevo sobre lo de su error: ¿que podía haberle advertido de su error, corregirlo de oficio y contestar como si no lo hubiese cometido? Sí. Es cierto: no he aplicado la "caridad interpretativa". Pero es que ya no me quedan mejillas.
Como ya le he dicho por ahí, tenga en cuenta que si va llamando a los feligreses NAZI (para más inri, se lo dirigió también a una judía) o "consubstancial" (sic) a los nazis, DESVERGONZADO, SALVAJE, PATÁN, MACARRÓN, si califica de buenas a primeras las afirmaciones del anfitrión o a los invitados de GILIPOLLECES, etc., sólo puede aspirar a este trato. ¿Que le jode? Ya. Hágase a la idea de que a los demás también. Fíjese, sobre todo en si habíamos empleado insultos antes de su intervención Ariadna, Lorenia o yo (o el anfitrión, a quien lindamente le imputa gilipolleces). Lo que pasa es que no todo el mundo es tan melón como para seguir leyéndole y respondiéndole hasta llegar a este punto.
i) Los nazis más miserables son los nazis judios. Y LES hubo LES hubo. (Y LES hay.)
ResponderEliminarEn relación con ser judio... Un día le puedo decir algo en la sinagoga con el rabino delante.
ii) Primera vez que pregunto: "¿usted exige a sus interpretaciones que sean lógicas?"
Esa fue la primera pregunta, perfectísimamente formulada que usted dejó de contestar.
Sólo se refirió a la lógica de sus interpretaciones cuando pudo bordear responder a la pregunta con una chorrada. Sí, me olvidé una s.
O sea, NO ME RESPONDIÓ.