Esto cuenta Laura Adler en su biografía de Hannah Arendt (Hannah Arendt, Barcelona, Destino, 2006, pág. 20).
“En un café del corazón del barrio peatonal (de Hannover), los profesores Detlef Horster y Peter Brokmeier me hablan del interés de los estudiantes por Hannah Arendt. El primero, nacido en 1942, es profesor de filosofía moral, y el segundo, nacido en 1935, de ciencias políticas. Actualmente, ambos dan clases sobre Hannah Arendt. Brokmeier recuerda que, en el Berlín occidental de finales de los años sesenta, tenía una reputación endiablada: “Pertenecíamos a un grupo de la izquierda radical y, después de ignararla largo tiempo, aunque sus obras tampoco se encontraban en las estantarías de la biblioteca de la universidad donde yo trabajaba, sentí deseos de saber qué decía aquella mujer de la que tan mal hablaban mis camaradas. Me habían contado que ponía el comunismo y el nazismo en el mismo plano. Y añadían que confundía todos los valores y que era una ideóloga peligrosa. A fuerza de oír hablar mal de ella, me sentí atraído y quise buscar la fuente. Encontré su obra Los orígenes del totalitarismo. Enseguida dejé de leerlo. Estaba escandalizado. Me llevó mucho tiempo y un largo rodeo por la historia de las ideas políticas poder retomarlo. Mi incomprensión no se debía a Hannah Arendt sino a mis prejuicios marxistas. Yo había investigado durante mucho tiempo cómo se podía dotar de sentido al marxismo. Había comprendido que era difícil. Hasta el día que supe que era imposible. Gracias a Hannah Arendt. Fue justo antes de la caída del Muro”.
No traigo a colación este párrafo por ninguna especial simpatía hacia los ajustes de cuentas de éste o aquél con el marxismo, para nada. Sino por lo que tiene de significativo en cuanto a esa obnubilación que a muchos “intelectuales” les ha impedido durante mucho tiempo hacer justicia a esos pocos grandes autores que supieron ver a tiempo que la opresión es opresión venga de quien venga, y sobre esa particular censura que la “intelligensia” europea se autoinfligió para seguir creyendo contra la evidencia y la razón, para mantenerse en un maniqueísmo pueril. Han tenido que pasar unas cuantas décadas para que se haga justicia a la clarividencia y la valentía de grandes pensadores libres, como Arendt, como Camus, como Isaiah Berlin, como Popper, como Orwell...
“En un café del corazón del barrio peatonal (de Hannover), los profesores Detlef Horster y Peter Brokmeier me hablan del interés de los estudiantes por Hannah Arendt. El primero, nacido en 1942, es profesor de filosofía moral, y el segundo, nacido en 1935, de ciencias políticas. Actualmente, ambos dan clases sobre Hannah Arendt. Brokmeier recuerda que, en el Berlín occidental de finales de los años sesenta, tenía una reputación endiablada: “Pertenecíamos a un grupo de la izquierda radical y, después de ignararla largo tiempo, aunque sus obras tampoco se encontraban en las estantarías de la biblioteca de la universidad donde yo trabajaba, sentí deseos de saber qué decía aquella mujer de la que tan mal hablaban mis camaradas. Me habían contado que ponía el comunismo y el nazismo en el mismo plano. Y añadían que confundía todos los valores y que era una ideóloga peligrosa. A fuerza de oír hablar mal de ella, me sentí atraído y quise buscar la fuente. Encontré su obra Los orígenes del totalitarismo. Enseguida dejé de leerlo. Estaba escandalizado. Me llevó mucho tiempo y un largo rodeo por la historia de las ideas políticas poder retomarlo. Mi incomprensión no se debía a Hannah Arendt sino a mis prejuicios marxistas. Yo había investigado durante mucho tiempo cómo se podía dotar de sentido al marxismo. Había comprendido que era difícil. Hasta el día que supe que era imposible. Gracias a Hannah Arendt. Fue justo antes de la caída del Muro”.
No traigo a colación este párrafo por ninguna especial simpatía hacia los ajustes de cuentas de éste o aquél con el marxismo, para nada. Sino por lo que tiene de significativo en cuanto a esa obnubilación que a muchos “intelectuales” les ha impedido durante mucho tiempo hacer justicia a esos pocos grandes autores que supieron ver a tiempo que la opresión es opresión venga de quien venga, y sobre esa particular censura que la “intelligensia” europea se autoinfligió para seguir creyendo contra la evidencia y la razón, para mantenerse en un maniqueísmo pueril. Han tenido que pasar unas cuantas décadas para que se haga justicia a la clarividencia y la valentía de grandes pensadores libres, como Arendt, como Camus, como Isaiah Berlin, como Popper, como Orwell...
Profesor, si tiene tiempo eche un vistazo a la Tribuna Libre de El Mundo, edición impresa, firmada por Henry Kament y titulada, "Con Budapest en la memoria". Se puede acceder a ella a través del servicio hemeroteca de El Mundo, es del día 25 de Octubre de éste mismo año. No tiene desperdicio.
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