La polémica es intensa y se desparrama por tertulias, mentideros y figones. ¿Es procedente que el Estado prohíba, por razones de salud, el consumo de hamburguesas con más de mil calorías? ¿O es una impertinencia fuera de lugar? ¿Tiene atribuciones un ministerio para entrar en semejantes asuntos? ¿o debe hacerlo una consejería de comunidad autónoma con su competencia calentita y blindada, recién salida de su nuevo Estatuto?
Los argumentos se disparan y la verdad es que produce una cierta perplejidad atender las argumentaciones de los contendientes en la pugna dialéctica. Porque resulta que, a través de la hamburguesa, se plantean cuestiones de subido tono teórico que conectan con el ser del Estado, su origen como organización que trata de imponer la paz social, sale incluso a relucir el homo hominis lupus, y de ahí se invoca a Locke, a Montesquieu, a Rousseau y a un largo etcétera de autoridades remotas y, las más de ellas, paganas. Es decir que la hamburguesa opera en cierta manera como la magdalena en el té de Proust, un motivo nimio pero que es la llave para entrar en el mundo de los recuerdos y las evocaciones más variopintas.
El liberalismo, las formas de intervención de las autoridades públicas, el “laissez faire, laissez passer”, son capítulos que comparecen en la polémica, de manera que desfilan ante nuestros ojos los ismos más acreditados del pensamiento político, los que más tesis doctorales han engendrado. El mismo Keynes, que fue un sabio opuesto al Tratado de Versalles y un socialdemócrata contenido, surge en el enredo. ¿Hubiera avalado Keynes una medida de esta naturaleza? ¿Y el padre Adán, me refiero a Adam Smith, hubiera asegurado que la producción de hamburguesas era la causa de la riqueza de las naciones? Pues y Marx ¿qué hubiera dicho? Es seguro que este hombre habría escrito doce tomos con trece epílogos sobre el asunto. Pero ¿a favor o en contra? Todo son hipótesis, conjeturas, y cada cual -como suele ocurrir- barre para su propio cotarro ideológico. O a favor de sus prejuicios, vaya usted a saber.
El liberalismo, las formas de intervención de las autoridades públicas, el “laissez faire, laissez passer”, son capítulos que comparecen en la polémica, de manera que desfilan ante nuestros ojos los ismos más acreditados del pensamiento político, los que más tesis doctorales han engendrado. El mismo Keynes, que fue un sabio opuesto al Tratado de Versalles y un socialdemócrata contenido, surge en el enredo. ¿Hubiera avalado Keynes una medida de esta naturaleza? ¿Y el padre Adán, me refiero a Adam Smith, hubiera asegurado que la producción de hamburguesas era la causa de la riqueza de las naciones? Pues y Marx ¿qué hubiera dicho? Es seguro que este hombre habría escrito doce tomos con trece epílogos sobre el asunto. Pero ¿a favor o en contra? Todo son hipótesis, conjeturas, y cada cual -como suele ocurrir- barre para su propio cotarro ideológico. O a favor de sus prejuicios, vaya usted a saber.
Solo que la polémica está mal enfocada desde sus orígenes. Viciada “a radice”. Y ello porque el asunto no es si el Estado debe prohibir o permitir la hamburguesa de mil calorías por razones de salud sino que el Estado debe enviar sin contemplaciones a la cárcel a quien consuma tales productos, pero no para velar por su hígado, sino por razones estéticas y de rigor gastronómico. Quiero decir que la persona que, pudiendo comerse un botillo del Bierzo, de sacrosantas verduras y carnes henchidas de gloria, se come una hamburguesa de inciertos componentes (o “inputs” como diría un cretino), debe pagarlo con prisión menor. Eso para abrir boca, nunca mejor dicho, porque la reincidencia supondría los treinta años y un día.
Además, la reinserción del penado, tan difícil en otras ocasiones, en este caso sería sencilla. Bastaría proporcionarle un libro sobre la gastronomía de Castilla y León para que aprendiera finuras y poco a poco fuera alimentando sus ensoñaciones y segregando jugos. Pero, santo dios, en esta tierra donde hay, según el padre Isla, “torreznos, hornazos, longanizas y chorizos”, todos ellos con calorías que superan las que con tanto recelo analiza el ministerio, tomarse una hamburguesa apócrifa es una muestra de ignorancia compacta que ni siquiera la vigencia de la LODE justifica.
Donde se confeccionan yemas de santa Teresa, rosquillas bañadas, magdalenas memorables, la tarta de císter o de las monjas, donde se cosechan infinitas variedades de miel, en estos pagos, con tales endulzados productos, todos ellos por encima de la muga de las mil calorías, a quien se le ocurra profanar la tradición con una hamburguesa, a la cárcel con él. Sin miramientos, es que no puede haber piedad. Y dejo la pluma porque en mi irritación -que va subiendo de tono- voy a acabar pidiendo la restauración de la pena capital.
Además, la reinserción del penado, tan difícil en otras ocasiones, en este caso sería sencilla. Bastaría proporcionarle un libro sobre la gastronomía de Castilla y León para que aprendiera finuras y poco a poco fuera alimentando sus ensoñaciones y segregando jugos. Pero, santo dios, en esta tierra donde hay, según el padre Isla, “torreznos, hornazos, longanizas y chorizos”, todos ellos con calorías que superan las que con tanto recelo analiza el ministerio, tomarse una hamburguesa apócrifa es una muestra de ignorancia compacta que ni siquiera la vigencia de la LODE justifica.
Donde se confeccionan yemas de santa Teresa, rosquillas bañadas, magdalenas memorables, la tarta de císter o de las monjas, donde se cosechan infinitas variedades de miel, en estos pagos, con tales endulzados productos, todos ellos por encima de la muga de las mil calorías, a quien se le ocurra profanar la tradición con una hamburguesa, a la cárcel con él. Sin miramientos, es que no puede haber piedad. Y dejo la pluma porque en mi irritación -que va subiendo de tono- voy a acabar pidiendo la restauración de la pena capital.
Los castellanos también comían otras cosas. ¿Ese señor sabe de los titos?
ResponderEliminarLos titos son unas legumbres que comidas como se comían en castilla (cuando lo que se quería, y podía, comer era comida barata) era un producto gastronómico asqueroso. Oiga, propio de cerdos.
Créanme, si lo peor de cierta cocina son sus hamburguesas está esa cocina con un mínimo muy superior al nauseabundo tito castellano.
Las hamburguesas no creo que sean tan malas. Lo verdaderamente malo es el hábito de sustituir una dieta rica y variada por un montón (reducido montón) de porquerías de nuevo diseño. Todas saben muy ricas y son fáciles de conseguir, preparar y por supuesto, comer. Hay que tener en cuenta que los platos de los que habla el Profesor Sosa Wagner no son tan "accesibles" para todo el mundo. Tristemente estamos convirtiendo en lujo lo que ayer era comida de pobres o no tan pobres.
ResponderEliminarNo no; las comidas de las que habla fueron de ricos. Los cretinos estos tienen suerte de que los de ciudad se creen que la comida típica de una región (o sea, lo mejorcito) era la comida común.
ResponderEliminarLa mierda que comían los pobres fue lo suficientemente mierda para que les produzca a su descendencia la vergüenza que les lleva a querer aplicar penas capitales.
Los pobres en américa pudieron comer hamburguesas cuando los pobres españoles se comían el pan lleno de hongos.
¡Un poco de vergüenza, joder!
Muy fino el recorte, Tumbaíto, muy bueno.
ResponderEliminarAlucino. Resulta que mis abuelos, procedentes de un valle de las montañas de León adonde no llegó la carretera hasta los años 60, eran ricos... y yo sin saberlo.
ResponderEliminarPeor todavía, ellos sin saberlo... Toda la vida comiendo garbanzos, cocidos, botillos, magdalenas y pan casero, carne de cerdo, gallina, pollos de corral, ternera casera, etc., y ahora resulta que eran ricos y se quejaban de balde... si es que nunca han comido pan con moho. Qué delicia proceder de una familia tan acomodada.
Debe ser que trabajar en el campo de sol a sol y sufrir el frío leonés más crudo en una casa sin calefacción central eran "hobbies" y no necesidades...
Qué suerte tener a alguien que nos desenmascare a los "cretinos"... Lástima que los haya tan sumamente inteligentes para ver la tontería ajena sin poder ver la propia...
Tengo por buena la idea (no aporto ningún dato) de que en las zonas de montaña no se pasaron tantas penurias ni calamidades como en aquellas zonas más esteparias o mesetarias. Si nos referios a la provinvia de León, cabe considerar la cantidad de recursos que las zonas montanas ofrecen a sus pobladores. No estoy defendiendo que tales habitantes fueran todos ricos ni que pudiesen tener a mano todo tipo de alimentos en cualquier época del año. Pero me da la impresión que la ganadería, nutridad con pastos muy productivos, junto a la importación de cereales y otras mercancias comestibles, evitaron las hambrunas que sí se padecieron constantemente en el secarral.
ResponderEliminarDE los productos que menta "Niña rica??!! " tan sólo las magdalenas, y no sé si tal vez los garbanzos y pan, parecen productos algo más dificiles de conseguir en cualquier pueblo.
Evidentemente también es cierto que comarcas como Ancares y La Cabrera, a pesar de ser montañosas fueron y son pobres y deprimidaas.
Mire... los abuelos de niña rica comían piojos y se los comían no sólo por hambre sino porque sino se los comían a ellos.
ResponderEliminarTendrían que ver las fotografías de esos niños de esos pueblos. ¡Peor que los negros de la pateras!
Hasta que los piensos compuestos no hicieron su aparición -leer Russell- la vida en un pueblo de esos era: LA MISERIA.