28 enero, 2007

Disciplina (inglesa) de voto

La cosa funciona más o menos tal que así. Usted se va labrando un prestigio intelectual, profesional o político durante de años de serio trabajo y esfuerzo constante. Bueno, tal vez el cuadro no se ciñe muy bien a la trayectoria de la mayoría de los políticos, curtidos sólo por largo tiempo de hacer el caldo gordo a los que cortan el bacalao de las listas electorales y de cerrar los ojos a las zancadillas y los codazos en eso que llaman la vida intrapartidaria, que debe de parecerse más bien a la disputa de las hienas por algún trozo de bicho muerto. Pero concedamos el beneficio de la duda y pongamos que un tanto por ciento de los políticos se curran su carrera a base de tesón, mérito y buena fe.
La aspiración de muchos de esos que por lustros y décadas se esmeran es convertirse en profesionales de reconocido prestigio y alcanzar puestos de mando, buen sueldo y algo de relevancia social, aunque el pueblo de hoy ya no conozca ni el nombre de tres ministros. Más les valdría a tantos de los que ansían fama y tirón mediático apuntarse a Operación Triunfo o beneficiarse a alguna folclórica entrada en carnes. Pero cada cual cultiva su vocación o trabaja en lo que se le pone a tiro. Unos pocos acaban topándose con los vientos favorables y consiguen poner su pica en Madrid y las posaderas en altas magistraturas o en los mullidos sillones donde queda representada la soberanía popular.
Muy bien, hasta ahí nada que objetar. Pero la duda que surge se refiere al para qué. Un ingenuo pensaría que esas personas, bien preparadas y cargadas de razones y vastos conocimientos, buscan semejante consagración para hacer valer su esmerada preparación y su libertad de criterio, cumpliendo con el respectivo cometido constitucional o legal con la entereza que se les supone. Pues no, tantos quebraderos de cabeza y, a fin de cuentas, lo que necesitan es estómago y amplias tragaderas, y lo digo así por mor de la corrección política y para no abandonarme a expresiones de peor gusto y mejor ajustadas a la realidad práctica. ¿Hacían falta unas alforjas así para semejante viaje?
Al final del trayecto resulta que lo que se les valora es la disciplina, la disciplina de partido, más concretamente. Pocos espectáculos más penosos en la vida política y en las grandes magistraturas jurídicas de hoy que la ausencia de discrepancia, que el espíritu servil de sus señorías, que el sí, bwana, y achanto porque me toca renovar o ascender o porque algo nuevo me regalará el señorito cuando se me gaste este delantal.
Lo vemos, para empezar, en el Parlamento a cada rato. Ya vamos sabiendo que los diputados y senadores son perfectamente fungibles y que lo mismo daría elegir al carbonero o a la portera de casa, pues, por lo que parece, su función no es otra que votar a ojos cerrados lo que el jefe del partido les ordene y ay del que se mueva. Ciertamente, en las conversaciones privadas y sin micrófonos todos se comen el mundo y se sienten muy molestos con lo que está pasando y, por Dios, esto no puede seguir así. Pero al tiempo de pulsar la tecla del votito en la Cámara obra cada uno con una sumisión que para sí quisieran, para disfrutarla, los que gustan de la disciplina inglesa. Deberían obligarlos a votar con cueros. No digo en pelota picada, en cueros, que también, sino revestidos de negras pieles, antifaz gatuno y unos imperdibles en salva sean las parte. Y el jefe del grupo parlamentario con látigo de siete colas y mirada trémula, vigilado a su vez, bien encima, por el secretario general del partido. Y si se graban las sesiones, ni te cuento, menudo negocio.
¿Y qué me dicen del Consejo General del Poder Judicial, por poner sólo un ejemplo más? Oigan, independientes todos, una maravilla. La fidelidad de los unos al Gobierno y de los otros a la leal oposición la podríamos tildar de perruna, si no fuera porque se debe cuidar el vocabulario cuando hablamos de tan egregias figuras. No hay resultado de votación suya que no sea perfectamente previsible, las alineaciones son entre ellos más sabidas que las de un equipo futbolero de tercera división en el que la mitad de los jugadores sean sobrinos del alcalde y los otros hijos del dueño del solar en que se juega. Y cualquiera, perplejo, se pregunta: ¿no les tentará alguna vez votar en conciencia, o es que la tienen en excedencia o de permiso por embarazo ideológico? ¿Tanto les tira un buen partido? ¿No se duelen un poquito, en lo más íntimo, al verse convertidos en simples machacas de secretarios generales que no saben hacer la o con un canuto? ¿Y cuando juran o prometen, en qué diantre están pensando? Disciplina te doy, que no cargo constitucional, deben de sentir en ese momento, como si se casaran, en unión indisoluble, con unas siglas retozonas.
Ya se imagina uno los tratos preliminares. Don X (sustitúyase la variable por algún alto capitoste de partido con mando en plaza), a mí me gustaría mucho ser miembro de Y (y ésta cámbiese por alguna magistratura de postín). ¿Y tú qué sabes hacer, monín?, le preguntará el otro desde su ensoberbecida suficiencia. Yo tengo dos doctorados y he publicado siete monografías, señor. ¿Y eres obediente? Sí, señor, soy muy de fiar, ya no las mato ni callando. Bueno, pero ¿no serás de esos que van de iluminados y se creen que mandan algo, eh, pillín? No, don X, se lo puedo demostrar, hágame usted mismo lo que quiera. Bueno, bueno, no te pases, cada cosa a su tiempo. Voy a proponer tu nombre al Comité de Esencias Pluscuanperfectas, cuenta con el cargo, pero a ver cómo te portas, ¿eh? No se preocupe, don X, confíe en mí, que no le voy a defraudar. Y fueron felices y comieron perdices sin ponerse los cuernos ni una sola vez.
En mi inocencia, no puede creer que las cosas acaben tomando iguales tintes en el Tribunal Constitucional. Pero ya medio país anda haciendo quinielas y porras, dicen que fundadas: tantos goles para los de aquí, tantos para los de allá. Y cuentan que por eso están a la greña, periódicos incluidos (unos por decir y otros por callar), sobre el caso del Magistrado que unos quieren recusar y otros que por Dios, que no hay motivo. ¿Será posible? Un servidor no se lo puede creer. Hasta ahí podíamos llegar. Con la cantidad de constitucionalistas de una pieza que tiene este Estado.

3 comentarios:

  1. Hombre: lo de "disciplina inglesa", por su ambigüedad, no sé si es lo que mejor cuadra para denostar el pesebrismo parlamentario.

    Porque una cosa es lo de los arreos de cuero y la fustita... ¡que los ingleses, ahí donde los ve, tienen más vicio que la sábana de abajo! Pero la disciplina parlamentaria inglesa... ¡ay! Esa sí se la pido yo a los Reyes Magos. O a los Presidentes de la República Magos.

    ResponderEliminar
  2. Y ¿éste es el sistema político menos malo?

    ResponderEliminar
  3. Quizás usted no llegue a magistrado del TC, quizás ese señor culto, esa presumible marioneta política que llega a ese alto cargo no ha llenado sus alforjas de grandilocuentes principios, sino que ha llegado precisamente porque ha ido de pesebre en pesebre y tiro porque me toca hasta llegar al altisimo pesebre del TC.

    Usted quizás llegue al TC y amenazará con emitir votos particulares y se replanteará la argumentación para que usted vote y en un asunto como este, por favor, tiene que haber unanimidad, pero la decisión ya estará tomada de antemano, solo hay que disfrazarla. O quien sabe usted será el idealista, ese que esta al margen y quiere olvidarse de los distintos grupos mediatizados por la política, y se argumentará, y el presidente postpodrá los re/planteamientos que hagan falta hasta que sean acordes con su forma de pensar, pero la decsión ya estará tomada a priori.

    Y es cierto. Tanta alforja para este viaje? tanto palo en las costillas cual masoca, tanta puñalada trapera, para al final acabar comiendo del pesebre?

    ResponderEliminar