“La mujer es un ser verdaderamente extravagante” se canta en la ópera de Donizetti “L´elisir d´amore”, en un arranque de incorrección que hoy se oye con gusto por lo que tiene de heterodoxia frente al discurso dominante. Ahora bien ¿somos –los hombres o las mujeres- verdaderamente extravagantes? Según Casares, extravagante remite a lo “que se hace o dice fuera del orden o común modo de obrar” y para María Moliner “se aplica a la persona que hace cosas raras ...”. Es decir, el extravagante es quien vaga o circula por fuera de los carriles convencionales sin importarle mucho el juicio que pueda recibir de sus semejantes.
Si esto es así, si hemos de atenernos a los preceptos formulados por estos sabios del lenguaje, poca extravagancia encontramos en nuestros alrededores. La mayoría repite lo que hay en el ambiente, utilizamos las ideas de los demás, ignorantes de que las tomamos a préstamo sin haber formalizado contrato alguno, acomodándonos todos al medio, confundiéndonos con el paisaje, no vaya a ser que este, el paisaje, se tome la revancha y nos ponga en relieve. Pues si eso ocurre ya sabemos que una lluvia de flechas caerá sobre nuestras cabezas y es probable que el vacío de nuestros semejantes nos rodee. Los clásicos, por aquí Gracián, por allá, Ortega, nos enseñaban que la capitanía en la vida la ejercían solo quienes no se dejaban llevar por el gusto municipal de la mayoría. Pero la mayoría impone sus reglas y convierte sus caprichos en mandatos bíblicos. ¡Guay de quien se aparte de ellos!
En los años veinte, Primo de Rivera, aquel dictador que disparaba balas de fogueo (luego vendría el que lo haría con plomo de verdad), llamaba a Valle-Inclán “extravagante ciudadano” y lo era, con aquellas sus barbas blancas y aquel brazo que no tenía por razones estéticas y porque le parecía un convencionalismo andar por el mundo con dos brazos como lo hacían el panadero o su vecino, el escribiente del ministerio de Hacienda. Pero es que Valle estaba tocado por el aura de la genialidad, al menos en el espacio de la invención literaria. Y esta, la genialidad, marca la frontera por arriba con la extravagancia pues solo es genial quien rompe, muy entonado, con ataduras mundanas y es capaz de crear según sus caprichosas intuiciones. Aunque ello sea a base de muchas horas de trabajo porque no se toman truchas a bragas enjutas, como gustaba repetir don Quijote.
Ahora bien, el genio es soportable normalmente cuando se ha muerto y lleva enterrado unas decenas de años. Malo es convivir con un botarate pero convivir con un genio siempre ha sido un martirio que la víctima sobrelleva como dios le da a entender, que suele ser mal y con sobresaltos (los testimonios se cuentan por cientos). Y esto se debe a que los productos del genio no se aceptan sin más, hay que asimilarlos poco a poco, en dosis medidas, como esa salsa picante que incorporamos de pronto al guiso de todos los días. Es verdad que, gracias al genio, la humanidad avanza pero es ley contrastada que este avance ha de producirse en forma acompasada porque el resto de los mortales carecemos de capacidad para ajustarnos con versatilidad a las nuevas ocurrencias. El producto genial es un misterio y, cuando deja de ser un misterio, deja de ser genial. Se ha incorporado al reino de las convenciones.
La frontera por debajo de la extravagancia la ocupa la vulgaridad repetitiva, la que practica quien repite topicazos y maneja material intelectual de fosa común, el loro incapaz de trabar un discurso propio alejado del que vocean los mercenarios de la plebeyez. Cercano a él se encuentra el tarambana de pocos quilates, el tipo cargante que vende una gracia por kilos y sin hornear.
Es decir que lo mejor es la extravagancia ejercida con precaución y miramientos y sin dañar al prójimo más que lo previsto en los reglamentos aprobados por la autoridad competente. Voy a buscar en las páginas amarillas dónde se vende.
Muy bueno profesor, como siempre da gusto leerle.
ResponderEliminarPD: para antetodo; sumus:
"Taberna de humo y sueño" Fernando Borlan
"INFANDUM REGINA, IUBES RENOBARE DOLOREM" Eneida II
A MALECIO
.....
Nuestro barco fue adobe
y nuestro mar la estepa.
encallamos
en los acantailados de caminos sin sombras,
de pastizales secos
y en los espejos cóncavos de las horas vacías.
Por nuestras escotillas penetraba
el vaho insuficiente de canciones sin música,
y a babor y a estribor se acumulaban
escombros de pobreza
vendabales de miedo,
galernas de cansancio,
y kafka
llevaba el gobernalle,
cual timonel sin rumbo
en un aciago mar petrificado.
Seguimos en el puente
con el velamen roto,
con las tapias caídas,
de pie, como lobos de páramo,
el penacho en el suelo
y en nuestras bocas secas
la sed, la sed como un venablo
clavado irresistible.
........
"vendaVales"
ResponderEliminar¡Ay! ¡Ustedes no leen a Marco Aurelio! ¡Háganlo, por Dios!
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