No puedo evitarlo. Estos días me vienen a cada rato a la cabeza las historias de aquel sujeto del que algunas veces he hablado aquí, el mentiroso compulsivo que ponía –pone, pero ahora las víctimas son otros- tanta convicción en sus patrañas que uno, aun conociéndolo, acababa por pensar que no todo podía ser falso, fabulación, embuste. Y lo era. En realidad estaba –está- muy enfermo. Creo que su dolencia se llama pseudología fantástica, también denominada mitomanía. Quienes padecen ese mal inventan continuamente historias que cuentan como ciertas, mentiras desproporcionadas con las que intentan crearse una nueva identidad y que ellos mismos creen, y acaban confundiendo sus recuerdos verdaderos con estas fabulaciones. Esa condición patológica hace que sea más disculpable el modo de comportarse de este sujeto al que me refiero que el de los que lo creemos cada vez, pese a estar sobre aviso. Me resulta misteriosa la razón que lleva a que sus víctimas una y otra vez lo tomen en serio y le concedan crédito, sintiéndose incluso complacidas por sus confidencias y por toda la confianza que les demuestra al contarles tantas cosas, tantas mentiras envueltas en rigurosa convicción y apropiado gesto de seriedad. Creo que se debe a su tremenda habilidad para halagar al interlocutor, pues entre trola y trola mete adulación en cantidades industriales; y ya sabemos que la adulación es el lubricante espiritual de los inseguros y los mediocres.
Contaré alguna de sus patrañas que yo padecí y luego explicaré por qué se me aparece tanto su fea figura esta temporada. Llamaré X al protagonista de esta historia. Coincidí con él en una universidad, éramos vecinos en el trabajo. Yo ya sabía de su fama y que era el hazmerreír de todos hasta... hasta que llegaba al despacho de cualquiera de nosotros, nos daba coba durante media hora –lubricación a tope-, nos ponía blanditos y sonrientes y luego comenzaba su actuación, inventaba e inventaba. Era comentario general, y sigue siéndolo, que estaba muy loco, pero que era buena gente. Y de eso nada, pues malmetía todo el rato. Esa era otra de sus tácticas, contarte confidencialmente las maldades que decía de ti aquel compañero o aquel que tenías por amigo. Acto seguido iba donde el otro y le soltaba el mismo cuento de ti. Dividía y vencía a menudo. Aun hay quien no me saluda por las historias de X en aquellos tiempos.
Un día se fue en comisión de servicios a otra universidad, en la que comenzaba una nueva titulación. Regresaba a casa y a nuestra universidad los viernes y me venía al despacho. Comenzó por contarme que lo habían hecho decano comisario de la nueva titulación y que se estaba ocupando de un nuevo edificio que se estaba terminando. Me narraba con todo lujo de detalles el mobiliario que había comprado para ese centro y sus tratos con el rector de allá. Hasta llegó a decirme que próximamente la Reina inauguraría esa nueva sede, gracias a unas gestiones que él había realizado personalmente. Yo me debatía entre la duda metódica y el decirme todo el rato que algo de verdad tenía que haber, que no podía estar inventándose por las buenas tal cantidad de embustes que acabarían por descubrirse. Un día me dijo que había dejado aquella otra universidad y que regresaba a ésta. Le pregunté por qué y me dijo que por las calumnias que había vertido allá contra él un profesor de aquí que sabía que no era precisamente amigo mío. Le pregunté que cómo se había enterado y me indicó que lo había averiguado el rector de acá, pues mismamente el día anterior X había llamado a este rector para explicarle la situación y éste se había ofrecido a acompañarlo a la otra ciudad a ver a su colega y pedirle cuentas. Y que ahí se descubrió todo. Se me encendió una luz, ¡al fin!, llamé a nuestro rector y le pedí cita para el día siguiente. Le pregunté de frente: oye, ¿estuviste anteayer con X en tal ciudad viendo al rector? Me contestó que para nada, que qué locura. Le narré el caso y dijo: pobre X, está muy mal. Ese mismo rector había estado a punto de hacer gerente a X, que era la mano derecha del vicerrector de investigación. Volví a la Facultad, llamé a X y lo mandé a la mierda. No sería la última vez. Ahora X es el hombre de confianza de algún consejero de educación y universidades de una autonomía y uno de los encargados de organizar las nuevas enseñanzas de maestría y doctorado en ese infausto territorio. Su ascensión es irresistible, no como la de Arturo Ui.
¿Que a cuento de qué viene esta historia? No sé, pero no dejo de preguntarme si no estaremos gobernados por alguien así, que fabula, inventa, divide y adula y del que en el fondo sabemos que está pirado; pero nos gusta mucho, porque nos hace sentirnos como querríamos ser: modelnos, avanzados, pacíficos, guapos. En lugar de las piltrafillas que verdaderamente somos. Igual que aquel otro salía con una bola mayor cada vez que lo cazaban en una mentira, quién sabe lo que éste estará tramando ahora para volver a hechizarnos y dividirnos. ¿Por qué no hablan los psiquiatras? Que nos examinen a todos, a él y al pueblo soberano.
Contaré alguna de sus patrañas que yo padecí y luego explicaré por qué se me aparece tanto su fea figura esta temporada. Llamaré X al protagonista de esta historia. Coincidí con él en una universidad, éramos vecinos en el trabajo. Yo ya sabía de su fama y que era el hazmerreír de todos hasta... hasta que llegaba al despacho de cualquiera de nosotros, nos daba coba durante media hora –lubricación a tope-, nos ponía blanditos y sonrientes y luego comenzaba su actuación, inventaba e inventaba. Era comentario general, y sigue siéndolo, que estaba muy loco, pero que era buena gente. Y de eso nada, pues malmetía todo el rato. Esa era otra de sus tácticas, contarte confidencialmente las maldades que decía de ti aquel compañero o aquel que tenías por amigo. Acto seguido iba donde el otro y le soltaba el mismo cuento de ti. Dividía y vencía a menudo. Aun hay quien no me saluda por las historias de X en aquellos tiempos.
Un día se fue en comisión de servicios a otra universidad, en la que comenzaba una nueva titulación. Regresaba a casa y a nuestra universidad los viernes y me venía al despacho. Comenzó por contarme que lo habían hecho decano comisario de la nueva titulación y que se estaba ocupando de un nuevo edificio que se estaba terminando. Me narraba con todo lujo de detalles el mobiliario que había comprado para ese centro y sus tratos con el rector de allá. Hasta llegó a decirme que próximamente la Reina inauguraría esa nueva sede, gracias a unas gestiones que él había realizado personalmente. Yo me debatía entre la duda metódica y el decirme todo el rato que algo de verdad tenía que haber, que no podía estar inventándose por las buenas tal cantidad de embustes que acabarían por descubrirse. Un día me dijo que había dejado aquella otra universidad y que regresaba a ésta. Le pregunté por qué y me dijo que por las calumnias que había vertido allá contra él un profesor de aquí que sabía que no era precisamente amigo mío. Le pregunté que cómo se había enterado y me indicó que lo había averiguado el rector de acá, pues mismamente el día anterior X había llamado a este rector para explicarle la situación y éste se había ofrecido a acompañarlo a la otra ciudad a ver a su colega y pedirle cuentas. Y que ahí se descubrió todo. Se me encendió una luz, ¡al fin!, llamé a nuestro rector y le pedí cita para el día siguiente. Le pregunté de frente: oye, ¿estuviste anteayer con X en tal ciudad viendo al rector? Me contestó que para nada, que qué locura. Le narré el caso y dijo: pobre X, está muy mal. Ese mismo rector había estado a punto de hacer gerente a X, que era la mano derecha del vicerrector de investigación. Volví a la Facultad, llamé a X y lo mandé a la mierda. No sería la última vez. Ahora X es el hombre de confianza de algún consejero de educación y universidades de una autonomía y uno de los encargados de organizar las nuevas enseñanzas de maestría y doctorado en ese infausto territorio. Su ascensión es irresistible, no como la de Arturo Ui.
¿Que a cuento de qué viene esta historia? No sé, pero no dejo de preguntarme si no estaremos gobernados por alguien así, que fabula, inventa, divide y adula y del que en el fondo sabemos que está pirado; pero nos gusta mucho, porque nos hace sentirnos como querríamos ser: modelnos, avanzados, pacíficos, guapos. En lugar de las piltrafillas que verdaderamente somos. Igual que aquel otro salía con una bola mayor cada vez que lo cazaban en una mentira, quién sabe lo que éste estará tramando ahora para volver a hechizarnos y dividirnos. ¿Por qué no hablan los psiquiatras? Que nos examinen a todos, a él y al pueblo soberano.
Es para pensarlo, no me digan que no.
Trolas y patologías, ese X está muy mal y el ZP es una ecuación. Pero dejando aparte a esas personas , la trola es uno de los componentes del enamoramiento y el amor es como la energía que nunca se termina sino que se trasforma, amor a los 20, amor a los 30 ... se va trasformando y las trolas son la esencia de la trasformación y un buen trolero con labia amorosa es un lujo del chingue. Ahora bien, he descubierto que los celos en la fase de amor a los 45 es una válvula de encauzamiento de la energía.
ResponderEliminarCristina y yo habíamos tenido un mosqueo gordo a mediados de Diciembre porque llegó, al lugar donde habíamos quedado, acompañada por un extracomunitario, del cual se despidió unos metros antes de acercarse a mí con la mejor de sus sonrisas, la monté una de celos pero de tres horas o cuatro, al final un polvazo y ella dijo la última palabra : si estás celoso es porque me quieres.
Bueno, el pensamiento es libre y la chapa que le dí no la debió tomar muy en cuenta por lo que a continuación verá.
Al día siguiente de la operación suena el teléfono móvil de ella, habla ahí un rato y tal y dije cuando terminó : oye que yo no soy un cabestro, que si va a venir a visitarte alguna amistad o alguien que te haya metido antes el pijo, me lo dices para hacerme un abierto. Por supuesto que vendrán a verme, si te hubiera pasado a tí yo no me sentiría mal porque viniese a saludarte una que te hubiese follao. Yo sólo te digo que no quiero coincidir aquí con ningún maromo, ni nacional, ni comunitario, ni extracomunitario porque acto seguido llamo yo a otra amiga y estamos aquí como globalizaos. ¿Pero cómo puedes ser tan estúpido?, me tiende la mano, se la estrecho, se la beso dulcemente muchas veces, le acaricio la cara, está muy guapa.
Llegan las enfermeras, que se levante un poco para la silla, que tiene que moverse algo, la sientan y yo me siento enfrente a leer la legítima defensa : una revisión normativista de Omar Palermo y no pasan ni veinte minutos cuando entra allí un jambo, que no dice ni buenas tardes y se dirije a Cristina como alucinao : he recorrido todas las habitaciones del hospital buscándote, se la acerca la da un beso en la cara y Cristina ni hola le decía, con la conversación que habíamos tenido...ya me levanto de la silla y digo : oye ¿te vas a quedar un rato y tal por lo que veo?, sí, me voy a quedar un buen rato, no dije ni hasta luego, cogí la chaqueta y me largué, hasta hoy. Cristina tampoco me dijo ni hasta luego, ni habló nada con el otro individuo mientras yo salí, también hasta hoy, no me ha llamado, trasformación.
Me fuí al cine esa noche, para no comerme la cabeza y hete aquí , que una de las chavalas que atienden lo de las palomitas y tal, un yogurcete de esos, pero muy corriente, como que me invitó a las palomitas y a la fanta, no me sorprendió del todo porque yo suelo ir al cine una vez por semana, normalmente con mi hijo pero a veces solo, y ya por finales de noviembre me había invitado un día con la labia de que era una atención de verme todas las semanas por el cine, bueno, pues como me volvió a invitar y era lo del año y tal, pues dije : dame un beso de buen rollo, me dió dos besos (en la cara), que majo ¿cuál vas a ver?, la de la sala 1, a ver si te gusta. Y vuelvo a los dos días, de esto que me apeteció ir después de estudiar, por cierto que coincidí con el profesor Paredes Castañón en la cola de la taquilla, y ese día había más gente donde las palomitas y estaban 3 niñas de esas atendiendo y la que le cuento profesor, estaba despachando a una gente por lo que pido a otra las palomitas y la fanta y la doy para que se cobre, cuando le chista la otra y la dice : dame y atiende aquí, la coge el billete, tica por la registradora y me devuelve un billete y el resto en monedas y yo pero por quedar bien la digo : tira para aquí para el extremo del mostrador y antes de que diga yo nada me dice lo del detalle, bueno pues a ver cuando te lo devuelvo si coincide , la próxima vez que vengas quedamos.Vale.
¡Jesús!, estas velocidades no las entiendo yo por mucho que sepa que el amor se trasforma.
La diré que me entró lumbago la próxima vez que vaya (trola), o dejaré de tomar palomitas o me lo hago con ella un par de veces pero sin hechar labia, o quizá lo que quiera la chorba en cuestión es preguntarme si mi hijo tiene novia
El amor se trasforma, como la energía. Hoy es un cuerpo, mañana es una cara, pasado unos ojos ... y siempre es placer.
Totalmente de acuerdo, profesor. Se trata de la fascinación del otro lado del espejo, que es donde habita ZP, el inane. Su paisano Gustavo Bueno, en "Zapatero y el pensamiento Alicia", Ed. Temas de Hoy, lo describe magníficamente.
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