Conmoción, risa, represado cachondeo, ha producido la foto en la que se veía al presidente del Banco Mundial con unos calcetines decorados por unos hermosos “tomates”. El tomate es un fruto que, con una pizca de sal y aceite virgen o con la virginidad perdida, es asunto memorable. Esto lo sabe cualquiera, ahora bien, se llama tomate igualmente al agujero que se luce en ciertas prendas como es el caso de los calcetines pero el mismo nombre se puede aplicar a las camiseta.
Calcetines con tomates, o sea, agujeros, y camisetas con esas mismas perforaciones pertenecen al imaginario de la infancia de los años duros. En los años cuarenta y cincuenta del pasado siglo los niños llevábamos tomates en esas prendas como asimismo llevábamos la chaqueta del padre dada la vuelta por una laboriosa costurera que venía a casa con sus gafas de miope y sus trebejos costuriles a cuestas. Eran las señas de identidad de una época en la que el producto interior bruto andaba renqueante y por los suelos pidiendo una caridad para empinarse, sin que nadie le hiciera caso. Hoy también se ven muchos tomates en las camisetas de los cubanos, en las imágenes que vemos de La Habana, y hay quienes creen -aquellos que todo lo politizan- que se debe a la pobreza del pueblo explotado, cuando lo cierto es que se debe a la calor de la zona, puro trópico, mi amor.
Todo esto está muy bien pero que el presidente de un organismo financiero tapizado de dólares, euros y dracmas de oro, lleve unos calcetines de pobretón, resulta raro. De pobretón de solemnidad, que es como se llamaba en la legislación de beneficencia del siglo XIX a los pobres que lo eran de verdad, es decir, sin falsedades y por lo derecho, porque pobre de solemnidad es lo mismo que decir pobre que ha cumplido satisfactoriamente con todos los requisitos y trámites para acceder a este status. Y, entre sus credenciales, se hallaba precisamente la de llevar calcetines con tomates.
Insisto: ¿qué tiene esto que ver con el sujeto poderoso a quien se ha descubierto esta mácula en su indumentaria? Evidentemente este hombre tiene dinero suficiente para comprarse unos calcetines completos, pero es probable que lo haya hecho como homenaje a un pasado que se nos desvanece entre los dedos. Se organizan exposiciones llenas de cachivaches antiguos, cuadros, esculturas y, sin embargo, a nadie se le ha ocurrido organizar una exposición de camisetas y calcetines con tomates. Y es bueno que se recuerden estas cosas porque hoy el tomate ha adquirido muchas ínfulas y hay tomates de las más variadas clases, destacando el Raf de Almería, todo esponjoso, frescor incierto, medio verde/medio rojo, y ya se ofrece incluso como plato exquisito en la “nouvelle cuisine”. Es decir, que del tomate aquel que se estaba quietecito en la mata y venía el agricultor, lo cogía, lo trituraba y lo metía en una lata para mezclarlo con los tallarines, se ha pasado al tomate con mando, un si es no es desafiante, el tomate engreído, avasallador, que se alía con los mejores jamones, con el marisco y con la nobleza de mayores exigencias.
Pues bien, creo que el presidente del Banco mundial ha querido reivindicar el viejo tomate, el ligado al orificio del calcetín o la camiseta, abandonado hoy en el trasiego de las prendas industriales de confección. Como estos hombres tienen gran poder, a partir de ahora en los grandes almacenes estará la sección de calcetines sin tomate y la de calcetines con tomate y lo mismo ocurrirá con las camisetas. Y las almas sensibles, los que somos más románticos, nos inclinaremos por los calcetines con tomate que traerán en sus entretelas aromas del pasado, recuerdos del tiempo ido, el suave calor de las manos de la abuela.
Y de esta suerte reivindicamos al viejo calcetín. Y, al mismo tiempo, revindicamos al agujero, que anda de capa caída, porque del único que se habla es del que le hemos hecho a la capa de ozono.
Todo esto está muy bien pero que el presidente de un organismo financiero tapizado de dólares, euros y dracmas de oro, lleve unos calcetines de pobretón, resulta raro. De pobretón de solemnidad, que es como se llamaba en la legislación de beneficencia del siglo XIX a los pobres que lo eran de verdad, es decir, sin falsedades y por lo derecho, porque pobre de solemnidad es lo mismo que decir pobre que ha cumplido satisfactoriamente con todos los requisitos y trámites para acceder a este status. Y, entre sus credenciales, se hallaba precisamente la de llevar calcetines con tomates.
Insisto: ¿qué tiene esto que ver con el sujeto poderoso a quien se ha descubierto esta mácula en su indumentaria? Evidentemente este hombre tiene dinero suficiente para comprarse unos calcetines completos, pero es probable que lo haya hecho como homenaje a un pasado que se nos desvanece entre los dedos. Se organizan exposiciones llenas de cachivaches antiguos, cuadros, esculturas y, sin embargo, a nadie se le ha ocurrido organizar una exposición de camisetas y calcetines con tomates. Y es bueno que se recuerden estas cosas porque hoy el tomate ha adquirido muchas ínfulas y hay tomates de las más variadas clases, destacando el Raf de Almería, todo esponjoso, frescor incierto, medio verde/medio rojo, y ya se ofrece incluso como plato exquisito en la “nouvelle cuisine”. Es decir, que del tomate aquel que se estaba quietecito en la mata y venía el agricultor, lo cogía, lo trituraba y lo metía en una lata para mezclarlo con los tallarines, se ha pasado al tomate con mando, un si es no es desafiante, el tomate engreído, avasallador, que se alía con los mejores jamones, con el marisco y con la nobleza de mayores exigencias.
Pues bien, creo que el presidente del Banco mundial ha querido reivindicar el viejo tomate, el ligado al orificio del calcetín o la camiseta, abandonado hoy en el trasiego de las prendas industriales de confección. Como estos hombres tienen gran poder, a partir de ahora en los grandes almacenes estará la sección de calcetines sin tomate y la de calcetines con tomate y lo mismo ocurrirá con las camisetas. Y las almas sensibles, los que somos más románticos, nos inclinaremos por los calcetines con tomate que traerán en sus entretelas aromas del pasado, recuerdos del tiempo ido, el suave calor de las manos de la abuela.
Y de esta suerte reivindicamos al viejo calcetín. Y, al mismo tiempo, revindicamos al agujero, que anda de capa caída, porque del único que se habla es del que le hemos hecho a la capa de ozono.
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