14 febrero, 2007

¿Hacer (la) carrera?

¿Qué razones pueden tener hoy un padre o una madre para insistir en que sus hijos hagan una carrera universitaria? Me parece que muy pocas. Venimos de tiempos en que culminar estudios universitarios equivalía a éxito social, cultural y profesional, de épocas en que los títulos superiores abocaban al prestigio y al dinero, además de ser indicio de la más alta formación intelectual. ¿Qué queda de todo eso? Nada, o casi. Repasemos, sin cargar las tintas (a ver si lo consigo), pero con un mínimo realismo.
El prestigio profesional de los titulados universitarios va quedando en muy poca cosa. Para muchos licenciados la salida es el desempleo puro y duro o el verse abocados a largos años de servidumbre laboral, con sueldos que desdicen en mucho de la edad y de los años de estudio. Muchos son también los que al acabar la carrera comienzan el viacrucis de largas y muy inciertas oposiciones, con la esperanza de tener empleo e ingresos a las veintisiete o veintiocho, y eso si el esfuerzo cunde y hay buena suerte. En resumen, que no hay trabajo para tanto universitario, al menos en las labores que corresponden a sus títulos. Consecuencia de años y años de demagogia, de tanto preocuparse los políticos para que todo el mundo tenga una carrera, aunque la carrera no sirva para nada. Creación de universidades a porrillo, invención de títulos y titulitos, conspiración para que tengan trabajo cómodo y seguro los docentes, aunque a los discentes los parta un rayo. En resumen, que cada familia presuma de las carreras de sus hijos, aunque sea un vacuo orgullo, incapaz de asumir luego la inutilidad de la inversión. Y, cómo no, subterfugio para que se mantengan intocadas las diferencias sociales, pues bajar los niveles para que todo estudiante culmine en licenciado es la mejor forma de lograr que al final se coloquen y medren los de siempre: los hijos de papá con empresa, con despacho, con consulta, con negocio, con influencia social, con concejalía.
¿Cuántos de los jóvenes que hoy malviven con su licenciatura, que peregrinan de puerta en puerta con su título bajo el brazo, que estudiaron sin vocación ninguna una carrera, no estarían ahora viviendo, ganando estupendamente y siendo más felices como fontaneros o instaladores eléctricos?
También el prestigio social se ha desplazado. Siempre ha estado ligado a los ingresos, al sueldo, y ahora más, pues los modelos que se estilan y en los que se concentra la admiración de la gente –con los medios de comunicación ejerciendo su impagable labor de aborregamiento colectivo- no son precisamente los intelectuales, los académicos o los profesionales serios, sino futbolistas, chaperos, pelanduscas y buscavidas del más bajo pelaje. Cuénteles a sus amigos que su hijo acaba de terminar Biblioteconomía o Historia del Arte y verá la cara de palo que se les queda y cómo tratan de consolarlo a usted cual si hubiera explicado una dolencia de la familia. Se va a tener que tragar usted todas las ironías que se gastó cuando sus amigos le confesaron que sus hijos hacían formación profesional y ahora le digan lo que se embolsan al mes y lo bien que viven.
Quedará al menos la pátina cultural que la universidad presta, replicará el más ingenuo. Ay, cómo se lo diría yo. A golpe de reformas y contrarreformas, hemos conseguido desvincular por completo la enseñanza de eso que antes llamábamos cultura –ahora la cultura ha pasado a ser cosa de modistos, cocineros y concejales de fiestas y folklore-. La gran mayoría de los estudiantes universitarios jamás leen un libro ni un periódico, ni van al cine o al teatro, ni saben de más música que la de cuatro rumberos machacones, ni están informados de cosa que no sea la alineación del Villareal o los polvos de una docena de lagartonas nacionales. Y no es su culpa, pues tampoco la mayor parte de sus profesores, desde el parvulario hasta el último curso de carrera, tienen más inquietud intelectual que la de averiguar por qué se habrá enojado tanto Eto´o el pasado domingo. Con esos maestros no vamos a pretender que salgan genios los pupilos. Uno lee el BOE o la más alta jurisprudencia, por ejemplo, y se cae de espaldas ante tanto atentado a la gramática. ¿Qué podemos esperar si los que mandan, dirigen y enseñan son como son y están como están? Ya lo he dicho más veces: hay más ciencia y mejor seso en cualquier obra a la hora del bocadillo que en las cafeterías de cualquier campus universitario.
Conviene quitarse todas esas gastadas máscaras, descubrir los viejos engaños, antes de ponerse a pensar en serio qué les convendrá más a nuestros hijos. A base de alimentar la falsedad y los rancios mitos no conseguiremos más que incrementar las frustraciones y los fracasos. ¿Entonces? Pues no cabe más que recuperar un viejo término, caído en el descrédito: vocación. Que estudie quien realmente lo desee, el que ansíe saber, el que esté poseído por el gusanillo del conocimiento. Siempre ha sido una minoría y eso no va a cambiar, por mucho que falseemos las cifras del fracaso escolar y por mucho que las universidades expidan títulos con la misma facilidad con que un kiosko vende pipas.

3 comentarios:

  1. Lo que dices es ciertísimo. Pero no creo que sea malo; es más, me atrevería a decir que es la única esperanza de la Universidad, a saber, librarse de los bancos de mercaderes y cambistas y -a laaaargo plazo- volver a ser un lugar a donde se venga no por prestigio social ni por expectativas instrumentales de vario género, sino a aprender, a buscar, a sorprenderse.

    Mientras tanto, me consuelo diciendo a mis alumnos que expandan sus actividades, que no las liguen a los estudios, ni que mucho menos se embelesen imaginando que la profesión les vaya a venir necesariamente ligada al título. A quienes no son todavía alumnos, y me parecen capaces, les recomiendo vivamente que sigan dobles estudios: por un lado, un aprendizaje profesional (Jardinería y Ebanistería son los que más aconsejo, pero bueno, cada uno tiene sus debilidades); por otro, una carrera extremadamente impráctica (aquí también pesan mis sesgos personales, y las que suelo aconsejar son Matemáticas Puras -la especialidad en Astronomía tampoco está nada mal-, Filología Clásica, Filosofía, ...).
    ¿Y a los que creo mediocres, me dirás? Les confirmo sonriendo que Administración de Empresas, Derecho o Ingeniería Industrial, entre tantas otras, me parecen elecciones estupendas. Sobre todo, en una buena y solvente universidad privada.

    Cuando se van (inquietos y preocupados los primeros, francamente contentos los segundos), me queda ese regustillo simpático de haber conjuntado humorismo pacato y sentido ético.

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  2. No, no hay esperanza alguna. Queremos alumnos, los que sean y como sean. Si no vienen para aprender, por vocación o afán intelectual, los seducimos cada vez con artes más rebuscadas , y bajamos el listón para que todos(malos y peores) puedan titularse. Esto deteriora gravemente el conocimiento, la ciencia y la excelencia, pero qué más da, gracias a eso hay profesores, que es lo que cuenta (como bien dice Garcia Amado). Los profesores no se quejan (alguno hay),y si lo hacen, automáticamente son marginados, arrojados a los leones de las altas instancias académicas, que vendrán a decirles que: " si usted suspende a muchos, daremos mal ejemplo, no habrá titulados en la próxima hornada ..no se preocupe por su formación, ya aprenderán luego en el mundo laboral (ay, que me parto) ...si usted se queja mucho no le ayudaremos en la siguiente oposición ni a su mujer tampoco... ¿no ve que ya han pagado su matrícula? no sea así hombre, no importa que no sepan escribir correctamente todas esas palabrejas que sólo usan los científicos... que si los suspende ya nadie volverá a coger la asignatura... ¿no ve que hay otras más fáciles donde garantizan el sobresaliente con regurgitar apuntes, y además el responsable es un tio muy enrollao y les hace malabares y todo, y además no es como usted, ...siempre hablando mal de los alumnos? desde luego... parece usted nazi ...".
    A su vez el profesorado tiene más libertad de actuación (y omisión) ante unos alumnos que sólo buscan un remedio barato y rápido para su titulitis. Los profesores cobrarán lo mismo dando bien, mal, o muy mal las clases. Todos contentos, pues.

    Si llegará el día en que realmente no hubiese alumnos, ¿qué haríamos con los profesores?. ¡Ah!, ahora me acuerdo: que investiguen. Porque claro, si ahora no tuvieran que dar clase también investigarían, pero usted comprenderá que teniendo que atender a un alunmnado tan culto, no pueden dedicar un par de horas diarias al asunto.

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  3. ¡Jajajajajajajajajajajajajaja!
    ¡Vocación! ¡Jajajajajajajajajajajajajaja!
    ¡Pero que cachondo es usted!
    ¡Jajajajajajajajajajajajajaja!
    ¡Espere¡ ¡Espere! ¡Que LE vuelvo a leer!
    ¡Jajajajajajajajajajajajajaja!
    ¡Cada vez es más gracioso!
    ¡Jajajajajajajajajajajajajaja!

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