El botarate, que es el personaje que domina los espacios públicos, ha puesto en circulación una idea insensata y es la del referéndum como abracadabra de la democracia. “Roma locuta, causa finita” se dice para indicar que una cuestión ha sido zanjada porque se ha pronunciado sobre ella quien ostenta la máxima autoridad. “Populo locuto, causa finita” podemos resumir ahora para aludir a la voz del pueblo expresada en un referéndum.
Hay pueblos especialistas en referendos como los hay en fabricar cerveza o imponer la moda. De entre los primeros, Suiza es la referencia, un país dominado por las montañas, las vacas silentes y testarudas, vacas educadas que dan la leche ya condensada, y los referendos. En Suiza se decide todo por referéndum: si los vecinos de tal pueblo deben esquiar los días pares o los nones, si hay que echar tres o cuatro tipos de quesos a la “fondue”... todo se acuerda de esta forma popular en la patria de Guillermo Tell, cuya manzana famosa no estaba puesta sobre la cabeza por casualidad sino por una decisión del arquero refrendada por los vecinos. El suizo es por tanto un señor que lo primero que hace al levantarse es dar cuerda al reloj de cuco y después votar en el referéndum que se celebra ese día. A partir de ahí, ya está en situación de ir a ver el saldo de la cuenta cifrada y secreta que tiene en el banco suizo y a pescar peces insulsos al lago de Ginebra que tiene un chorro de agua en medio que a los más poéticos les recuerda siempre el ciprés de Silos que cantó Gerardo Diego.
Este es el modelo de la democracia suiza procedente de Rousseau, que no en balde era vecino de por allí, y a quien le chiflaban los buenos salvajes porque eran una entelequia ya que, de aquella y en Suiza, salvajes no quedaban ni las fieras pues Calvino les había dado unos cuantos sermones para explicarles que no era de buen tono meterse los dedos en la nariz.
Un suizo es un señor incapaz para la ironía o el humor pero es capaz de pasar unas enteras vacaciones decidiendo con su familia si un cuadro donde se ve un barco y un marinero rudo tocado de una gorra debe colgar en el comedor o en el pasillo. Dicho de otra forma, el suizo es un sesudo que se toma por la tremenda asuntos absolutamente banales que carecen de interés para la inmensa mayoría de los bípedos. Con esta disposición de ánimo no es raro que se pirren por los referendos y que vayan a ellos, desayunados y con la ropa de cristianar, como a misa, dispuestos a comulgar las sagradas formas de la democracia.
Lo malo es cuando el referéndum, que es propio de estos territorios con vacas y relojes, se traspasa a otros que, si tienen vacas es porque hay que echárselas a los toros bravos que están siempre que braman. Y, si tienen relojes, es para poder llegar tarde a las citas.
Por ello, el peligro está en trasplantar el referéndum suizo, impoluto, tramado y ejecutado al aire de las montañas límpidas, a territorios como España donde el aire está siempre inficionado y se gasta rudeza de bucanero.
Se verá tras lo explicado que una cosa es decidir, con seriedad de equino, si tienen que ponerse petunias o pensamientos al llegar la primavera en el parque del pueblo, y otra bien distinta acerca de si nos gustan o no los trescientos sesenta y seis artículos del Estatuto de Autonomía con sus varias docenas de disposiciones adicionales, transitorias y contradictorias. Así, todo de golpe y de corrido, sin matices, sin permitir enmiendas ni observaciones. Esto es lo que se lleva en España y es como si en un restaurante nos comprometeríamos con un menú para siempre, con todas las tortillas, todas las carnes y todas las sopas. Como se ve, puro dislate. Así que no extraña que el personal, cuando llega el día de votar, se marche a comer gambas a la gabardina a la playa o a jugar al parchís. Cualquier cosa antes que comprometerse con un centón de disposiciones que no entiende y las que entiende, preferiría no entenderlas.
Corolario: el referéndum es para la pregunta precisa, como el reloj suizo es para dar la hora exacta. Para las complejas, llenas de trampas, la respuesta es el cortés corte de mangas.
Hay pueblos especialistas en referendos como los hay en fabricar cerveza o imponer la moda. De entre los primeros, Suiza es la referencia, un país dominado por las montañas, las vacas silentes y testarudas, vacas educadas que dan la leche ya condensada, y los referendos. En Suiza se decide todo por referéndum: si los vecinos de tal pueblo deben esquiar los días pares o los nones, si hay que echar tres o cuatro tipos de quesos a la “fondue”... todo se acuerda de esta forma popular en la patria de Guillermo Tell, cuya manzana famosa no estaba puesta sobre la cabeza por casualidad sino por una decisión del arquero refrendada por los vecinos. El suizo es por tanto un señor que lo primero que hace al levantarse es dar cuerda al reloj de cuco y después votar en el referéndum que se celebra ese día. A partir de ahí, ya está en situación de ir a ver el saldo de la cuenta cifrada y secreta que tiene en el banco suizo y a pescar peces insulsos al lago de Ginebra que tiene un chorro de agua en medio que a los más poéticos les recuerda siempre el ciprés de Silos que cantó Gerardo Diego.
Este es el modelo de la democracia suiza procedente de Rousseau, que no en balde era vecino de por allí, y a quien le chiflaban los buenos salvajes porque eran una entelequia ya que, de aquella y en Suiza, salvajes no quedaban ni las fieras pues Calvino les había dado unos cuantos sermones para explicarles que no era de buen tono meterse los dedos en la nariz.
Un suizo es un señor incapaz para la ironía o el humor pero es capaz de pasar unas enteras vacaciones decidiendo con su familia si un cuadro donde se ve un barco y un marinero rudo tocado de una gorra debe colgar en el comedor o en el pasillo. Dicho de otra forma, el suizo es un sesudo que se toma por la tremenda asuntos absolutamente banales que carecen de interés para la inmensa mayoría de los bípedos. Con esta disposición de ánimo no es raro que se pirren por los referendos y que vayan a ellos, desayunados y con la ropa de cristianar, como a misa, dispuestos a comulgar las sagradas formas de la democracia.
Lo malo es cuando el referéndum, que es propio de estos territorios con vacas y relojes, se traspasa a otros que, si tienen vacas es porque hay que echárselas a los toros bravos que están siempre que braman. Y, si tienen relojes, es para poder llegar tarde a las citas.
Por ello, el peligro está en trasplantar el referéndum suizo, impoluto, tramado y ejecutado al aire de las montañas límpidas, a territorios como España donde el aire está siempre inficionado y se gasta rudeza de bucanero.
Se verá tras lo explicado que una cosa es decidir, con seriedad de equino, si tienen que ponerse petunias o pensamientos al llegar la primavera en el parque del pueblo, y otra bien distinta acerca de si nos gustan o no los trescientos sesenta y seis artículos del Estatuto de Autonomía con sus varias docenas de disposiciones adicionales, transitorias y contradictorias. Así, todo de golpe y de corrido, sin matices, sin permitir enmiendas ni observaciones. Esto es lo que se lleva en España y es como si en un restaurante nos comprometeríamos con un menú para siempre, con todas las tortillas, todas las carnes y todas las sopas. Como se ve, puro dislate. Así que no extraña que el personal, cuando llega el día de votar, se marche a comer gambas a la gabardina a la playa o a jugar al parchís. Cualquier cosa antes que comprometerse con un centón de disposiciones que no entiende y las que entiende, preferiría no entenderlas.
Corolario: el referéndum es para la pregunta precisa, como el reloj suizo es para dar la hora exacta. Para las complejas, llenas de trampas, la respuesta es el cortés corte de mangas.
Lo ha expresado muy bien. Permítame ampliarlo con una reflexión que he hecho por aquí, por el sur, sobre este tema.
ResponderEliminarComo mucha gente puede saber, el tráfico en Sevilla no es como la lluvia, es una maldición. La doble fila está en casi todas las calles, en algunas, la triple fila. El acceso desde el oeste (el Aljarafe) y desde el sur (Montequinto) a la ciudad es un puro atasco de forma constante. El puente del V Centenario, una trampa para incautos, seis carriles se convierten en cinco, y el "efecto embudo" hace que los atascos en la SE-30 lleguen en hora punta a ser de más de 15 Km. Lo dicho, una maldición.
Pues bien, imaginemos que el Sr. Alacalde propone un referendum para aprobar una Ley que dice que resolverá el problema de forma definitva, que servirá para resolver definitivamente todos los problemas. ¿Que deben hacer los ciudadanos?: Lo dicho por el porfesor Sosa, un corte de mangas.
Pues ahí tienen la explicación a la abstención en el referendum sobre la "realidad nacional andaluza". Los ciudadanos quieren soluciones a sus problemas, no leyes absurdas hechas para crear problemas y no para resolverlos. ¿o es que el nuevo Estatuto va a cambiar los resultados del Informe PISA?.
Respecto al mencionado Rousseau, fue analizado en un libro que me impresionó especialmente. ¿podría darme su opinión sobre este análisis?. El libro en cuestión fue escrito por Isaiah Berlin y el título es : LA TRAICION DE LA LIBERTAD: SEIS ENEMIGOS DE LA LIBERTAD HUMANA. ISBN: 9681670841.
BRAVO!
ResponderEliminarMe sumo al cortés corte de mangas.
Y protesto contra nuestro régimen "partitocrático" en el que los políticos de todos los colores campan por sus respetos, con la mayor caradura, creyéndose los padres de la patria, ajenos a los verdaderos intereses de los ciudadanos que les pagamos el sueldo.
Pero ni con pírricos índices de participación en las urnas son capaces de la más mínima autocrítica.