Capítulo 2.
Capítulo 3:
Aquel encargo le pareció un tanto extraño, pero no hizo preguntas. La actitud del comisario indicaba a las claras que el asunto interesaba muy arriba. Por otro lado, cada día estaba más convencido de que Claudia tenía algo de razón cuando le reprochaba que él hacía su trabajo sin curiosidad y sin pasión ninguna, con mentalidad de oficinista. A Claudia eso le parecía una pena y le repetía que cuánto daría ella muchas veces por estar en su pellejo y dedicarse a espiar a la gente, a averiguar las andanzas de los malos. Claudia era vital y espontánea, el contrapunto exacto de su carácter, más bien reservado y poco dado a los entusiasmos. Se conocían desde poco más de medio año, pero le parecía como si hubieran estado juntos toda la vida. El paso siguiente sería convencerla para vivir bajo el mismo techo, hasta de casarse, por qué no. Estaban bien esos largos fines de semana caseros, pero a él cada noche sin ella se le hacía muy larga.
Este caso que lo dejaba indiferente le habría encantado a Claudia y habría excitado su sed de cotilleos sabrosos, pues hasta aparecía un profesor de la Facultad, discípulo, por más señas, del jefe de ella. El comisario nada sabía de su relación con Claudia y puede que en caso contrario no le hubiera asignado esta investigación. Ya vería él si a Claudia le contaba algo o no, depende de qué hubiera de por medio y de si estratégicamente le convenía, para sacarle alguna noche extra en su casa, tal vez una semana entera.
El comisario había bajado la voz y se había asegurado bien de que nadie más andaba cerca cuando le dijo que el tal Lorenzo era hijo de De Pablos, el hasta hace poco comisario jefe, recientemente jubilado. A Bernardo le costó comprender el porqué de la cara de preocupación de su jefe. Tal vez éste captó sus dudas, pues al cabo añadió:
- Ese Pablos es un hijo de la gran puta y como se entere de que andamos siguiendo a su hijo nos enfila seguro. El muy cabrón trabajó para el gobierno anterior, pero toda la vida ha jugado a dos bandas. Tiene muy buenos amigos arriba, incluso con éstos de ahora.
Consiguió rápidamente la dirección de Lorenzo de Pablos y se preguntó por dónde empezar. Decidió que lo seguiría al día siguiente desde la Facultad. Averiguó sus horarios de clase y no le fue difícil reconocerlo después de haber visto un par de fotos suyas. Era alto, de pelo negro. Tenía la cara anormalmente larga, como si de pequeño le hubieran colgado un peso en el mentón y se la hubieran estirado artificialmente. Acentuaba ese extraño efecto con una corta perilla. En su documentación había visto que tenía treinta y cuatro años y vivía solo en un antiguo apartamento del centro. El apartamento estaba a nombre de su padre.
Eran las dos y Lorenzo tomó su coche del aparcamiento y se fue directo a su casa. Bernardo se preguntaba cómo podría dar con alguna información útil sobre el personaje. Le habían ordenado que controlara sus movimientos y que procurara enterarse de sus relaciones amorosas, si las tenía, y de cómo había pasado los últimos meses. No quería hacerse preguntas sobre las razones de la peculiar misión y únicamente pensaba en cómo la realizaría.
La idea le vino cuando por segundo día consecutivo comprobó que a eso de las diez de la noche Lorenzo salía de su portal y se metía en un pub que estaba a diez minutos andando. Bernardo se propuso entablar conversación y no le resultó muy difícil. Dejó pasar diez minutos desde que Lorenzo entró el tercer día y luego pasó él mismo. Lorenzo bebía solo en un extremo de la barra. Dos clientes más jóvenes lanzaban dardos a una diana en la otra esquina. Tras la barra, la camarera lucía un escote generoso en su camiseta rosa y unos ceñidos pantalones de cuero negro.
Se colocó a un par de metros de donde el otro estaba apoyado con los dos codos en el mostrador y la cabeza baja, pensativo. Pidió un güisqui y repasó mentalmente cómo podría trabar relación. El pretexto se lo dio el vocerío de los jugadores. Lorenzo levantó la cabeza y su mirada se cruzó con la del policía. Bernardo vio que tenía los ojos enrojecidos y que le hacía seña a la camarera para que le rellenara el vaso. Los de los dardos volvieron a gritar.
- Joder, qué gente. No puede uno tomarse un trago con tranquilidad en ningún lado.
Lorenzo lo miró apenas y se limitó a asentir con un gesto. La camarera acabó de servirlo sin levantar la vista y él le dio las gracias con un movimiento de la mano. Bernardo volvió a intentarlo:
- Es la primera vez que entro aquí. No está nada mal la dama, nada mal.
El otro contestó sin volver la cabeza para mirarlo:
- Ni te lo plantees, es una estrecha y a las doce aparece cada noche su novio como un perro de presa.
Tenía una voz extraña, como de pito ronco. En la mano con que apretaba el vaso llevaba un anillo con una pequeña piedra. Iba vestido con una chaqueta de pana negra, una camisa de cuadros y unos jeans artificialmente gastados. El uniforme perfecto del pijo progre, pensó Bernardo. En ese momento pensó que le encantaría preguntarle enseguida a Claudia si lo conocía bien y qué pensaba de él. Pero se aconsejó a sí mismo calma y decidió que sería mejor esperar. Si metía a Claudia en aquel asunto se le podía ir todo de las manos. Y no se le ocurría ningún pretexto distinto de la investigación para interrogarla a ella sobre aquel sujeto sin que se mosqueara y lo atosigara con preguntas.
Noto que el otro había vuelto la cabeza hacia él y lo miraba fijamente. Movió la cabeza arriba y abajo muy levemente y a Bernardo le pareció que un asomo de sonrisa apuntaba en su boca. Le aguantó la mirada y no supo si sonreír afable o mantenerse serio. En la mirada del tal Lorenzo había algo extraño, profundo y esquivo a un tiempo. Por fin el otro habló:
- Joder, tío, yo a ti te conozco. Tú eres policía, a que sí.
No estaba preparado para ese giro de la conversación y apenas pudo reprimir un mohín de fastidio.
- ¿Por qué te lo parece?
- No es que me lo parezca. Yo tengo una memoria infalible para las caras y la tuya la he visto no hace mucho.
- Me temo que te puedes equivocar esta vez. ¿Dónde se supone que me has visto la cara?
- En una foto. Seguro.
- No voy dejando fotos por ahí ni sale mi jeta en los periódicos.
- En los periódicos no, pero no hace mucho que estuviste de fin de semana y turismo rural por Soria y te hicieron más de una foto.
Aumentaba el desconcierto. Era verdad que un par de meses antes había recorrido algunos pueblos sorianos en compañía de Claudia y habían dormido en una preciosa venta de aldea. Prefirió callar y mirar a su interlocutor del modo más inexpresivo que fue capaz. El tal Lorenzo no se cortó lo más mínimo, se tomó su tiempo, moviendo el hielo dentro de su vaso, y luego le dio un trago largo. Al fin retomó la palabra.
- Me las enseñó Claudia, tu novia o amiga, si no me equivoco. Somos compañeros en la Facultad, ¿sabes? Tenemos el mismo jefe.
Lo dijo con la mirada clavada en las botellas de la estantería de enfrente, sin volver la vista hacia Bernardo. Éste reaccionó con presteza, pese al desconcierto y a la intranquilidad que le causaban las maneras de aquel sujeto.
- Bueno, pues encantado. Me llamo Bernardo. - Y le tendió la mano.
El otro se la estrechó con ese gesto lánguido propio de beatos y sibilinos. Luego retomó su postura de antes, apoyado con un codo en la barra y sin mirar apenas a su compañero de conversación.
- Yo me llamo Lorenzo. Ya sabía que te llamas Bernardo y que trabajas en la policía.
- ¿Todo eso te lo contó Claudia? - Temía en el fondo la respuesta, pero era capaz de adivinarla. El otro le confirmó sus presagios.
- Sí. Le encanta presumir de su amigo policía.
La cabeza de Bernardo se puso a buscar consuelo. No hacía tanto que se trataba con Claudia, ella le había contado poca cosa de su vida anterior y, la verdad, él tampoco había mostrado gran curiosidad por las historias de su trabajo con que ella a veces amagaba. No sabía cómo proseguir aquella conversación que se le había ido de las manos de buenas a primeras. No fue necesario, pues Lorenzo le preguntó al cabo de unos instantes si quería otra copa. Aún tenía la anterior medio llena, pero dijo que sí y tomó un largo trago. La opulenta camarera los sirvió con aire distante, pese a que Lorenzo no le quitaba los ojos de la pechuga. Cuando se alejó, el joven profesor arrastró su banqueta para aproximarse a Bernardo.
- Esta es una zorrona, a mí no me engaña. Como la mayoría.
- Cuéntame. En cuestión de chavalas soy poco experto y medio inocente, ésa es la verdad.
Su contertulio se le quedó mirando un momento, como evaluando la seriedad de la frase. El tono de su voz, después, parecía indicar que había decidido fiarse:
- Pues ya te irá enseñando Claudia todo lo que hayas de saber. Esa novia tuya vale su peso en oro y ella sí sabe de la vida y de las gentes.
Le vino un nuevo respingo. Definitivamente era el otro el que se había hecho dominador de la situación. Pero él no quería hablar de Claudia precisamente. Algo le indicaba que tampoco le resultaría demasiado alentador lo que el otro pudiera decirle de ella.
- ¿Tú sí tienes mucha experiencia con tías?
- Mucha experiencia con tías... -Repitió la expresión y soltó una risotada antes de proseguir- Con tías nunca se tiene mucha experiencia. Pero yo conozco el otro lado, amigo, soy un clandestino. -Se quedó pensativo un momento y añadió:
- No me vayas a joder, ¿eh? Tú calladito y a Claudia ni una puta palabra de esta conversación ni de que nos hemos visto. A cambio yo te ayudo, si puedo, en lo que mandes.
- ¿Ayudarme? - La voz se le notó insegura.
- Sí, ayudarte. Porque supongo que no estás aquí por casualidad, algo andarás buscando. Y si vas de caza, estás fuera de tu territorio, así que no te vendrá mal un guía avezado.
Bernardo cayó y bebió. El otro se tomó ese silencio como una confirmación.
Este caso que lo dejaba indiferente le habría encantado a Claudia y habría excitado su sed de cotilleos sabrosos, pues hasta aparecía un profesor de la Facultad, discípulo, por más señas, del jefe de ella. El comisario nada sabía de su relación con Claudia y puede que en caso contrario no le hubiera asignado esta investigación. Ya vería él si a Claudia le contaba algo o no, depende de qué hubiera de por medio y de si estratégicamente le convenía, para sacarle alguna noche extra en su casa, tal vez una semana entera.
El comisario había bajado la voz y se había asegurado bien de que nadie más andaba cerca cuando le dijo que el tal Lorenzo era hijo de De Pablos, el hasta hace poco comisario jefe, recientemente jubilado. A Bernardo le costó comprender el porqué de la cara de preocupación de su jefe. Tal vez éste captó sus dudas, pues al cabo añadió:
- Ese Pablos es un hijo de la gran puta y como se entere de que andamos siguiendo a su hijo nos enfila seguro. El muy cabrón trabajó para el gobierno anterior, pero toda la vida ha jugado a dos bandas. Tiene muy buenos amigos arriba, incluso con éstos de ahora.
Consiguió rápidamente la dirección de Lorenzo de Pablos y se preguntó por dónde empezar. Decidió que lo seguiría al día siguiente desde la Facultad. Averiguó sus horarios de clase y no le fue difícil reconocerlo después de haber visto un par de fotos suyas. Era alto, de pelo negro. Tenía la cara anormalmente larga, como si de pequeño le hubieran colgado un peso en el mentón y se la hubieran estirado artificialmente. Acentuaba ese extraño efecto con una corta perilla. En su documentación había visto que tenía treinta y cuatro años y vivía solo en un antiguo apartamento del centro. El apartamento estaba a nombre de su padre.
Eran las dos y Lorenzo tomó su coche del aparcamiento y se fue directo a su casa. Bernardo se preguntaba cómo podría dar con alguna información útil sobre el personaje. Le habían ordenado que controlara sus movimientos y que procurara enterarse de sus relaciones amorosas, si las tenía, y de cómo había pasado los últimos meses. No quería hacerse preguntas sobre las razones de la peculiar misión y únicamente pensaba en cómo la realizaría.
La idea le vino cuando por segundo día consecutivo comprobó que a eso de las diez de la noche Lorenzo salía de su portal y se metía en un pub que estaba a diez minutos andando. Bernardo se propuso entablar conversación y no le resultó muy difícil. Dejó pasar diez minutos desde que Lorenzo entró el tercer día y luego pasó él mismo. Lorenzo bebía solo en un extremo de la barra. Dos clientes más jóvenes lanzaban dardos a una diana en la otra esquina. Tras la barra, la camarera lucía un escote generoso en su camiseta rosa y unos ceñidos pantalones de cuero negro.
Se colocó a un par de metros de donde el otro estaba apoyado con los dos codos en el mostrador y la cabeza baja, pensativo. Pidió un güisqui y repasó mentalmente cómo podría trabar relación. El pretexto se lo dio el vocerío de los jugadores. Lorenzo levantó la cabeza y su mirada se cruzó con la del policía. Bernardo vio que tenía los ojos enrojecidos y que le hacía seña a la camarera para que le rellenara el vaso. Los de los dardos volvieron a gritar.
- Joder, qué gente. No puede uno tomarse un trago con tranquilidad en ningún lado.
Lorenzo lo miró apenas y se limitó a asentir con un gesto. La camarera acabó de servirlo sin levantar la vista y él le dio las gracias con un movimiento de la mano. Bernardo volvió a intentarlo:
- Es la primera vez que entro aquí. No está nada mal la dama, nada mal.
El otro contestó sin volver la cabeza para mirarlo:
- Ni te lo plantees, es una estrecha y a las doce aparece cada noche su novio como un perro de presa.
Tenía una voz extraña, como de pito ronco. En la mano con que apretaba el vaso llevaba un anillo con una pequeña piedra. Iba vestido con una chaqueta de pana negra, una camisa de cuadros y unos jeans artificialmente gastados. El uniforme perfecto del pijo progre, pensó Bernardo. En ese momento pensó que le encantaría preguntarle enseguida a Claudia si lo conocía bien y qué pensaba de él. Pero se aconsejó a sí mismo calma y decidió que sería mejor esperar. Si metía a Claudia en aquel asunto se le podía ir todo de las manos. Y no se le ocurría ningún pretexto distinto de la investigación para interrogarla a ella sobre aquel sujeto sin que se mosqueara y lo atosigara con preguntas.
Noto que el otro había vuelto la cabeza hacia él y lo miraba fijamente. Movió la cabeza arriba y abajo muy levemente y a Bernardo le pareció que un asomo de sonrisa apuntaba en su boca. Le aguantó la mirada y no supo si sonreír afable o mantenerse serio. En la mirada del tal Lorenzo había algo extraño, profundo y esquivo a un tiempo. Por fin el otro habló:
- Joder, tío, yo a ti te conozco. Tú eres policía, a que sí.
No estaba preparado para ese giro de la conversación y apenas pudo reprimir un mohín de fastidio.
- ¿Por qué te lo parece?
- No es que me lo parezca. Yo tengo una memoria infalible para las caras y la tuya la he visto no hace mucho.
- Me temo que te puedes equivocar esta vez. ¿Dónde se supone que me has visto la cara?
- En una foto. Seguro.
- No voy dejando fotos por ahí ni sale mi jeta en los periódicos.
- En los periódicos no, pero no hace mucho que estuviste de fin de semana y turismo rural por Soria y te hicieron más de una foto.
Aumentaba el desconcierto. Era verdad que un par de meses antes había recorrido algunos pueblos sorianos en compañía de Claudia y habían dormido en una preciosa venta de aldea. Prefirió callar y mirar a su interlocutor del modo más inexpresivo que fue capaz. El tal Lorenzo no se cortó lo más mínimo, se tomó su tiempo, moviendo el hielo dentro de su vaso, y luego le dio un trago largo. Al fin retomó la palabra.
- Me las enseñó Claudia, tu novia o amiga, si no me equivoco. Somos compañeros en la Facultad, ¿sabes? Tenemos el mismo jefe.
Lo dijo con la mirada clavada en las botellas de la estantería de enfrente, sin volver la vista hacia Bernardo. Éste reaccionó con presteza, pese al desconcierto y a la intranquilidad que le causaban las maneras de aquel sujeto.
- Bueno, pues encantado. Me llamo Bernardo. - Y le tendió la mano.
El otro se la estrechó con ese gesto lánguido propio de beatos y sibilinos. Luego retomó su postura de antes, apoyado con un codo en la barra y sin mirar apenas a su compañero de conversación.
- Yo me llamo Lorenzo. Ya sabía que te llamas Bernardo y que trabajas en la policía.
- ¿Todo eso te lo contó Claudia? - Temía en el fondo la respuesta, pero era capaz de adivinarla. El otro le confirmó sus presagios.
- Sí. Le encanta presumir de su amigo policía.
La cabeza de Bernardo se puso a buscar consuelo. No hacía tanto que se trataba con Claudia, ella le había contado poca cosa de su vida anterior y, la verdad, él tampoco había mostrado gran curiosidad por las historias de su trabajo con que ella a veces amagaba. No sabía cómo proseguir aquella conversación que se le había ido de las manos de buenas a primeras. No fue necesario, pues Lorenzo le preguntó al cabo de unos instantes si quería otra copa. Aún tenía la anterior medio llena, pero dijo que sí y tomó un largo trago. La opulenta camarera los sirvió con aire distante, pese a que Lorenzo no le quitaba los ojos de la pechuga. Cuando se alejó, el joven profesor arrastró su banqueta para aproximarse a Bernardo.
- Esta es una zorrona, a mí no me engaña. Como la mayoría.
- Cuéntame. En cuestión de chavalas soy poco experto y medio inocente, ésa es la verdad.
Su contertulio se le quedó mirando un momento, como evaluando la seriedad de la frase. El tono de su voz, después, parecía indicar que había decidido fiarse:
- Pues ya te irá enseñando Claudia todo lo que hayas de saber. Esa novia tuya vale su peso en oro y ella sí sabe de la vida y de las gentes.
Le vino un nuevo respingo. Definitivamente era el otro el que se había hecho dominador de la situación. Pero él no quería hablar de Claudia precisamente. Algo le indicaba que tampoco le resultaría demasiado alentador lo que el otro pudiera decirle de ella.
- ¿Tú sí tienes mucha experiencia con tías?
- Mucha experiencia con tías... -Repitió la expresión y soltó una risotada antes de proseguir- Con tías nunca se tiene mucha experiencia. Pero yo conozco el otro lado, amigo, soy un clandestino. -Se quedó pensativo un momento y añadió:
- No me vayas a joder, ¿eh? Tú calladito y a Claudia ni una puta palabra de esta conversación ni de que nos hemos visto. A cambio yo te ayudo, si puedo, en lo que mandes.
- ¿Ayudarme? - La voz se le notó insegura.
- Sí, ayudarte. Porque supongo que no estás aquí por casualidad, algo andarás buscando. Y si vas de caza, estás fuera de tu territorio, así que no te vendrá mal un guía avezado.
Bernardo cayó y bebió. El otro se tomó ese silencio como una confirmación.
- Vamos a tomarnos unas copitas tú y yo mano a mano esta noche. Te enseñaré algunos chiringuitos sólo para iniciados. Que la pasma va que no se entera, colega - Y acabó con una carcajada que al policía le sonó chirriante y muy poco natural.
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