En las últimas semanas los medios de comunicación nos han traído la noticia repetida de dos niños gordos a los que la Administración decidió proteger frente a quienes los alimentaban. En un caso se arrebató la custodia a su madre y en el otro a sus abuelos, quienes, por más señas, eran asturianos. Uno se imagina a la tenaz abuela sirviéndole al nieto de sus ojos la recia fabada, bien adornada con los sensuales compangos, y rematando con ese arroz con leche requemado que lleva en su cremosidad la memoria de mantequillas de auténtica vaca sin pasteurizar. Cuántos crecimos rollizos, con muslos como pegollos y papadas premonitorias, gracias a tanto arte de abuelas y madres entregadas a los fogones y orgullosas de nuestras grasas rotundas. Ay, esas pobre mujeres serían hoy objeto de vilipendio y carne de pública lapidación, cómo se les ocurre.
Llueve sobre mojado, mojado con agua. En los últimos meses hemos asistido en este país de pijos, cuitados y meapilas a la persecución de los fumadores, el descrédito de los bebedores y la abominación de los deglutidores de hamburguesas. Nos habíamos refugiado en la gula después de tan mala propaganda de la lujuria, ésa que ya no sólo te cierra el paso a la vida eterna, sino que amenaza, al parecer, con convertir esta otra, terrena, en un sinvivir de látex. Por el pito nos han hecho retornar a la familia, pero ya ni en familia nos dejan disfrutar, al menos, de la bota de vino y la cazuela. Y si no estás a gusto, te aguantas, pues ni jugártela puedes para ver si tu suerte cambia de un trompazo. Ponte el cinturón en el coche, no corras, revísate la próstata con el esmero con que antes se cuidaban el alma los beatos, no comas berza ni lechuga de la que no conozcas el árbol genealógico, habla bajo, no digas tacos, no hagas chistes que no sean de varones heterosexuales y con la cuarentena cumplida, busca el orgasmo perfecto en los libros de autoayuda, vota ZP por el talante... Rayos y centellas, pasa más remordimientos ahora uno por tomarse una copa o comerse una lata de atún en escabeche que en tiempos de la dictadura aquella por poner en peligro a mano la médula espinal. Antes por lo menos teníamos claro –todavía me acuerdo, el general de voz aflautada murió cuando un servidor contaba diecisiete años- que la alternativa a la virtud impuesta era el rico pecado, pero ahora no nos dejan alternativa. Por entonces curas y militares estaban en contra de toda vida buena que no fuera la suya, pero al menos contabas con la complicidad de amigos, compañeros y vecinos. Ahora la peor represión es de los de al lado y hagas lo que hagas siempre va a aparecer un pepito grillo que lee todos los suplementos de los domingos, sabe los efectos cancerígenos de conservantes y emulsionantes y está cortado por el frígido patrón de una ministra de sanidad. Antes la gente tenía cuidado de obedecer, al menos si no había más remedio y mientras llegaba la escapatoria, pero ahora la gente obedece para cuidarse y no admite más placeres que los domesticados ni más disfrute que el envasado con fecha de caducidad.
Sal un día de cena con unos matrimonios comme in faut, y a ser posible que se lleven a algunos hijos suyos y del petit suisse. Y pídete un buen codillo regado con un tinto bien áspero. Verás qué miradas de reproche, qué expresiones de espanto. Y los comentarios: pero ¿vas a comerte ESO? El “eso” lo acompañan con el rictus inequívoco del que ve asomar las fauces del Maligno entre los apetitosos pliegues de la grasa churruscada. Y coges, generoso, tu botella de rioja y amagas con servirle a algún varón una buena copa y ves cómo te la rechaza con cara de ya me gustaría, ya, y un gesto que señala a sus hijos como antes se apuntaba al cabo de la guardia civil antes de mentar malamente un santo. Luego fúmate un puro bien relajado y mójale la punta en un Cardenal Mendoza, y con eso ya te aseguras varias cosas para tu tranquilidad futura: que los niñatos de plástico que tus amigos tienen por hijos no quieran volver a salir contigo y que sus padres te tengan para siempre como paradigma del cerdo de corral. Con lo que mola ir a un japonés y tomarse veinte gramos de sushi regado con agua mineral sin gas, hombre, a quién se le ocurre jugarse de esta glotona manera la salud y el prestigio social.
Los cuatro vividores que vamos quedando necesitamos urgentemente una religión. Eso mismo que no te dejan hacer si es porque te gusta, te lo permitirán si es por una cuestión de fe. Tú dejas que tu hijo se desangre porque tu dios no permite que le trasfundan sangre ajena, y el personal te respeta y hasta los jueces dudan, como mínimo. Pero tú le das a tu niño una fabada diaria y luego lo mandas a dormir la siesta en lugar de a ballet, y te quitan la custodia, te mandan el fiscal a casa y te sacan en la tele por desalmado. Pues muy fácil: di que en tu credo la faba es alimento sagrado y que hubo un profeta de tu confesión que dijo que con la fabada pone el vil mortal en contacto con los dioses aéreos. Ah, ese ya es otro cantar, es cantar de misa. Si no lo haces por placer, sino por fe, entonces cuela.
Tú te vas un día al Ganges y te revuelcas entre toda aquella mierda y tanta gente sin lavar, y todos flipan de lo espiritual que te has vuelto. En cambio, vas un día de verano por Asturias y te bañas en una playa que no tenga la bandera azul de la Unión Europea y media docena de certificados municipales de salinidad ecológica, y hasta tu suegra te dice que cómo puedes ser tan guarro y tan poco cuidadoso.
Tú te pides un día un par de langostas con cuerpo de marine USA, te pones a devorarlas con saña y seguro que aparecen dos o tres que te recuerdan que están los mares llenos de plomo, mercurio o yin sin yan, pero dices que es porque estamos en viernes de cuaresma y tu religión no te permite comer carne, y te comprenden y aplauden como si hubieras hallado la síntesis definitiva de razón y fe.
Llueve sobre mojado, mojado con agua. En los últimos meses hemos asistido en este país de pijos, cuitados y meapilas a la persecución de los fumadores, el descrédito de los bebedores y la abominación de los deglutidores de hamburguesas. Nos habíamos refugiado en la gula después de tan mala propaganda de la lujuria, ésa que ya no sólo te cierra el paso a la vida eterna, sino que amenaza, al parecer, con convertir esta otra, terrena, en un sinvivir de látex. Por el pito nos han hecho retornar a la familia, pero ya ni en familia nos dejan disfrutar, al menos, de la bota de vino y la cazuela. Y si no estás a gusto, te aguantas, pues ni jugártela puedes para ver si tu suerte cambia de un trompazo. Ponte el cinturón en el coche, no corras, revísate la próstata con el esmero con que antes se cuidaban el alma los beatos, no comas berza ni lechuga de la que no conozcas el árbol genealógico, habla bajo, no digas tacos, no hagas chistes que no sean de varones heterosexuales y con la cuarentena cumplida, busca el orgasmo perfecto en los libros de autoayuda, vota ZP por el talante... Rayos y centellas, pasa más remordimientos ahora uno por tomarse una copa o comerse una lata de atún en escabeche que en tiempos de la dictadura aquella por poner en peligro a mano la médula espinal. Antes por lo menos teníamos claro –todavía me acuerdo, el general de voz aflautada murió cuando un servidor contaba diecisiete años- que la alternativa a la virtud impuesta era el rico pecado, pero ahora no nos dejan alternativa. Por entonces curas y militares estaban en contra de toda vida buena que no fuera la suya, pero al menos contabas con la complicidad de amigos, compañeros y vecinos. Ahora la peor represión es de los de al lado y hagas lo que hagas siempre va a aparecer un pepito grillo que lee todos los suplementos de los domingos, sabe los efectos cancerígenos de conservantes y emulsionantes y está cortado por el frígido patrón de una ministra de sanidad. Antes la gente tenía cuidado de obedecer, al menos si no había más remedio y mientras llegaba la escapatoria, pero ahora la gente obedece para cuidarse y no admite más placeres que los domesticados ni más disfrute que el envasado con fecha de caducidad.
Sal un día de cena con unos matrimonios comme in faut, y a ser posible que se lleven a algunos hijos suyos y del petit suisse. Y pídete un buen codillo regado con un tinto bien áspero. Verás qué miradas de reproche, qué expresiones de espanto. Y los comentarios: pero ¿vas a comerte ESO? El “eso” lo acompañan con el rictus inequívoco del que ve asomar las fauces del Maligno entre los apetitosos pliegues de la grasa churruscada. Y coges, generoso, tu botella de rioja y amagas con servirle a algún varón una buena copa y ves cómo te la rechaza con cara de ya me gustaría, ya, y un gesto que señala a sus hijos como antes se apuntaba al cabo de la guardia civil antes de mentar malamente un santo. Luego fúmate un puro bien relajado y mójale la punta en un Cardenal Mendoza, y con eso ya te aseguras varias cosas para tu tranquilidad futura: que los niñatos de plástico que tus amigos tienen por hijos no quieran volver a salir contigo y que sus padres te tengan para siempre como paradigma del cerdo de corral. Con lo que mola ir a un japonés y tomarse veinte gramos de sushi regado con agua mineral sin gas, hombre, a quién se le ocurre jugarse de esta glotona manera la salud y el prestigio social.
Los cuatro vividores que vamos quedando necesitamos urgentemente una religión. Eso mismo que no te dejan hacer si es porque te gusta, te lo permitirán si es por una cuestión de fe. Tú dejas que tu hijo se desangre porque tu dios no permite que le trasfundan sangre ajena, y el personal te respeta y hasta los jueces dudan, como mínimo. Pero tú le das a tu niño una fabada diaria y luego lo mandas a dormir la siesta en lugar de a ballet, y te quitan la custodia, te mandan el fiscal a casa y te sacan en la tele por desalmado. Pues muy fácil: di que en tu credo la faba es alimento sagrado y que hubo un profeta de tu confesión que dijo que con la fabada pone el vil mortal en contacto con los dioses aéreos. Ah, ese ya es otro cantar, es cantar de misa. Si no lo haces por placer, sino por fe, entonces cuela.
Tú te vas un día al Ganges y te revuelcas entre toda aquella mierda y tanta gente sin lavar, y todos flipan de lo espiritual que te has vuelto. En cambio, vas un día de verano por Asturias y te bañas en una playa que no tenga la bandera azul de la Unión Europea y media docena de certificados municipales de salinidad ecológica, y hasta tu suegra te dice que cómo puedes ser tan guarro y tan poco cuidadoso.
Tú te pides un día un par de langostas con cuerpo de marine USA, te pones a devorarlas con saña y seguro que aparecen dos o tres que te recuerdan que están los mares llenos de plomo, mercurio o yin sin yan, pero dices que es porque estamos en viernes de cuaresma y tu religión no te permite comer carne, y te comprenden y aplauden como si hubieras hallado la síntesis definitiva de razón y fe.
En fin. A mí lo que en realidad me gustaría sería conocer la vida secreta de la Elena Salgado. Qué come, qué bebe y qué tal. Lo pensaré esta noche mientras me tomo unos orujos a la salud de esta sociedad que un día quiso ser laica y no lo consiguió.
Hace muchos años leí un artículo suyo sobre 'El hombre que quería ser culpable'. El artículo me llevó al libro, que también leí. ¿Recuerda el principio? El protagonista evoca su juventud, las cosas que antes podían hacer y con las que ya no puede ni soñar, y rememora los pequeños sucesos que comenzaron a cambiarlo todo, y que tanto se parecen a los que vivimos nosotros ahora. Ojalá no lleguemos a una sociedad como ésa, pero vamos camino...
ResponderEliminarA ver si se mueve el péndulo y el Estado deja un poco tranquilo al individuo y pasa a ocuparse de la sociedad. Está usurpando el puesto de la iglesia, tiene usted razón, y ya está bien.
Buenas vacaciones
jo, yo tampoco estoy de acuerdo con la ministra esta del cilicio y la abstinencia, pues disfruto como nadie de la comida y de un buen vino (aqui en la Ribera le hemos cogido especial ojeriza a la menestra desde que la tomó con el vino) pero otra cosa es ver a esos pobres niños de ocho o diez años pesando 100 kilos.
ResponderEliminarNo se, si a una madre se le quitaría sin pensar la custodia de un niño al que no alimenta... ¿por que no hacerlo tambien con una que lo va a matar de obesidad morbida y las enfermedades que eso conlleva? (por no hablar del trastorno psicologico que un niño de esas caracteristicas pueda adquirir por culpa de unos tutores negligentes.) Que no estamos hablando de algo de sobrepeso, o de niños regordetes. Estamos hablando de un enano de 10 años que pesa 100 kilos.
Hoy lo siento, pero no puedo por menos que estar de acuerdo con la decision del colegio de denunciar semejante situacion...