La diferencia más relevante entre este gobierno de pícaros y la oposición alelada que lo apoya sin querer está en el lenguaje. El gobierno y las cabezas a precio que le alivian la sequía ideológica llevan una ventaja apabullante en todo lo que tiene que ver con logos, marcas, eslóganes y nombres de las cosas. Un buen ejemplo, entre muchos, está en esa joya semiótica que encubre tantos encamamientos contra natura, los “pactos de progreso”. Para gobernar una comunidad autónoma o un ayuntamiento se juntan los del PSOE, su apéndice más íntimo, IU, un partido nacionalista de boina interna, una coalición de amos de casas (de las casas que construyen) y la confederación de bedeles baturros unidos por Dios y por la pela, y a semejante contubernio propiamente innombrable lo llaman pacto de progreso. La razón de fondo es siempre la misma, trincar coches oficiales, colocar a un par de docenas de cuñados sin oficio ni beneficio y deleitarse en el ejercicio de las competencias de urbanismo, no vaya a creerse el PP que tiene el monopolio del pelotazo hormigonado. Pero el nombre mola un montón, pacto de progreso.
¿Progreso en qué? ¿Progreso de quiénes? Ah, eso es justamente lo que oculta la etiqueta, lo que esconde el envoltorio semántico. Hay palabras con connotaciones mágicas y efectos hipnóticos, vocablos que no cuentan por lo que significan, sino por su pura sonoridad, y la de “progreso” es una de ellas. En tiempos, “progresista” era el antónimo de reaccionario, pero luego “progreso” y sus derivados fueron mutando hasta convertirse en nociones-pegatina. Uno de los hitos de tal evolución se dio en las escuelas, donde, de la mano de los pedagogos más tarambanas, la expresión “progresa adecuadamente” se utilizó para equiparar al infante aplicado y al pequeño cantamañanas descarado, zángano y con móvil de última generación. A uno le cuentan que la criatura de sus entrañas progresa adecuadamente en la escuela, y eso significa que todo va bien, aunque el jodido chaval no sepa hacer la o con un canuto y se pase las horas puteando a los maestros y tirando pedorretas. ¿Qué tal tu hijo en el cole? Progresa adecuadamente. ¿Y el tuyo? Lo mismo, hija, da gusto, qué suerte hemos tenido. A este paso acabarán de concejales, qué ilu. Concejales de progreso, casi seguro.
Luego vinieron los locutores deportivos y el progreso llegó al fútbol. Cuando el lateral, que antes se llamaba defensa, sube por la banda a millón el metro recorrido, ya no se dice que sube, avanza, corre o pierde el culo, sino que progresa por la banda, de la misma manera que lo que lleva entre las piernas ya no es un balón, sino un esférico. Así y poco a poco, el que contempla el partido con sus gordas posaderas bien asentadas y sudorosas en el sofá de Ikea no sólo se siente deportista de pro, sino partícipe privilegiado en un saber esotérico que tiene su propia jerga para iniciados.
El paso a la política estaba cantado, pues ya se sabe que el buen político se deforma en la escuela y consolida su vocación en el estadio. Basta adaptar levemente la terminología y el éxito va de suyo. En lugar de esférico se dice consenso, en lugar de carrilero, secretario general y en lugar de progresar por la banda se forma una banda y a progresar. Eso sí, lo que se hable hay que hablarlo pausado, como Zapatero, nuestro Demóstenes de peluche, y Fernández de la Vega, barbie con veneno en los pliegues. Importantísima esa lentitud de rumiante: “Vamos... (dos segundos) a establecer... (dos segundos)... un pacto... (tres segundos) de progreeeso" (largo silencio y mirada al vacío, como en un éxtasis místico). Y el espectador se va durmiendo, acunado por las pausas, aletargado por la monotonía. Y le meten a uno lo que quieran, el pacto de progreso, el proceso de paz o la lista de los reyes godos. Nanas para adultos, adormidera para votantes que aún mean las sábanas.
¿Qué es lo contrario de un pacto de progreso? ¿Un pacto de regreso? ¿Un pacto de retroceso? Qué dudas tan bobas. Es como si nos preguntamos que es lo contrario de un hipo o de una tos. No hay ni antónimos ni sinónimos, lo que importa no es la letra, sino la música. Es como si uno se topa al toro y la vaca apareándose con afán y le da por decir que están haciendo el amor. Qué amor ni qué leches de vaca, sobran las palabras, salvo que se trate de describir en serio el acontecimiento, cosa que no es plan, pues se nos jode la poesía. Pues lo del pacto de progreso, lo mismo, coyunda para darse gusto y hacer engordar la faltriquera, por mucho que lo ponga en endecasílabos el mismísimo César Antonio Molina, poeta premonitorio que en su poema “Olvido necesario” escribió aquello de “nunca tan altivo como a la hora del hundimiento”, o en aquel otro titulado “Juncos” ya parecía verlas venir cuando decía “Cómo quisiera no imaginar/ a aquél que desconozco./ Cada uno debajo de su duna/ y el sagrado simún sellando todo”.
Los del PP van a lo mismo, qué duda cabe, pero a ellos les desertan los poetastros y sus intelectuales de guardia se pasan la vida buscando lemas que rimen con España y, para colmo, sólo se les ocurre maña y caña, y acaban deslizándose por la cucaña. Pactan en Canarias, por ejemplo, y al pacto lo llaman nada más que pacto y se quedan tan oreados, como si hablaran para gente normal y despierta. Están tontos.
¿Progreso en qué? ¿Progreso de quiénes? Ah, eso es justamente lo que oculta la etiqueta, lo que esconde el envoltorio semántico. Hay palabras con connotaciones mágicas y efectos hipnóticos, vocablos que no cuentan por lo que significan, sino por su pura sonoridad, y la de “progreso” es una de ellas. En tiempos, “progresista” era el antónimo de reaccionario, pero luego “progreso” y sus derivados fueron mutando hasta convertirse en nociones-pegatina. Uno de los hitos de tal evolución se dio en las escuelas, donde, de la mano de los pedagogos más tarambanas, la expresión “progresa adecuadamente” se utilizó para equiparar al infante aplicado y al pequeño cantamañanas descarado, zángano y con móvil de última generación. A uno le cuentan que la criatura de sus entrañas progresa adecuadamente en la escuela, y eso significa que todo va bien, aunque el jodido chaval no sepa hacer la o con un canuto y se pase las horas puteando a los maestros y tirando pedorretas. ¿Qué tal tu hijo en el cole? Progresa adecuadamente. ¿Y el tuyo? Lo mismo, hija, da gusto, qué suerte hemos tenido. A este paso acabarán de concejales, qué ilu. Concejales de progreso, casi seguro.
Luego vinieron los locutores deportivos y el progreso llegó al fútbol. Cuando el lateral, que antes se llamaba defensa, sube por la banda a millón el metro recorrido, ya no se dice que sube, avanza, corre o pierde el culo, sino que progresa por la banda, de la misma manera que lo que lleva entre las piernas ya no es un balón, sino un esférico. Así y poco a poco, el que contempla el partido con sus gordas posaderas bien asentadas y sudorosas en el sofá de Ikea no sólo se siente deportista de pro, sino partícipe privilegiado en un saber esotérico que tiene su propia jerga para iniciados.
El paso a la política estaba cantado, pues ya se sabe que el buen político se deforma en la escuela y consolida su vocación en el estadio. Basta adaptar levemente la terminología y el éxito va de suyo. En lugar de esférico se dice consenso, en lugar de carrilero, secretario general y en lugar de progresar por la banda se forma una banda y a progresar. Eso sí, lo que se hable hay que hablarlo pausado, como Zapatero, nuestro Demóstenes de peluche, y Fernández de la Vega, barbie con veneno en los pliegues. Importantísima esa lentitud de rumiante: “Vamos... (dos segundos) a establecer... (dos segundos)... un pacto... (tres segundos) de progreeeso" (largo silencio y mirada al vacío, como en un éxtasis místico). Y el espectador se va durmiendo, acunado por las pausas, aletargado por la monotonía. Y le meten a uno lo que quieran, el pacto de progreso, el proceso de paz o la lista de los reyes godos. Nanas para adultos, adormidera para votantes que aún mean las sábanas.
¿Qué es lo contrario de un pacto de progreso? ¿Un pacto de regreso? ¿Un pacto de retroceso? Qué dudas tan bobas. Es como si nos preguntamos que es lo contrario de un hipo o de una tos. No hay ni antónimos ni sinónimos, lo que importa no es la letra, sino la música. Es como si uno se topa al toro y la vaca apareándose con afán y le da por decir que están haciendo el amor. Qué amor ni qué leches de vaca, sobran las palabras, salvo que se trate de describir en serio el acontecimiento, cosa que no es plan, pues se nos jode la poesía. Pues lo del pacto de progreso, lo mismo, coyunda para darse gusto y hacer engordar la faltriquera, por mucho que lo ponga en endecasílabos el mismísimo César Antonio Molina, poeta premonitorio que en su poema “Olvido necesario” escribió aquello de “nunca tan altivo como a la hora del hundimiento”, o en aquel otro titulado “Juncos” ya parecía verlas venir cuando decía “Cómo quisiera no imaginar/ a aquél que desconozco./ Cada uno debajo de su duna/ y el sagrado simún sellando todo”.
Los del PP van a lo mismo, qué duda cabe, pero a ellos les desertan los poetastros y sus intelectuales de guardia se pasan la vida buscando lemas que rimen con España y, para colmo, sólo se les ocurre maña y caña, y acaban deslizándose por la cucaña. Pactan en Canarias, por ejemplo, y al pacto lo llaman nada más que pacto y se quedan tan oreados, como si hablaran para gente normal y despierta. Están tontos.
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