Mucho me tranquilizó leer en un reciente número del cultural de ABC, creo, una andanada, puede que de Ignacio Fernández de Castro –no estoy seguro tampoco de esto- sobre los mitos y los cuentos sobre los que se eleva el arte contemporáneo, mezcla de impostura y propaganda. No encuentro ahora esas páginas y siento no poder copiar aquí unos buenos párrafos.
De ese arte entiendo bien poco, ni voy a entender jamás, salvo que decida ponerme estupendo y tirar p´alante. Pero la literatura sí me interesa y he de confesar que cada día se me atragantan más los autores del canon actual, que me temo que está hecho también a golpe de confabulación crítica y mamoneo editorial. Se me atoran muchas obras de las que se dicen imprescindibles y dejo cada vez más libros a medio leer. Al principio me desasosegaba y me daba complejo ese proceder. Ahora simplemente me cabreo y ya no me da corte ante mi mismo.
El último caso lo estoy sufriendo con una novela de César Aira, prolífico y muy promocionado autor argentino, del que suelen afirmar las crónicas que es inclasificable, como si eso fuera ya una ventaja. La pieza se titula Las noches de Flores y tiene sólo 140 páginas en edición de bolsillo y letra bien legible. Es lo más legible, el tamaño de la letra. Noche tras noche leo cuatro o cinco páginas y o bien me cabreo o bien me duermo; o ambas cosas. Y no es la primera obra de este autor con la que acabo sumido en la perplejidad y la impaciencia más feroz.
Trata de un matrimonio entrado en años que en plena crisis económica argentina se dedica a repartir pizzas a domicilio y lo hace a pie, no en motocicleta como sus jóvenes compañeros. Trata de eso supuestamente, pero, en realidad, de todo y de nada. Porque se dice que han ocurrido cosas –un secuestro, una investigación policial, un fiscal atareado-, pero ése es el trasfondo, ya que las páginas van pasando como si un miope contemplara sin gafas una realidad que se le escapa. Ni chicha ni limoná. Puede que su arte, para mí tan incomprensible, radique en el aire de improvisación. Demonios, eso sé hacerlo hasta yo, si me pongo. Pero me daría corte y de mi escrito nadie diría que qué bien, vaya prosa y qué ignotas profundidades se adivinan bajo la superficie superficial.
Creo que el procedimiento es tal que así. Usted piense cualquier cosa para echar a andar e ir emborronando páginas. Por ejemplo, que un hombre camina bajo la lluvia con un paraguas azul y demasiado grande. El hombre va recordando que de pequeño tuvo un paraguas verde que le regaló su tía Maruja y que su tía murió de susto al encontrarse una cucaracha en el bidé. Luego échese unos párrafos glosando las sensaciones de la cucaracha mientras se ahogaba cañería abajo y, ya que estamos con cañerías, cuente que había una vez un fontanero que vivía obsesionado con las tuercas y las coleccionaba de todos los colores, tanto que su mujer lo dejó porque pensaba que al señor le faltaba un tornillo. Y después esa señora emigró a la Tierra del Fuego, donde pretendía aclimatar los geranios que se había llevado de casa, pero se le morían y llamó a un jardinero experto, del que se enamoró porque era bizco y le recordaba a un tío político suyo al que adoraba de pequeña porque le cantaba tangos mientras le tocaba las nalgas. Y acabe con que deja de llover y el paisano aquel del principio cierra su paraguas y entra en el supermercado a comprar unos bastoncillos para limpiarse los oídos. Entremedias, márquese unas reflexiones aparentemente sesudas sobre cómo la televisión aliena al pueblo porque lo tiene todo el rato pendiente de las noticias del tiempo, y sobre la incomunicación entre los del Norte y los del Sur. ¿El Norte y el Sur de dónde? Da igual, se trata de darle a esa joya literaria un tono ensayístico y reflexivo, para hacer patente que son ficticias las fronteras entre los géneros y tal y cual y esto y lo otro.
Ya imagino las críticas. La nueva narrativa argentina –o leonesa o compostelana o riojana- ha roto con el boom a base de una construcción fragmentada que toma posesión de una realidad polivalente y abstracta que desubica al lector para hacerlo sutilmente consciente de los influjos policéntricos que adornan su ser-en-sí que no es más que un ser-para-los-otros-pero-en-soledad y sobredetermina la aspiración expresiva que se acompasa con el descarte de lo inmediato y lo concreto para elevarse a una improvisada inmanencia de lo intempestivo inminente. Con un par de críticas así en el Babelia y en unas cuantas revistas para masocas, y con que tenga usted una prima que siempre le amó en secreto y que le hace el trabajo sucio con el editor, ya va lanzado para el nobel y le traducen al catalán y al checo.
Se impone el retorno a Corín Tellado y a Marcial Lafuente Estefanía, al paso que vamos. Antes, esta misma noche, me voy a leer un par de prospectos de medicinas y las instrucciones en japonés de mi nueva lavadora, y me dormiré perpetrando unas tesis sobre las relaciones entre estética de la recepción y que te den por la hermenéutica. Y mañana me llevo la noveluca al Musac y me duermo en mitad de una sala vacía llena de arte, para que todos piensen que estoy instalado y se vayan arrepentidos por no haberse atrevido a interactuar conmigo, ya que estamos.
Manda güevos.
De ese arte entiendo bien poco, ni voy a entender jamás, salvo que decida ponerme estupendo y tirar p´alante. Pero la literatura sí me interesa y he de confesar que cada día se me atragantan más los autores del canon actual, que me temo que está hecho también a golpe de confabulación crítica y mamoneo editorial. Se me atoran muchas obras de las que se dicen imprescindibles y dejo cada vez más libros a medio leer. Al principio me desasosegaba y me daba complejo ese proceder. Ahora simplemente me cabreo y ya no me da corte ante mi mismo.
El último caso lo estoy sufriendo con una novela de César Aira, prolífico y muy promocionado autor argentino, del que suelen afirmar las crónicas que es inclasificable, como si eso fuera ya una ventaja. La pieza se titula Las noches de Flores y tiene sólo 140 páginas en edición de bolsillo y letra bien legible. Es lo más legible, el tamaño de la letra. Noche tras noche leo cuatro o cinco páginas y o bien me cabreo o bien me duermo; o ambas cosas. Y no es la primera obra de este autor con la que acabo sumido en la perplejidad y la impaciencia más feroz.
Trata de un matrimonio entrado en años que en plena crisis económica argentina se dedica a repartir pizzas a domicilio y lo hace a pie, no en motocicleta como sus jóvenes compañeros. Trata de eso supuestamente, pero, en realidad, de todo y de nada. Porque se dice que han ocurrido cosas –un secuestro, una investigación policial, un fiscal atareado-, pero ése es el trasfondo, ya que las páginas van pasando como si un miope contemplara sin gafas una realidad que se le escapa. Ni chicha ni limoná. Puede que su arte, para mí tan incomprensible, radique en el aire de improvisación. Demonios, eso sé hacerlo hasta yo, si me pongo. Pero me daría corte y de mi escrito nadie diría que qué bien, vaya prosa y qué ignotas profundidades se adivinan bajo la superficie superficial.
Creo que el procedimiento es tal que así. Usted piense cualquier cosa para echar a andar e ir emborronando páginas. Por ejemplo, que un hombre camina bajo la lluvia con un paraguas azul y demasiado grande. El hombre va recordando que de pequeño tuvo un paraguas verde que le regaló su tía Maruja y que su tía murió de susto al encontrarse una cucaracha en el bidé. Luego échese unos párrafos glosando las sensaciones de la cucaracha mientras se ahogaba cañería abajo y, ya que estamos con cañerías, cuente que había una vez un fontanero que vivía obsesionado con las tuercas y las coleccionaba de todos los colores, tanto que su mujer lo dejó porque pensaba que al señor le faltaba un tornillo. Y después esa señora emigró a la Tierra del Fuego, donde pretendía aclimatar los geranios que se había llevado de casa, pero se le morían y llamó a un jardinero experto, del que se enamoró porque era bizco y le recordaba a un tío político suyo al que adoraba de pequeña porque le cantaba tangos mientras le tocaba las nalgas. Y acabe con que deja de llover y el paisano aquel del principio cierra su paraguas y entra en el supermercado a comprar unos bastoncillos para limpiarse los oídos. Entremedias, márquese unas reflexiones aparentemente sesudas sobre cómo la televisión aliena al pueblo porque lo tiene todo el rato pendiente de las noticias del tiempo, y sobre la incomunicación entre los del Norte y los del Sur. ¿El Norte y el Sur de dónde? Da igual, se trata de darle a esa joya literaria un tono ensayístico y reflexivo, para hacer patente que son ficticias las fronteras entre los géneros y tal y cual y esto y lo otro.
Ya imagino las críticas. La nueva narrativa argentina –o leonesa o compostelana o riojana- ha roto con el boom a base de una construcción fragmentada que toma posesión de una realidad polivalente y abstracta que desubica al lector para hacerlo sutilmente consciente de los influjos policéntricos que adornan su ser-en-sí que no es más que un ser-para-los-otros-pero-en-soledad y sobredetermina la aspiración expresiva que se acompasa con el descarte de lo inmediato y lo concreto para elevarse a una improvisada inmanencia de lo intempestivo inminente. Con un par de críticas así en el Babelia y en unas cuantas revistas para masocas, y con que tenga usted una prima que siempre le amó en secreto y que le hace el trabajo sucio con el editor, ya va lanzado para el nobel y le traducen al catalán y al checo.
Se impone el retorno a Corín Tellado y a Marcial Lafuente Estefanía, al paso que vamos. Antes, esta misma noche, me voy a leer un par de prospectos de medicinas y las instrucciones en japonés de mi nueva lavadora, y me dormiré perpetrando unas tesis sobre las relaciones entre estética de la recepción y que te den por la hermenéutica. Y mañana me llevo la noveluca al Musac y me duermo en mitad de una sala vacía llena de arte, para que todos piensen que estoy instalado y se vayan arrepentidos por no haberse atrevido a interactuar conmigo, ya que estamos.
Manda güevos.
Ilmo sr catedrático
ResponderEliminarreferente al comentario que hace Vd sobre el libro que está leyendo, encuentro una absurdez que haga una crítica cuando lo más fácil es que si el libro no tiene ni chicha ni limoná, ni tiene nada interesante que leer (deje de leer esa mierda de libros). pORQUE ME ESTÁ DEMOSTRANDO vD QUE ES TAN ABURRIDO COMO EL LIBELO QUE ESTÁ LEYENDo.
Hablando de Cultura, hay un tipo brillante en la blogosfera que merece ser leido hoy: http://www.enriquedans.com/
ResponderEliminarparece que la "blogosfera" está de fiesta.