Me he reído un buen rato con esta noticia que viene hoy en El Mundo, escrita, ciertamente, con muy mala leche. Supongo que no es para menos. ¿Fundará Garzón un Opus Iuris algún día y será canonizado junto a Justiniano y el Dioni? Cada uno tiene su Camino, está claro. Y las ovejillas andan necesitadas de pastores...
Vean la noticia:
Garzón 'levita' en el Festival de la Espiritualidad: «Siempre quise ser más que un juez» Pide en Edimburgo reconocimiento a su papel pionero en la creación de la «Justicia universal» EDUARDO SUAREZ. Enviado especial.
EDIMBURGO.- Lo del juez Garzón ayer en Edimburgo fue una experiencia religiosa. Lo fue para él, que predicaba por primera vez en una iglesia. Y lo fue desde luego para la fervorosa feligresía que poblaba los bancos de la parroquia episcopaliana de San Juan, deseosa de ver en carne mortal al hombre que puso en un brete a Pinochet. «Siempre quise ser más que un juez», afirmó a los oyentes.
El programa del Festival de Espiritualidad y Paz de Edimburgo lo presentaba como «el superjuez» y lo cierto es que super-Garzón cumplió su papel con creces, presentándose como el pionero absoluto de la Justicia universal, regodeándose en cada detalle del asalto a la inmunidad del tirano chileno y refiriéndose a sí mismo en tercera persona como si no fuera el propio Garzón quien estaba hablando. «No sé si soy o no un activista», proclamó, «pero sí he tratado de ejercer mi oficio de juez como si fuera algo más que un mero aplicador de normas».
El magistrado se apareció -prácticamente levitó- sobre el altar de la iglesia poco después del mediodía, acompañado de su mujer y del director del Comité de Apoyo al Tíbet, Alán Cantos. De traje, demasiado formal, como un vendedor de Cortefiel en un concierto de Raimon... Porque la audiencia no eran precisamente las abuelitas del Domund sino una extraña mezcla de ecologistas, laboristas de izquierdas, sacerdotes y gays cristianos.
El traje fue lo de menos. Desde el principio se vio que era una parroquia entregada. No más de 100 incondicionales. Muchos de ellos chilenos, cuya colonia en Escocia ronda el medio millar. Uno de ellos tomó la palabra al final del acto: «Estábamos ansiosos de conversarlo, de verlo, de mirarlo, sabemos que hay personas que le odian, pero hay muchos que lo amamos...».
Con semejante declaración de amor, ¿cómo no sucumbir siquiera levemente a la autocomplacencia? Garzón no pudo evitarlo. Sucumbió. Se puso el traje de superhéroe, cargó las alforjas de edulcorante y se abandonó al onanismo intelectual: «Muchas veces me preguntan que por qué tomé esas decisiones. Y la respuesta siempre es la misma: porque no se podían dejar de tomar. ¿Que por qué no lo ha hecho nadie antes? No lo sé. Sólo hay que analizar los riesgos y llegar hasta el final. Y créanme que no pasa nada».
«Algunos dicen que soy incansable», añadió, «no es cierto. A veces uno se cansa, pero es difícil desfallecer cuando tienes experiencias tan intensas como la del 96, cuando tres mujeres mayores, con pañuelos blancos en la cabeza, tocaron en la puerta de mi despacho y me dijeron: 'Gracias porque es la primera vez que alguien investiga la desaparición de nuestros hijos'. Yo les dije sencillamente: 'Para eso nos pagan'».
Desde luego, como predicador no tiene precio. Alguna tecla debieron de tocar en el ex alumno del seminario de Jaén el altar engalanado, los libros de himnos en los bancos, la melodiosa flauta dulce que abrió el acto, la poltrona casi episcopal desde la que hablaba... porque lo cierto es que el juez Garzón se trasfiguró ayer en una especie de justiciero universal, perseguidor implacable de todos los villanos.
¿De todos? Bueno, de todos no. Con Bush y Blair el justiciero se arruga. Cuando alguien del público le preguntó entre vítores cómo se les podía llevar a los tribunales, Garzón torció el gesto y remó contracorriente: «Yo siempre he dicho que no debe uno ir a buscar justicia fuera». O sea que con Pinochet sí y con Bush no, debió de pensar el espectador medio del acto. Tal vez por eso, Garzón se apresuró a sacar el pedigrí antiamericano: «Para mí es muy grave que hayan muerto en Irak miles de personas. Y lo digo con la legitimidad que me da haber estado desde el primer momento contra la guerra. En cuanto a Blair y Bush, puede haber responsabilidades y tarde o temprano es probable que llegue el momento de abordarlas. A aquéllos que iniciaron esos hechos algún día habrá que exigirles una responsabilidad penal».
Pero las querellas que vayan mejor a otros juzgados: «Yo en un caso así estoy completamente contaminado pues he sostenido una posición pública y muy beligerante contra la guerra».
En una atmósfera como la de ayer, aquello no podía terminar sino en el martirio: «Por mis opiniones sobre Irak me abrió dos investigaciones el órgano de gobierno de los jueces en España [el CGPJ]. Estaba dispuesto a perder la carrera judicial por defender aquello en lo que creía».
Irak y Pinochet no fueron los únicos temas. El anfitrión, el prestigioso abogado escocés Derek Ogg, le mencionó a Garzón su papel en la investigación de la trama de los GAL, algo que pilló con el pie cambiado al protagonista, que desvió como pudo la pregunta relacionando el terrorismo de Estado con Guantánamo y devolviendo el morlaco -no pregunten cómo- a los territorios de las dictaduras latinoamericanas, que era de lo que tocaba hablar ayer. Ni palabra de sus devaneos entonces y ahora con la política, ni de sus años en el Gobierno de Felipe González.
Se habló también del Tíbet y de la querella que se ha presentado en la Audiencia Nacional por crímenes contra la Humanidad contra el régimen chino. Aquí el juez se puso misterioso: «No creo que desvele aquí ningún secreto de Estado al decir que el ministro español de Exteriores, que es muy amigo mío, me dijo antes del viaje de Zapatero a China: '¿Cómo hacer para que no interfiera [el caso del Tíbet]?'. Yo le dije: 'Muy fácil. Dándole órdenes al fiscal para activar el caso. Porque el fiscal general en este caso no ha hecho nada. Bueno, por lo menos no ha interferido como hizo el Gobierno anterior en los procesos argentino o chileno... La Justicia universal es la panacea pero no es nada fácil'».
Inesperadamente el de ayer fue un sermón a dos voces: La voz aflautada de Garzón y la voz sugerente de la intérprete, que iba traduciendo sobre la marcha lo que decía el juez en lo que en algunas fases se antojaba un número de ventriloquía.
Cualquiera hubiera esperado más del magistrado de la Audiencia Nacional, que ha disfrutado de una excedencia reciente precisamente aprendiendo inglés en Estados Unidos. Sin embargo, Garzón no se aventuró más allá de las primeras palabras que es casi mejor no traducir: «My English is not good. It's better translator. Time is very quick». Genio y figura.
El Festival de la Espiritualidad y la Paz es uno de los muchos eventos que en agosto hacen que bulla la agenda cultural de la ciudad de Edimburgo. Al frente está el sacerdote Donald Reid y el programa es una extraña mezcla de 'ecopacifismo', buenas intenciones y religiosidad 'new age'.
La charla de Garzón es sólo la punta del iceberg de un programa rico en excentricidades. El favorito del público este año ha sido Lionel Blue, un rabino 'gay' que ha hablado sobre sus experiencias como homosexual en el mundo de la religión y como hombre religioso entre los homosexuales. El sacerdote Abott C. Jamison y la monja budista Ajahn Candasiri han dialogado sobre los inescrutables caminos que conducen a la paz interior.
Y el reverendo Christopher Goodwins ha firmado ejemplares de su Biblia en verso. Como lo oyen, sí: la Biblia en verso.
Por lo demás el cartel es muy variopinto. Hay conciertos de música de arpa, minutos de silencio y meditaciones zen. También se programan vigilias por la paz, recitales poéticos y talleres de caligrafía y eficiencia energética. Ayer por la tarde se celebraba uno de los actos más llamativos: un certamen de recitación coránica organizado por la mezquita de Edimburgo. Quienes se acercaran podían disfrutar además de un taller de caligrafía en árabe.
El programa del Festival de Espiritualidad y Paz de Edimburgo lo presentaba como «el superjuez» y lo cierto es que super-Garzón cumplió su papel con creces, presentándose como el pionero absoluto de la Justicia universal, regodeándose en cada detalle del asalto a la inmunidad del tirano chileno y refiriéndose a sí mismo en tercera persona como si no fuera el propio Garzón quien estaba hablando. «No sé si soy o no un activista», proclamó, «pero sí he tratado de ejercer mi oficio de juez como si fuera algo más que un mero aplicador de normas».
El magistrado se apareció -prácticamente levitó- sobre el altar de la iglesia poco después del mediodía, acompañado de su mujer y del director del Comité de Apoyo al Tíbet, Alán Cantos. De traje, demasiado formal, como un vendedor de Cortefiel en un concierto de Raimon... Porque la audiencia no eran precisamente las abuelitas del Domund sino una extraña mezcla de ecologistas, laboristas de izquierdas, sacerdotes y gays cristianos.
El traje fue lo de menos. Desde el principio se vio que era una parroquia entregada. No más de 100 incondicionales. Muchos de ellos chilenos, cuya colonia en Escocia ronda el medio millar. Uno de ellos tomó la palabra al final del acto: «Estábamos ansiosos de conversarlo, de verlo, de mirarlo, sabemos que hay personas que le odian, pero hay muchos que lo amamos...».
Con semejante declaración de amor, ¿cómo no sucumbir siquiera levemente a la autocomplacencia? Garzón no pudo evitarlo. Sucumbió. Se puso el traje de superhéroe, cargó las alforjas de edulcorante y se abandonó al onanismo intelectual: «Muchas veces me preguntan que por qué tomé esas decisiones. Y la respuesta siempre es la misma: porque no se podían dejar de tomar. ¿Que por qué no lo ha hecho nadie antes? No lo sé. Sólo hay que analizar los riesgos y llegar hasta el final. Y créanme que no pasa nada».
«Algunos dicen que soy incansable», añadió, «no es cierto. A veces uno se cansa, pero es difícil desfallecer cuando tienes experiencias tan intensas como la del 96, cuando tres mujeres mayores, con pañuelos blancos en la cabeza, tocaron en la puerta de mi despacho y me dijeron: 'Gracias porque es la primera vez que alguien investiga la desaparición de nuestros hijos'. Yo les dije sencillamente: 'Para eso nos pagan'».
Desde luego, como predicador no tiene precio. Alguna tecla debieron de tocar en el ex alumno del seminario de Jaén el altar engalanado, los libros de himnos en los bancos, la melodiosa flauta dulce que abrió el acto, la poltrona casi episcopal desde la que hablaba... porque lo cierto es que el juez Garzón se trasfiguró ayer en una especie de justiciero universal, perseguidor implacable de todos los villanos.
¿De todos? Bueno, de todos no. Con Bush y Blair el justiciero se arruga. Cuando alguien del público le preguntó entre vítores cómo se les podía llevar a los tribunales, Garzón torció el gesto y remó contracorriente: «Yo siempre he dicho que no debe uno ir a buscar justicia fuera». O sea que con Pinochet sí y con Bush no, debió de pensar el espectador medio del acto. Tal vez por eso, Garzón se apresuró a sacar el pedigrí antiamericano: «Para mí es muy grave que hayan muerto en Irak miles de personas. Y lo digo con la legitimidad que me da haber estado desde el primer momento contra la guerra. En cuanto a Blair y Bush, puede haber responsabilidades y tarde o temprano es probable que llegue el momento de abordarlas. A aquéllos que iniciaron esos hechos algún día habrá que exigirles una responsabilidad penal».
Pero las querellas que vayan mejor a otros juzgados: «Yo en un caso así estoy completamente contaminado pues he sostenido una posición pública y muy beligerante contra la guerra».
En una atmósfera como la de ayer, aquello no podía terminar sino en el martirio: «Por mis opiniones sobre Irak me abrió dos investigaciones el órgano de gobierno de los jueces en España [el CGPJ]. Estaba dispuesto a perder la carrera judicial por defender aquello en lo que creía».
Irak y Pinochet no fueron los únicos temas. El anfitrión, el prestigioso abogado escocés Derek Ogg, le mencionó a Garzón su papel en la investigación de la trama de los GAL, algo que pilló con el pie cambiado al protagonista, que desvió como pudo la pregunta relacionando el terrorismo de Estado con Guantánamo y devolviendo el morlaco -no pregunten cómo- a los territorios de las dictaduras latinoamericanas, que era de lo que tocaba hablar ayer. Ni palabra de sus devaneos entonces y ahora con la política, ni de sus años en el Gobierno de Felipe González.
Se habló también del Tíbet y de la querella que se ha presentado en la Audiencia Nacional por crímenes contra la Humanidad contra el régimen chino. Aquí el juez se puso misterioso: «No creo que desvele aquí ningún secreto de Estado al decir que el ministro español de Exteriores, que es muy amigo mío, me dijo antes del viaje de Zapatero a China: '¿Cómo hacer para que no interfiera [el caso del Tíbet]?'. Yo le dije: 'Muy fácil. Dándole órdenes al fiscal para activar el caso. Porque el fiscal general en este caso no ha hecho nada. Bueno, por lo menos no ha interferido como hizo el Gobierno anterior en los procesos argentino o chileno... La Justicia universal es la panacea pero no es nada fácil'».
Inesperadamente el de ayer fue un sermón a dos voces: La voz aflautada de Garzón y la voz sugerente de la intérprete, que iba traduciendo sobre la marcha lo que decía el juez en lo que en algunas fases se antojaba un número de ventriloquía.
Cualquiera hubiera esperado más del magistrado de la Audiencia Nacional, que ha disfrutado de una excedencia reciente precisamente aprendiendo inglés en Estados Unidos. Sin embargo, Garzón no se aventuró más allá de las primeras palabras que es casi mejor no traducir: «My English is not good. It's better translator. Time is very quick». Genio y figura.
El Festival de la Espiritualidad y la Paz es uno de los muchos eventos que en agosto hacen que bulla la agenda cultural de la ciudad de Edimburgo. Al frente está el sacerdote Donald Reid y el programa es una extraña mezcla de 'ecopacifismo', buenas intenciones y religiosidad 'new age'.
La charla de Garzón es sólo la punta del iceberg de un programa rico en excentricidades. El favorito del público este año ha sido Lionel Blue, un rabino 'gay' que ha hablado sobre sus experiencias como homosexual en el mundo de la religión y como hombre religioso entre los homosexuales. El sacerdote Abott C. Jamison y la monja budista Ajahn Candasiri han dialogado sobre los inescrutables caminos que conducen a la paz interior.
Y el reverendo Christopher Goodwins ha firmado ejemplares de su Biblia en verso. Como lo oyen, sí: la Biblia en verso.
Por lo demás el cartel es muy variopinto. Hay conciertos de música de arpa, minutos de silencio y meditaciones zen. También se programan vigilias por la paz, recitales poéticos y talleres de caligrafía y eficiencia energética. Ayer por la tarde se celebraba uno de los actos más llamativos: un certamen de recitación coránica organizado por la mezquita de Edimburgo. Quienes se acercaran podían disfrutar además de un taller de caligrafía en árabe.
Llevo tiempo buscando la solución a estos michelines antiprogresistas que atormentan mi figura. Le ruego que no se ande con rodeos y me indique con claridad dónde chupar del bote, eso sí, sin que parezca que lo hago.
ResponderEliminarLe estaré eventualemtne agradecido.