Esto es Jauja. Una Jauja invertida (¿o es más correcto decir inversa?), pero Jauja. Con una lógica muy rara, ciertamente. Por ejemplo, la inmensa mayoría del profesorado universitario está en radical desacuerdo con los turbios manejos de ministerios y CRUEles rectores, pero no hay tu tía, se haga lo que se haga y se diga lo que se diga, no hay hijo de madre que pare esta caída en picado de lo que antes merecía el nombre de universidad y ahora es una boñiga llena de moscas con portafolio.
Pero, mira por donde, en temas más de Estado basta que se reúnan cuatro capullos y hagan un poco de ruido, para que se tambalee hasta el esqueleto constitucional. Dos tercios de los habitantes de Cataluña pasan completamente de autonomía, nacionalismo, Estatuto, sus políticos y la madre que los fundó, pero ellos –y algún Forrest cazurro- siguen a lo suyo y en un dos por tres ponen patas arriba el orden territorial del Estado, cambian las reglas del juego constitucional, amenazan al Tribunal Constitucional con armar la de Zeus si intenta pararles los pies Carta Magna en mano y, por si acaso, ya van preparando un referéndum que ganarán con una participación del veinte por ciento de los ciudadanos mayores de edad, mientras los otros se abanican o juegan al tresillo al calor del brasero de la abuela.
¿Y lo de la Monarquía? No soy monárquico, aclaro, pero tampoco antimonárquico. Con los jefes de Estado pasa como con el vagón de cola de los trenes. Ya saben, había uno que decía que, puesto que el último vagón era el que más sufría en los descarrilamientos, lo mejor sería suprimirlo. Pues con los jefes de Estado igual. Porque lo de las monarquías es irracional y pintoresco, ciertamente, pero en este país da auténtico pánico pensar en un Jefe de Estado democráticamente elegido. Como esté en liza Jesulín de Ubrique, sale seguro. O Zapatero, que viene a ser lo mismo, pero con menos arte y más mala follá.
Dicho todo eso: ¿será posible que nos vayamos a cuestionar la Monarquía no cuando nos da la gana, sino cuando se confabulan tres descerebrados que queman unos retratos, unos cuantos periodistas que se dan la mano desde sus próximos extremos y un fiscal del Estado a las órdenes de un lumbrera semioligofrénico que sueña con presidir la Tercera República Española? Ponen a uno en una situación sorprendente, pues volvemos a lo de tantas veces: si todos ésos son los que se van a cargar la Corona, ganas dan de defenderla, para que se fastidien y se vayan a tomar otros vientos. Luego ya debatiremos en serio y con libertad nosotros, cuando nos dé la gana.
Es pistonudo. Primero pasan décadas en que nadie dice ni pío de la Familia Real, salvo repetir hasta el hastío unos pocos tópicos apolillados sobre su importante papel vertebrador, aglutinador, trifásico y peristáltico. Y en cuanto cuatro cantamañanas tocan el silbato, se cambia de tercio y es hora de despellejar a destajo. Pues ni lo uno ni lo otro, no nos da la gana que nos manejen así: ahora no se puede, ahora la puntita nada más, ahora dale caña. No.
Y, sin duda, aquí falta un rasero común. ¿Podemos meternos con la gente o sólo con quien nos digan? ¿Está bien que los medios de comunicación destripen intimidades de los personajes públicos y de quienes ocupan las altas magistraturas del Estado o no? Porque si es que sí, adelante con todos y sin reparar en gastos. Por ejemplo, ¿se acuerdan de cómo se puso don Zapatero cuando, al principio de su mandato (por llamarlo de alguna manera), un periódico osó sacar una foto de sus hijas del alma? Bueno, pues si se puede sembrar bromas, cotilleos, rumores o insidias sobre Letizia o su marido, lo mismito con Sonsoles, José Luis y sus vástagas (no es errata, es que estoy muy modelno y feministón hoy). Si no, va a parecer que el Rey es él, no me digan que no.
Como lo de las banderas. He escrito a menudo que me hace poca gracia el culto a ciertos símbolos. Ahora bien, si la tomamos con las banderas, la tomamos con todas. Un buen amigo me hacía ver ayer lo siguiente: ¿qué dirían Carod, Montilla & Cia si mañana alguien quemara una bandera catalana? Qué escándalo, cuánto dolor, que rasgarse de vestiduras, qué manera de llamar desalmado y facha al autor del desaguisado. Y estoy seguro de que hasta el lelo presidencial, su escudera de cartón y su fiscal articulado exigirían la aplicación inmediata del Código Penal con la máxima contundencia posible. Entonces, ¿en qué carajo quedamos? ¿A qué jugamos aquí? ¿Ha vuelto el feudalismo y esto va por estamentos? ¿Ya no hay una ley igual para todos, sino que rigen distintos estatutos jurídicos personales?
Pero, mira por donde, en temas más de Estado basta que se reúnan cuatro capullos y hagan un poco de ruido, para que se tambalee hasta el esqueleto constitucional. Dos tercios de los habitantes de Cataluña pasan completamente de autonomía, nacionalismo, Estatuto, sus políticos y la madre que los fundó, pero ellos –y algún Forrest cazurro- siguen a lo suyo y en un dos por tres ponen patas arriba el orden territorial del Estado, cambian las reglas del juego constitucional, amenazan al Tribunal Constitucional con armar la de Zeus si intenta pararles los pies Carta Magna en mano y, por si acaso, ya van preparando un referéndum que ganarán con una participación del veinte por ciento de los ciudadanos mayores de edad, mientras los otros se abanican o juegan al tresillo al calor del brasero de la abuela.
¿Y lo de la Monarquía? No soy monárquico, aclaro, pero tampoco antimonárquico. Con los jefes de Estado pasa como con el vagón de cola de los trenes. Ya saben, había uno que decía que, puesto que el último vagón era el que más sufría en los descarrilamientos, lo mejor sería suprimirlo. Pues con los jefes de Estado igual. Porque lo de las monarquías es irracional y pintoresco, ciertamente, pero en este país da auténtico pánico pensar en un Jefe de Estado democráticamente elegido. Como esté en liza Jesulín de Ubrique, sale seguro. O Zapatero, que viene a ser lo mismo, pero con menos arte y más mala follá.
Dicho todo eso: ¿será posible que nos vayamos a cuestionar la Monarquía no cuando nos da la gana, sino cuando se confabulan tres descerebrados que queman unos retratos, unos cuantos periodistas que se dan la mano desde sus próximos extremos y un fiscal del Estado a las órdenes de un lumbrera semioligofrénico que sueña con presidir la Tercera República Española? Ponen a uno en una situación sorprendente, pues volvemos a lo de tantas veces: si todos ésos son los que se van a cargar la Corona, ganas dan de defenderla, para que se fastidien y se vayan a tomar otros vientos. Luego ya debatiremos en serio y con libertad nosotros, cuando nos dé la gana.
Es pistonudo. Primero pasan décadas en que nadie dice ni pío de la Familia Real, salvo repetir hasta el hastío unos pocos tópicos apolillados sobre su importante papel vertebrador, aglutinador, trifásico y peristáltico. Y en cuanto cuatro cantamañanas tocan el silbato, se cambia de tercio y es hora de despellejar a destajo. Pues ni lo uno ni lo otro, no nos da la gana que nos manejen así: ahora no se puede, ahora la puntita nada más, ahora dale caña. No.
Y, sin duda, aquí falta un rasero común. ¿Podemos meternos con la gente o sólo con quien nos digan? ¿Está bien que los medios de comunicación destripen intimidades de los personajes públicos y de quienes ocupan las altas magistraturas del Estado o no? Porque si es que sí, adelante con todos y sin reparar en gastos. Por ejemplo, ¿se acuerdan de cómo se puso don Zapatero cuando, al principio de su mandato (por llamarlo de alguna manera), un periódico osó sacar una foto de sus hijas del alma? Bueno, pues si se puede sembrar bromas, cotilleos, rumores o insidias sobre Letizia o su marido, lo mismito con Sonsoles, José Luis y sus vástagas (no es errata, es que estoy muy modelno y feministón hoy). Si no, va a parecer que el Rey es él, no me digan que no.
Como lo de las banderas. He escrito a menudo que me hace poca gracia el culto a ciertos símbolos. Ahora bien, si la tomamos con las banderas, la tomamos con todas. Un buen amigo me hacía ver ayer lo siguiente: ¿qué dirían Carod, Montilla & Cia si mañana alguien quemara una bandera catalana? Qué escándalo, cuánto dolor, que rasgarse de vestiduras, qué manera de llamar desalmado y facha al autor del desaguisado. Y estoy seguro de que hasta el lelo presidencial, su escudera de cartón y su fiscal articulado exigirían la aplicación inmediata del Código Penal con la máxima contundencia posible. Entonces, ¿en qué carajo quedamos? ¿A qué jugamos aquí? ¿Ha vuelto el feudalismo y esto va por estamentos? ¿Ya no hay una ley igual para todos, sino que rigen distintos estatutos jurídicos personales?
Y, ante todo: ¿algún día nos va a contar Zapatero qué planes tiene y quién se los inspira? Esto cada vez huele más a secta. Hace años se habría dicho que a logia, pero se pasó de moda la imagen. Sea lo que sea, algo hay, no puede caber duda. Porque un tonto tan tonto no puede hacer el mal con tanta habilidad, él solito.
Pero si la respuesta es clara: usted mismo ha llamado en esta página tonto y oligofrénico a un gobernante, pero no ha publicado fotos de una niña pequeña.
ResponderEliminarY está claro que toda bandera debe estar lista para el fuego. El mero hecho de que mucho nacionalista (de nación extensa y nación chiquita) se irrite por ello debería ser la prueba.
Lo de las fotos de SS.MM. creo que tampoco es muy problemático.
- Imaginemos que un fulano quema una foto del Sr. Borbón en un plató de la TV (como Sinnead O'Connor con la del Papa), después una de Aznar, una de Zapatero y una de Ronaldinho (por venderse al Chelsea). Sólo cuatro iluminados hablarán de delito.
- Ahora hacemos de eso un tumulto callejero... y apuntamos las diferencias en nuestro cuaderno de laboratorio.
P.S. Por cierto, que la larga cambiada de la fiscalía, cambiando el delito por el que persiguen a los faltones es genial. Ya no son injuriadores (entre otras cosas, como señalé aquí, porque Leti no es sujeto pasivo del delito de injurias a la Corona): ahora son "DESPRESTIGIADORES". ¡¡Hay un delito de desprestigio de la Corona, carajo!! Estamos todos locos...
Es interesante el artículo de Arcadi Espada en El Mundo de hoy -www.arcadi.espasa.com-. No sólo porque denuncia, una vez más, la situación lingüística catalana, que la mayoría conocemos por amigos, parientes, la prensa, etc. También es interesante porque avisa a los confiados, entre los que me incluyo: los que creemos que pese a todas las normas absurdas, el absurdo no puede ganar, que todo se quedará en agua de borrajas o en tinta sobre papel.
ResponderEliminarPero pasa. Y lo estamos viendo. Está pasando, todos los días.
estimado garciamado: los símbolos no son todos iguales. Hay simbolos de represión, otros de resistencia, unos son repugnantes por lo que representan, otros son risibles, otros... en consecuencia, parece que lo relevante es ver qué se esconde detrás del símbolo para, a continuación, ver si es o no defendible su destrucción. yo no creo que sea igual quemar una esvástica que quemar la bandera española. Y tampoco es igual quemar la bandera española a hacer lo propio con la catalana -al menos en cataluña-. Me explico. Si alguien quema la bandera española en Cataluña quiere decir: no queremos ser españoles, este símbolo que es sacrosanto para muchos a mi no me representa -dicho sea de paso: este mismo razonamiento es el que avala la libertad de expresión para poder meterse con Mahoma-. Sin embargo, quemar la bandera catalana en Cataluña (insisto en la cuestión locativa) es una provocación. Si la bandera catalana no te representa y si quieres decir que no deseas ser catalán te basta con seguir existiendo tal y como están las cosas, pues la Constitución española te asegura esta segunda opción. A mi me gustan los chistes. Incluidos los zafios, racistas, sexistas, etc. -aunque no comulgue con la ideología que tienen detrás-. Ahora bien, si en el grupo en el qe me encuentro hay alguien especialmente creyente no contaré un chiste absolutamente irreverente, o si hay un negro no haré chanza con las razas, etc. Quiero decir con ello que, en Cataluña, la inmensa mayoría -86 % según la última encuesta del CIS se siente catalana -exclusivamente o compartiendo sentimiento de pertenencia con la identidad española-. A todos ellos les ofendería un agravio a, por llamarlo así, su catalanidad. No sucede lo mismo cuando se quema una bandera española en Cataluña. "Puyol, enano, habla castellano" recuerdan? esto fue dicho en Madrid y jaleado, por cierto, por las huestes peperas alegando que en España existía libertad de expresión. Y a mí me parece bien. Creo que son unos fascistas de mierda, pero me parece bien que se expresen como deseen. Pero en Madrid. Si esa misma gente gritase lo mismo por las ramblas entendería que los curtiesen a ostias. Sé que lo que acabo de defender tiene bastantes flecos sueltos y posiblemente encierre más de una contradicción, pero me apetece lanzarlo para ver si puedo o no responder a las críticas. A decir verdad tampoco estoy muy seguro de mi postura. Señores, soy un chollo dialéctico: estoy dispuesto a cambiar mi punto de vista si alguien me convence.
ResponderEliminarSer un outsider minoritario y salir del armario no es equiparable a gritar fuego en un teatro lleno. Es ampararse en el 1.1 de la Constitución. El pluralismo político no ampara sólo a los grupos mayoritarios. Sólo faltaría que los golpes que recibe quien expresa la idea minoritaria sean culpa de la víctima. Por ir en minifalda ideológica entre tanto salido ideológico. NTJ...
ResponderEliminarHablando de raseros, leo una noticia en el abc de hoy:
ResponderEliminarGENTE
"Ella tiene 82 años y él, 24, y se casaron «por amor»
Y pienso en lo que habría pasado si ella fuese española, por ejemplo, y él extracomunitario sin papeles. Tendrían a nuestras autoridades tratando de demostrar el fraude de ley, el matrimonio por conveniencia y todas esas cosas. Un nacional puede casarse por dinero, por conveniencia, por el coche, por cambiar de piso, por mil razones, creo que por todas. Uno de fuera tiene que casarse por amor -y no a los papeles o al dinero-. Qué hipócritas somos.
querido antetododemasiadaironíaypocachichadetrás: el outsider minoritario que falta al respeto no merece protección. El insider mayoritario sí. Sabe por qué? porque en el segundo caso hablamos de moral -en un sentido neutro- y en el primero de delincuencia. Mis ejemplos anteriores creo que son claros. si yo dijese que es usted un cretino con exceso de pedantería sería en algunos casos un simple insulto -tal vez amparado por la libertad de expresión si lo dijese en un foro de discusión en el que usted y yo nos enfrentásemos- y en otros -si profiriese lo anterior en un homenaje a su persona, por ejemplo- en una injuria merecedora de algo más que el desprecio. Pues eso. Póngase minifalda, ideológica o no, si le place. Pero si la luce en un lugar en el que sabe que va a ofender a la gran mayoría -piense, v. gr., en una boda de gente tradicional- es usted un provocador. Por otra parte, no creo que sea lo mismo atentar contra algo que disfruta de toda la protección jurídica e institucional -la bandera española- que hacerlo contra algo que no tiene esa prebenda. Lo primero tiene algo de manifestación crítica. Lo segundo no -es la consagración de un abuso secular-.
ResponderEliminarSeñor X:
ResponderEliminarLo de la banderita no le debería preocupar. Sea cual sea su opinión, que hay varias más o menos sostenibles, las ganas de descalificar se le curarán leyendo.
Lo otro: primero profiere usted: "Si esa misma gente gritase lo mismo por las ramblas entendería que los curtiesen a [h]ostias".
Yo le respondo con una paráfrasis del Juez Holmes que cualquier estudiante de segundo de Derecho debería entender: "Ser un outsider minoritario y salir del armario no es equiparable a gritar fuego en un teatro lleno". Es decir: no hay limitación razonable de la libertad de expresar opiniones minoritarias provocadoras.
¿Que lo entiende? Vale. ¿Que no lo entiende? Busca ayuda o abandona. Pero si no le gustase la idea y -como en la hipótesis que usted plantea- sintiese usted deseo de llamarme cretino, se lo mete usted por donde más le suela gustar. Alguien tan delicadito con las ofensas a colectivos debería entenderlo algo tan sencillo como que sólo un auténtico mermado insultaría a personas cuando disiente de sus opiniones.
Por ejemplo: usted "entendería que los curtiesen a [h]ostias" a quienes quemen la senyera en Cataluña, pero no a los que queman la bandera que identifica a la minoría. Si alguien al leerle creyese que sólo tiene usted huevos de disentir allí donde le arropa la mayoría, no debería insultarle, sino argumentar la contradicción.
Es lo que yo he intentado hacerle entender: usted echa la culpa del linchamiento al que quema la bandera equivocada en el sitio equivocado, "por provocar": el viejo argumento de la minifalda. Pero rape is never the victim's fault. Usted confiesa su incapacidad para ver la "chicha" en mi argumento: vale, pero qué quiere que le haga yo...
vaya, vaya, vaya... atcm, siendo infiel a su pseudónimo, pierde los nervios. No pierde su habitual pedantería profesoral -me la juego a que es usted profesor por el tonillo, por los dejes de sobrado de vuelta de todo y por su propensión a las citas en idioma extranjero- pero sí la compostura. Vamos a ver. Su paráfrasis de Holmes no explica nada (si consigue engañar a sus alumnos de 2º ya me parece bastante). El que blasfema en una iglesia a voz en grito, ¿es un "outsider minoritario" o un provocador? según usted, dado que la libertad de expresión de la minoría es irrestricta, debe ser entendido como un legítimo derecho. Yo creo que no. Puede blasfemar en la calle, pero en la iglesia lo considero una provocación. Y, en efecto, aquí el asunto de las mayorías sí me parece crucial. Si a usted eso le parece similar al argumento de la minifalda es que no ha entendido nada -lo cual confirmaría mi sospecha acerca de su pertenencia a la grey profesoral-. Además yo sólo pretendía darle a su outsider un par de moluscos bivalvos -que es lo que significa ostia.... (lamentable el uso que hace del lapsus ortográfico: eso lo cataloga. No sólo es un profesor, es un profesor hijo de puta). Hala, a seguir sangrando por la herida, pavo real.
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