Los políticos nos prometen de todo: pisos, viajes, medicamentos estimuladores del rijo, aprobados en las asignaturas más enrevesadas, un decreto para el nene y la nena, cacahuetes, una ley para cada uno... Este debería ser el último y mejor invento que yo propondría para la próxima temporada primaveral de elecciones: nada de leyes generales, pensadas para los altos y los extremeños, los bajitos y los de Zaragoza, sino una para cada uno, individual e intransferible, no me digan que no sería magnífico y, encima, se daría así trabajo a todos esos parlamentos autonómicos que proliferan por España. Todos llevaríamos nuestra ley en la cartera, en formato papel o metida en la agenda electrónica en PDF, y la mostraríamos en los trances apreciables: para ligar, para viajar en el tren o para matricularnos de fotografía y cinefilia.
Hace una semana me obsequiaron una vajilla completa y un juego de ajedrez de lo más aparente y prometedor. Cuberterías tengo una docena, las enciclopedias las amontono como si fueran garbanzos, igual me ocurre con los DVDs de cine, con las guías de viaje, con las camisetas, con las tarjetas visas oro que son tantas que a veces pico tarjetas como antes picaba aceitunas o galletitas.
La vida se parece cada vez más a una tómbola en cuyo tenderete cada uno se limita a recoger los regalos que le han tocado en suerte. Aquello de “ganarás el pan con el sudor de tu frente” ha pasado a la historia, ahora se gana el pan y la sobrasada dentro con solo atender a un agente comercial o asistir a un desfile de moda. Por lo que a mí se refiere, he adoptado ante este asalto de agasajos y dádivas una actitud complaciente, me he dejado querer y acepto lo que me echen. A veces pienso que se trata de un objeto para mí superfluo pero valoro el esfuerzo de quien regala y no me gusta desairar a mis semejantes.
Ahora bien, donde me he plantado y he ofrecido una actitud de abierta resistencia, ha sido ante la oferta de un curso de contabilidad. Y eso que abarcaba las muy regocijantes ramas de la contabilidad financiera y la de costes. Por benevolencia, he admitido cursos de jazz, de yoga, de halterofilia, de masajes en las plantas de los pies, pero, ah, la contabilidad, esta ¡no pasará! Uno puede admitir la prosa de la vida, sus miserias, pero la mortificación contable se queda para el infierno que, si se llama infierno, es porque la única lectura que existe es la de los libros de balances.
Pero, ¿es que este señor Sosa Wagner no tiene su propio blog?
ResponderEliminarA la vista está que no, sr. curioso. En vez de tener un blog me da la impresión de lo que tiene son amigos, y claro, donde se pone un amigo (o amiga) que se quite un blog.
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