Me encantan esos premios que sé que nunca ganaré ni ganará jamás ningún amigo mío medio normal. No me refiero a los de la lotería, la bono-loto, el cupón de la ONCE y así, pues ésos son bien democráticos y populares –con perdón- y para tener alguna posibilidad real no hace falta más cosa que comprarse un boleto o sellarlo. No, me refiero a los premios que premian las grandes trayectorias vitales siempre cercanas a los poderes establecidos, los desmedidos esfuerzos para beneficiar a la humanidad por la parte que a uno le toca, la bonhomía de ilustres personajes forrados hasta las cejas, la generosidad de quienes, hartos de enriquecerse y de trincar plusvalías, fundan tres oenegés para hacer bibliotecas en el desierto de Gobi, la iniciativa y el valor personal de los que han escalado desde la nada hasta la lista Forbes, el humanismo de los que perdieron por los pelos las elecciones para presidente del Imperio y ahora se conforman con darnos conferencias, a veinte millones de las antiguas pesetas, sobre lo mal que va todo y que aquí no hay quien viva. Y así. También molan los premios Nobel de la paz a gentes que pusieron bombas u ordenaron ejecuciones o a esos que salen corriendo a solidarizarse con los móviles de ETA y de otros malnacidos que sean de los suyos.
Si al acabar la película llegara realmente el Juicio Final y todo eso, Dios lo tendría fácil para dictar veredicto. Vamos a ver, ¿usted trae algún premio? Si, Su Majestad (o como sea el tratamiento que venga al caso con el del Ojo en el Triángulo). ¿Quién se lo dio? Una asociación de constructores de adosados, creo que se denomina Pared Solidaria. ¿Y cómo se llamaba el premio? Se llamaba Premio a la Integridad Integral. Pues al puto infierno for ever, so pecador, bribón, fistro.
Es muy buena cosa recibir premios, sobre todo si están bien untados de euros. Pero todavía es mejor darlos, es más rentable. Si usted tiene una empresa, tipo PALOSA, y quiere promocionarla, puede hacer dos cosas. O bien contrata en televisión un anuncio no sexista lleno de chicas en bragas y paga para que se lo pasen en el descanso de un partido de la Champions, o bien crea un premio para una trayectoria ejemplar en algo. Puede ser en derechos humanos o también puede ser en derechos humanos o en derechos humanos. Ésos son los mejores y hay como trescientos, generalmente a repartir entre cinco o seis sujetos, conocidos como los humanistas derechos. Pero si de derechos humanos no caben más, puede su empresa inventarse un premio sobre valores cívicos, sobre valores ciudadanos o sobre ciudadanía valorativa. De ésos solamente existen unos cien y están algo más repartidos, pues meten baza concejales y acaba apareciendo ese pariente con el que todos soñamos, de tan majo, pero que sólo tienen los concejales y los alcaldes.
Y, claro, si el premio sustancioso lo da una empresa para promocionarse a sí misma más que nada, no se lo va a endilgar a cualquier pringao, pongamos que a un labrador de mi pueblo que casi regala las patatas cada año o a alguna ama de casa que ha alimentado y quitado la mierda por el morro de cuatro generaciones enteritas de soplagaitas caseros: padres, hijos, marido y nietos. Porque esa gente no promociona nada y quedan de lo más cutre en la ceremonia de entrega. Todo un salón engalanado por obra y gracia de un decorador que trabajó con Almodóvar, los directivos e invitados luciendo galas de boutique carísima y el aldeano o la maruja empeñados en saludar y preguntando que qué se debe por los pinchos y si no queda alguno más de merluza. Además, qué coño, el pueblo no se quiere a sí mismo. Lo que al pueblo llano le gusta no es que se premie el esfuerzo y la generosidad de sus iguales, sino el desprendimiento de un Ronaldinho, la simpatía de una Pantoja o el acierto de un padre de la Constitución. Ahí sí hay valores, eso sí son méritos, en esos casos la ejemplaridad canta por sí sola.
Así pues, convencido como estoy de que los premios digitales son grandísimo invento, de que cumplen la encomiable función de prolongar el periodo de holganza del ya experto que los gana y, además, de que nunca me caerá uno de tales, salvo que me emputezca por completo y me ponga a joder a unos cuantos mientras finjo que los libero, hoy he recibido una nueva satisfacción en este tema. Pues leo que ha nacido un nuevo premio, albricias, llamado Premio Mutua Madrileña porque lo da, naturalmente, la Mutua Madrileña. Si lo diera la Central Lechera Asturiana, a lo mejor se llamaba Premio CLAS, o premio de derechos humanos. Éste de la madrileña Mutua trae en la alforja setecientos cincuenta mil euros, cifra que pongo en letra para que no se crea alguno que me han bailado malamente los ceros. Oiga, y qué premiarán tan bien premiado. Pues, por lo que veo, algo de lo más original: la trayectoria y el compromiso con la mejora de la sociedad. Excelente. Así se distingue este premio de otros que recompensan el compromiso y la trayectoria de mejora de la sociedad. Menos mal que para una cosa así el baremo sale solo, que, si no, menudo trabajo para los miembros del jurado. La de miembro/a de jurado tampoco es mala canonjía. Te llevan, te alojan de puto padre, te pagan unas dietas que ríete tú de la inflación y, de propina, quedas bien con el premiado y le vendes luego la moto como Dios manda. ¿Con qué me premiará este que premio? Bueno, claro, salvo en las ocasiones en que el tribunal es de una pieza, gente recta a carta cabal y que no se casa ni con el apuntador –con ése menos-. Así sucedió en el caso que comentamos, pues en el jurado estaban cuatro presidentes de reales academias, que no se llaman así por ser academias verdaderas, sino que lo de reales lo llevan por el patronato de la Corona. También había una miembra de número de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales y de la Real Academia de la Lengua, doña Margarita Salas, quien antes de ocupar cargos a porrillo –por ejemplo, presidió el Consejo Social de mi antigua Universidad- tenía prestigio grande como investigadora, y ahora se ve que lo tiene como académica pluriempleada, que es cosa bien distinta. Por cierto, se me hace raro que en ese sarao no haya aparecido el Presidente de la Real Academia de la Lengua, precisamente, que, como casi todos los ex curas (y los no ex), siempre aparece donde hay canapés y/o gente de posibles. En el principio fue el verbo y tal.
A todo esto, aún no he contado quién fue el agraciado con tanta guita y ese montón de prestigio. Tachán.... Pues los reales académicos han dado este premio tan real a.... el Rey de Empaña. Chachi. Dice la Casa Real que el dinero lo va a donar el Rey al Museo del Prado. Así, así, obras pías y de caridad. También se lo podría dar a la Tyssen para que le pusiera unos árboles al Museo suyo. Esa mujer se conjuga por activa y por pasiva y en otras posturas: tiene un museo y es de museo.
Qué manía tienen los reyes de andar donando cosas, ¿verdad? Con lo bien que se podría éste haber comprado una moto nueva, incluso con sidecar para llevar nietos/as. En fin.
Pues no, mi admirado Profesor. Los premios de la bono-loto, la ONCE, la lotería, etc. , NO son democráticos. Había un consejero en la Junta de Andalucía que le tocó la lotería más de una vez. Misterios de la aleatoriedad, del azar.
ResponderEliminarOff topic
ResponderEliminarCómo anda la precampaña de agitá.
¡Quién me lo iba a decir a mí!, ¿eh?